Al releer el capitulo XVIII de Más Allá del Capital, de Istvan Meszaros, sentí la necesidad de escribir unas páginas para condensar la reflexión suscitada por el trabajo del filósofo marxista húngaro.[1] El camino de la historia confirió una gran actualidad al ensayo del autor de El Poder de la Ideologia, redactado hace más de […]
Al releer el capitulo XVIII de Más Allá del Capital, de Istvan Meszaros, sentí la necesidad de escribir unas páginas para condensar la reflexión suscitada por el trabajo del filósofo marxista húngaro.[1]
El camino de la historia confirió una gran actualidad al ensayo del autor de El Poder de la Ideologia, redactado hace más de una década.
Meszaros nos recuerda que la llamada «crisis del marxismo» llevó a muchos intelectuales progresistas a adoptar una posición defensiva precisamente en una época crucial en que deberían empeñarse en una ofensiva socialista.
Lenin creía que la Revolución de Octubre, en Rusia, seria el detonador de «turbulentas revueltas políticas y económicas» en Europa y fuera de ella.
El desenlace de la guerra mundial no confirmo esa esperanza. El capitalismo sobrevivió. Después del fracaso de la revolución en Alemania y la derrota del Ejército Rojo a las puertas de Varsovia, el dirigente bolchevique concluyo que era imprescindible defender la revolución rusa del cerco imperial, costase lo que costase. Más la imposibilidad en plazo previsible de la revolución mundial exigió una dramática revisión estratégica.
El proyecto socialista que fuera concebido para la ofensiva, se vio forzado a una defensiva.
Meszaros analiza la contradicción entre el pensamiento de Lenin y el de Stalin sobre esa polémica cuestión. El primero, en ausencia de la revolución mundial, concebia la lucha a librar como «una operación para sustentar una posición», operación que, después de desenvolvimientos futuros favorables en el plano mundial permitiria retomar la ofensiva; Stalin «convertía la desgracia en virtud» convicto de que la victoria socialista de Octubre abría por su sola las puertas a una futura etapa superior del comunismo.
El reflujo después de Versalles, del movimiento revolucionario mundial torno inevitable la permanencia de una estrategia defensiva.
Las esperanzas de los que esperaban grandes convulsiones sociales como resultado de la crisis de 1929-33 fueron disipadas por el rumbo de la historia. El mundo del capital sobrevivió sin dificultad al temporal iniciado con el crash de la Bolsa de Nueva York. La crisis no era estructural. La propia opción por el fascismo en la Alemania de Weimar se inserta en una crisis cíclica, interna, del capitalismo.
En el contexto defensivo, los órganos de combate socialistas que actuaban, en el ámbito de instituciones de fachada democrática, podían ganar luchas secundarias, a través de reformas impuestas por la lucha de masas, pero no vencer en la guerra contra el capital. La correlación de fuerzas no lo permitía.
Meszaros recuerda que los dos pilares de la clase trabajadora en occidente -los partidos y los sindicatos- se encontraban unidos a un tercer miembro del montaje institucional general, el Parlamento, «mediante el cual se establece el circulo sociedad civil/estado político y se convierte en ese ‘circulo mágico’ paralizante al cual no se puede escapar».
Los acontecimientos que precedieron a la segunda guerra mundial confirmaron que es una ilusión romántica considerar a los sindicatos, aisladamente, como algo perteneciente exclusivamente a la sociedad civil, susceptible de ser utilizado contra el estado para una transformación socialista profunda. Seria necesario mucho más que el derrumbamiento, en el estado burgués, del Parlamento para que se produjera una ruptura rumbo al socialismo.
En su ensayo Meszaros dedica una atención especial al Parlamento.
Hasta hoy -escribe- «no existe ninguna teoría socialista satisfactoria que diga lo que se hace con el después de la conquista del poder».
En la concepción que Marx tenia de la «política» como negación radical, el parlamento aparecía como un instrumento perverso del sistema cuya función era «engañar a los otros y, al engañarlos, engañarse a si mismo».
Marx admitía que en algunos países, destacadamente Gran Bretaña, y Holanda, y hasta los EEUU, la transición del capitalismo podría realizarse por medios pacíficos, pero consideraba extremadamente difícil reorientar radicalmente la «sabiduría parlamentaria» de modo que colocara al legislativo al servicio de objetivos antagónicos a los anteriores.
Reflexionando sobre la experiencia de las sociedades del este europeo donde durante mas de cuatro décadas estuvieron en el poder gobiernos que proclamaban su opción por el marxismo-leninismo, Meszaros concluye que «no basta demoler uno de los tres pilares del marco institucional heredados, porque de un modo u otro lo acompañan los restantes.
La actual crisis del capital, insiste, es una crisis global, que conduzirá a la muerte del sistema ou a la destrucción de la civilización.
La comprensión de esa evidencia es aún muy limitada. El control hegemónico del sistema mediático permitió después de la desagregación de la URSS persuadir a centenas de millones de personas, a través de la mistificación de la ideología, que la lucha de clases concluía, que el proletariado desaparecía y que el capitalismo iría a perdurar indefinidamente.
Entre tanto, la ofensiva contra lo que resta del Estado de «Bienestar Social», al iluminar la profundización de la crisis del capitalismo, demostró que la actual, diferente de anteriores, coloca a la humanidad frente a una crisis estructural de todas las instituciones políticas. No fue repentina. Su proceso de fermentación viene del comienzo de los años 70.
Para Meszaros el desenlace de la confrontación con el capital del conjunto de las fuerzas socialistas dependerá de transformaciones que ellas conseguirán introducir en la vida cotidiana dominada actualmente por ubicuas manifestaciones de las contradicciones subyacentes. En otras palabras de la habilidad para combinar en un todo coherente, con implicaciones socialistas definitivamente irreversibles una enorme variedad de exigencias y estrategias parciales que en si mismas no necesitan ser específicamente socialistas.
En ese sentido, subraya, «las exigencias más urgentes de nuestro tiempo, que corresponden directamente a necesidades vitales de una gran variedad de grupos sociales decentes, juntamente con las exigencias inherentes a la lucha por la liberación de la mujer y contra la discriminación racial son tales que, sin excepción, en principio, cualquier liberal genuino puede hacerlas suyas con convicción».
Pero, frente a las tendencias y contradicciones del capital, las exigencias de mudanza radical solamente pueden ser formuladas en la perspectiva de una alternativa socialista global. Por eso mismo la renovación creadora del marxismo, tal como la concebía Marx se vuelve imprescindible.
EL MITO DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA
Vuelvo al tema del Parlamento y de su papel instrumental en el sistema. El desmontaje de los mecanismos perversos de la democracia representativa es una exigencia de la lucha porque la mitología de la falsa democracia está tan anclada en la conciencia social que ejerce fuerte influencia en el lenguaje, en la mundivivencia y en las formas de lucha de muchos comunistas.
Las mudanzas que hemos testimoniado -señala Meszaros- «en el funcionamiento del propio parlamento -cambios que tienden a privarlo hasta de sus limitadas funciones autónomas del pasado- no pueden ser de manera circular en términos de la inestable maquina electoral y de las correspondientes practicas parlamentarias. Los portavoces de la hipostasiada soberanía absoluta del parlamento y sus embates teóricos con sus colegas parlamentarios en torno de la ilusión de la pérdida de soberanía para Bruselas (por ejemplo) están lejos de la verdad. Procuran soluciones para las deploradas mudanzas donde ellas no pueden ser encontradas, en los limites del propio dominio político parlamentario.»
La política es demasiado importante para que las fuerzas progresistas acepten que ella puede ser conducida por la llamada «clase política». La democracia autentica, participativa, nada tiene que ver con las democracias parlamentarias tuteladas por el capital.
Meszaros recuerda que cuando la burguesía concede a representantes de la izquierda el titulo de «grandes parlamentarios» debemos desconfiar. Esas personalidades políticas «aprendieron las reglas del procedimiento parlamentario» y, con ayuda de ellas, «continuaran llevando los asuntos desagradables». Entretanto, la verdad realmente desagradable es que los asuntos así llevados son invariablemente ignorados o declarados «fuera de agenda» por el propio Parlamento.
El pensador húngaro documenta esa realidad sobretodo con ejemplos del funcionamiento de la Cámara de los Comunes, el principio y modelo de la democracia parlamentaria. «Futilidades y marginación política son los criterios para ser promovidos al alto puesto de «gran parlamentario de izquierda». De ese modo algunos de ellos son admitidos en el atrio de la fama para colocar el sistema de democracia parlamentaria más allá y encima de toda la «critica legítima concebible».
En las últimas dos décadas los partidos socialdemócratas europeos, incluyendo aquellos que aún se dicen socialistas (Portugal, España, Grecia, etc.) no solamente rompieron con el marxismo como, adhiriéndose al neoliberalismo, se sienten orgullosos de administrar mejor de lo que los partidos conservadores, una economía capitalista moderna, moldeada por el neoliberalismo.
Afirma Meszaros -y me identifico con esa opinión- que «el papel principal de los partidos socialdemócratas (incluyendo antiguos partidos comunistas rebautizados) se limita hoy a entregar el trabajo al capital, y a utilizar al pueblo como forraje electoral para sus propósitos de legitimación espuria del status quo perpetuado bajo el pretexto del proceso electoral «abierto» y «plenamente democrático».
Esa tendencia viene de lejos. Cabe recordar que el viejo Partido Social Demócrata Alemán, cuando aún era revolucionario, comenzó a ceder en vida de Marx. Prometió entonces una «transformación social radical mediante la realización de reformas estratégicas hasta capitular abiertamente frente a las exigencias del expansionismo nacional burgués como irrupción de la Primera Guerra Mundial».
La promesa de instaurar el socialismo por medios parlamentarios estaba condenada desde el inicio. Era una imposibilidad transformar a través del parlamento «un sistema de control reproductivo social sobre el cual no tenían ni podían tener ningún control significativo».
Hoy, de caida en caida, la socialdemocracia contribuye activamente para que la legislación de los Parlamentos sea un instrumento de castración de los movimientos laborales y los derechos de los trabajadores. El papel regulador básico del parlamento burgués consiste en legitimar la imposición de normas de «legalidad constitucional» al trabajo que las desafía y simultáneamente persuadir al pueblo de que actuando así defiende la democracia. El objetivo no confesado es forzar al trabajo a someterse al capital.
Años atrás, cuando apenas iniciaba la lucha que lo llevaría a la presidencia, el venezolano Hugo Chávez -hoy el más popular líder revolucionario de América del Sur- repitiendo criticas de Rosseau a la farsa parlamentaria recordó que para los partidos tradicionales de su país, el único deber del pueblo era votar en las elecciones. Y después esperar que todo se resolviese. Sin ninguna participación popular. «Esos cantos de sirena -concluyo el actual presidente de la Venezuela Bolivariana- conducen a la pasividad a un pueblo que fue olvidando que las grandes gestas se hacen por el camino de los sacrificios, sustancia indispensable en la hora de proceder a las siembras de la historia. El acto del sufragio se transformo en principio y fin de la democracia».
El gran desafío de Chávez fue persuadir a su gente de que era posible desmantelar el sistema para que el pueblo soberano se convirtiese «en objeto y sujeto del poder».
Y eso ocurrió.
Los acontecimientos de Francia confirmaron que la rebelión de los excluidos der las periferias de las grandes ciudades de los paises capitalistas desarrollados pueden asumir aspectos amenazadores para el sistema.
Las guerras de Iraq y Afganistan son dos guerras perdidas pa los EEUU. Otra derrota oara el imperialismo estadounidense fue la que sufrio en Mar del Plata en donde los paises del Mercosur y Chavez hundieran el proyecto anexionista del Alca.
No se infiera de mi identificación con la critica de Meszaros a la farsa de la democracia representativa que pretendo retirar significado a la participación de las fuerzas progresistas en los procesos electorales. Esa seria una actitud irresponsable. Pienso por el contrario que la presencia de fuertes bancadas de los comunistas y sus aliados en los parlamentos es muy importante. Repetidamente, en artículos e intervenciones en Seminarios internacionales, he sustentado que en la lucha y en el desenmascaramiento de las dictaduras de la burguesía de fachada democrática todo se debe hacer para reforzar la presencia de representantes de partidos revolucionarios en las instituciones creadas por el sistema. En el caso portugués, la elección de los comunistas para la Presidencia de decenas de Alcadias demostró que en los municipios donde el pueblo les confiere la oportunidad de ejercer el poder, la transformación de la sociedad, a pesar de la habitual hostilidad del gobierno central, refleja casi siempre una humanización de la vida y la participación del pueblo como colectivo.
En el caso del Parlamento no existe la menor posibilidad en la Unión Europea para un partido progresista de llegar al gobierno. A menos que renuncie a los principios y se someta al sistema, a través de alianzas espurias. Ni por eso he de subestimar en Portugal la intervención de los comunistas. Más -insisto- la utilidad social de la presencia comunista en el Legislativo será siempre condicionada por el rechazo de concesiones a estrategias reformistas. La fidelidad al objetivo primero -el socialismo distante- exige inclusive la intervención parlamentaria en defensa de luchas reivindicativas de los trabajadores y la critica permanente a las políticas de los partidos en el poder. Pero exige paralelamente la denuncia firme del engranaje del propio sistema y el rechazo de ilusiones reformistas, de una mentalidad electorera. El capitalismo no es humanizable, tiene que ser destruido.
La credibilidad de un partido revolucionario entre los trabajadores no resulta de simples llamados a la movilización para luchas que exigen de ellos enormes sacrificios. Las masas solamente responden a tales apoyos cuando depositan una confianza casi ilimitada en las direcciones de las organizaciones revolucionarias, en la coherencia de su línea política, en la fidelidad a los principios enunciados.
Llevar al pueblo portugués, como a otros, a tomar conciencia de que la actual crisis global de civilización colocó a la humanidad en el umbral de un viraje de desenlace imprevisible es una tarea gigantesca. Ella implica en primer lugar la necesidad de que muchos millones de personas consigan superar el envenamiento resultante de un sistema mediático monstruoso que desinforma y deforma.
En la gran batalla contra el capitalismo, golpeado por su crisis estructural, el pasaje de la defensiva a la ofensiva, imprescindible en el combate frontal al sistema, exige -cito a Meszaros- «el desarrollo de un movimiento extraparlamentario como fuerza condicionante total del propio parlamento. Y del marco legislativo de la sociedad trasnacional en general. Tal como están las cosas hoy en día, el trabajo como antagonista del capital se ve forzado a defender sus intereses no solo con una, sino con ambas manos amarradas en la espalda».
Una de ellas es atada por fuerzas ostensiblemente hostiles al trabajo, la otra por las políticas reformistas de los sindicatos y, en los países de Europa Occidental, de la mayoría de los partidos obreros (El Partido Comunista Grego y el Partido Comunista Portugués constituyen casi las únicas excepciones)
No seamos románticos. El poder extraparlamentario del capital solamente puede ser enfrentado por la acción de los trabajadores, y que de estos antes de otros el combate al reformismo parlamentario de casi la totalidad de las organizaciones sindicales.
Vale la pena citar palabras de Rosa Luxemburgo:
«el parlamentarismo es la fuente de todas las tendencias oportunistas hoy existentes en la socialdemocracia occidental (…) el le proporciona la base de ilusiones del oportunismo, en moda, tales como la sobrevaloración de las reformas sociales, la colaboración de la clase y del partido, la esperanza del avance pacifico del socialismo, etc. (…) Con el crecimiento del movimiento laboral, el parlamentarismo se convirtió en trampolín para los políticos profesionales. Por eso mismo tantos ambiciosos fracasados de la burguesía corren en tropel para juntarse bajo las banderas de los partidos socialistas (…) El objetivo es disolver el sector actuante del proletariado en masa amorfa en un electorado».
Transcurrieron casi 90 años, el mundo cambió profundamente, pero el desafio de Rosa no perdió actualidad.
Hoy la lucha contra el capitalismo es diferente de la que entonces se libraba en múltiples aspectos. En primer lugar porque éste, en su ultima fase, está herido de muerte, por más lenta que pueda ser su agonía. En segundo lugar porque, en la tentativa desesperada para sobrevivir, su estrategia pone en riesgo la continuidad de la propia vida en la tierra. Es a la humanidad colectivamente que el funcionamiento del sistema amenaza. Incapaz de encontrar solución para su crisis estructural y reconstituir con éxito las condiciones de dinámica expansionista, el capital representado por su polo imperialista más agresivo, desencadena guerras genocidas y promueve el saqueo de recursos naturales en escala sin precedentes.
Pasar por lo tanto de la defensiva a la ofensiva es una exigencia del tiempo que vivimos, impuesta a las fuerzas y partidos para los cuales la alternativa a la barbarie es el socialismo.
Serpa, 11 de Noviembre del 2005.
www.resistir.info publicará en breve el ensayo de Istvan Meszaros a que se refiere Miguel Urbano Rodrigues
Traducción: Pável Blanco Cabrera