La explotación laboral de los niños es una prolongación del trabajo empobrecedor de sus padres y un gran negocio para muchos empresarios que se benefician de la impunidad consentida por los gobiernos. El movimiento que defiende «el derecho de los niños a trabajar en buenas condiciones» acepta como inevitable que se condicione el acceso a […]
La explotación laboral de los niños es una prolongación del trabajo empobrecedor de sus padres y un gran negocio para muchos empresarios que se benefician de la impunidad consentida por los gobiernos. El movimiento que defiende «el derecho de los niños a trabajar en buenas condiciones» acepta como inevitable que se condicione el acceso a la escuela y que la infancia no sea un juego. El llamamiento de la OIT para eliminar en diez años «las peores formas de trabajo infantil» es una falsa solución que no facilita el posible avance hacia la abolición de la «esclavitud contemporánea». La peor agresión es la que combina contra los niños la explotación laboral, sexual y comercial.
El misionero español Christopher Hartley ha pedido al gobierno de Zapatero que influya para que la Unión Europea no compre el azúcar producido en la República Dominicana mediante la esclavitud de los trabajadores haitianos, que incluye la utilización de niños de cinco y seis años obligados a plantar caña. Niños que además no existen porque sus nacimientos no son registrados.
Hartley tuvo que salir del país amenazado de muerte por denunciar la salvaje explotación de los macheteros con sus hijos en las plantaciones de caña de azúcar, con las que ha acumulado una fortuna la familia Fanjul. «Cualquier día encontrarán tu cuerpo por uno de esos caminos de barro que recorres», fue la amenaza que le hicieron llegar al sacerdote los amos de la industria del dulce a los que el gobierno dominicano les permite enriquecerse con absoluta impunidad. «Es terrorismo industrial», dijo el misionero entrevistado para el programa Barrio Latino de TVE. Al escoger como voluntario el trabajo parroquial en la República Dominicana, descubrió el tráfico de braceros a través de la frontera con Haití para los ingenios azucareros con la complicidad de las Fuerzas Armadas.
En sus denuncias, Christopher Hartley habla de «los esclavos en el paraíso» al comparar el régimen de explotación impuesto a las familias de trabajadores haitianos con el lujo de la urbanización Casa de Campo -junto a los campos del horror- donde los Fanjul acogen a la estirpe de los Bush, a la familia real española y al millonario mexicano Carlos Slim, el gran amigo de Felipe González.
Los Fanjul son una familia de origen español cuyos negocios fueron nacionalizados en Cuba por la Revolución. Allí producían azúcar con los mismos métodos que ahora aplican en la República Dominicana tras haberse refugiado en Miami. Con la caña plantada por niños haitianos de seis años y cortada por sus hermanos de catorce, Alfonso Fanjul Gómez de Mena fabrica dos de cada tres cucharadas del azúcar que se comercializa en Estados Unidos. Y ahora pretende abastecer a la Unión Europea.
Niños yunteros
En todo el mundo, los niños son obligados a trabajar por la necesidad de sus familias y porque muchos empresarios se aprovechan de ellos con la tolerancia o la complicidad de los gobiernos. La desigualdad no es consecuencia de la pobreza. Es la desigualdad lo que provoca la pobreza. Y la desigualdad en el acceso a la educación condena a los excluidos a la esclavitud contemporánea. Los niños que no pueden ir a la escuela tendrán que trabajar para empobrecerse como sus padres y criar a sus hijos en una sucesiva y despiadada marginación. Como dice la Organización Internacional del Trabajo (OIT): «el trabajo infantil es un pacto con el diablo que los pobres se ven forzados a hacer para lograr una pequeña seguridad inmediata; es a la vez un resultado de la pobreza y una manera de perpetuarla». El UNICEF advierte que «la mayoría de los niños son pobres y la mayoría de los pobres son niños».
Quienes desde las organizaciones de Niños y Adolescentes Trabajadores defienden «el derecho de los niños a trabajar en buenas condiciones» se resignan a aceptar como inevitable la proliferación en el siglo XXI de los niños yunteros del poema de Miguel Hernández.¡Desde principios del siglo XIX se estableció que los niños tienen derecho a no trabajar! Y uno de los principales objetivos de la OIT cuando se fundó en 1919 fue «la abolición del trabajo infantil».
Les dan candela
El periodista Guy-André Kieffer desapareció hace tres años por investigar los negocios del cacao en Costa de Marfil, primer productor mundial. Desde hace seis años se intenta formalizar un certificado internacional para garantizar a los consumidores de chocolate que éste no está elaborado con el cacao recogido por los niños. La industria se resiste a pesar de que el UNICEF asegura que en África 200.000 niños han sido vendidos como esclavos para aplicar los pesticidas y cosechar en las plantaciones de cacao.
En la India puede haber (¿cómo saberlo con precisión?) hasta cien millones de niños trabajando. Uno de los oficios más peligrosos es el de la fabricación de cerillas y fuegos artificiales, importante producto de exportación. El 80 por ciento se elabora en Sivakasi que es la zona con mayor concentración de trabajo infantil del mundo. Los pequeños trabajan desde los cuatro años y, según las investigaciones del gobierno de EE UU, por lo menos el 30 por ciento de los menores empleados está pagando a los prestamistas las deudas de sus familias. La organización humanitaria independiente Human Rights Watch denuncia que «el trabajo esclavo y la servidumbre de los niños por deudas son muy convenientes para quienes ocupan los eslabones altos de la cadena económica en el país».
El primer exportador mundial de fuegos artificiales es China y Washington decidió hace cuatro años que no podía prohibir la importación de esos productos por «la falta de evidencia sobre la utilización de trabajo infantil forzado». Los departamentos de Estado y del Tesoro no tuvieron en cuenta la muerte de cuarenta alumnos como consecuencia de una explosión en una escuela que se utilizaba como fábrica de pirotecnia.
Invisibles y sirvientes
La OIT calcula que son 300 millones los niños que trabajan: 200 millones con edades de entre 5 y 14 años. Es en Asia donde más niños trabajan y en África el mayor porcentaje. La mayoría de las Organizaciones No Gubernamentales especializadas en la protección de la infancia coinciden en tres preocupaciones que explican la gravedad del dolor laboral: se pone a trabajar a los niños a una edad cada vez menor, en ocasiones incluso a los cinco o seis años; es cada vez más corriente que el trabajo sea para los niños una necesidad permanente y los niños trabajan cada vez más en unas condiciones que degradan su desarrollo físico, intelectual y moral.
El trabajo que acumula más agresiones contra la infancia es la prostitución, utilizada cada vez más como atractivo para el turismo sexual. En la prostitución infantil los niños (la mayoría son niñas) trabajan en jornadas de explotación intensiva, padecen varias formas de violencia (palizas, violaciones y malos tratos generalizados) y suelen ser víctimas del tráfico de menores. Es una triple esclavitud: laboral, comercial y sexual. Los trabajos más invisibles y con mayor tolerancia social son el servicio doméstico y las labores agrícolas de acompañamiento familiar. La OIT calcula que son por lo menos diez millones los niños sirvientes en todo el mundo y bajo cualquier cultura: abundan en Brasil, Marruecos o Indonesia. En el campo se acumula entre el 60 y el 70 por ciento del trabajo infantil, oscilando entre las tareas de ayuda a los padres y la explotación industrial.
Que trabajen los padres para que no lo hagan sus hijos
La OIT recuerda que «a finales del decenio de 1980, la reacción de todo el mundo ante el trabajo infantil oscilaba entre el desconocimiento, la indiferencia y la resignación» y denuncia que «la eliminación del trabajo infantil no se incluyó explícitamente entre los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) establecidos en el 2000». Pero se sumerge en el optimismo al considerar que «estamos comenzando a ver una alentadora disminución del trabajo infantil» y que se podría eliminar con «la suficiente voluntad política, los recursos necesarios y las políticas adecuadas».
Lo que la OIT denomina «un avance significativo» es la reducción en un 10 por ciento de la explotación laboral de los niños durante los últimos cuatro años aunque en sus informes reconoce que los datos internacionales sobre el trabajo infantil son tan poco rigurosos que lo mismo se puede hablar de una pequeña reducción que de la estabilización del mercado de la niñez cautiva. Lo que la OIT propone no es una auténtica solución: «Podemos poner fin a las peores formas de trabajo infantil en el transcurso de una década, sin perder de vista el fin último de eliminar todas las formas de trabajo infantil». ¿Hay en realidad mejores formas de trabajo infantil? ¿No es más cierto que las peores son gravísimos delitos que se reproducen porque los mercados de explotación tienen más fuerza que los gobiernos y no hay voluntad política para enfrentar las supuestas condiciones de la globalización?
Para la OIT las peores formas de trabajo infantil son:
– Todas las formas de esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, como la venta y el tráfico de niños, la servidumbre por deudas y la condición de siervo, y el trabajo forzoso u obligatorio, incluido el reclutamiento forzoso u obligatorio de niños para utilizarlos en conflictos armados.
– La utilización, el reclutamiento o la oferta de niños para la prostitución, la producción de pornografía o actuaciones pornográficas.
– La utilización, el reclutamiento o la oferta de niños para la realización de actividades ilícitas, en particular la producción y el tráfico de estupefacientes, tal como se definen en los tratados internacionales pertinentes.
– El trabajo que, por su naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo, es probable que dañe la salud, la seguridad o la moralidad de los niños.
¿Cree la OIT de verdad que se puede acabar en diez años con la esclavitud de los niños haitianos en los cañaverales de los Fanjul o con el creciente negocio internacional de la prostitución de menores? ¿Cuáles son los trabajos que no amenazan la salud y la seguridad de los niños si los alejan de la escuela y les roban la infancia?
La abolición del trabajo de los niños es imposible mientras aumente el paro entre sus padres, los salarios sean cada vez menores, los contratos temporales y se reduzcan los servicios públicos y sociales.
En sus informes sobre el empleo en el mundo, la OIT pide a los gobiernos que desarrollen políticas económicas que creen «trabajo decente y productivo». Hay 1.400 millones de trabajadores que viven atrapados por la pobreza con ingresos que no superan los dos dólares diarios por familia. En la miseria se desbaratan 550 millones que apenas consiguen un dólar cada día.
* José Manuel Martín Medem es periodista de RTVE. Dirige el programa Barrio Latino en TVE. Ha sido corresponsal en México, Colombia y Cuba. Autor de los libros Niños de Repuesto, La Guerra contra los Niños y ¿Por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti?/Diario de un corresponsal de TVE en Cuba.