Traducido para Rebelión por Lucía Alba Martínez
Son italianos, sobre todo del norte, pero también europeos de todos los países, estadounidenses y japoneses. Cada año al menos tres millones de personas respetadas e intachables en su casa, salen de países ricos para convertirse en monstruos a la vuelta de la esquina. Se aprovechan de la pobreza y se sienten y casi siempre son impunes. Según la Organización Mundial del Turismo uno de cada cinco turistas en el mundo busca sexo pagando y un sexto de ellos, entre los que viajan a América latina o al Caribe, tienen un objetivo concreto: abusar de un niño. América Latina ofrece paraísos naturales, cultura, música, pero hay millones de turistas que buscan otra cosa. Niñas de unos 8 años y chicos de más o menos 12, son los más buscados. Evidentemente son pobres, porque la prostitución infantil como el trabajo infantil tiene una relación directa con la pobreza en la cual sigue viviendo una parte importante de la población del continente. Los estupradores gastan y representan un mercado criminal muy floreciente. Este tipo de turismo se encuentra de hecho en el tercer puesto después del narcotráfico y el tráfico de armas como negocio para la criminalidad produciendo ganancias de millones de dólares al año. Si hasta el decenio pasado el primer destino de los estupradores de niños era sobre todo el norte de Brasil, donde según el «Correio Braziliense» a un niño estuprado se le paga poco más de un euro, el derrumbe de la economía mexicana después del desastre del tratado de libre comercio con Estados Unidos en 1994 ha convertido al país norteamericano en el primer destino del turismo pederasta.
Es difícil orientarse entre tantos números. En el mundo por lo menos dos millones de niños están obligados a prostituirse, dos tercios de los cuales son niñas, pero según la Organización Mundial de la Salud 150 millones de niñas y 73 millones de niños han sufrido abusos sexuales. Si bien en Asia los números son mayores, aproximadamente un cuarto de las victimas es latinoamericano (en América Latina viven 40 millones de niños en estado de abandono o semiabandono) y son en torno a 100.000 cada año los niños secuestrados de sus familias, reducidos a la esclavitud y llevados a las capitales turísticas para ser prostituidos. En el norte de Argentina se calcula que el 90% de los niños que desaparecen son secuestrados para destinarlos al mercado de la pedofilia en la capital. Sólo en Buenos Aires son obligados a prostituirse por lo menos 5000 niñas y niños.
Para los niños y niñas obligados a la prostitución las consecuencias son nefastas. Casi siempre son incitados u obligados al consumo de drogas y además de la degradación psicológica y social a la cual están sometidos están expuestos a violencias que van más allá de las sexuales, embarazos en el caso de las niñas y la exposición a toda clase de enfermedades de transmisión sexual, a partir del SIDA.
La UNICEF y la Organización Mundial del Trabajo ponen en relación directa el turismo sexual con el «secuestro de menores» y la «pornografía infantil» y los asocian a legislaciones permisivas y a altos niveles de corrupción. Y si pocos miles de niños se sustraen cada año a su destino, la impunidad es la cifra de los violadores que del Norte del mundo bajan al Sur.
Los denunciados este año son pocos centenares pero solo poquísimos son efectivamente condenados. Entre estos por primera vez, en marzo de 2007, fue condenado un italiano, el veronés (el Véneto es la primera región de proveniencia de los estupradores de niños italianos) Giorgio Sampec, de 56 años. Se jactaba de haber abusado de 400 niñas y niños en Tailandia. Ha sido condenado por el tribunal de Milán a 14 años de reclusión. Uno de cada tres millones.
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