Irak, Afganistán, Palestina y Libia están en ruinas, aplastados por las pesadas botas del imperialismo occidental. Pero nos dicen que tengamos miedo de China. Todas las naciones de Indochina fueron bombardeadas hasta devolverlas a la edad de piedra, porque los semidioses occidentales no estaban dispuestos a tolerar, y pensaban que no debían tolerar, lo que […]
Irak, Afganistán, Palestina y Libia están en ruinas, aplastados por las pesadas botas del imperialismo occidental.
Pero nos dicen que tengamos miedo de China.
Todas las naciones de Indochina fueron bombardeadas hasta devolverlas a la edad de piedra, porque los semidioses occidentales no estaban dispuestos a tolerar, y pensaban que no debían tolerar, lo que alguna no-gente en Asia realmente ansiaba. Vietnam, Camboya, Laos -millones de toneladas de bombas lanzadas desde B-52 estratégicos, bombarderos en picado, y desde cazabombarderos. Las bombas que caían llovían sobre el campo prístino asesinando a niños, mujeres, y búfalos de agua, millones murieron. No hubo disculpas, no se aceptó la culpa y no hubo compensación por parte de las naciones culpables.
Indonesia, líder del mundo no alineado, con un inmenso Partido Comunista constitucional, fue destruida por el golpe de 1965, por la alianza de gobiernos occidentales, militares fascistas indonesios y las elites, así como por religiosos fanáticos de la mayor organización musulmana, UN. Murieron entre 2 y 3 millones de personas, incluidas las pertenecientes a la minoría china. Maestros, artistas, pensadores, todos asesinados o silenciados. En este caso, el imperialismo creó una nación sumisa, casi carente de base intelectual; incapaz incluso de analizar su propia caída.
Pero ahora nos ordenan que seamos conscientes del ascenso de China.
Latinoamérica: violada una y otra vez, de México a la República Dominicana, de Cuba a Granada, Panamá, Haití, Brasil, Argentina, Colombia y Chile. Durante años, décadas y siglos. Casi todos los países de Centroamérica y Suramérica, así como en el Caribe, fueron asolados en algún punto de la historia, por la implementación racista e indignante de la «Doctrina Monroe».
Los recientes golpes contra los gobiernos progresistas de Honduras y Paraguay fueron implementados bajo el ‘suave liderazgo’ del supremo líder liberal de Occidente y «defensor de la democracia global» el presidente Barack Obama.
¡Pero nos dicen que hay que contener a China! No a nosotros -no a Occidente- sino a China.
En Medio Oriente, reinos y emiratos enteros se desviven compitiendo entre ellos por quién será el colaborador más servil de los intereses occidentales, quién aceptará más bases militares de EE.UU. en su territorio, quién matará, arrestará o torturará más gente, a los oponentes a la dictadura global de Occidente.
Pero es China, naturalmente, la que pone en peligro de modo inaceptable el derecho ancestral europeo y estadounidense de reinar sobre el mundo. O, para ser más preciso, el ‘peligro’ es compartido por China, Rusia y Latinoamérica, tres sitios que logran liberarse de las cadenas occidentales y avanzar por sus propios caminos políticos, sociales, culturales y de desarrollo. ¡Sean lo que sean, pero suyos!
Pero China es el ‘peor’, porque esos russkies y latinos todavía parecen blancos, por lo menos en su mayoría. Pero imaginar que el país más importante del mundo esté firmemente ubicado en Asia sería inimaginable, inaceptable y verdaderamente sacrílego.
En África, que por cierto no tiene mucha importancia, tal como está, ante los ojos de multinacionales y gobiernos occidentales, habitada por la más humilde especie de ‘no-gente’ (para usar el léxico de Orwell), enormes áreas geográficas y culturas han sido saqueadas, divididas, debilitadas, prácticamente anuladas. Se erigieron fronteras ridículas, grandes líderes populares como Patrice Lumumba del Congo, fueron asesinados. Maníacos asesinos como Paul Kagame y Museveni fueron entrenados en y por Occidente, armados y llevados al poder, luego enviados a diversas misiones; para saquear y mantener el orden por cuenta de los intereses occidentales.
El Congo perdió unos 10 millones de personas durante el reinado del rey genocida belga Leopoldo II (actualmente héroe nacional de Bélgica, celebrado por innumerables estatuas en toda Bruselas). Actualmente pierde una cantidad semejante, mientras los protegidos militares de Washington y Londres en Ruanda y Uganda invaden libremente, derrocan gobiernos y saquean esa vasta y maltratada nación vecina.
Somalia prácticamente ya no existe, dividida por la fuerza, e invadida regularmente por aliados de Occidente, Kenia y Etiopia. Los europeos vierten desechos tóxicos cerca de su costa y luego se muestran indignados por la piratería, una justificación más para la continua militarización de toda la región. La orgullosa ‘Cuba africana’ -Eritrea- es torturada por sanciones; mientras el país/base militar Yibuti ha sido glorificado y mimado, convertido en un contaminado, frustrado y grotesco símbolo del militarismo francés y estadounidense, del imperialismo occidental, en la región en la que nació la raza humana.
En África Occidental, en Argelia, en Angola y Namibia, en el Congo y Somalia, y en docenas de países más de África, decenas de millones de personas han sido masacradas por los imperialistas occidentales en los Siglos XX y XXI. Y la horrenda cuenta no fue mejor en las eras precedentes, con un holocausto directo contra las poblaciones nativas, con genocidios como el realizado por los alemanes en lo que es ahora Namibia, con esclavitud, tortura, violaciones y el desprecio total por las vidas humanas no blancas.
¿Pero hace un legado semejante que las naciones occidentales sean más humildes, reflexivas y apologéticas? ¿Existe por lo menos un cierto pathos de profunda culpa que cause esperanza de reconciliación global? No, ¡lejos de eso! No hay remordimientos en Londres, París, Berlín, Bruselas y Washington, en el campo francés, en el Medio Oeste o el Sur de EE.UU. O si existe, está concentrado en pequeñas áreas, sobre todo urbanas, desconectadas de la corriente dominante.
¡Pero a China la culpan ahora de ‘hacer negocios’ con dictadores africanos! Y el aparato propagandístico occidental, los medios noticiosos locales, de propiedad y ‘capacitados’ por Occidente, fabrican, inflan e implantan la culpa de China en los cerebros de la gente en todo el mundo.
Por ejemplo, un accidente minero en Zambia. Cada vez que está involucrada alguna compañía china, la situación se exagera hasta que adquiere proporciones tremendas. El resultado es que docenas de personas muertas debido a negligencia son puestas al mismo nivel que docenas de millones que murieron debido al salvaje imperialismo occidental, la trata de esclavos, el colonialismo y el neocolonialismo.
Las mismas tácticas propagandísticas se utilizan en todo el mundo. Por ejemplo, el Instituto Goethe en Yakarta, Indonesia, no hace mucho, organizó una exposición fotográfica de trabajadores polacos en Gdansk chocando con la policía, en los días de Solidaridad. Entonces murieron algunas personas. ¡Pero el Instituto Goethe no organiza exposiciones conmemorando los millones de comunistas, ateos, intelectuales y chinos que murieron en 1965 y después en Indonesia! Es casi como decir: «Veis, esos 3 millones de indonesios tuvieron que ser sacrificados, para impedir el escenario en el cual 30 personas fueron muertas posteriormente en Polonia». Una lógica interesante. Pero, apoyada por montañas de dinero, ¡funciona!
En Oceanía -en Polinesia, Melanesia y Micronesia- los británicos, estadounidenses, franceses, españoles, alemanes y otros amos coloniales, aplastaron y luego remodelaron el complejo universo que solía pertenecer a la gente altiva que habitaba decenas de miles de islas, islotes y atolones del Pacífico Sur.
Los habitantes locales fueron luego efectivamente llevados a la esclavitud; sus reinos, sus entidades geopolíticas fueron primero divididos en colonias y luego en naciones-Estado. Sus líderes fueron asesinados, marginados, amenazados y finalmente corrompidos y comprados.
Las naciones occidentales libraron batallas por las islas, realizaron experimentos nucleares a costa de la gente local, y luego inventaron una denominada ‘doctrina de disuasión estratégica’, para asegurarse de que ningún barco ‘enemigo’, ninguna idea inadecuada o ideología antiimperialista entrara en ese tremendo universo, que se extiende sobre un área interminable de agua.
Al fin construyeron inmensas bases militares; estadounidenses, británicas y francesas; descargaron todo tipo de desechos tóxicos y prístinos atolones como Kwajalein, fueron convertidos en terrenos de prueba de misiles.
Desechos, radiación, comida chatarra; todo condujo a innumerables emergencias médicas que adquirieron tal dimensión que solo el cambio climático y el consiguiente aumento del nivel del agua del mar han podido ser considerados de modo realista como una mayor amenaza para la supervivencia de la gente y de los Estados de Oceanía.
Viví en el Pacífico Sur durante más de 4 años, viajé y trabajé en todos los países del lugar, excepto en Niue y Nauru. Escribí sobre la lucha de los isleños que habitan el Pacífico Sur en mi libro de ensayo Oceania.
Varios países -Kiribati, las Islas Marshall, los Estados Federados de Micronesia, así como las varias islas y atolones que ahora pertenecen a otros Estados- se están volviendo rápidamente inhabitables. El agua de mar pasa por sus zonas de baja altitud y la vegetación está muriendo.
Occidente, responsable de la mayor parte de la contaminación, la emisión de dióxido de carbono y el calentamiento global, no ha hecho casi nada para salvar a esos países de la desaparición.
La ayuda exterior que están donando EE.UU., la UE, Australia y Nueva Zelanda, es a menudo tan dañina como los propios gases tóxicos. Se utiliza habitualmente para corromper a los funcionarios de los gobiernos locales; para pasearlos en avión por el mundo, arraigando la denominada ‘mentalidad per-diem’. Doblegados y corruptos, los gobernantes locales no demandan verdadera compensación y soluciones reales para sus países sufrientes. La ‘ayuda exterior’ también se utiliza para pagar expertos extranjeros a fin de que visiten, ‘analicen’ y escriban innumerables y casi siempre fútiles informes. Todo eso, solo para crear la percepción de que se está haciendo algo; ¡y para asegurarse de que jamás se haga!
La gente de Oceanía no quiere que la evacúen; la mayoría quiere luchar por la supervivencia de sus islas. Hablé con ellos: en Kiribati, Tuvalu, FSM, RMI y otros sitios. Pero Occidente y los gobiernos locales insisten en proyectos idiotas de evacuación, por muchas razones negativas.
En cierto momento, China comenzó a ayudar, con el espíritu del internacionalismo; como debe hacerlo un país socialista. Puso manos a la obra y comenzó a construir escuelas, hospitales, edificios gubernamentales, carreteras y estadios; así como muros de protección y otra infraestructura pesada para defender áreas pobladas en peligro.
Occidente atacó de inmediato todos esos esfuerzos, inyectando nihilismo y envileciendo todo lo puro y decente. La primera etapa de la propaganda occidental, la misma que se ha usado en África y otros sitios, consistió en una andanada de mensajes negativos de que China no ‘hace, jamás, algo por altruismo’; simplemente sigue sus propios tenebrosos intereses y propósitos egoístas.
Las frases ‘filosóficas’ y propagandistas son predecibles y simples: «Si somos basura, si nuestra cultura nos envía a saquear y esclavizar el mundo, hay que convencer a la humanidad de que otros tienen la misma esencia que nosotros. De esta manera, lo que estamos haciendo no se considerará extraordinario. ¡Somos todos humanos, de todas maneras!»
Es basura, por supuesto, e incluso personas como Gustav Jung consideraron la cultura occidental como excepcionalmente agresiva, una especie de patología. Pero, como lo probaron muchas veces propagandistas occidentales como Joseph Goebbels y Rupert Murdoch, si la propaganda se repite mil veces y corrompemos y pagamos a suficientes sujetos en todo el mundo para que repitan lo que les decimos, la basura se convierte en relucientes diamantes de veracidad, y eventualmente en incuestionable sabiduría común.
Pero volvamos a China y Oceanía:
Cuando la guerra relámpago para desacreditar China no dio resultado, o por lo menos fracasó en los países que se beneficiaban de la ayuda china, Occidente inventó una estrategia singular: fue a Taipei y comenzó a ‘alentar’ a Taiwán para de que se ‘involucrara’. Los taiwaneses estaban dispuestos y disponibles y comenzaron a ofrecer sobornos a los dirigentes de Oceanía, a cambio del reconocimiento de Taiwán como país independiente. Una vez que Taiwán es ‘reconocido’, algo que incluso EE.UU. o la UE se niegan a hacer, en la mayor parte de los casos China toma represalias rompiendo las relaciones diplomáticas.
Y ese era, indudablemente, el plan de las antiguas y astutas potencias coloniales.
Mientras los países que no abandonaron a China, como Samoa, obtuvieron sus diques marinos protectores, estadios y edificios del Parlamento construidos en solidaridad y con optimismo socialista, países como Kiribati, un sitio que se podría describir fácilmente como uno de los verdaderos casos perdidos de Oceanía, fueron inundados de nihilismo infligido por Taiwán. El dinero llegó, pero no a la gente; sino a los profundos bolsillos del gobierno.
Mientras pequeños países enteros de Oceanía están cerca de la extinción, sus dirigentes, en su mayoría educados y entrenados en Australia y EE.UU., están ocupados vendiendo sus votos en las Naciones Unidas: votando en apoyo a la ocupación de Palestina por Israel, en apoyo a invasiones de EE.UU. en todo el mundo o contra las resoluciones ecológicas que podrían tener un efecto directo positivo sobre la situación de sus países.
«Un día me acorraló un equipo de la televisión israelí», me dijo un sacerdote en la capital de los Estados Federados de Micronesia (FSM). «El público israelí quería saber: ¿quiénes son esas criaturas que votan constantemente en apoyo a Israel, junto a EE.UU. y contra todo el mundo?»
Bueno, ¡son las mismas que reciben acorazados taiwaneses y sus tripulaciones que tocan himnos nacionales en las playas, y desfilan por doquier como maníacos, levantando banderas!
Y, a propósito, los que piensan que China no puede actuar con altruismo, deberían leer a Fidel Castro y sus poderosas y agradecidas palabras, describiendo cómo Cuba fue rescatada por la nación china, después del ataque de demencia de Gorbachov y la exaltada orgía alcohólica de Yeltsin, alentada por Occidente, con la destrucción de la URSS y varios años terribles de saqueo sin oposición del mundo por el Imperio Occidental, como resultado.
Cuando los medios chinos me entrevistan, a menudo me hacen la misma pregunta: «¿Qué puede hacer China para apaciguar a Occidente?»
Y mi respuesta es siempre la misma: «¡Nada!»
La propaganda occidental no busca maneras objetivas de analizar a China; no busca la buena voluntad de China. Existe para tergiversar y dañar a cualquier país que insista en su propio modelo de desarrollo, en servir a su propio pueblo en lugar de sucumbir dócilmente a los intereses de Occidente y los de las compañías multinacionales.
Occidente trata de destruir a la China socialista como trató de destruir a Vietnam durante lo que llaman en Asia «La guerra estadounidense». Tal como hizo un tremendo esfuerzo para arruinar a Moscú, inmediatamente después de la Revolución de 1917, hasta el final. Como trató de destruir a todos los países que insistieron en sus propios principios: Cuba, Egipto, Indonesia, Chile, Nicaragua, Eritrea e Irán antes del Shah, por nombrar solo unos pocos.
Algunos, como Corea del Norte, fueron primero arrasados y luego llevados al extremo, obligándolos a radicalizarse para después ridiculizarlos y exhibirlos en las pantallas de televisión como unn ejemplo monstruoso de país gagá.
Es evidente lo que Occidente quiere hacer con China, y no es tan diferente de sus designios de la Guerra del Opio. El escenario perfecto sería una nación inhabilitada, dividida y sumisa, admiradora de Occidente. El mejor gobernante sería una especie de Yeltsin chino dispuesto a cometer traición, despedazar el país, abrirlo a oligarcas e intereses extranjeros, cancelar todas las aspiraciones sociales y atacar con bombas el Parlamento repleto de representantes del pueblo que todavía creen en el socialismo.
Entonces podríamos ‘hacer negocios con China’, y darle pleno apoyo ideológico y propagandístico.
Mi consejo usual a los medios chinos es: «¡Usad las cifras! ¡Las cifras están de vuestra parte!»
Pero parece que el equipo de propaganda de China no está a la altura de los apparatchicks occidentales.
China es demasiado tímida, demasiado blanda, como es en realidad todo el mundo, en comparación con los gánsteres políticos y económicos occidentales.
En una serie de golpes letales, Occidente puede bombardear un país, envenenar a su gente con uranio empobrecido, imponer sanciones que matan a cientos de miles de mujeres y niños indefensos, luego volver a bombardear el lugar, invadirlo, saquearlo y asegurarse de que sus propias compañías ganen miles de millones de dólares en un proceso de reconstrucción que en realidad no muestra ningún resultado concreto.
Una actitud semejante no puede ser equiparada por nadie; ni por China ni por la Unión Soviética, que siempre se aseguró de que sus Estados satélites tuvieran niveles de vida superiores a los de Moscú.
Si China no lo hace, lo haré yo, brevemente. Utilicemos cifras y mostremos al mundo, especialmente a esos ciudadanos occidentales ‘preocupados’ de cómo va realmente a China. Comparemos. Y hagámoslo sobre una base per cápita, el único camino justo.
¿Cuánta gente ha sido asesinada por Occidente más allá de sus fronteras desde la Segunda Guerra Mundial en el Mundo Árabe, en Asia Pacífico, en África, Latinoamérica, Oceanía?, en realidad casi por doquier. Calculé y mi cálculo conservador es entre 50 y 60 millones. Más de 200 millones en acciones indirectas.
China, algunos miles de personas en su invasión punitiva y errónea de Vietnam, después de que Vietnam liberó Camboya de los Jemeres Rojos. ¡Pero es lo peor que ha hecho China! Y se retiró rápidamente. ¡Y nunca bombardeó Vietnam hasta devolverlo a la edad de piedra!
Por lo tanto, supongamos que la invasión china haya costado 10.000 vidas, Occidente mató por lo menos 5.000 veces más gente que China. Matemática simple, ¿verdad?
¿Cuántos gobiernos fueron derrocados por Occidente, incluyendo los que fueron elegidos en procesos democráticos cuidadosos y entusiastas? No tengo paciencia para mencionarlos todos: Nicaragua, Chile, Brasil, República Dominicana, Indonesia, Irán, Zaire, Paraguay y docenas más Básicamente se destruyó todo gobierno que no fuera aprobado por las compañías y políticos occidentales.
China: cero.
¡Occidente dio realmente grandes lecciones de democracia al mundo!
Pero continuemos nuestras comparaciones.
¿Quién usa su veto contra las resoluciones de las Naciones Unidas sobre Palestina y otros temas internacionales cruciales?
¿Quién se coloca fuera del alcance de los tribunales internacionales de justicia, incluso amenazando con invadir Holanda en caso que se lleve a sus ciudadanos ante la corte internacional de La Haya?
¿Quién es el mayor contaminador, per cápita? China ni siquiera es comparable a las naciones escandinavas, y se convierte en la segunda amenaza ecológica, después de EE.UU., solo si se aplican cifras absolutas, un modo absolutamente extraño de utilizar estadísticas. Para usar la misma lógica, se concluiría que: ‘hay más personas que fuman en Francia que en Mónaco’.
Incluso el exvicepresidente de EE.UU., Al Gore, de quien no se puede decir que sea un enamorado de China, escribió que China tiene leyes de protección ambiental más duras que EE.UU.
Pero volvamos a la defensa, a esa ‘amenaza’ que China supuestamente plantea al resto del mundo.
Según el Instituto Internacional de Investigación de la Paz de Estocolmo (Anuario SIPRI 2012), EE.UU., con una población de 315 millones, invierte (oficialmente) cerca de 711.000 millones de dólares en gastos militares. Muchos analistas insisten en que la cifra es realmente de más de 1 billón [millón de millones] de dólares; otros dicen que el monto es aún superior que eso, pero incalculable por una compleja y opaca interacción entre el gobierno y el sector privado. Pero basémonos en las cifras oficiales y aceptemos, a modo de argumento, el cálculo más bajo de 711.000 millones de dólares.
Aliados cercanos de EE.UU. también son todos grandes gastadores; todos adquieren fervorosamente sus bombas nucleares, misiles y cazas jet: El Reino Unido con 63 millones de personas gasta 62.700 millones de dólares en ‘defensa’. Francia con 65 millones de personas, gasta 62.500 millones. Japón con 126 millones, desembolsa 59.300 millones de dólares, aunque oficialmente ni siquiera tiene ejército. Dos de los aliados más cercanos de Occidente en Medio Oriente, son aún más radicales:
Arabia Saudí con una población de 28 millones gasta 48.200 millones de dólares, e Israel con una población de solo 8 millones, gasta 15.000 millones de dólares, un monto proporcionalmente similar.
China, el país más populoso del mundo, con 1.347 millones de personas, gasta 143.000 millones de dólares, aproximadamente tanto como el Reino Unido y Francia juntos, ¡pero con una población que defender más de 10 veces superior!
Per cápita, EE.UU. gasta más de 21 veces más en defensa que China. El Reino Unido más de 9 veces y Arabia Saudí más de 16 veces.
Y hay que preguntarse: ¿De quién se ‘defienden’ Francia y el Reino Unido? ¿Podría ser de Andorra, Mónaco o Irlanda? ¿O tal vez contra ese remoto trozo de Europa, Islandia?
Al contrario, China, que ha sido atacada en varias ocasiones; que fue ocupada, colonizada y saqueada por potencias occidentales, notablemente por el Reino Unido y Francia (cuya barbarie en el saqueo de Pekín fue legendaria), se ve ante cientos de bombarderos estratégicos y misiles nucleares, desde las direcciones de Okinawa y Guam, desde las flotas de EE.UU. de la región y desde las bases de cercanas excolonias centroasiáticas de la antigua Unión Soviética.
EE.UU., en desafío de la constitución de las Filipinas, realiza ejercicios militares en la base Clark y otras instalaciones militares en el territorio de su antigua colonia. Tiene una fuerte presencia militar en Corea del Sur, a solo un paso de China, y hace propuestas abiertas y encubiertas a Vietnam, tratando, extrañamente, de alquilar algunas de sus antiguas bases, que se utilizaron por última vez durante la guerra. Y no es ningún secreto que Mongolia es ahora uno de los más incondicionales aliados occidentales, con miles de kilómetros de una larga frontera con China.
¿Qué justifica gastos militares tan diferentes entre Occidente y China?
La respuesta es ¡Nada! Como en el caso de la «Doctrina Monroe» Occidente no necesita ridículas justificaciones. Su presunción de superioridad racial y cultural, no expresada pero asumida, parece que basta para silenciar a todos los escépticos y críticos interiores.
Las elites, ‘intelectuales’ y medios de la mayor parte del mundo han sido entrenados y pagados para que se arrodillen y bajen la cabeza ante esa farsa evidente pero incuestionable.
¿Qué estoy haciendo? Formular estas preguntas no solo se considera inaceptable en Europa y EE.UU., ¡es descomedido!
Y China, muchas veces víctima de agresiones occidentales, se ve ahora a la defensiva, acusada de ‘demostrar su poderío’, a pesar de su presupuesto de defensa desproporcionadamente bajo y casi sin una historia de invasiones e imperialismo.
China se representa como una amenaza, mientras se posiciona hombro a hombro con la mayoría de las naciones progresistas latinoamericanas y con Rusia, bloqueando resoluciones de la ONU hechas para abrir la puerta a la invasión occidental de Siria.
A los ojos del régimen occidental, el intento de impedir una invasión equivale a un crimen supremo, casi similar a terrorismo. Los países que representan un obstáculo son vilipendiados utilizando la propaganda más virulenta.
Hay que recordar que la misma retórica fue usada por la Alemania nazi, durante la guerra. Miembros de toda la resistencia, guerrilleros y fuerzas opositoras se tildaban de terroristas. ¿Y quién puede olvidar los graves insultos reservados a las naciones que iban a ser atacadas? ¡O a la Unión Soviética que enfrentó a los nazis y terminó por derrotarlos!
Según mis investigaciones en la región, las fuerzas occidentales entrenan no solo a la ‘oposición siria’, sino también a yihadistas y mercenarios saudíes y cataríes, en lugares denominados ‘campos de refugiados’ en Turquía, cerca de Hatay, y en la base de la fuerza aérea de EE.UU. en Adana.
¿Pero quién perdonará a China, Rusia y Latinoamérica por tratar de impedir otro escenario horripilante al estilo libio?
Y luego, están esas Islas Spratly, esa proeza de la propaganda occidental.
Las islas Spratly podrían ser en realidad la única prueba de que China está ‘mostrando su poderío’, o de que está dispuesta a defender sus intereses.
El gobierno de las Filipinas, una excolonia estadounidense, está a la vanguardia de las duras críticas dirigidas contra China.
Fui a hablar con académicos filipinos, con importantes expertos en Manila, y logré entrevistar a varios de ellos.
Las opiniones eran generalmente similares, resumidas por Roland G. Simbulan, investigador y profesor de Estudios de Desarrollo y Administración Pública en la Universidad de las Filipinas, quien explicó:
«Hablando francamente, esas Islas Spratly no son importantes para nosotros. Lo que sucede es que nuestras elites políticas son evidentemente alentadas por EE.UU. para que provoquen a China, y también existe una gran influencia de los militares estadounidenses sobre nuestras fuerzas armadas. Yo diría que los militares filipinos son muy vulnerables a ese tipo de ‘aliento’. Por lo tanto EE.UU. alimenta constantemente esas actitudes antagónicas. Pero continuar con ese tipo de actitud podría ser desastroso para nuestro país. Esencialmente, estamos muy cerca de China, geográficamente y en general».
En Vietnam, EE.UU. explota claramente antiguas rivalidades, creando enemistad entre dos Estados socialistas.
Y luego el tema de los derechos humanos.
De nuevo comparemos.
Hay más gente en las cárceles en EE.UU. que en China. No solo más, sino incomparablemente más.
Según el Centro Internacional de Estudios Penitenciarios, EE.UU. tiene más personas en cárceles, que cualquier otra parte del mundo: ¡730 por cada 100.000 habitantes! De 221 países y territorios de los que se obtuvieron datos, China se encuentra en el lugar 123, con 121 prisioneros por cada 100.000 habitantes. Es seis veces menos que EE.UU., e incluso menos que Luxemburgo (que ocupa el puesto 120 con 124 prisioneros por cada 100.000 habitantes) o Australia (ocupa el puesto 113 con 129 prisioneros por cada 100.000 habitantes).
Es un hecho conocido que en EE.UU. muchas prisiones están privatizadas y se mantiene a los prisioneros básicamente como mano de obra gratuita o barata. Si no es una violación de los derechos humanos mantener a millones de personas en las cárceles por delitos de menor cuantía, solo para mantener repletos los cofres de compañías privadas, ¿qué lo es?
La tortura es aceptada y utilizada por interrogadores estadounidenses de todo el mundo.
China todavía ejecuta a más personas que EE.UU., incluso en una base per cápita, lo que es deplorable, pero la cantidad de ejecuciones está disminuyendo en China, ya que se reduce la cantidad de crímenes penados con la muerte.
Pero mientras la pena de muerte en China se menciona frecuentemente en conexión con las violaciones de los derechos humanos, pocas veces se señala que EE.UU. realiza ejecuciones extrajudiciales en varias partes del mundo, incluidos Afganistán y Pakistán, donde utiliza drones, para atacar arbitrariamente a presuntos terroristas, incluyendo a mujeres y niños.
¿Y el último argumento propagandístico, el Tíbet? Si comparamos la situación con la de los territorios regidos por los aliados occidentales, como Indonesia e India, llegamos a conclusiones muy incómodas.
El régimen de India en Cachemira solo puede describirse como una verdadera carnicería; el régimen indonesio en Papúa, con más de 120.000 muertos (un cálculo muy conservador) no se diferencia de un genocidio.
Pero India e Indonesia nunca se describen como naciones que deberían cambiar su historial de brutales violaciones de los derechos humanos. Tampoco se describen las naciones occidentales según sus innumerables crímenes contra la humanidad en todos los continentes.
¿Valen solo los derechos humanos para los que viven al interior de un país? ¿No son ‘humanos’ los 50, 60 o 200 millones que Occidente asesinó, sobre todo en países pobres?
Es ridículo afirmar que el racismo no juega ningún papel en la forma de mostrar a China.
Tengo amigos, que de otra manera son hombres y mujeres sensatos y progresistas, quienes, cuando se menciona a China, no escuchan y comienzan a gritar: «No, no quiero ir a ese país. ¡Es terrible!»
Comunistas, socialistas, o capitalistas, el éxito de las naciones asiáticas nunca se toma a la ligera en Occidente.
Quién podrá olvidar el sarcasmo y la «desconfianza» dirigidos a Japón cuando sobrepasó, económica y socialmente, a la mayoría de las naciones europeas. Y hasta ahora, cuando alguien menciona que Singapur tiene muchos indicadores sociales que son mejores que los de Australia, él o ella son inmediatamente recibidos por estallidos derogatorios, dirigidos a la tropical ciudad-Estado.
Tanto Singapur como Japón son fieles aliados occidentales y economías de mercado altamente desarrolladas integradas en el sistema capitalista global.
China es diferente. Desarrolla su propio modelo; está abriendo y creando su propio camino por territorio desconocido. No está dispuesta a seguir órdenes de otros. Es demasiado grande, su cultura demasiado antigua.
En el pasado, como Japón, China estaba cerrada, viviendo en su propio dominio, nunca agresiva hacia otros, sin ambiciones expansionistas.
Los occidentales llegaron y la obligaron a abrirse. Lo que siguió fueron baños de sangre y engaños, confusión y un largo período de humillación nacional y marasmo.
Luego vinieron la lucha por la independencia y la revolución. No fue fácil, ni sin problemas, pero China volvió a crecer, comenzó a ponerse de pie, educando a su pueblo, suministrando vivienda y salud a los pobres.
Siguió su propio camino; un modo complejo de equilibrio entre su propia cultura y las condiciones globales, entre el socialismo y la realidad capitalista que domina el mundo.
Sufrió algunos reveses pero tuvo muchos más logros. Y en realidad no «creció» realmente; solo comenzó a recuperar su justo sitio en el mundo, un sitio que le fue negado durante tanto tiempo, después de años de saqueo y de invasiones debilitantes.
Es en general una nación benigna habitada por gente de buen corazón. Casi todos los que conocen China están de acuerdo.
Pero también es una nación extremadamente determinada y orgullosa. Es sabia y busca la armonía, siempre está dispuesta al compromiso.
Tratar de arrinconarla, de provocarla, de atacarla, sería insano, casi suicida. Esta vez China no cederá, no cuando tenga que ver con temas esenciales. Todavía está fresca la memoria de lo que ocurrió cuando lo hizo.
Occidente, cegado por el temor de que podría perder los privilegios del dictador, hace lo impensable: meter una barra de hierro en la boca del dragón. Aquí en Asia, los dragones son respetados y queridos, criaturas míticas de gran sabiduría y poder.
Pero los dragones también pueden ser fieros cuando se rompe la buena voluntad y los invasores amenazan con asolar la nación.
China crece y trata de comprender el mundo, de interactuar con él. Su pueblo se entusiasma con lo que ve; quiere ganar amigos.
Occidente actúa del modo más antagonista: vuelve a provocar una carrera armamentista, utiliza la propaganda más virulenta, corrompe naciones enteras en Asia y Oceanía para que adopten una posición anti China.
Es comprensible que Occidente no haya sacrificado esos millones de personas, en todo el mundo, solo para abandonar su control dictatorial y exclusivo del poder. No destruyó docenas de países que buscaban la libertad, no bombardeó a decenas de millonesde personas para ceder ahora.
En el futuro no se puede excluir un enfrentamiento, y es obvio quién tendrá la culpa.
China no abandonará su camino. No habrá un Yeltsin chino. Al mostrarse firme, China da un ejemplo al mundo.
Al escribir estas palabras, Latinoamérica está resistiendo y venciendo. Rusia resiste mientras busca su propia dirección. Otros pueden sumarse. África sueña con la resistencia, pero todavía no se atreve; todavía está demasiado dañada. Los países árabes se atreven, pero todavía no han decidido en qué dirección orientar sus sueños.
Pero aumenta el descontento con las botas que aplastan la libertad. Y China no es quien se las pone.
La irracionalidad y el racismo de Occidente pueden ser contraproducentes.
Andre Vltchek ( http://andrevltchek.weebly.com/) novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. Su libro sobre el imperialismo occidental en el Sur del Pacífico se titula Oceania y está a la venta en http://www.amazon.com/Oceania-André-Vltchek/dp/1409298035. Su provocador libro sobre la Indonesia post Suharto y su modelo fundamentalista de mercado se titula Indonesia: The Archipelago of Fear , http://www.plutobooks.com/display.asp?K=9780745331997. Recientemente produjo y dirigió el documental de 160 minutos Rwandan Gambit sobre el régimen pro occidental de Paul Kagame y su saqueo de la República Democrática del Congo, y One Flew Over Dadaab sobre el mayor campo de refugiados del mundo. Después de vivir muchos años en Latinoamérica y Oceanía, Vltchek vive y trabaja actualmente en el Este de Asia y África.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/01/04/the-irrational-racist-fear-of-china/
rCR