El hotel Sheraton María Isabel fue clausurado y menos de veinticuatro horas después fue reabierto. Se adujo que los abogados interpusieron los recursos legales convenientes, se dijo que el hotel había reparado sus violaciones de la seguridad para el público, se afirmó que dicha clausura era un serio estorbo para la continuidad de las inversiones extranjeras, se alegó que con esa medida se perjudicaba el flujo turístico y se comprometía una fuente de trabajo de muchos mexicanos. Todo eso es pura cáscara con aserrín. Retórica de ocasión para justificar la postración de rodillas ante el Norte. Desde luego, el gobierno en Los Pinos protestó, de inmediato, contra la justa medida y alentó su revocación.
Lo que está detrás de la reapertura es la dolorosa, triste y deplorable sumisión del gobierno de Vicente Fox ante el régimen de Bush, que se ha ido acentuando durante este nefasto sexenio hasta llegar a extremos deplorables de vasallaje. Un gobierno que está negando cada día una gloriosa historia de luchas nacionalistas, de defensa de la soberanía nacional, de custodia de la emancipación y el albedrío mexicanos.
Es obvio que México tiene sus limitaciones por su ubicación geográfica y el entrelazamiento de su economía. Siempre recordaremos la frase más afortunada de Porfirio Díaz: «¡Pobre México! ¡Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!» Constituir el borde inferior de la frontera sur de Estados Unidos no beneficia para nada a los mexicanos. Por ello cualquier tropiezo en esa área delicada es evaluado por Estados Unidos como una amenaza a su seguridad interior; por ese hecho los problemas mexicanos se convierten, infortunadamente, en asuntos íntimos y preciados de los Estados Unidos.
El factor principal de la dependencia consiste en la deuda externa, en los vínculos establecidos por el TLC, en la atadura de los organismos financieros al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Desde luego, México no puede seguir un camino de rebeldía incondicional y de emancipación absoluta como lo ha hecho Cuba. Esa vía no es posible en las actuales condiciones. Pero un gobierno con un mayor sentido común, de aliento a los intereses nacionales, pudiera lograr unas relaciones de respeto mutuo, equidad y mayores consideraciones de la potencia imperial, si eso es posible en su actual etapa de inescrupulosa injerencia y ambiciones desmedidas de supremacía mundial. No ser tratados como criados de tercera categoría ya sería un paso de avance.
Uno de las grandes causas de esta postergación mexicana es la falta de un proyecto nacional del gobierno foxista. Una administración que ha declinado en un amenazador desgobierno, que ni siquiera ha sido capaz de controlar las guerras entre pandillas de narcotraficantes que ya alcanzan la categoría de gran conflagración. A la falta de iniciativas, de visión, de capacidad decisoria del foxismo se une la docilidad y el acatamiento indiscriminado a los mandatos de los rústicos dirigentes del bushismo. Es un monstruo de dos cabezas y no se sabe cuál es la peor.
Otra de las causas es la falsa asociación –establecida por las clases medias, consumidoras por excelencia–, de que la modernidad está acoplada al disfrute de la producción industrial norteamericana. Desde los cereales y los refrescos hasta la música y los programas televisivos todos debemos imitar un estilo de vida ajeno. Afortunadamente la esencia de lo autóctono permanece fiel a la cultura del maíz. No se trata de negar el desarrollo y sumergirse en el primitivismo aborigen, pero sí de respetar las raíces que han hecho de México una nación grande y respetada y devolvernos la civilización que siempre ha fascinado al mundo.
El final de la Guerra Fría y la desaparición del orbe soviético, como alternativa al hegemonismo prepotente de Estados Unidos, dejaron en incondiciones de indefensión al Tercer Mundo. Los tropezones y espejismos del socialismo estilo soviético no merecían mayor vida, era necesario sanear los proyectos de justicia social para reenfocarlos de manera más realista, justa y adecuados a los requerimientos populares. Pero esa omisión en los asuntos mundiales precipitó el plan siniestro de dominio planetario que han desarrollado los halcones de Bush. A todo ello se prestó mansamente el foxismo.
Afortunadamente, el próximo dos de julio se abre una posibilidad ante el pueblo mexicano de escapar de tanto deshonor acumulado, de tantos acatamientos y humillaciones y recuperar sus prestigiosas tradiciones de orgullo nacionalista, de emancipación y libre albedrío, liberándose del yugo que ha padecido en los últimos seis años.