Internet, aunque también invadida por las grandes empresas, ha brindado a los movimientos sociales la posibilidad de colocar con inmediatez y a muy bajo costo la información que oculta la inundación mediática. Pero es necesario tejer en la práctica las redes que han surgido en Internet. El intercambio de publicaciones, la circulación de libros, la coordinación entre las pequeñas editoriales, entre las radios y televisiones comunitarias, resultan acciones urgentes e imprescindibles. Unir lo pequeño desde donde se resiste la hegemonía imperial y levantar lo grande, allí donde avanza la hegemonía revolucionaria
Grandes ilusionistas
con hazañas de alarde,
dicen que son altruistas
los cobardes.
Silvio Rodríguez
«Es el ejercicio de la democracia lo que hace que nuestra nación esté lista para la democracia»1, nos dijo, en la mejor imitación de Cantinflas, el Sr. George W. Bush el pasado 6 de noviembre. Sin embargo, en esta ocasión su discurso pasó sospechosamente inadvertido para los habituales recolectores de «bushismos» del Partido Demócrata. El cumpleaños 20 de la National Endownment for Democracy (NED) fue celebrado así con un nuevo Plan de Democratización para Oriente Medio. La prensa norteamericana reflejó el acto sin buscar antecedentes ni hacer alusiones incómodas a la condición de canal financiero de la CIA que ostenta la NED desde su nacimiento, como recogió en su momento el New York Times y han denunciado diversos intelectuales norteamericanos. Meses después, el demócrata Jonh Kerry hizo honor a su filiación y anunció que aumentará los fondos para la misma fundación. Ni Bush ni Kerry, ni tampoco el ya citado Times, recordaron al innombrable Oliver North, artífice de la NED y del Irán-Contras, «con su mirada firme, su inexorable sentido del deber y su palpable convicción de que el fin justifica los medios»2. Los contrarrevolucionarios cubanos, los golpistas venezolanos, los «gobiernos interinos» en Haití o Iraq, y los nuevos ricos que administran ONG en Europa del Este pueden estar tranquilos: gane quien gane ―republicanos o demócratas― su dinero está garantizado. Como garantizados estuvieron también los bombardeos a Sudán, Afganistán y Yugoslavia por la sonrisa demócrata de Bill Clinton.
El dinero y la violencia, la zanahoria y el garrote, avalan el certificado de exportación del modelo de la «república de Wall Street».
Si el 83% de los norteamericanos apoya las aspiraciones ecologistas, el 86% está de acuerdo con el movimiento por los derechos civiles, el 94% respalda el control de armas, el 80% cree que todos deben tener igual derecho a los servicios de salud y el 88 % desconfía de los ejecutivos de las corporaciones3…, la pregunta obvia es por qué las transnacionales pueden gobernar EE.UU. y decidir los destinos del mundo sin dejar de llamar a su sistema de dominación «una democracia».
El clientelismo, que permite funcionar al sistema político de manera tan cerrada como un ciclo termodinámico perfecto (corporación-dinero-campaña mediática-gobierno para los ricos), junto a la lectura manipulada, pero triunfadora en la Guerra Fría, de un conjunto de categorías ―opinión pública, libertad de prensa, democracia… ―, presupone absolutamente las equivalencias impuestas por el lenguaje imperial como un grupo de verdades reveladas e inamovibles.
La opinión pública es la opinión publicada en los medios que no dependen ya de suscriptores, lectores, televidentes u oyentes, sino de sus anunciantes. Operan con noticias que proceden, en más del 90 % de los casos, de las mismas fuentes transnacionales o gubernamentales, es decir, directamente del dueño o de su instrumento. Cada vez más existe la impresión de ver una sola televisión y un solo periódico con diferentes presentadores o diseños. Es la uniformidad disfrazada de diversidad.
Son esos medios los que imponen la idea del consumo como bienestar, que alguna vez sedujo al burocratizado socialismo europeo y lo hizo abandonar la idea de proponer alternativas al capitalismo. De los noticieros a la publicidad, las minorías ―cada vez menores, pero cada vez más ricas― exhiben, en poderosísimo «efecto demostración», cómo se debe vivir o al menos cómo debemos aspirar a vivir; se democratizan los consejos a los inversionistas y no el dinero para las inversiones. La vitrina crece y crece, aunque el cristal es cada vez más grueso y está blindado. Consumir es el camino hacia la libertad, parecen decirnos los medios, en su tarea de convertir a los ciudadanos en consumidores, tan atentos a sus posibilidades en el mercado que se desentiendan totalmente de la política salvo el día de las elecciones, en que deberán «escoger» entre los partidos-empresas que se venden por televisión como cualquier artículo de consumo.
Democracia es elecciones pluripartidistas o no es, aunque sea además corrupción, clientelismo, apatía política y abstencionismo. Los «gurúes» del pensamiento trabajan denodadamente para garantizarle al sistema que con el voto solo cambie el color de la máscara con que se intenta encubrir la dominación. Estos intelectuales bienpensantes, tan profundamente descritos por Alfonso Sastre4, maldicen el poder y nos orientan alejarnos de él, mientras elogian la empresa transnacional que los publica ―¿sin pertenecer al poder? Así pastan felizmente en el corral temático que les permiten sus bien pagados «espacios de opinión». Allí, claman por el derecho al placer de la clase media venezolana, sin detenerse en el nada placentero retroceso económico de sus conciudadanos del primer mundo; convierten automáticamente la emigración cubana en «exilio», mientras condenan al «insilio» a cualquier voz disidente que dentro de su propio país denuncie los crímenes y la intolerancia que inundan de cadáveres las costas de su paraíso; estos vecinos de páginas repletas por los anuncios clasificados del sexo rentado que se indignan por la prostitución ajena. Siempre desde nuestros países les llega como anillo al dedo alguna que otra voz deseosa de ver su nombre en letra impresa para obtener el aval de buen comportamiento intelectual, servir de testigo letrado para la campaña de ocasión y testimoniar que los negros, latinos e indígenas somos vagos y corruptos, lo que de paso explica que seamos pobres, porque «allá todo el mundo roba».
¡Magnífica noticia para aquellos que hace rato se están robando el mundo!
La venta de la socialdemocracia como opción de izquierda, operación solo posible desmemoria mediante, requiere que olvidemos al ametrallador de multitudes Carlos Andrés Pérez, o las ejecuciones extrajudiciales bajo el gobierno de Felipe González, y que no preguntemos demasiado por ciertos financiamientos de la década del 70, que convirtieron partidos minoritarios en poderosas maquinarias políticas.
Si una parte de la izquierda electoral se limita a funcionar como Cruz Roja de la derecha, la que le administra la crisis mientras legitima el sistema, es lógico que deba preocuparse por la democracia en Cuba y Venezuela. Cuba, como bien ha observado Noam Chomsky, es el país que ha recibido más agresiones terroristas en el mundo y ha sabido enfrentarlas con más participación ciudadana y más activismo político de las masas, sin torturas ni ejecuciones extrajudiciales. Venezuela es la nación cuyo Presidente ha sido más repetidamente electo en menos tiempo. Pero el certificado de buena conducta política exige tomar distancia de quienes molestan al imperio y demanda, como dijera Fidel en la «introducción necesaria» al Diario del Che en Bolivia, «convertir las organizaciones de lucha del pueblo en instrumentos de conciliación con los explotadores internos y externos»5.
La prensa liberal que califica el revelador documental Farenheit 9/11, de Michael Moore, como un «ataque demoledor contra Bush», silencia la profunda denuncia que hace el escritor y cineasta norteamericano de la complicidad racista de los senadores demócratas en el fraude electoral, de la utilización de los pobres como carne de cañón y el escandaloso divorcio entre la clase política y el pueblo norteamericano. Los bien disciplinados columnistas, reporteros y críticos de cine que nos enseñan a mirar para no ver y canalizan adecuadamente nuestra indignación contra Bush, tratan de evitar que cuestionemos el sistema: estemos contra la guerra, incluso contra Bush, pero nunca contra el capital. Quizá aquella incómoda pregunta de Brecht nunca haya sido formulada: «¿De qué sirve estar contra el fascismo ―que se condena― si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina?»6.
En definitiva, para algunos bienpensantes lo que ocurre en Bolivia, Venezuela o Palestina son conflictos entre güelfos y gibelinos, que resultarían intrascendentes salvo por lo que de ellos pudiera recoger la literatura en el futuro. Estos aspirantes a escribir Divinas Comedias, deberían preguntarse si dentro de cincuenta años habrá futuro, con el agotamiento de las fuentes energéticas, dos mil millones de habitantes más en los países pobres y el deterioro galopante del medio ambiente, que configuran a corto plazo la construcción del infierno en la Tierra.
Si estos temas, tan caros a los medios, afloran, no es más allá de las grietas de ocasión que abren las contradicciones interoligárgicas, amplificadas por las cuadrillas de intelectuales mediáticos en su función legitimadora del sistema. Y cuando eso ocurre, los obedientes asalariados del lenguaje «políticamente correcto» se cuidan muy bien de emplear la palabra donde va. No importa que «disidir» signifique, según la Real Academia Española, «separarse de la común doctrina»7 ―¿será otra en nuestro tiempo la común doctrina que la proclamación de la economía de mercado como el único modo de vida, o de muerte, posible? ―; los millones que protestan contra la explotación capitalista, la guerra o los genocidios, no serán nunca llamados disidentes, sino «terroristas», «globalifóbicos», o a lo sumo «turbas», como tales se les puede reprimir, asesinar y torturar impunemente con las armas de la democracia representativa, como vemos demasiado a menudo, ya sea en Italia, en Perú o en Iraq. EE.UU. intervino una vez contra la Alemania nazi y más de 180 veces contra países pobres, a pesar de ello el capital lingüístico de la Segunda Guerra Mundial le continúa sirviendo en la prensa de nuestros días, para que los invasores puedan convertirse en «aliados», que salvarán a los invadidos de los «crímenes de guerra» cometidos por un «dictador» perteneciente al «eje» del mal.
Apenas quince años después de la «victoria» capitalista frente al llamado socialismo real, desde el Sur, el mito neoliberal comienza a derrumbarse. Si las ideas son decisivas para la construcción de alternativas, es esencial también construir alternativas para su difusión.
Las noticias, con excepción de los desastres naturales, no son casuales. Es evidente que se está imponiendo una agenda al mundo, que se derrama en cascada desde los medios de elite (CNN, The New York Times…) hasta el periódico de una pequeña ciudad de provincias. El que pretenda cambiar la agenda debe estar dispuesto a perder fuentes de financiamiento, anunciantes y distribuidores. Si eso no fuera suficiente están las denuncias judiciales, los pleitos y las campañas de descrédito. En el entorno iberoamericano, honrosas y escasísimas excepciones, como La Jornada, de México, confirman la regla que dictamina la muerte, anunciada y ocurrida, de periódicos disidentes como O Diario8 (con más de mil horas de demandas en los tribunales), Liberación9 (asfixiado económicamente entre los bancos y los distribuidores) o Egin10 (criminalizado y clausurado por el gobierno de José María Aznar), por solo citar tres ejemplos de cómo funciona la libertad de expresión para los que pretenden separarse de la «común doctrina».
La creciente concentración de la propiedad sobre los medios en unas pocas empresas y el paralelo control del negocio de la publicidad, que ya supera el millón de millones de dólares anuales, nos confirman el antiguo aserto: una vez más todos los caminos conducen a Roma. Aunque en los días que corren haya muchos recursos intelectuales y financieros empeñados en hacerlos invisibles.
Todos los caminos conducen a Roma. Sin embargo, existen muy pocos trillos y veredas entre nosotros mismos. Uno de los principales resultados de la dominación mediática y cultural ha sido la fragmentación e incomunicación entre los que producen información y conocimientos opuestos al orden existente. Así, la creación de un falso pero aparentemente inevitable «síndrome de la soledad» como destino manifiesto de la disidencia intelectual, es una de las trampas con que cuentan los dominadores para desmovilizar el pensamiento crítico y condenarlo eternamente a los márgenes.
Internet, aunque también invadida por las grandes empresas, ha brindado a los movimientos sociales la posibilidad de colocar con inmediatez y a muy bajo costo la información que oculta la inundación mediática. Pero es necesario tejer en la práctica las redes que han surgido en Internet. El intercambio de publicaciones, la circulación de libros, la coordinación entre las pequeñas editoriales, entre las radios y televisiones comunitarias, resultan acciones urgentes e imprescindibles. Unir lo pequeño desde donde se resiste la hegemonía imperial y levantar lo grande, allí donde avanza la hegemonía revolucionaria.
La dictadura del pensamiento único ―¿significará algo para los medios la oculta coincidencia de «pensamiento único» y «común doctrina» versus «disidencia»? ― ha impuesto su código binario: o comulgas o no existes. Frente a ella, Hugo Chávez, en «rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios»11 ―para decirlo desde la definición guevarista del 26 de julio―, ha lanzado la idea de que los pobres, los olvidados, los silenciados, tengan su propio canal, su «CNN del Sur». Nos coloca así ante la posibilidad de contar, en un futuro que deseamos cercano, con un poderoso medio alternativo pero ya no marginal.
La derrota propinada en Venezuela al golpismo mediático constituye una lección para todos los que en el mundo disiden del orden de la nueva Roma. En un país donde los medios han devenido con toda claridad partidos políticos al servicio de la oligarquía criolla y el gobierno norteamericano, se está demostrando que a pesar del dinero de la National Endownment for Democracy y del «periodismo liberal» de The New York Times, CNN, El País y sus voceros locales, se puede ganar y preservar el poder para las mayorías. Lo que significa comenzar a ganar también la batalla de los medios de comunicación.
En estos tiempos de Internet y exclusiones, de satélites y hambre, Carlos Marx, sonriente y subversivo, susurra en los oídos del mundo: «disidentes de todos los países, comunicaos».
Notas:
1. George W. Bush, Declaraciones del presidente en el XX aniversario de la Nacional Endowment for Democracy, Office of the Press Secretary, Washington, 6 de noviembre de 2003, http://www.whitehouse.gov/news/releases/2003/11/20031106-2.es.html.
2. Neil Berry, «Encounter», London Magazine, febrero-marzo de 1995. Citado por Frances Stonor Saunders en La CIA y la guerra fría cultural, Editorial Debate, S.A., Madrid, 2001, p. 207.
3. Michael Moore, ¿Qué han hecho con mi país, tío?, Ediciones B S.A., Madrid, 2004. pp. 176-181, estos datos aparecen extensamente documentados en «Notas y fuentes», pp. 251-253.
4. Alfonso Sastre, La batalla de los intelectuales, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2003, pp. 59-91.
5. Fidel Castro, «Una introducción necesaria», en Ernesto Che Guevara, El Diario del Che en Bolivia, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. XIII.
6. Bertolt Brecht, «Las cinco dificultades para decir la verdad», Boletín del Seminario de Derecho Político, nº 29-30, noviembre de 1963, Salamanca.
7. Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, Vigesimosegunda edición, http://www.rae.es/.
8. Miguel Urbano, «O Diario» Acusa!. Mais de mil horas nos Tribunais, Editorial Caminho, SARL, Lisboa, 1984.
9- Andrés Sorel, Liberación. Desolación de la utopía, Ediciones Libertarias, Madrid, 1985.
10. Euskadi Información, La ley del silencio, Birsortu S.L., Hernani, 1998.
11. Ernesto Che Guevara, El Diario del Che en Bolivia, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 256.
Texto presentado al Encuentro Internacional «Civilización o Barbarie». Serpa, Portugal, septiembre de 2004