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México: Contra todos los pronósticos, los trabajadores del sindicato de Euzkadi ganaron su guerra contra la poderosa trasnacional alemana Continental Tire

El triunfo de la resistencia obrera

Fuentes: Masiosare

Esta, ante todo, es una historia de resistencia. Contra todos los pronósticos, los trabajadores del sindicato de Euzkadi ganaron su guerra contra la poderosa trasnacional alemana Continental Tire, y después de tres años de huelga lograron mucho más que la reapertura de la planta en Jalisco. Ahora, bajo la figura de cooperativa, serán propietarios de […]

Esta, ante todo, es una historia de resistencia. Contra todos los pronósticos, los trabajadores del sindicato de Euzkadi ganaron su guerra contra la poderosa trasnacional alemana Continental Tire, y después de tres años de huelga lograron mucho más que la reapertura de la planta en Jalisco. Ahora, bajo la figura de cooperativa, serán propietarios de una nueva empresa, en asociación con una distribuidora queretana. «Sabemos que no va a ser lo mismo, que habrá que trabajar el doble para que esto funcione, pero al menos vamos a llegar a la vejez trabajando dignamente»

«¿Euzkadi?… esa ya murió», vaticinó, en febrero de 2003, el abogado Jorge del Regil, representante de la patronal ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y amigo personal del secretario del Trabajo, Carlos Abascal Carranza.

Eran días de revisión contractual en la industria hulera y los empresarios del ramo no hallaban la forma de explicar a los trabajadores que la única forma de sobrevivir a la «severa crisis» derivada del ingreso -legal e ilegal- de neumáticos de origen asiático era reduciendo el costo laboral.

Lo mismo pensaban en la Secretaría del Trabajo, de donde salieron, durante meses, las versiones que responsabilizaban a la dirigencia sindical del cierre de la planta en El Salto, Jalisco.

El propio Vicente Fox, cuestionado en Alemania por representantes de organizaciones aliadas al sindicato de Euzkadi (FIAN Internacional, entre otras), llegó a decir, palabras más o menos: «Por lo que sé, la planta de El Salto no se va a abrir».

Pero todo esto, en el maravilloso mundo del presidente Fox, es cosa del pasado. O mejor aún, como en la literatura fantástica, algo que en realidad nunca ocurrió.

El presidente mexicano atestiguó el lunes pasado la firma del convenio que puso fin al conflicto de más de tres años entre la poderosa trasnacional alemana Continental Tire y el Sindicato Nacional Revolucionario de Trabajadores de Euzkadi (SNRTE).

Para el feliz desenlace fueron fundamentales, por un lado, la resistencia de 604 trabajadores que se negaron a cobrar la indemnización ofrecida por la empresa a cambio del cierre de su fuente de empleo, y por otro, la presión internacional que ejercieron organizaciones sociales aliadas al sindicato y que forzaron al gobierno de Vicente Fox a modificar su postura inicial.

Para el democrático y antipopulista mandatario mexicano, en cambio, el resultado es sólo un ejemplo de que, a diferencia del pasado, «el diálogo funciona».

«Un arreglo que a todos conviene»

La historia del triunfo de los trabajadores de Euzkadi, pues, comenzó a escribirse el 18 de febrero de 2004.

Antes de esa fecha, la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, instancia que funciona como tribunal laboral, se había negado a reconocer la huelga, que entonces llevaba dos años (Masiosare, 27/07/03).

«Ya no podía argumentar que era un bloqueo ilegal. Era muy difícil que alguien se tragara el asunto de la improcedencia de la huelga», cuenta, frente a una taza de café, Enrique Gómez, asesor del sindicato.

Después del 18 de febrero, los trabajadores de Euzkadi sabían que el triunfo del movimiento era cuestión de tiempo. Un tiempo que, sin embargo, no le alcanzó a todos, como se verá más adelante en este mismo texto.

Por tercer año consecutivo, una comisión viajó a Alemania a presentar su posición ante la asamblea anual de accionistas de Continental, en mayo. Esta vez fueron acompañados del diputado federal perredista Pablo Franco y del abogado laborista Alfonso Bouzas, quien a petición de FIAN Internacional realizó un examen jurídico sobre el caso, que a la postre fue fundamental en la resolución de la huelga.

También viajaron Federico González y José Alfredo Villalobos, dirigentes del sindicato de General Tire en San Luis Potosí.

«Los accionistas no estaban contentos con Manfred Wennemer (director general del consorcio alemán), porque a pesar de que en 2003 Continental recuperó su lugar entre las 30 mejores empresas alemanas y tuvo ganancias récord, ellos sólo habían recibido 3.4 euros por acción», cuenta Enrique Gómez.

La constante presión de las organizaciones y algunos medios en México (a los alemanes les parece inaceptable que una empresa alemana incurra en violaciones a la ley de otro país) ya había permeado en el ánimo de los accionistas, quienes no tenían interés de prolongar el conflicto hasta 2006, año en que se realizará en Alemania el Mundial de futbol, cuyo patrocinador oficial será Continental.

Así llegó la propuesta de vender. El intermediario fue Mario Rechy, funcionario de la Secretaria del Trabajo y, quizá, el único que desde el principio vio en la cooperativa una vía de solución.

A la propuesta se integró Llanti Systems, una empresa queretana distribuidora de llantas que se ofreció a comprar la mitad de la planta, valuada por el gobierno en 80 millones de dólares. La otra mitad fue ofrecida a los trabajadores como pago de indemnizaciones, prestaciones y salarios caídos.

Al principio, Continental demandó que le devolvieran 6 millones de dólares por las indemnizaciones depositadas en tres años. El sindicato se negó.

Después de muchos jaloneos, Continental aceptó entregar la mitad de la planta y pagar en efectivo las indemnizaciones. Además, como parte del acuerdo, la empresa alemana dará asistencia técnica a los trabajadores durante seis meses, les venderá materia prima a costos de producción y quedará obligada a comprarles 500 mil llantas al año.

Los trabajadores, constituidos ya en cooperativa, serán socios de Llanti Systems y formarán una asociación civil que ya tiene nombre: Corporación de Occidente.

El presidente Fox emitió un decreto (Diario Oficial, 11/01/05) en el que exime del pago impuestos a todas las partes por la operación de compraventa y ofreció la canalización de recursos del programa de Apoyo a la Pequeña y Mediana Empresa de la Secretaría de Economía (el monto no se ha definido con claridad, pero los trabajadores calculan que serán entre 50 y 65 millones de pesos) para la rehabilitación de la planta, que durará seis meses.

«Este es un arreglo que a todos nos conviene», presumió el lunes Vicente Fox.

La «ayuda» del gobierno

Hasta ahí el feliz desenlace. Pero vayamos a la historia previa del 18 de febrero de 2004.

Desde que Continental adquirió Euzkadi (lo compró a Carlos Slim en 1998) inició un pleito con el sindicato por la «flexibilización» del contrato laboral, que planteaba, entre otras cosas, eliminar el escalafón y establecer sanciones adicionales mediante un reglamento interior.

El argumento que esgrimieron todo este tiempo las instancias laborales para defender la postura de la empresa alemana fue que la producción de las llanteras cayó 50% en tres años.

Para las empresas manufactureras, y para los propios funcionarios, el problema de la crisis en la industria del hule tiene una relación directa con el costo laboral. Los obreros de esta industria, altamente calificados, han gozado de prestaciones incluso por encima de la ley… a un alto costo: su promedio de vida es de 48 años.

En todo caso, el papel de incondicional apoyo a la empresa alemana por parte del gobierno mexicano, atrapado en el discurso de que «necesitamos inversiones», hace que suenen huecas las palabras que el presidente Fox dirige a los trabajadores de Euzkadi en la firma del convenio.

«(Los trabajadores) no se dieron por vencidos, tuvieron la iniciativa y la perseverancia para encontrar una salida creativa. El riesgo que están asumiendo es muestra de su compromiso con sus familias y con México (…) Esto es un ejemplo de que el diálogo funciona, de que han quedado atrás los tiempos en los que el apoyo de las empresas estaba ligado al populismo.»

Salvador Hernández Díaz, uno de los pilares del movimiento, resume los comentarios de sus compañeros: «Uno los oye y ellos se cuelgan medallas, pero 80% de lo que dicen no es cierto. Ya se arregló esto y que bueno, no vamos a andar con rencores, pero esto se hubiera resuelto más rápido si desde el principio, ya no digamos nos hubieran ayudado, si que no se hubieran metido para fregarnos».

Será por eso que en el discurso del líder sindical, Jesús Torres Nuño, al que no pocos calificaron de loco y radical al llevar a los trabajadores a la huelga, no cabe la palabra «gracias» para el gobierno de Fox.

«Señor Presidente: su gobierno ha jugado un papel importante en la resolución del conflicto y en el impulso a la nueva empresa (…) apoyo con el que queremos seguir contando. Ojalá que en otros casos similares la intervención gubernamental y de los tribunales sea más ágil y decidida».

Tampoco hay agradecimiento alguno para los gobiernos estatal y municipal, que Fox insiste en incluir en la resolución del conflicto.

«No hicieron nada, más que echarnos a la policía y calificarnos de locos y comunistas», dice Manuel Gamboa Márquez. «A Fox todavía lo vimos unas tres veces, pero (Francisco) Ramírez Acuña (gobernador de Jalisco) ni siquiera nos recibió. Se dedicó a intimidar trabajadores».

Ramírez Acuña, por cierto, ni siquiera se presenta en el acto.

Gracias, ¿de qué?

«Lo que nos quedó bien claro con este movimiento es que todas las puertas del gobierno se nos cerraron. Ni siquiera después del reconocimiento de que la huelga era legal nos dieron la seguridad social», lamenta Genaro Polvo Hernández, uno de los trabajadores más viejos de Euzkadi.

La solidaridad de las familias y el orgullo de muchos de los trabajadores es, sin duda, una de las caras más destacables de la huelga. Por eso, quizá, el contraste con la insensibilidad de las autoridades laborales es tan grande.

La huelga dejó, entre muchos saldos, la muerte de cinco trabajadores:

Jorge Rodríguez, del área de mantenimiento, murió de una infección estomacal que no pudo detener. Enrique García, también de mantenimiento, de un paro cardiaco. Carlos González, El Purina, trabajador del área de producción, porque «le salió una enfermedad del cuerpo con el estrés». Celso Camarena Asencio, del almacén, porque tenía diabetes. Salvador García Alvarez, también del almacén, de un cáncer terminal que le detectaron fuera de tiempo.

Todos ellos, como la mayor parte de los huelguistas, tenían más de 20 años en la empresa cuando inició la huelga. Ninguno aceptó la indemnización.

Quizá el caso emblemático sea el de Salvador García, a quien le diagnosticaron cáncer en la próstata en enero de 2004 y debido a que la huelga había sido declarada «improcedente» perdió sus derechos al servicio del Seguro Social.

«Se metieron varios escritos para Santiago Levy (director del IMSS) -cuenta Genaro Polvo-, pero nada sirvió. Levy nos corrió una cortesía para la atención médica, pero dijo que no tenía derecho a hospitalización ni medicinas. Al final tuvieron que operarlo en un hospital particular y luego lo atendieron en el Instituto Nacional de Nutrición, pero eso porque su hermano trabajaba ahí.»

García Alvarez murió en agosto de 2004 sin saber que iban a ganar.

«Y no quiso la indemnización, aunque había quienes le decían que la cobrara, que no se le iba a tomar a mal. El dijo que estaba con el movimiento hasta el final», dice Polvo.

Por eso, y nada más, los trabajadores se niegan ahora a agradecer al gobierno su apoyo final. Gracias, dice Torres Nuño, a los trabajadores y a sus familias, a los solidarios compañeros de la Cooperativa Pascual, a sus asesores, a todas las organizaciones que apoyaron su lucha. ¡Vamos, gracias, hasta a la prensa, pero al gobierno, nada!

La piedrota del zapato

El secretario de Economía, Fernando Canales Clariond, tristemente célebre por declarar que «a nadie le dé pena ser desempleado», porque «sucede en las mejores familias», dice ahora a los que durante tres años fueron desempleados: «(El acuerdo) es una realidad de la que todos nos sentimos orgullosos».

Nadie en el auditorio de la Secretaría del Trabajo reacciona.

El funcionario está en el acto porque su secretaría canalizará el dinero que el gobierno federal entregará a los nuevos cooperativistas para la rehabilitación de la planta. Pero su discurso suena más hueco que el del Presidente.

El secretario del Trabajo, Carlos Abascal, y el presidente Fox alaban ahora el modelo de las cooperativas, que aparecen en sus discursos como la ¿nueva? panacea para resolver los problemas de desarrollo del país. ¿Será la moda en el final del sexenio? Quién sabe, pero entre los asistentes no deja de llamar la atención que la «reforma laboral» cede su espacio a la creación de cooperativas. Las exaltan tanto que Fox promete extender esta política a toda la industria hulera y azucarera.

«Hasta yo estoy sorprendido», dice, no tan en broma, Mario Rechy, quien se lleva la mañana luego de que el propio Abascal reconoce en su discurso la participación del funcionario en la solución del conflicto. (Una participación que a Rechy, por cierto, estuvo a punto de costarle el trabajo.)

Pero en algo tiene razón Canales Clariond: el gobierno y Continental también tienen motivos para estar orgullosos. También ganaron. Porque al desaparecer el sindicato de Euzkadi, que ahora será la Cooperativa de Trabajadores Democráticos de Occidente, el principal dique contra la eliminación del Contrato Ley que ampara a los trabajadores de la mermada industria hulera también desaparece.

Para nadie es un secreto que el gobierno de Vicente Fox le tiene echado el ojo a este mecanismo desde hace varios años, pues sin él las trasnacionales tendrían el campo libre, por la vía legal, para imponer sus condiciones.

«Es el costo -acepta Enrique Gómez-, pero ¿qué podíamos hacer? La otra opción era prolongar indefinidamente la huelga y tampoco era garantía de que con nosotros se pudiera impedir que tronaran el Contrato Ley; la CTM ya lo está entregando.»

Como sea, la desaparición del sindicato de Euzkadi es un respiro para el gobierno. «Les quitamos una piedrota del zapato», dice Manuel Gamboa.

Si no que le pregunten a los nuevos socios de la cooperativa.

Durante las negociaciones, un trabajador de Euzkadi le planteó a los directivos de Llanti Systems la posibilidad de que la empresa queretana comprara toda la planta y los empleara con el mismo esquema que tenían con Continental.

La respuesta fue tajante: «No. A ustedes los queremos como socios, pero no como sindicato .»

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Más allá de lo que suceda en el futuro, el resultado de esta guerra representa un triunfo de la resistencia obrera. Una libra de a kilo en este país.

Después habrá de contarse otra historia: la de la cooperativa, en su atípica asociación con una empresa. Por ahora queda la batalla que se ganó en contra de todos los pronósticos.

Como dice Salvador Hernández: «Nuestra lucha fue por el trabajo, dinero nos ofrecieron muchas veces, pero no nos interesaba. Nosotros queríamos el trabajo y al final lo vamos a tener».



La complicidad de las esposas

Salvador Hernández Díaz es un hombre orgulloso. Tiene una forma de hablar directo, como de quien acostumbra decir verdades. Para un observador es difícil quedarse inmune a la reacción de este hombrón de 56 años cuando recuerda que ya al final de la huelga, «en los últimos cuatro meses», estuvo a punto de claudicar y cobrar la indemnización que ofrecía la empresa.

«No le dije nada a mi mujer», dice, con los ojos bien rojos.

Es uno de los pilares del sindicato. El único que no faltó a una sola de las 224 guardias nocturnas que le tocó cubrir durante la huelga y que estuvo presente todos los días de los tres años.

Es un hombre alto y fuerte. Antes de la huelga trabajó 23 años en Euzkadi, latizando la cuerda para la llanta (es un proceso químico para que no encoja). Su departamento, sin embargo, fue desapareciendo a partir de que Continental Tire tomó el control de la empresa (1998). «A Continental le dio por comprar cuerda ya tratada». El operaba una máquina de siete pisos que trabajaba con amoníaco. De ahí le salió una úlcera que ya no puede controlar: «Si tomo agua me cae mal».

Tiene cuatro hijos. Los dos hombres, de 33 y 24 años, acababan de entrar a trabajar a la planta cuando inició el conflicto.

El más chico fue despedido, junto con 130 trabajadores, poco antes del cierre. Ahora trabaja con un familiar cargando costales en la construcción.

«Metió solicitudes en unas 20 empresas y no le dieron trabajo por ser de Euzkadi», jura Salvador.

Al grande le costó el divorcio. «Se le fue la mujer. Es que llega el día en que no tiene usted ni para la leche de los niños.»

Según los cálculos de Manuel Gamboa, la huelga dejó como 90 divorcios. Es el costo social, que ninguna indemnización puede pagar.

Estos hombres recuerdan a los personajes de la película inglesa Brassed off (Tocando el Viento, en español), de Mark Herman. Son tipos rudos, acostumbrados al trabajo pesado (el promedio de vida de un trabajador de la industria hulera es de 48 años) que no acostumbran quejarse por cualquier cosa.

Pero el desempleo es canijo. Y ninguno de ellos imaginó al principio que la huelga iba a durar tres años.

«Al principio íbamos 30 en cada guardia, pero luego fue bajando. Ya el último año, cuando más había éramos ocho, y a veces hasta uno. Otros no tenían dinero ni para movilizarse. Y nos las vimos dura con el gobierno, nos mandaban antimotines», dice Salvador.

Hubo quieres intentaron buscar trabajo, pero no les daban por ser de Euzkadi. Muchos terminaron de mojados en Estados Unidos. Salvador puso «un changarrito de ropa, que no daba para comer», y el dinero se le fue acabando.

«Es cuando yo me sentía desesperado, porque al principio tenía mis ahorros y no me importaba poner de mi bolsa para el movimiento. Pero se fue acabando, vendimos un vehículo, luego otro, y llegó el momento en que le dije a mi señora: ya no tenemos para la próxima semana».

-¿Cuál fue el peor momento de la huelga?

-Lo último; ya era demasiada la presión que teníamos. Al punto de que estuve por ir a agarrar la liquidación, ya no soportaba.

-¿Qué lo hizo mantenerse?

-Yo estaba seguro de que se iba arreglar algo. Cómo decirle, luchábamos tanto que era lo que yo veía. Y tenía uno la complicidad de la esposa. Porque sin el apoyo de la mujer muchos no aguantaron.

María Concepción Valdez, su esposa, pasó de ama de casa a ser activista social: «Mi señora fue una luchadora incansable, formó un grupo de compañeras, esposas de otros trabajadores, y se anduvieron movilizando para conseguir dinero, hacer guardias. Ella fue la que hizo que no me doblara.

-¿No le da miedo lo que viene? La cooperativa puede salir mal…

-No. Miedo no, porque sabemos trabajar. Y le vamos a demostrar a Continental que lo que dijo de nosotros no es cierto.

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José Antonio Jiménez Corona, El Jalisco, cuenta con detalle los accidentes que presenció durante los 19 años que fue cabo de la «calandria de cinco rodillos».

El peor que recuerda fue el de Ricardo Vázquez, a quien se le atoró la mano en un alimentador de hule. «Es una máquina que tiene rodillos y cortadores, entonces se le atoró en el rodillo, no podía sacar la mano y la cuchilla le iba partiendo en trozos la mano, y él estaba así, colgado en el viento».

Porque seguridad, dice, sí había, pero «de que te agarraba la máquina lo menos que perdías era un brazo».

El Jalisco está pensionado desde julio de 2004 gracias a que cumplió 60 años. Por eso no está en la lista de 604 integrantes de la nueva cooperativa, aunque sí va a cobrar su indemnización correspondiente.

«Yo preferí la pensión por la edad, pero vamos a ver en qué términos quedamos en la cooperativa, y si hay algo en lo que les pueda ayudar, por la experiencia, pues lo haremos», dice.

Otro caso es el de Genaro Polvo Hernández, de 61 años. El es uno de los trabajadores más antiguos de Euzkadi, donde empezó a trabajar en 1966.

«Estuve en la compañía Euzkadi-Goodyear 33 años ocho meses antes de que me corrieran. Toda una vida. Fue mi único trabajo», cuenta, más parlanchín que sus compañeros.

Desde 1992, cuando fue reubicado a la planta La Presa, en San Juan Ixhuatepec, trabajaba en el laboratorio de pruebas físicas y químicas del hule.

En 1999, un año después de que Continental comprara la empresa, la planta cerró y 210 trabajadores fueron a dar a la calle. Sólo 80 demandaron, entre ellos Genaro.

«Bien o mal ya tenía mi familia armada, tengo cinco hijas, y afortunadamente nos organizamos y las que ya trabajaban apoyaron económicamente para los estudios de la más chica. Mi esposa se puso a trabajar, ayudándole a una familia en el quehacer doméstico y me dejó la decisión a mí.»

-¿Nunca se quejó?

-Pues últimamente sí. Me decía: ‘ya deja eso, ¿cuánto tiempo más vas a estar así?’ Porque nadie pensaba que iba a durar tanto la huelga.

Cuando la empresa cerró la planta de El Salto no dudó en unirse al movimiento de sus compañeros.

«Cuando fueron las audiencias en la Junta yo estaba comisionado para estar ahí, porque no sabe las cosas que se ven en esos lugares, lo mandan a uno a la boca del lobo. Pero yo me apoyaba mucho con los abogados de Arturo Alcalde y le decía a los compañeros lo que tenían que hacer, y eso nos dejó una experiencia muy profunda, sobre todo de la solidaridad de las familias.»

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Salvador Almaguer Pérez trabajó 20 años dando mantenimiento industrial en una de las áreas más contaminadas de la empresa, donde se hacían mezclas. En 1999 fue despedido junto con Jesús Torres Nuño y otros 16 compañeros. Era de los que fueron obligados a transportarse a la ciudad de México para las audiencias en las JFCyA.

Y para colmo de males, poco antes de la huelga se convirtió en papá soltero de cuatro hijos. El menor, Bernardo Vladimir, no había cumplido los cuatro años. «Era la mascota del movimiento», recuerda su padre. «Mi esposa falleció en agosto de 2001, de cáncer. No vamos a decir que la huelga la mató, pero evidentemente su salud se deterioró con el problema».

Sus hijos, dice, fueron los que «prácticamente se fletaron la bronca, al grado de que tuvieron que dejar de estudiar».

Para ellos pide un reconocimiento:

Salvador Elionaid tiene ahora 23 años y estudia ingeniería; Jocelyn Berenice, de 22, es técnica químico industrial y juega futbol; Tania Analley, estudia en el Poli de Guadalajara. Y Bernardo Vladimir, que esta vez se quedó en Guadalajara.

Es difícil explicar lo que una huelga tan larga representa para sus protagonistas. Manuel Gamboa hace el esfuerzo: «Se paraliza tu vida, a los hijos los tienes que sacar de la escuela, la reacción de tu esposa es fundamental.

«Nosotros prácticamente estábamos desamparados, luchábamos contra la empresa y contra el gobierno, que al contrario de apoyarnos, nos juzgaba de locos y pendejos».

-¿Nunca pensó que era una locura?

-La tentación del dinero estaba diario en la mente de todos. Recibíamos cartas y telefonazos en los que nos decían: ‘ya perdieron todo y están cometiendo un delito’. Pero yo pensaba: ‘¿adónde me voy con 50 años de edad». Creo que eso nos movía a que peleáramos por una solución digna, porque nos intimidaron siempre, pero nunca nos doblegaron, nunca lograron asustarnos.

-Ahora viene lo bueno…

-Habrá que trabajar el doble para que esto funcione. Tenemos que cambiar de mentalidad y trabajar en equipo. Eso lo sabemos: no va a ser lo mismo. Pero al menos vamos a llegar a la vejez trabajando dignamente.