Recomiendo:
0

El terrorismo ruso y la política del poder

Fuentes: Znet

Traducido por Germán Leyens. Dentro del caos general que reina en Rusia, el régimen de Putin utiliza según su conveniencia los actos terroristas. Las luchas intestinas en todos los terrenos de las actividades política, económica, militar y de seguridad complican aún más la situación

A comienzos de este verano, el Kremlin ha estado poniendo orden en las así llamadas agencias del poder (siloviki). La destitución del general Anatoly Kvashnin como jefe del Estado Mayor impresionó a los expertos. A un extremo del espectro, los analistas argumentaron que la decisión debería haberse adoptado mucho antes, mientras al otro extremo, muchos sostuvieron que tendría poco o ningún efecto.

Como de costumbre, la mayoría de los comentaristas asociaron la remoción de Kvashnin con problemas dentro del ejército. No cabe duda de que el Kremlin estaba preocupado por la situación en el ejército – de otra manera no hubieran rodado las cabezas – pero el Kremlin estaba preocupado por el estado del ejército sólo en un sentido puramente burocrático, no profesional. Nadie fue castigado o ascendido por su actividad profesional.

El tema no es el curso de las operaciones militares en Chechenia o el progreso de la tan cacareada reforma militar. El único problema real que había que resolver era que, a pesar de la lealtad de Kvashnin al ministro de defensa Sergei Ivanov, el equipo del presidente Vladimir Putin no tenía pleno control de todo el complejo militar, de seguridad y del mantenimiento del orden.

Durante los últimos cuatro años, el Kremlin ha dejado bien claro a todos los involucrados que no basta con la simple lealtad. En último análisis, el equipo de Putin no tiene confianza en nadie si no en sí mismo. El «civil» Ivanov, que como Putin sirvió en el brazo de inteligencia externa del KGB, también ha debido confrontar la solidaridad de los jefazos del ejército. Kvashnin no era verdaderamente un auténtico general, ya que se graduó en una universidad no-militar y «entró a hurtadillas» al ejército por la puerta trasera, según la opinión de muchos militares profesionales. Pero comparado con el antiguo chequista Ivanov, Kvashnin parecía genuino.

Ahora, el comando de las fuerzas armadas ha sido unificado. Y lo próximo será la inteligencia del ejército (GRU) que hasta hace poco existía en su mundo protegido. La hostilidad mutua entre las inteligencias militar y civil es bien conocida, y apareció por primera vez en la era soviética. Ahora se han sumado las rivalidades comerciales. El servicio de la ideología o de los intereses del Estado es algo del pasado.

Quedan sólo vagos recuerdos de la ética colectiva de los servicios de seguridad, que son cada vez más dominados por un espíritu de libre mercado. Agentes entrenados en la vigilancia sirven ahora a clientes privados. Los que fueron entrenados en municiones ganan su dinero haciendo volar lo que venga. El sistema cerrado de estas agencias facilita que los agentes laven dinero de sus dudosos pluriempleos a través de gente de confianza y de misteriosas compañías dentro del país y afuera.

Como dijo recientemente un experto militar, la inteligencia militar se está convirtiendo gradualmente en una confederación desorganizada, mal dirigida, de varias pandillas y compañías. La llegada del equipo del Kremlin significará una nueva lucha por esferas de influencia. Tenemos una idea bastante buena sobre cómo este tipo de cosas ocurre en la mafia, ¿pero cómo resultará en los servicios de seguridad y en las numerosas organizaciones relacionadas con ellos?

No veremos batallas abiertas ni el uso de artillería pesada, por cierto. Y se presentarán cada vez más informes dudosos en la cadena de comando, igual que antes. Pero se perderá por completo todo control.

Inmediatamente después de que comenzara esta reestructuración de las agencias del poder, escribí en «The Moscow Times» que en esta situación no tenía sentido hablar de una guerra contra el terrorismo: «Toda clase de incidentes desagradables ocurrirán con creciente frecuencia, suministrando a los periodistas interminables oportunidades para adivinar cuándo los verdaderos extremistas tienen algo que ver y cuándo están frente a una provocación. Y con la excepción de otros problemas inesperados, los que están en el poder recuperarán tarde o temprano el control de la situación, se ocuparán de los alborotadores y reorientarán los flujos de ingresos. Pero para eso se necesita tiempo, algo que los amigos del Kremlin simplemente no tienen».

Por desgracia, estos pronósticos se realizaron bastante rápido. Los rusos creen que agosto es un mes fatídico. En 1991, golpe; en 1998, quiebra; en 2000 el desastre del submarino Kursk, todo eso ocurrió en agosto. También los ataques terroristas de 1999. Cinco años después de los horrendos ataques con bombas contra los edificios de apartamentos en Moscú y otras ciudades, dos aviones de pasajeros se estrellaron la semana pasada, matando a todos los 90 pasajeros a bordo. Más tarde, una bomba estalló en Moscú matando a 9 personas. Y un día después, el 1 de septiembre los terroristas en Beslan tomaron a 354 personas como rehenes, la mayoría niños. Pero la diferencia entre la reacción de las autoridades en 1999 y ahora es sorprendente. En 1999, la tormenta todavía no se había calmado después de las explosiones y ya los funcionarios nos explicaban en gran detalle que los terroristas habían colocado las bombas. Nos dijeron quienes eran los culpables y dónde encontrarlos. Resultó después que la reacción del gobierno había sido cuidadosamente planificada de antemano – como la invasión de EE.UU. en Afganistán.

Esta vez, sin embargo, las autoridades repitieron obstinadamente que no se había encontrado evidencia de un ataque terrorista, ignorando los informes de testigos oculares. En su lugar, murmuraron algo sobre combustible de mala calidad. Sólo cuando se dieron cuenta de que el público creía a pesar de todo que los culpables eran terroristas, los expertos oficiales anunciaron a regañadientes que se habían encontrado trazas de hexógeno en los escombros de los dos aviones.

Los funcionarios eran los mismos como hace cinco años, pero en una situación muy similar hicieron exactamente lo contrario. ¿Qué cambió? Lo más probable es que hayan cambiado los responsables por los atentados. De una u otra manera, los atentados de hace cinco años se ajustan perfectamente a la gran estrategia del régimen. Lo que no es evidentemente el caso con los atentados a los aviones.

Solía ser que los terroristas los que reivindicaban la responsabilidad por sus acciones y que formulaban exigencias. Actualmente, son las autoridades las que ofrecen las explicaciones. Los funcionarios del gobierno nos dicen quién es responsable por los ataques terroristas y lo que los perpetradores esperaban lograr. El gobierno y los servicios de seguridad hablan por los terroristas, misteriosamente silenciosos, funcionando como una especie de servicio de prensa. Sobra decir, sin embargo, que el régimen persigue sus propios fines al proceder de esta manera.

En 1999, el régimen necesitaba algo como los atentados contra los edificios de apartamentos como excusa para iniciar otra guerra en Chechenia, que necesitaba como telón de fondo para las elecciones que iban a tener lugar. La muerte de cientos de personas y la destrucción de propiedad presentaba al régimen una oportunidad conveniente para poner en acción la maquinaria militar y política. La destrucción de los aviones, al contrario, no servía ningún propósito. El equipo de Putin nos ha estado presentando historias de éxito económico y hablando de estabilidad.

La propaganda del Kremlin ya ha aprovechado todo lo que podía utilizar del tema del terrorismo. Y repentinamente, el terrorismo levanta una vez más su atroz imagen.

Los ataques terroristas son hechos para enviar un mensaje. ¿Pero a quién? ¿A la sociedad rusa? No es una opción. No tiene sentido tratar de asustar a los rusos de a pie, porque el estado hace más que suficiente para mantenernos aterrorizados casi todo el tiempo.

¿Y por qué enviar un mensaje a la sociedad en un país donde la gente no tiene verdadero poder? Las explosiones pueden influenciar la conciencia pública en España y Estados Unidos, y tal vez en la Rusia de hace cinco años. Pero actualmente, Rusia simplemente cuenta los cadáveres y, con satisfacción masoquista, observa que agosto es un mes fatídico.

Los últimos ataques terroristas constituían evidentemente un mensaje al Kremlin. Uno de los aviones atacados no iba por accidente de Moscú a Sochi, la misma ruta que usa frecuentemente el presidente Vladimir Putin cuando vuela a descansar a su residencia de verano.

El mensaje parece haber dado en el blanco, aunque en el Kremlin no tuvo un público muy apreciativo. Esto explicaría la incoherencia y lo poco comprensible de las declaraciones oficiales sobre los atentados y la renuencia de las autoridades a admitir que los culpables eran los terroristas.

¿Quién envió el mensaje? A mediados de los años 70, cuando hubo una serie de secuestros de aviones, los aeropuertos de todo el mundo implementaron nuevos procedimientos de seguridad que les sirvieron hasta el 11 de septiembre de 2001. Como ha mostrado la experiencia estadounidense, el aumento de las medidas de seguridad ha llevado a un caos en los aeropuertos. Las inmensas multitudes resultantes constituyen de por sí un objetivo potencial para terroristas. Sin embargo, incluso sin medidas adicionales, el sistema de seguridad existente es más que suficiente para disuadir al terrorista promedio. Pero cuando los terroristas tienen amigos en los círculos dirigentes, cuando son empleados por los servicios de seguridad del estado o cuando ellos mismos son agentes del gobierno que simulan ser terroristas, son capaces de penetrar cualquier sistema de seguridad. Y el refuerzo de la seguridad no servirá para nada.

La historia del 11-S está plena de contradicciones y vacíos porque nadie en el gobierno de EE.UU. está dispuesto a considerar la posibilidad de que los terroristas puedan haber tenido cómplices infiltrados. Los rusos son más cínicos, o tal vez simplemente menos ingenuos. La posibilidad de una conexión entre los servicios de seguridad y los terroristas es mencionada cada vez que algo vuela por los aires.

Al llegar a su culminación la crisis de los rehenes en Beslan, más y más voces comenzaron a denunciar al FSB – agencia de seguridad del gobierno y principal base de apoyo de Putin dentro del aparato estatal. Sin embargo, no es el FSB sino más bien la inteligencia militar quien históricamente posee la experiencia, los conocimientos y los cuadros necesarios para impedir un tal ataque. Fue la inteligencia militar, la que estuvo implicada en el entrenamiento de terroristas tan famosos como Shamil Basayev, y que por cierto infiltró también con éxito la mayoría de las organizaciones terroristas chechenias. Sin embargo, en su situación actual, pareció que el GRU no hizo nada para impedir los ataques. Llámelo sabotaje burocrático, si así lo desea. Cosas semejantes ocurren las corporaciones o en agencias gubernamentales en numerosos países. Pero en Rusia las consecuencias son particularmente nefastas.

Los ataques no son la obra de dementes aislados. Es simplemente el modo como la batalla por el poder se realiza en este país. Diferentes agencias de seguridad que compiten por ganar influencia, burocracias rivales que luchan por controlar el proceso de toma de decisiones, elites económicas que riñen por propiedades privatizadas y no hay que olvidar a los grupos terroristas que andan circulando y ofreciendo sus servicios a las partes interesadas: es la realidad de la política rusa bajo Putin.

El equipo de Putin planeó la utilización de métodos ‘revolucionarios’ para realizar sus planes, solucionar todos sus problemas y cumplir con todas sus obligaciones de un solo cruel tirón. Despojarán a los jubilados de sus prestaciones, arrearán a los estudiantes hacia el ejército y restringirán la educación y la atención sanitaria gratuitas. Tratarán de debilitar el poder de los gobernadores volviendo a trazar las fronteras administrativas y amalgamando varias regiones. La intelectualidad liberal seguirá excluida de las ondas radiofónicas y los comunistas de la política. Una nueva y mejorada oligarquía será creada apresuradamente para reemplazar a la antigua y desleal. Los métodos revolucionarios funcionan bien durante una revolución, pero no se puede desestabilizar a un país en el que ya reina un caos revolucionario.

El actual régimen no tiene planes de desencadenar una revolución, o incluso una contrarrevolución, pero ciertamente tiene éxito en la creación del caos.

——————-

Boris Kagarlitsky es director del Instituto de Estudios de la Globalización.

Título original:
Russian terrorism and power politics
http://www.zmag.org/sustainers/content/2004-09/07kagarlitsky.cfm