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El sentido de la «lucha contra la pobreza» para el neoliberalismo

Fuentes: La Haine

INTRODUCCIÓN Hace algunos años, cuando visité el Banco Mundial en Washington, un gran cartel adornaba una de las paredes interiores de la entrada: tenemos un sueño, un mundo libre de pobreza. Esta afirmación me chocó de tal manera que tuve ganas de escribirle debajo: y gracias al Banco Mundial sigue siendo un sueño. En efecto, […]

INTRODUCCIÓN

Hace algunos años, cuando visité el Banco Mundial en Washington, un gran cartel adornaba una de las paredes interiores de la entrada: tenemos un sueño, un mundo libre de pobreza. Esta afirmación me chocó de tal manera que tuve ganas de escribirle debajo: y gracias al Banco Mundial sigue siendo un sueño. En efecto, el propósito de mi intervención es el de mostrar la contradicción existente entre las intenciones anunciadas y las políticas llevadas a cabo, y sobre todo estudiar el vinculo que existe entre la lucha contra la pobreza y las perspectivas neoliberales.

A partir de 1972 fue que el Banco Mundial abordó el tema de la pobreza lo que se corresponde con un poco después del inicio de la adopción de una política económica mundial neoliberal, a la cual se le llamó más tarde el Consenso de Washington. Pero fue a partir de 1990 que el Banco Mundial tradujo esta perspectiva en políticas más explicitas, precisamente después de la caída del muro de Berlín y del triunfo del neoliberalismo.

Algunos años más tarde, el PNUD publicó su primer Informe sobre el Desarrollo Humano, introduciendo nuevos índices que le brindaban valor a determinados aspectos cualitativos referentes a situaciones económicas y sociales en el mundo. En 1995 hubo en Copenhague una sesión extraordinaria de las Naciones Unidas acerca del tema de la pobreza, y en 1997 se decretó la primera década de las Naciones Unidas para la eliminación de la pobreza.

El FMI, por su parte, transformó, a inicios de siglo, sus Planes de Ajuste Estructural en Programas de reducción de la pobreza y de crecimiento (Poverty Reduction and Growth Facilities – PRGF) exigiendo que cada país redactara igualmente un Poverty Reduction Strategy Paper – PRSP, algo que a finales de 2004 habían cumplido 43 países.

En lo que respecta al Banco Mundial, este habla en la actualidad de Poverty Reduction Packages (PRSP). En el año 2000, tuvo lugar en Ginebra una nueva sesión extraordinaria de las Naciones Unidas, para evaluar los resultados de la que habían tenido cinco años antes. Se le llamó Copenhague +5 (aunque algunos lo llamaron Copenhague -5) y algunos meses más tarde hubo otra reunión en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, que reunió a más de una centena de jefes de Estado, quienes emitieron la Declaración del Milenio, con 10 puntos, siendo el primero la erradicación de la extrema pobreza y de la mitad del hambre antes de 2015.

Al pasar el tiempo y según las intenciones, percibimos una evolución del vocabulario. Pasamos «de eliminar» la pobreza a «reducir la pobreza» y durante los últimos años, aparece el concepto de extrema pobreza asociado el del hambre. Estos últimos, según las declaraciones, deben ser erradicados progresivamente, en tanto que la pobreza debe ser aligerada. Se han fijado metas a 25 o 15 años, según el caso, pero no para resolver definitivamente el problema, sino para reducir a un tercio o a la mitad el número de los más pobres en el mundo. Ya en 1990 las Naciones Unidas propusieron disminuir a la mitad la extrema pobreza para 2015. Este objetivo fue ratificado en el 2000 por la Declaración del Milenio. Todo parece indicar que tal objetivo no será logrado. Sin embargo, vivimos en una época donde se produce más riqueza que nunca. En 50 años los ingresos mundiales han sido multiplicados por siete, pero a pesar de ello, en la actualidad, unos 1 300 millones de personas deben sobrevivir con menos de un dólar diario.

Más importante aún que la pobreza es la situación de desigualdad creciente tanto en el Norte como en el Sur. Comenzamos a hablar de pobreza relativa y de manera mucho más restringida. El Banco Mundial prepara un informe sobre las desigualdades. ¿Habrá comprendido que el problema no es sólo la pobreza, sino también la riqueza y su concentración?

1. EL ANÁLISIS DE LA POBREZA EN EL DISCURSO NEOLIBERAL1

Las cifras acerca de la pobreza difieren según los cálculos, los puntos de referencia y los métodos utilizados. En tanto que el Banco Mundial estimaba en 1980 que había 800 millones de pobres, precisaba en 1990 que 633 millones de personas vivían con menos de un dólar diario. En 2002 publicó la siguiente tabla que excluye a China:

La pobreza en el mundo según el Banco Mundial

Ingresos 1981 1990 2001
Menos de 1 dólar 1 481,8 1 218,5 1 099
Menos de 2 dólares 2 450,0 2 653,8 2 735
Menos de 1 dólar 31.7 % 26.1% 22.5%
Menos de 2 dólares 58.8% 56.6% 54.9%

Fuente: S. Chen y M. Ravallon, How have the world’s poorest fared since early 1980’s, World Bank Policy Research working Paper 3341, junio 2004, citado por Francine Mestrum, 2005.

Algunos estiman que el cálculo del Banco Mundial está muy restringido y, en consecuencia, es demasiado optimista. La UNTAC, a través de encuestas familiares, ha llegado a estimar cifras de pobreza más elevadas. La CEPAL (Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina) ha llegado a conclusiones similares [S. Chen y M. Ravallon, 2004, 334]. La tabla del Banco Mundial brinda, en efecto, una interpretación relativamente optimista: la extrema pobreza disminuye en cifras relativas y absolutas y la pobreza declina al menos en las cifras relativas. Pero esto significa también que en el espacio de 20 años hay casi 300 millones de pobres más en el mundo. A veces olvidamos que los pobres no son estadísticas, sino personas y salir de la pobreza es el más elemental de los derechos del hombre.

Según el Informe sobre el Desarrollo Humano del PNUD, en 2003, 54 países eran más pobres en 2000 que en 1990 y 34 habían visto disminuir su esperanza de vida. Entre 1980 y 1998, 55 países tuvieron descenso en sus índices económicos y durante la década, 34 países descendieron en la escala de los indicadores de desarrollo. No es entonces posible hacer un balance favorable a escala mundial, sobretodo si tenemos en cuenta que incluso el crecimiento económico, que se esperaba que constituyera la fuente de disminución de la pobreza, fue menor para los países del Sur a partir de los años 80, es decir, ha sido menor durante el periodo neoliberal que durante el periodo precedente conocido por sus regulaciones (keynesianismo o desarrollo nacional).

Todo lo anterior nos lleva a cuestionarnos la definición de la pobreza. Las cifras expresadas muestran que es difícil de medir y que se mezcla una fuerte dosis arbitraria. A las cifras de por debajo de uno o dos dólares, hay que añadirles un dólar fluctuante, aunque al menos tienen la ventaja de ofrecer una visibilidad concreta. También habría que añadir una serie de consideraciones cualitativas, que no dejan de ser interesantes, pero que revisten también grandes ambigüedades, como lo señala con pertinencia Francine Mestrum [2002].

En efecto, no se puede negar que la pobreza posee aspectos cualitativos: baja calidad de vida, dificultades de acceso a la educación y a la cultura, ausencia de higiene, sin embargo, el problema consiste en saber a qué se le atribuyen esos factores. Una parte de la literatura trata de culpabilizar a los pobres y esto no es nuevo en la historia. ¿Es el conjunto de estas carencias lo que es la causa de la pobreza o ella es el fruto de estas insuficiencias? En la actualidad, hablamos fácilmente de la demografía galopante, de los malos Gobiernos, de la corrupción, hechos que en este tipo de discurso aparecen como la causa de los problemas de los países del Sur.

Por otra parte, tenemos el mismo problema para analizar los mecanismos de disminución de la pobreza. Se puede leer en el Informe acerca de la pobreza en Vietnam lo siguiente: «los logros de Vietnam, en lo que respecta a la reducción de la pobreza, son el mayor éxito conocido en materia de desarrollo económico» [Vietnam Consultative Group Meeting, 2003, xi]. El Grupo atribuye este resultado principalmente a la integración creciente de la agricultura vietnamita dentro de la economía de mercado. Poca atención se le brinda en este documento al hecho de que la economía socialista había logrado sacar al país de una situación desesperada, dada la consecución de guerras. [F. Houtart, 2004]. Es verdad que si seguimos los criterios del Banco Mundial, la mayoría de la población vivía en la pobreza (menos de dos dólares por día), pero era una pobreza compartida con dignidad, porque las necesidades de base estaban garantizadas generalmente. Se trataba de una austeridad real, sin miseria y sin desigualdades crecientes. El hecho de que, sobre esta base, la introducción de algunos mecanismos de mercado haya acelerado un crecimiento general, no es nada asombroso. ¿Cómo se puede explicar que en América Latina, por ejemplo, donde el mercado es ley desde hace mucho tiempo, los resultados no sean similares? ¿Cuál será el futuro de la sociedad vietnamita, el día en que todos los mecanismos reguladores sean abolidos, según los cánones del Banco Mundial?

Francine Mestrum llega a la conclusión de que la pobreza debe definirse «como la falta de medios de existencia» y añade que «en una economía de mercado esto significa la falta de medios financieros» [Francine Mestrum, 2005]. Para comprender la pobreza, hay entonces que conocer el tipo de relaciones sociales existentes y sus mecanismos de reproducción, porque la pobreza se construye socialmente. Ella no es un hecho natural [Alternatives Sud, vol VI (1999), No 4]

2. LAS ESTRATEGIAS DE REDUCCIÓN DE LA POBREZA

Los documentos del Banco Mundial y del FMI, para no hablar de aquellos de la OMC, trazan con mucha convicción la vía hacia la reducción de la pobreza. Ellos parten de una evidencia: hay que aumentar el crecimiento, porque no se puede compartir un pastel sin haberlo producido. La manera de aumentar el crecimiento, según esta perspectiva, es permitirle al mercado funcionar y, en consecuencia, liberalizar la economía, quitar todos los obstáculos para el intercambio de los bienes, los servicios y los capitales, privatizar al máximo las empresas del Estado y los servicios públicos y desregular las protecciones sociales que frenan este proceso. A la larga, esto beneficia a los pobres los que, en el peor de los casos, podrían disfrutar del efecto colador (trickle down) algo que podríamos traducir como recoger las sobras.

Para lograr esta política de crecimiento que debería disminuir la pobreza, han sido tomadas medidas concretas a nivel macroeconómico, en particular han sido puestas en marcha las políticas monetaristas del FMI. En esta perspectiva también podemos situar las condiciones que se le han puesto a los créditos de los Estados, es decir, la disminución de sus gastos, la privatización de los servicios públicos, de la enseñanza superior, de la salud, el pago de la deuda para asegurar la credibilidad de las inversiones y de los créditos, la apertura de mercados, los incentivos a los capitales exteriores, la desregulación del trabajo, y otra buena cantidad de elementos. La lucha contra la pobreza está programada en este contexto, con el fin de remediar las consecuencias no deseadas, y sin duda inevitables, de la dinámica del mercado.

Ahora bien, debemos preguntarnos acerca de los resultados sociales reales de estas políticas. Los ejemplos abundan. En Bangladesh, la industria textil, en gran parte deslocalizada hacia un país «más competitivo», ocupa dos millones de trabajadores, sobre todo muchachas jóvenes (85%). Según un testigo: «ellas trabajan 12 horas diarias, a menudo los 7 días de la semana, por un salario de 13 a 30 euros mensuales. Encerradas bajo llave, registradas a la salida, estas asalariadas no tienen el derecho de hablar entre ellas. La libertad sindical es totalmente teórica, las subversivas son despedidas y cerca de 300 trabajadoras han muerto en incendios desde 1990» [Le Monde Diplomatique, agosto 2005].

En Sri Lanka, el Banco Mundial decidió en 1996 que debía desaparecer el cultivo de arroz, porque costaba menos caro si se compraba en Vietnam o en Tailandia. Como los pequeños campesinos no querían abandonar la producción, el Banco Mundial impuso, primero, al Gobierno desmantelar los organismos del Estado destinados a regular el mercado y a apoyar a los pequeños campesinos y también impuso un impuesto (privatizado) sobre el agua para el riego. Más tarde, le exigió al Gobierno que distribuyera títulos de propiedad (las tierras para el cultivo de arroz eran colectivas) con el fin de favorecer las ventas de las tierras a bajos precios a las empresas nacionales o extranjeras que estaban dispuestas a promover cultivos de exportación.

Para responder a lo que el Banco Mundial llama un crecimiento a favor de los pobres (pro-poor growth) el Gobierno de Sri Lanka publicó el Poverty Reduction Strategy Paper con el título de Regaining Sri Lanka. En este informe se afirma, entre otras, que este plan significaría una real oportunidad para el país, porque el millón de pequeños campesinos que producían arroz, se transformarían en mano de obra barata, lo que permitiría atraer al capital extranjero. Pero como esta política se lleva a cabo desde hace cuarenta años, el movimiento de trabajadores ha podido hacer presión para mejorar las condiciones de vida y de trabajo. Resultado: la mano de obra se ha vuelto muy cara, y los capitales se han ido hacia China o Vietnam, donde es más ventajosa. Con toda lógica, el Gobierno de Sri Lanka ha llegado a la conclusión que hay que reducir los salarios, disminuir la cobertura social y amputar las pensiones, con el fin de hacer más competitiva a la mano de obra, lo que en palabras de Sarath Fernando, responsable del movimiento campesino MONLAR: «resulta asombroso que para promover un crecimiento a favor de los pobres, haya primero que crear los pobres».

El Banco Mundial exige en la actualidad que, para la elaboración de estas políticas se tengan en cuenta las tradiciones culturales, la organización social y los valores. Solicita igualmente una participación de la sociedad civil. Pero en la realidad, las organizaciones son consultadas de manera selectiva. Las más radicales no son tomadas en cuenta. Los documentos son rara vez traducidos del inglés (en Camboya, ellos no existen en la lengua del país, en Sri Lanka el documento del Gobierno está escrito en inglés americano). En los raros casos en que ha tenido lugar una consulta real, los planes han sido o rechazados o reemplazados por propuestas alternativas (caso de Sri Lanka).

Podríamos pensar que se trata de estrategias de lucha contra la pobreza a largo plazo, las cuales exigen, desgraciadamente, sacrificios inmediatos. De hecho, la lógica va más lejos. Según los documentos del Banco Mundial, individualizar el proceso de reducción de la pobreza significa liberar a los pobres de una dependencia de un sistema alienante de protección social y, en consecuencia, hacerlos dueños de su propio destino. Esta idea liberal es aparentemente generosa, pero está seriamente contradecida por las relaciones sociales de un mercado donde gana el más fuerte, por las privatizaciones que hacen cada vez más difícil el acceso a la educación, a la salud, al agua, a la electricidad, y por supuesto, lo hace menos accesible a los pobres, y por la transformación de las políticas sociales, las cuales pasan de un sistema de protección (bastante ya aleatorio en el Sur) considerado como un derecho, a la puesta a disposición de servicios privatizados bajo formas de contratos.

Hay que añadir que, según los estudios de Dante Salazar, los programas de lucha contra la pobreza no le llegan prácticamente nunca a los más pobres. Es solo una capa media de la pobreza la que se beneficia, porque los complejos mecanismos de las políticas de lucha contra la pobreza, asociados a la estructura de las relaciones sociales, dejan fuera a los más pobres [Dante Salazar, 1999, 47-62].

Ahora bien, incluso en el marco de los parámetros existentes, habría solamente que consagrar una modesta parte de las riquezas creadas para la satisfacción de las necesidades fundamentales de toda la humanidad, es decir, para la erradicación de la pobreza. En 1997, el PNUD calculaba que estos serían aproximadamente 80 millares de dólares por año. Jeffrey Sacks por su parte, Consejero del Secretario General de las Naciones Unidas, evalúa el costo del programa del Milenio en 133 millares de dólares en 2006, pasando a 195 millares en 2015. Es suficiente ver los más de 400 millares de dólares de deuda de los países del Tercer Mundo en 2004, o los 900 millares de dólares de gastos de armamentos (417 millares de los Estados Unidos) o los 3 o 4 trillones de dólares depositados en los paraísos fiscales, para darnos cuenta que la solución del problema es posible. Por otra parte, incluso en condiciones adversas considerables, algunas sociedades han logrado eliminar en pocos años el analfabetismo, la miseria y las enfermedades endémicas, sin disponer de sumas comparables ni de Planes Marshall. Este ha sido el caso, entre otros, de China, Vietnam, Cuba y Venezuela, el cual lo está haciendo en este momento. Resulta entonces claro que, la lucha contra la pobreza tal y como es concebida por el Banco Mundial, se inscribe en un marco político general que contradice su realización. La razón se encuentra en la filosofía que el anima y cuyos fundamentos se encuentran en el propio seno del proyecto económico neoliberal.

3. LA FILOSOFÍA DE LA LUCHA CONTRA LA POBREZA

No se trata para nada en nuestro caso de hacer un proceso de intención, sino más bien de comprender las estrategias en que se basan las aplicaciones concretas de la lucha contra la pobreza. Hay que constatar que estas se insertan en una lógica económica global que no es inocente, porque favorece a unos y desfavorece a otros, creando de esta manera, bajo las bases constantemente renovadas como consecuencia de las nuevas tecnologías, desigualdades y antagonismos de clases. El liberalismo económico considera al mercado como un hecho natural, en consecuencia indiscutible, y no como una construcción social que depende de las circunstancias concretas de su funcionamiento. En la lógica del capitalismo, las relaciones mercantiles solo pueden ser desiguales, porque son la propia condición para la acumulación privada del capital.

Dicho esto, retomemos la lógica de la lucha contra la pobreza. Ciertamente esta se opone al pensamiento liberal o al de los ultra del neoliberalismo, que consideran a una parte de la humanidad incapaz de integrarse al mercado, masas inútiles porque no son productoras de un valor agregado y no son consumidoras (ver la crítica que le hizo a esta posición Suzan George, 2002). Por el contrario, hay que ayudar a los pobres a integrarse al mercado, ya sea haciéndolos capaces de vender su fuerza de trabajo, ya sea transformándolos en pequeños empresarios (capitalistas descalzos) lo que explica, entre otras cosas, la importancia que se le da al microcrédito integrado al sistema bancario.

Nada cambia entonces con respecto a las orientaciones del Consenso de Washington. Por el contrario, la lucha contra la pobreza se inserta como un onceavo principio a los diez ya formulados, porque permite la extensión de la lógica mercantil hacia sectores que habían quedado fuera de la acumulación capitalista, tales como la agricultura campesina y los servicios públicos. Ella inserta a los pobres en estrategias individualistas que contribuyen a debilitar a las luchas sociales colectivas. Ella permite conjurar a un peligro potencial para los ricos, tal y como dijo Kofi Annan en el Forum Económico Mundial (Davos), en su reunión en Nueva York en 2004. Ella contribuye a contener las desigualdades, indispensables para estimular el crecimiento, bajo límites razonables, evitando así explosiones sociales. En resumen, como dice Francine Mestrum, ella crea «una pobreza dócil, respetuosa, que se consuela con un poco de dinero» [F. Mestrum, 2005].

Recordemos que la definición de pobre y la actitud hacia este ha constituido uno de los problemas de los sistemas económicos generadores de desigualdades. Hubo un periodo en que el estatus de los pobres estaba vinculado con una lectura religiosa de la sociedad: pobre era aquel que, él o sus ancestros, habían pecado, y rico era aquel que estaba bendecido por Dios, el pobre era aquel que no había acumulado suficientes méritos en sus reencarnaciones, el pobre era aquel que le permitía al rico ganar el cielo, gracias a su generosidad. Por otra parte, la culpabilización del pobre conducía entonces a la criminalización de la pobreza y a identificar al indigente con el delincuente. La burguesía industrial del siglo XIX en Europa usó ampliamente las visiones de los siglos precedentes, pero adaptándolas a los nuevos datos de una cultura secular y de sus relaciones sociales de capitalismo industrial. Los obreros explotados al máximo, debían participar en el progreso económico sacrificando la calidad de su existencia. Los pobres no integrados en el sistema e incapaces de vender su fuerza de trabajo, eran considerados como marginales, a menudo irrecuperables. Era la asistencia o la caridad quienes debían responder a las necesidades de los pobres, satisfaciendo así las aspiraciones humanistas de algunos ricos, pero excluyendo una transformación de las condiciones del trabajo o de las relaciones de poder en el campo económico.

En la actualidad, nos encontramos ante la misma lógica. Michel Camdessus, cuando era director del FMI, hablaba de las tres manos: la invisible del mercado (base del sistema), la reguladora del Estado (que crea las condiciones favorables al mercado) y la de la caridad, para aquellos excluidos. Verdaderamente podemos recordar lo que señalaba Georges Simmel, sociólogo alemán, que escribió en 1905, hace ya cien años: «la lucha contra la pobreza responde siempre a las necesidades de los que no son pobres» [citado por F. Mestrum, 2005].

CONCLUSIONES

La pobreza es un problema social históricamente construido. En una economía de mercado capitalista, debe ser analizada bajo la luz de las relaciones sociales existentes, tanto en el interior de cada sociedad, como en un plano mundial, en particular en el plano de las relaciones Norte Sur. Ciertamente, los contextos climáticos, geográficos, demográficos, tienen un rol importante, pero siempre al interior de la manera en que se construyen económica y políticamente las sociedades.

En el mundo actual, aparte del caso de las catástrofes naturales, cuyos efectos más o menos destructivos están también vinculados con la organización social, o de los hechos de guerra, igualmente producidos por factores políticos y económicos, la miseria y la pobreza son dominables. No hay excusas para su reproducción y es inaceptable ponerle plazos tan largos a su erradicación. La riqueza producida puede satisfacer todas las necesidades. Pero desgraciadamente, el problema no es solamente el reparto desigual, sino el hecho de que la producción de la riqueza, tal y como se concibe en la lógica capitalista, se apoya en la pobreza: los working poor en la versión anglosajona, los desempleados en la de Europa continental, los mal pagados en las economías emergentes, las masas inútiles en el Sur. Peor aún, el crecimiento está condicionado por la reducción de las protecciones sociales, la privatización de los servicios y el aumento de las desigualdades.

Es sobre este telón de fondo que se inserta una lucha contra la pobreza, que desarrolla un discurso altruista y político, ya sea asistencial, ya sea puntualmente válido (pequeño crédito, formación técnica), pero estructuralmente desviado por el contexto global. Cavar pozos o mejorar los caminos vecinales contribuye, sin dudas, a mejorar la situación de las poblaciones. Pero tales iniciativas tienen solo una eficacia aleatoria, cuando al mismo tiempo, las políticas macroeconómicas tienen como efecto acrecentar la precariedad de los trabajadores, concentrar la riqueza, romper las protecciones sociales, eliminar el patrimonio colectivo por privatizaciones intempestivas, consagrar los recursos públicos a gastos rentables para el capital pero no productivos, o incluso dañinos para las poblaciones (sobrearmamentismo, por ejemplo) y de destruir el medio ambiente, sobre todo el de los más vulnerables.

Hay entonces que saltar al barco de la lucha contra la pobreza, en función de intervenciones de carácter inmediato, pero cuyo precio a pagar es la sumisión a un orden económico y social que las contradice a mediano término y las transforma en un barril de Danaides, es decir, sin fondo, o en un trabajo de Sísifo, que siempre hay que volver a comenzar. Los pobres sufren y mueren hoy y no mañana y, en consecuencia, hay que actuar. Pero al mismo tiempo, la máquina que lo fabrica está en marcha y es alimentada por el Banco Mundial, el FMI, los bancos regionales, la OMC y todo el aparato institucional del neoliberalismo.

Es entonces necesario continuar la obra, con sus momentos sublimes y sus errores dramáticos, de transformación del sistema económico capitalista y de sus expresiones políticas y culturales. Es un combate a largo plazo, sin el cual la lucha contra la pobreza no tiene sentido. Al mismo tiempo, pero sin perder de vista la dimensión política, es indispensable trabajar día a día en el terreno, no con una perspectiva asistencial, ni individualizando las soluciones, sino buscando reforzar una acción colectiva, reconstruyendo los mecanismos públicos de consolidación social y reduciendo las desigualdades. Ahora bien, hay que estar concientes de que el contenido del discurso y los objetivos actuales de los programas de lucha contra la pobreza no van en ese sentido. Sean cuales sean las intenciones o los efectos positivos inmediatos de algunos de estos programas, la denominada lucha contra la pobreza es el parabán de las políticas neoliberales y del desarrollo capitalista.

Alternativas existen. Antes de todo debemos recordarnos que la lucha contra la pobreza es en primer lugar la lucha de los pobres, mejor dicho, de los empobrecidos. Son ellos que logran sobrevivir y que luchan para mejorar sus condiciones de vida. Otra filosofía es posible para suprimir los obstáculos a la liberación de la pobreza, considerando la economía como la actividad humana que produce las bases materiales de la vida física, cultural y espiritual de todos los seres humanos en el mundo.

Otras políticas pueden acompañar el camino hacia la emancipación de los empobrecidos y las conocemos. La humanidad de hoy tiene los medios intelectuales y materiales de aplicarlos a todos los niveles, desde la utopía del «Bien de todos», hasta las alternativas a medio y a corto plazo. Eso es el compromiso moral que tenemos. Ojalá las grandes corrientes del pensamiento profético y emancipativo, donde José Martí jugó un gran papel, nos inspiren en esta tarea.

19.08.2005 * François Houtart, sacerdote, sociólogo, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, director del Centro Tricontinental de Documentación e Investigación (CETRI), activista del Foro Social Mundial y autor de una vasta obra teórica


BIBLIOGRAFÍA

1. Alternatives Sud, Comment se construit la pauvreté?, Vol. VI (1999), n 4. 2. CHEN J. y RAVALLON M., Competing Concepts of Inequality in the Globalization Debats, World Bank Policy Research Working Paper 3243, marzo 2004. 3. HOUTART F., Hai Van, la double transition d’une Commune vietnamienne, París, Les Indes Savantes, 2004. 4. MESTRUM F., La lutte contre la pauvreté, utilité politique d’un discours dans le Nouvel Ordre Mondial, in AMIN S. y HOUTART F., Mondialisation des Résistances – L’état des luttes 2002, París, L’Harmattan, 2002. 5. MESTRUM F., Mondialisation et pauvreté, Paris, L’Harmattan, 2002. 6. MESTRUM F., De Rattenvanger van Hameln, Amberes, Epo, 2005. 7. SALAZAR TRAZONA D., Comment remédier à la pauvreté résultant de la coopération internationale? Alternatives Sud, Vol. VI (1999), n 4. 8. Vietnam Consultative Group Meeting, Vietnam Development Report 2004, Hanoi, diciembre 2 – 3, 2003.

Notas

1 Los comentarios que siguen se deben en gran parte a dos obras de Francine Mestrum: mundialización y pobreza, 2002 y De Rattenvanger van Hameln, 2005 al igual que al número de la revista Alternatives Sud, ¿Cómo se construye la pobreza?, 1999.