Han pasado 15 años desde aquel «¡Ya Basta!» que transformó de manera radical las formas de hacer política de los movimientos sociales en el mundo. Pero, ¿cuáles son esos aportes del zapatismo? UNA ÉTICA, UN MÉTODO. El zapatismo incorpora una ética en la que no hay manera de distinguir fines y medios. En el que […]
Han pasado 15 años desde aquel «¡Ya Basta!» que transformó de manera radical las formas de hacer política de los movimientos sociales en el mundo. Pero, ¿cuáles son esos aportes del zapatismo?
UNA ÉTICA, UN MÉTODO. El zapatismo incorpora una ética en la que no hay manera de distinguir fines y medios. En el que resultado final y proceso tienen la misma importancia. Un método sostenido por la pregunta y la consulta permanente, que pone toda su atención en la propia dinámica comunitaria y de construcción del movimiento. Resitúa el método y la forma del conflicto social, no a través de la oposición frontal a una determinada forma de ejercer el poder, sino a partir de la apertura de procesos colectivos que obligan al propio poder a redefinirse o que constituyen en sí mismos formas autónomas de poder. «Mandar obedeciendo» y «Caminar preguntando» son dos de los planteamientos que atraviesan los nuevos espacios sociales a partir de su aparición.
UN LENGUAJE. Los zapatistas resaltan que uno de los espacios fundamentales de producción de organización social y conflicto, es el comunicativo. Su lenguaje nace de una investigación profunda en sus propios mitos, es una obsesión por hacerse comprensible a partir de sus propias comunidades. Desenterrar del mito de la nación mexicana las imágenes que componen el común de un lenguaje colectivo y mezclarlo con la singularidad indígena. También es importante su capacidad para gestionar la ausencia de comunicación, los tiempos de silencio. Otro de los aportes más interesantes es quizás la introducción del humor, la ironía y la paradoja.
UNA FORMA ORGANIZATIVA. La organización de las reivindicaciones en torno a demandas (salud, tierra, libertad, etc), que luego se van construyendo en el proceso de resistencia comunitaria, indica una concepción de la organización que no apela a lo trascendente, ni pide nada a otras instancias que deben legitimarlo, sino que se ejerce a partir de la inmanencia, de lo concreto. No es posible entender la organización zapatista sin recordar la constante presencia de las mujeres en los procesos centrales de toma de decisiones, los esfuerzos por construir una organización igualitaria y desarrollar la autonomía de las mujeres y sus propios espacios de construcción comunitaria. UN TIEMPO Y UN ESPACIO. Otra de las aportaciones nace de estar donde no se le espera, de resultar imprevisible. Esa capacidad de territorializar su experiencia y a la vez producir redes de forma constante y utilizar a su favor el factor sorpresa, los convierte en una especie de magos de la gestión de un espacio y un tiempo propios.
LA REBELDÍA Y EL FIN DE LAS DICOTOMÍAS. Como conclusión, la aparición de la figura del rebelde como principal aportación del zapatismo a la práctica de los movimientos. Una figura que deconstruye tanto la figura del «reformista» como la del «revolucionario». El zapatismo es, en realidad, una deconstrucción de la mayor parte de las oposiciones de la izquierda del siglo XX: «Reforma/Revolución», «Violencia/Noviolencia», etc. Pero no podemos dejar de resaltar que el zapatismo no nace desconectado de sus propios filones ortodoxos y heterodoxos de acción política y sería injusto no recordar alguna de las constantes que lo conectan y nos conectan con una múltiple tradición de luchas. Ellos saben que no hay transformación sin conflicto social. No hay conflicto social sin sujetos. No hay sujetos sin procesos organizativos.
Guillermo Zapata, del EPA Patio Maravillas de Madrid