Apenas amanecía en Estambul cuando entré apresuradamente en un taxi y me dirigí al aeropuerto para tomar un vuelo a Diyarbakir, la mayor ciudad kurda del este de Turquía, cerca de la frontera con Irak. El avión estaba lleno, gracias a un numeroso grupo compuesto aparentemente por estudiantes parlanchines con cabezas bien rasuradas, cuya nerviosa […]
Apenas amanecía en Estambul cuando entré apresuradamente en un taxi y me dirigí al aeropuerto para tomar un vuelo a Diyarbakir, la mayor ciudad kurda del este de Turquía, cerca de la frontera con Irak. El avión estaba lleno, gracias a un numeroso grupo compuesto aparentemente por estudiantes parlanchines con cabezas bien rasuradas, cuya nerviosa excitación parecía indicar que nunca antes habían salido de casa. Uno de ellos tomó el asiento de la ventanilla al lado de mi intérprete. Resultó no ser un estudiante, sino un soldado, que acababan de llamar a filas, dirigiéndose al este para obtener más entrenamiento y su primera experiencia prolongada en la vida de las barracas, quizá incluso de conflicto. No podía tener más de 18 años; ésta era su primera vez en un avión. Al despegar agarró el asiento que tenía enfrente y miró temerosamente por la ventana. Durante el vuelo se calmó y disfrutó de las vistas de las montañas y los lagos, pero cuando el avión comenzó el descenso volvió a aferrar el asiento. Nuestro buen aterrizaje fue recibido con risas por muchos de la sección de cabezas rasuradas.
Sólo unas pocas semanas antes, algunos jóvenes soldados habían sido matados en enfrentamientos con guerrillas pertenecientes al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Solía ocurrir que cuando soldados turcos morían en el conflicto, sus madres eran llevadas a la televisión estatal para decirle al mundo lo orgullosas que estaban del sacrificio. Tenían más hijos en casa, solían decir, preparados y esperando defender a la patria. Esta vez las madres acusaron públicamente al gobierno por la muerte de sus hijos.
Diyarbakir es la capital de facto de la parte turca del Kurdistán, un estado sólo en teoría que se extiende durante unas seiscientas millas a través de las regiones montañosas del sureste de Turquía, el norte de Siria, Irak e Irán. El Kurdistán turco alberga a más de 14 millones de kurdos, que componen la amplia mayoría de la población de la región; hay otros cuatro millones de turcos en el norte de Irak, unos cinco millones en Irán y un millón en Siria. El sector turco es el más grande y estratégicamente el más importante: sería fundamental en un estado kurdo. De ahí la paranoia mostrada por el gobierno turco y su maltrato a la población turca, cuyas condiciones de vida son mucho peores que las de los kurdos en Irak o Irán.
La lengua y la cultura kurdas fueron prohibidas cuando se constituyó la República de Turquía en 1923. La represión se intensificó durante los años setenta, y la ley marcial fue impuesta en la región en 1978, seguida de dos décadas de detenciones en masa, torturas, matanzas, deportaciones forzadas y la destrucción de pueblos kurdos. El PKK, fundado por el líder estudiantil Abdullah Öcalan en 1978, comenzó una guerra de guerrillas en 1984, reivindicando el derecho de los kurdos a la autodeterminación dentro (esto siempre fue enfatizado) del marco de un estado turco democratizado y desmilitarizado. Por ‘democratización’ los kurdos quieren decir la revocación de las leyes utilizadas para hostigar a las minorías o para negarles sus derechos políticos fundamentales. La constitución, por ejemplo, establecida en 1982, requiere que un partido obtenga un 10 por ciento de los votos nacionales antes de que pueda conseguir representación parlamentaria – el mayor umbral de este tipo del mundo. Los nacionalistas kurdos reciben constantemente una mayoría de votos en partes del este de Turquía, pero no tienen miembros en el parlamento. Cuando, en 1994, diputados kurdos de centro-izquierda formaron un nuevo partido para superar la barrera del 10 por ciento, fueron arrestados acusados de secundar al PKK y sentenciados a 15 años de prisión.
Aproximadamente 200.000 tropas turcas han sido desplegadas de forma permanente en el Kurdistán desde principios de los noventa, y en 1996 y 1998 feroces batallas causaron miles de victimas kurdas. Para febrero de 1998, cuando el fugitivo Öcalan fue capturado en Kenia -posiblemente por la CIA- y entregado a Turquía, más de 30.000 kurdos habían sido asesinados y unos 3.000 pueblos kurdos quemados o destruidos, provocando un nuevo éxodo a Diyarbakir; la ciudad ahora tiene una población de más de un millón. Al final de 1999, después de un intenso ‘lobbying’ estadounidense, la UE otorgó el estatus de candidato a Turquía, con posteriores negociaciones condicionadas por alguna mitigación, como mínimo, de la situación kurda. El ritmo de las reformas se aceleró tras la elección del gobierno de Recep Tayyip Erdogan en noviembre de 2002. En 2004, los diputados kurdos que habían sido arrestados diez años antes fueron finalmente liberados, y se emitió por primera vez en la televisión estatal un programa en lengua kurda. De acuerdo con las estipulaciones de la UE para la herencia cultural, se comenzó un trabajo de restauración del viejo palacio de Diyarbakir – incluso mientras prisioneros kurdos todavía eran torturados en los sótanos.
Mi anfitrión, Melike Coskun, el director del Centro Cultural Anadolu, sugirió una visita a las murallas y a la ciudad vieja con forma de rodaballo. Recogimos a Seymus Diken, consejero cultural del recientemente elegido joven alcalde simpatizante del PKK. Nos llevo a una mezquita que había sido una vez una catedral y antes de eso un templo pagano donde los adoradores del sol sacrificaban vírgenes sobre grandes losas en el patio. Era un viernes durante el Ramadán y la mezquita se estaba llenando. La mayoría, pertenecientes a la dominante escuela Sunni Hanafi, ocuparon la habitación principal mientras los shafiitas rezaban en una más pequeña.
Después visitamos tres iglesias cristianas vacías. La primera era caldea, construida en el año 300 después de Cristo, y su cúpula de ladrillo estaba sostenida exquisitamente por arcos de madrea entrecruzados. La segunda, que era asiria, era cuadrada, e incluso más antigua, con tallados aramaicos en la madera y en las piedras. El conserje vive en habitaciones contiguas a la iglesia, y cultiva vegetales en lo que una vez fue el jardín del palacio del obispo. Hay gallinas deambulando, que ocasionalmente ponen huevos bajo el altar. La iglesia armenia era más reciente -siglo XVI- pero no tenía techo. Tenía una forma más conocida, como una iglesia católica romana, y el cura confirmó que los armenios que otrora habían rendido culto aquí eran católicos. Seymus comenzó a susurrarle algo. Tuve curiosidad. ‘No es nada’, dijo Seymus. ‘Desde mi triple bypass la única bebida que me permiten los médicos es el vino tinto y hay un pequeño viñedo contiguo a un monasterio en el campo. Cojo unas cuantas botellas de esta iglesia. Es un buen vino.’ Esto era extrañamente tranquilizador.
Caminamos hasta las murallas de la ciudad vieja, construidas por primera vez con piedra negra hace más de 2.000 años, con capas añadidas por cada nuevo conquistador. Los parapetos almenados y las galerías arqueadas están desmoronándose; muchas piedras han sido robadas para reparar casas locales. Desde un fortín en la muralla se ve el Tigris dirigiéndose al sur. Seymous me dijo que había sido encarcelado por las autoridades turcas en las celdas del palacio. ‘La próxima vez que vengas’, prometió, ‘este edificio estará totalmente restaurado y sorberemos nuestras bebidas mientras miramos como fluye el Tigris’. En un gran espacio cerrado debajo del muro había una exhibición de fotografías de Diyarkabir en 1911. Las imágenes, de una ciudad medieval prácticamente intacta, parecían tener poco interés en las personas que vivieron ahí, se concentraban en cambio en los edificios. La fotógrafa era Gertrude Bell, que más adelante se vanagloriaba de haber creado el Irak moderno en nombre del imperio británico ‘dibujando líneas en la arena’. Estas líneas, por supuesto, también dividía el territorio de las tribus kurdas, que reivindican una historia ininterrumpida en esta área, remontándose a mucho antes de la era cristiana.
Los primeros documentos escritos provienen de la conquista árabe musulmana. En el siglo X, el historiador árabe Masudi hizo una lista con las tribus kurdas de las montañas en su historia de nueve volúmenes, Meadows of Gold ( Praderas de oro ). Como la mayoría de los pobladores de la región se convirtieron al Islam en el siglo VII y VIII, y fueron reclutados por los ejércitos musulmanes. Sin embargo eran rebeldes, y participaron en sublevaciones tales como los alzamientos kharijis del siglo XIX. (Los kharijis denunciaron la tradición hereditaria como ajena al Islam y exigieron un califa electo. Fueron aplastados.) Los kurdos se asentaron alrededor de Mosul y participaron en la épica revuelta de esclavos zany en el sur de Mesopotamia en 875. Ésta, también, fue derrotada. Posteriormente bandas turcas deambularon por la región como mercenarios. La familia de Saladin pertenecía a uno de esos grupos, cuyas habilidades militares pronto impulsaron a sus líderes al poder. Durante los conflictos del siglo XVI entre el Imperio Otomano y los safávidas que gobernaban Irán, las tribus kurdas lucharon en ambos bandos. Los conflictos entre las tribus provocaron que la unidad de los kurdos fuese casi imposible.
Cuando Gertrude Bell visitó Diyarbakir en 1911, los musulmanes (principalmente kurdos) constituían un 40 por ciento de la población. Los armenios, los caldeos y los asirios, grupos que se habían asentado en lo que hoy es el este de Turquía más de mil años antes de la era cristiana, seguían siendo la presencia dominante de la región. Estambul estaba cada vez más descontento con la idea de una población tan mezclada, e incluso antes de que los ‘jovenes turcos’ arrebataran el poder al sultán en 1909, una ola nacionalista provocó enfrentamientos entre los grupos turcos y armenios y masacres en pequeña escala en el este. Los armenios empezaron a ser vistos como los agentes de países extranjeros que intentaban desmembrar el Imperio Otomano. Es cierto que ciertas facciones adineradas armenias (y griegas) trataban de quedar bien con occidente durante los últimos días del Imperio Otomano, pero gran parte de la población armenia continuó viviendo pacíficamente con sus vecinos musulmanes en la Anatolia oriental. Hablaban turco además de su propia lengua, al igual que hacían los kurdos. Pero los revolucionarios nacionalistas armenios estaban empezando a hablar de un estado armenio y las comunidades se dividieron cada vez más debido a divergencias políticas. El sultán creó una milicia kurda para intimidar a los armenios, y entonces Mehmed Talat, el ministro del interior (que sería asesinado por un nacionalista armenio), decidió simplemente eliminarlos. Los soldados irregulares kurdos llevaron a cabo las expulsiones forzadas y las masacres de 1915 en las que murieron hasta un millón de armenios.
Melike me dijo que su abuela era armenia, y que las familias kurdas salvaron muchas vidas y refugiaron a mujeres y niños armenios que se habían convertido al Islam para poder sobrevivir. Hace dos años Fethiye Çetin, una abogada e historiadora, publicó un libro sobre su abuela, que en su vejez le confesó a Çetin que no era musulmana, sino una armenia cristiana. El libro fue sacado a la luz en el centro cultural Melike. ‘La sala estaba repleta de mujeres que nunca se habían acercado a nuestro centro antes,’ dijo Melike. ‘Después de que Fethiye hubo terminado había muchísimas mujeres que querían hablar y discutir sus raíces armenias. Fue increíble.’ Çetin escribe que su abuela fue una niña ‘sobrante de la espada’, que era como describían a las personas cuyas vidas fueron perdonadas: ‘Sentí que se me helaba la sangre. Había oído esta expresión antes. Me dolía verla utilizada para describir a personas como mi abuela. Mi optimismo, que estaba formado por recuerdos de pan de té, se convirtió en pesimismo.’
La lógica política del ultra-nacionalismo resultó mortal tanto para la victima como para el ejecutor. El objetivo de los ‘jovenes turcos’ había sido expulsar a las minorías no musulmanas para asentar los cimientos de un nuevo y sólido estado unitario. El intercambio de poblaciones con Grecia formaba parte de este plan. En 1922 Atatürk llegó al poder e hizo del plan una realidad bajo el eslogan ‘un estado, un ciudadano y una lengua’. La lengua fue latinizada, desechando muchas palabras de origen árabe y persa, de modo muy parecido a como se hizo con los ciudadanos indeseados. Dado que ahora casi toda la población era musulmana, las bases seculares del nuevo estado eran extremadamente débiles, con los militares como los únicos encargados de imponer el nuevo orden. El primer obstáculo apareció con el alzamiento kurdo de 1925. Entonces, como ahora, la religión no podía disolver las otras diferencias. La rebelión duró varios meses, y cuando finalmente fue sofocada todas las esperanzas para una autonomía kurda desaparecieron. La cultura y la lengua kurdas fueron suprimidas. Muchos emigraron a Estambul e Izmir y otras ciudades, pero la cuestión kurda nunca desaparecería.
Había sido invitado para dar una charla en Diyarbakir sobre la cuestión kurda y la guerra en Irak. Cuatro años antes, cuando la guerra todavía estaba siendo tramada en Washington, Noam Chomsky y yo fuimos invitados a pronunciar un discurso en un congreso de sindicatos del sector público en Estambul. Muchos de los ahí presentes eran kurdos. Dije entonces que habría una guerra y que los kurdos iraquíes colaborarían incondicionalmente con los EE.UU., como habían hecho desde la guerra del Golfo, y manifesté la esperanza de que los kurdos turcos resistirían la tentación de hacer lo mismo. Después fui confrontado por algunos kurdos furiosos. ¿Cómo me atrevía a mencionarles en la misma frase que a sus primos iraquíes? ¿Acaso no era consciente que el PKK se había referido a los jefes tribales del Kurdistán iraquí como ‘nacionalistas primitivos’? De hecho, uno de ellos gritó, que Barzani y Talabani (actualmente el presidente de Irak) era poco más que ‘mercenarios y prostitutas’. Se habían vendido sucesivamente al sha de Irán, Israel, Saddam Hussein, Jomeini, y ahora a los estadounidenses. ¿Cómo podía siquiera compararlos al PKK? En 2002 me disculpé de buena gana. Ahora desearía no haberlo hecho.
El PKK no compartía el sentimiento antibelicista que había envuelto al país en 2003 y que condujo al recién elegido parlamento a prohibir a EE.UU. entrar en Irak desde Turquía. Pero mientras en Estambul el apoyo a la guerra era avergonzado y ruboroso, en Diyarbakir no había tales inhibiciones. Prácticamente todas las preguntas después de mi charla tomaban como punto de partida el nacionalismo kurdo. Los acontecimientos en el norte de Irak, o en el sur del Kurdistán, como lo llaman en Diyarbakir, habían creado una especie de esperanza, una especie de creencia, de que los estadounidenses quizá desharían lo que habían hecho Gertrude Bell y los británicos, y darían a los kurdos su propio estado. Apunté que el principal aliado de Estados Unidos en Turquía era el ejército, no el PKK. ‘Lo que parte de mi gente no puede entender es que se pueda ser un estado independiente y sin embargo no ser libre, especialmente ahora,’ murmuró un veterano que estaba de acuerdo. Pero la mayoría de las personas ahí estaban contentas con la idea de que el Kurdistán iraquí se convirtiese en un protectorado americano-israelí. ‘Dame un motivo, distinto a la conspiración internacional, por el cual los kurdos deberían defender una fronteras que han sido sus prisiones’, dijo alguien. El motivo me parecía claro: da igual lo que ocurriese tendrían que seguir viviendo ahí. Si comenzaban a matar a sus vecinos, los vecinos buscarían venganza. Colaborando con EE.UU., los líderes kurdo iraquíes en el norte están poniendo las vidas de sus colegas kurdos en Bagdad en peligro. Es lo mismo en Turquía. Hay casi dos millones de kurdos en Estambul, incluyendo a muchos hombres de negocios ricos integrados en la economía. No pueden ser ignorados. Cuando volaba de vuelta a Estambul el PKK anunció un alto el fuego unilateral. El gobierno islamista moderado de Turquía debe estar secretamente aliviado. La decisión del PKK ofrece la posibilidad de reformas genuinas y autonomía, pero esto sólo ocurrirá si el ejército turco está de acuerdo en retirarse a sus barracas. Las condiciones económicas en las áreas kurdas son ahora apremiantes: la entrada de refugiados no ha parado y la creciente polarización de clases se refleja en el aumento del Islam político. Hace algunos años se formó un Hezbollah kurdo (con, así se ha dicho, la ayuda de la inteligencia militar turca, esperando que debilitase al PKK), y las condiciones son propicias para su crecimiento. Su primera gran aparición en público en Diyarbakir fue una manifestación de 10.000 personas contra las caricaturas danesas. Si las cosas no cambian, el movimiento va a crecer.
Tariq Ali es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO
Traducción para www.sinpermiso.info : Sebastián Porrúa
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London Review of Books, 26 noviembre 2006