Recomiendo:
0

En defensa de la autonomía e independencia de las organizaciones sociales latinoamericanas

Fuentes: Rebelión

Me anima a escribir lo siguiente la crítica que Atilio Borón hace a Luis Hernández Navarro colaborador del diario La Jornada, en el sentido de que el Foro Social Mundial versión Caracas tuvo un «carácter más marcadamente político-estatal». Sigo desde hace mucho el desempeño de movimientos y redes transnacionales, sobre todo aquellos que surgieron en […]

Me anima a escribir lo siguiente la crítica que Atilio Borón hace a Luis Hernández Navarro colaborador del diario La Jornada, en el sentido de que el Foro Social Mundial versión Caracas tuvo un «carácter más marcadamente político-estatal». Sigo desde hace mucho el desempeño de movimientos y redes transnacionales, sobre todo aquellos que surgieron en el continente americano con la primera ola de acuerdos de libre comercio ultra liberales a inicios de 1990. Estas se lanzaron a la defensa de los derechos laborales, del medio ambiente, de las relaciones equitativas entre géneros; en sí, la defensa de una agenda de matiz humano, comprometida con la justicia social en su interdependiente dimensión local, regional y global del mundo contemporáneo.

Estos movimientos representan una nueva sociedad civil que emana de los cambios en el sistema político mundial de finales de los años 80. Si algo caracteriza a estas sociedades civiles es su carácter autónomo e independiente con respecto a los estados (con minúscula), me refiero sobre todo a los estados y las sociedades latinoamericanas.

En los últimos 15 años han ejercido su papel de ciudadanos coadyuvando a transitar de dictaduras y gobiernos autoritarios a democracias (si bien deficitarias algunas), lo que ha hecho posible una participación ciudadana contestataria, que exige rendición de cuentas y además es proponente. Esta sociedad civil ha sido en gran parte responsable de las últimas remociones de gobiernos en América Latina, muchos de ellos después de cuatro siglos de independencia colonial no han podido o querido gestionar un estado de derecho cuyo afán sea el bien común. Por si fuera poco, intereses particulares de dentro y fuera de estos países continúan aliados con grandes capitales extranjeros. Con el auge de la economía ultraliberal muchos gobiernos terminaron por perder la brújula y no saben para quién gobiernan.

Los movimientos sociales tienen un ciclo de vida: nacen, crecen y mueren, pero en América Latina se sabe, no lo olvidemos, que tanto los incipientes movimientos sociales como los tradicionales (obrero-indígena) no solían morir de «muerte natural», sino que en el «mejor» de los casos sus líderes eran cooptados o corporativizados, lo que desanimaba al resto y terminaban desorganizándose. En el peor caso los líderes eran reprimidos o asesinados. Esa es la lección que los movimientos sociales latinoamericanos conocen y por eso festejemos y cuidemos que sigan ejerciendo su ciudadanía frente a las endebles democracias y gobiernos estatistas que perviven en América Latina.

No sólo Hernández Navarro se refirió al carácter estatista del Foro Caracas, también Boaventura de Sousa Santos en su artículo del 11 de febrero publicada en el mismo diario. De acuerdo con él, reconocemos que los foros se empapan de los contextos donde se realizan y así como intentó protagonizarlo el presidente Hugo Chávez esta última ocasión (con más de seis horas efectivas de intervención), en el Foro 2003 el protagonismo de Lula Da Silva fue evidente. Entonces se levantaron voces como ahora. Las gentes del Foro miraron con recelo la participación del presidente brasilero.

De acuerdo con Sousa, «donde Chávez se equivocó fue en tomar partido, en su primer discurso (…) a favor de quienes pretenden transformar el foro de espacio abierto de encuentro en actor político global más eficaz o, inclusive, talvez en una nueva Internacional…». No obstante, es factible pensar que el presidente venezolano reaccionó a tiempo cuando en su último discurso en el Foro apeló y alentó por su autonomía.

El contexto que se vive en América Latina con el arribo de diferentes visiones izquierdas hace del subcontinente, como dice Sousa, el hilo más delgado del imperialismo estadounidense. El fuerte dinamismo de la diplomacia venezolana, sustentada por el auge petrolero, junto con el régimen cubano que juega ahora sus mejores cartas, están intentando cooptar el escenario latinoamericano con ese rígido discurso de los sesenta anti Estados Unidos y anti imperialismo. Nadie les pide que dejen de hacerlo, pero sí defendemos y aclamamos porque los movimientos sociales contestatarios sostengan su autonomía y respondan con ese nuevo rasgo que les caracteriza: su «historicidad», como señala Alain Touraine, entendida como la capacidad para criticar el núcleo cultural civilizatorio del orden actual y para aportar un paradigma diferente. La agenda política regional y global en la que están inmersos la mayoría de estos movimientos y organizaciones va más allá de los intereses de Cuba y Venezuela.

Festejemos que ha sido la misma sociedad civil organizada de todos los rincones del planeta quienes se han sacudido de estatismos y se han erigido en un freno hacia el enorme poder que han tenido los estados y hacia el poder de los grandes capitales. Parece ser que podría convertirse en el «vigilante nocturno» del que nos habla Antonio Gramsci, esa superestructura que hace posible concebir el estado ético, sin esa gente en la superestructura tendríamos de nuevo en los países latinoamericanos la amenaza del «ogro filantrópico» del que nos habla Octavio Paz.

Verónica de la Torres es Profesora de la Universidad de Colima (México)