Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En estos días, con EE.UU. empantanado en dos guerras sin fin a la vista, sin un plan para terminarlas y sin sentido alguno de la historia, parece adecuado echar una mirada en retrospectiva a otra guerra que EE.UU. libró durante muchos años, bajo otros regímenes, demócrata y republicano, sin un buen motivo, y sobre la base de mentiras.
A estadounidenses que vivimos en una situación relativamente cómoda, incluso si trabajamos para terminar con las guerras, nos es demasiado fácil no darnos cuenta de todo el impacto de la destrucción que se inflige en nuestro nombre.
Somos tan culpables como cualquiera. No se comprende realmente la profundidad de los crímenes de guerra, hasta que se habla con la gente y se ven los sitios en los que los hemos cometido.
Viajamos a Hanoi en junio de este año para asistir al Congreso Cuadrienal de la Asociación Internacional de Abogados Democráticos [IADL] que reúne a abogados radicales por los derechos civiles y los derechos humanos de todo el mundo. Mientras nos preparábamos para ir y mencionábamos a diversos activistas el país donde íbamos, aquellos que son veteranos de Vietnam no dejaban de subrayar la importancia de que fuéramos, debido a la Guerra. En nuestra ingenuidad, estuvimos de acuerdo, y pensábamos en nuestro interior: «Claro, ya sé, pero la Guerra terminó hace 35 años. Ya lo mencionarán. Pero Vietnam es sobre todo un sitio exótico donde ir a una gran conferencia y discutir temas importantes de paz y derechos humanos. Es un país hermoso, y hace tiempo que teníamos ganas de ir.»
No podíamos estar más equivocados. Es un país hermoso, muy diferente del nuestro en un millón de maneras, tanto deliciosas como frustrantes, y estuvimos muy contentos de haber ido, pero la Guerra, la Guerra Estadounidense, como le dicen los vietnamitas, es una presencia diaria en las vidas de la gente, el sufrimiento que continúa, y la carga que llevamos con nosotros.
Sucedió pronto después de nuestra llegada, y Karen la encontró primero, en un tour del gobierno que nos fue ofrecido por el comité de acogida. Estábamos en diferentes circuitos de la conferencia, y así fue durante varios días. Karen hizo el tour del Mausoleo Ho Chi Minh y de varios fabulosos museos y sitios culturales el domingo, dos días después de nuestra llegada. Ésta fue su experiencia:
Llegamos al Mausoleo a través de la entrada VIP/extranjeros; a causa de un gran desorden en las instrucciones de ingreso, algunos miembros del tour y yo habíamos llegado originalmente a la entrada del Pueblo, la entrada vietnamita. La fila que hay allí da la vuelta todo el complejo; parecía tener más de un kilómetro, con 10.000 personas que abarrotaban la estrecha acera antes de la entrada. Gente de todo Vietnam llega a presentar sus respetos.
Después de salir del Mausoleo, la fila pasa por todo el complejo para ver primero el Palacio Presidencial, construido por los franceses para su gobernador y luego apropiado por los vietnamitas. Ho Chi Minh consideró que era demasiado grandioso para un solo hombre simple, de modo que vivió en dos edificios más pequeños. Uno era su residencia primaria y sala de conferencias: arriba, en el segundo piso, una simple estructura de madera con dos habitaciones construida sobre pilotes, que deja una amplia área debajo, en el piso de tierra, aproximadamente del tamaño de una pequeña sala de conferencias, donde podía soplar la brisa mientras él y sus ministros se reunían alrededor de una simple mesa.
Entonces los vi: un grupo de soldados vietnamitas con los viejos uniformes verdes que había visto tan a menudo en fotos de la guerra contra EE.UU., algunos de ellos con medallas fijadas en sus bolsillos superiores. Me sentí tan curiosa y me quedé mirándolos, tal como todos los vietnamitas me miraban a mí (las caras blancas siguen siendo una pequeña minoría, a pesar de la apertura de Vietnam y de la promoción del turismo). Me sentí excitada y deseaba tanto hablar con ellos: ¿de qué Estado venían? ¿Dónde habían combatido? ¿Conocieron al Tío Ho? ¿Lo oyeron hablar? ¿Qué piensan de EE.UU. actual? Somos sustentadores del grupo estadounidense, Veteranos por la Paz, que ayudó a crear la Aldea de la Amistad de Vietnam, una organización que ayuda a niños y veteranos afectados por las minas terrestres y el Agente Naranja. Conocemos a varios estadounidenses que combatieron en la guerra. Ansiaba tener contacto con ellos, ofrecer un puente de paz, o incluso un contacto de paz. Pero era demasiado repentino, llegar de esa manera hacia ellos. No pude encontrar las palabras para decir a nuestro traductor por qué estaba tan excitada, y mi vietnamita era inexistente. Nos miramos varias veces durante la caminata por el complejo, a veces a sólo menos de un metro de distancia, pero igual podríamos haber estado a lados opuestos del Gran Cañón. Finalmente les pedí permiso para tomar una foto. No quería sólo sacarles una foto, sino tener una foto con ellos, pero ni siquiera pude comunicar esa parte. Dijeron que no con sus cabezas. ¡Qué lástima que haya parecido un estúpido gesto de turista! Me sentí tan triste. Evidentemente todos eran mayores; deben haber estado en los sesenta o setenta años, quién sabe si tendríamos otra posibilidad. Y quién sabe cómo se habrán sentido ante el contacto con una estadounidense blanca, de clase media y con sobrepeso, después de todo lo que les había pasado.
En cuanto a Larry, el primer momento fue más fácil y relativamente seguro, por lo menos para él: Cuando tomé el tour el día después de Karen, pasamos del mausoleo Ho Chi Minh y de los museos al Museo del Ejército. Ahí afuera estaba el avión de McCain, y diverso equipamiento militar estadounidense capturado, y adentro, un guía del Ejército Vietnamita nos mostró orgullosamente objetos expuestos de las Guerras Japonesa, Francesa y Estadounidense y cómo los vietnamitas habían vencido. Nosotros, por coincidencia o no, abogados y estudiantes de derecho japoneses, franceses y estadounidenses, respondimos a la amable esperanza del guía de que pudiésemos vivir todos en paz, con sentimientos sinceros sobre cuán felices estábamos de que los vietnamitas hubieran recuperado su país de cada uno de nuestros países, esa ola tras ola de invasores. Era verdad, y nos dio a todos un buen sentimiento de estar desafiando al imperio.
Un par de día después, se hizo más personal:
El último día del Congreso, Karen y yo participamos en un increíble intercambio entre estudiantes de derecho del NLG [Gremio Nacional de Abogados de EE.UU.] y estudiantes vietnamitas, algunos de derecho, otros de lenguaje, y después de llegar a conocernos y de comparar los sistemas educacionales, uno de los estudiantes de derecho de EE.UU., Dan, llevó la discusión al corazón del tema: La Guerra. Los estudiantes vietnamitas están muy enfadados por el Agente Naranja (el Veneno Naranja como lo llaman adecuadamente) y todos parecen conocer a gente afectada por él, ahora ya en tercera generación. Ahora hay nietos que nacen afectados por ese azote que propagamos y, a medida que el agua lo cuela en la tierra, y peor todavía en los genes de la gente que atacamos con nuestros productos químicos tóxicos convertidos en armas de guerra, pulverizados desde lo alto por aquellos que nunca vieron el efecto de lo que hicieron. Choque y pavor, al estilo de los años setenta. Nuestros crímenes de guerra continúan mucho después de nuestra partida.
Cuando llegamos al tema de la guerra en sí, fueron asombrosamente amables, al diferenciar entre Lyndon Johnson y el pueblo de EE.UU. Citaron la marcha de la Movilización, y otras manifestaciones, que les enseñan en la escuela, y hablaron sobre cómo el pueblo estadounidense se solidarizó con el pueblo de Vietnam e hizo que el gobierno abandonara la guerra. Tienen fotos en sus libros de historia y en los museos que muestran las principales marchas en EE.UU. contra lo que llamamos la Guerra de Vietnam, y que ellos llaman la Guerra Estadounidense, y pancartas y panfletos del fin de nuestra lucha por terminar esa horrible Guerra.
Hablaron de cómo soldados estadounidenses también fueron víctimas y sufren.
Tuve que decir algo: ¡Nos dan demasiado mérito!» Fue difícil entonces, tal como es difícil ahora sacar a los estadounidenses a las calles, y que realmente se identifiquen con el sufrimiento de los demás, que vean realmente el mundo más allá de EE.UU. Entre lágrimas, pude pedir perdón y decirles lo feliz que me siento de que hayan ganado la guerra y que puedan estar en un Vietnam libre.
Karen, los estudiantes de derecho, y otros hicieron declaraciones de una elocuencia maravillosa.
Uno de los vietnamitas citó al Tío Ho cuando dijo que expulsaremos a los estadounidenses del país y luego, cuando quieran volver como iguales, les daremos la bienvenida. Y aquí estamos.
Nos abrazamos y lloramos juntos, y posamos para fotos. Fue una maravillosa relación. Solidaridad de un brillo hermoso.
Al día siguiente, revisitamos la guerra mientras viajábamos como parte de una delegación de la IADL a la Aldea de la Amistad de Vietnam. La Aldea de la Amistad fue establecida por un miembro de Veteranos por la Paz para expiar sus acciones durante La Guerra. Ahora es financiada por donaciones de por lo menos cinco países, cuatro de los cuales ni siquiera participaron en la Guerra, así como por el gobierno vietnamita. En la Aldea de la Amistad, tratan, educan y forman en diferentes oficios a víctimas del Agente Naranja (en su mayoría niños), que ahora están en la tercera generación. No nos mostraron, por la típica gentileza vietnamita, las peores víctimas, llenas de cicatrices y deformadas, pero lo que vimos fue extraordinariamente doloroso, y desconocido en EE.UU. Como preguntara, con cortés enojo, uno de los estudiantes en la discusión del día antes: ¿Cuándo aceptarán los estadounidenses la responsabilidad por el sufrimiento que causan?» Cuándo, por cierto. Larry descubrió que su cólera aumentaba durante el resto del día, y sólo más tarde comprendió que en gran parte era por lo que había visto en las caras y los cuerpos de esos niños.
En la Aldea de la Amistad, logramos finalmente la conexión ansiada por Karen: encontrar a un grupo de veteranos vietnamitas de la Guerra Estadounidense, todavía en uniforme, en la Aldea para obtener tratamiento médico. Sonrientes, nos saludaron, tomaron nuestras manos, y posaron para fotos. Había un sentido de unidad y solidaridad que Larry no logra expresar en palabras.
Durante todo el resto de la estadía, una vez que aprendimos dónde mirar, encontramos altares ocultos en las esquinas y en las plazas en recuerdo de los por lo menos dos millones de muertos de la Guerra Estadounidense. Los muertos son recordados y honorados en un proceso continuo, interminable de cicatrización y de cura.
El último día de nuestro viaje nos deparó una de las experiencias más poderosas.
Estábamos descansando en Hanoi, en uno de los sitios más pacíficos que hayamos encontrado en una gran ciudad. Estábamos sentados en un banco delante del templo en medio del Lago Hoan Kiem, buscando las legendarias tortugas que habitan el lago, de las que dicen que son emisarias de los dioses. Se nos acercó un anciano vietnamita, quien primero dijo: «¿Estadounidenses? Cuando aprobamos, respondió con una descarga en vietnamita. Laren levantó sus manos confundida y dijo, en inglés, que no hablamos vietnamita. De nuevo, dijo: «¿Estadounidenses?» Larry dijo: sí, pero no hablamos vietnamita. Volvió a pasar lo mismo, él hablando vietnamita y nosotros inglés. Obviamente le era muy importante lograr establecer una conexión con nosotros, pero el Congreso había terminado y no teníamos traductores. Repentinamente, extrajo su camisa de los pantalones, se acuclilló con su espalda vuelta hacia nosotros. Siguió tirando su camisa hasta sus hombros, de modo que toda su espalda quedó a la vista. Siguió hablando en vietnamita, con mucha insistencia. Larry repentinamente hizo la conexión: Nos estaba mostrando las cicatrices a través de toda su espalda. Podían haber sido marcas de tortura, o marcas de balas. No se quedó contento, y no se volvió a levantar hasta que los dos habíamos tocado las cicatrices en su espalda, demostrando que sabíamos lo que nos mostraba.
Otra delegada estadounidense había celebrado su cumpleaños durante el viaje. Decidió pronto que una buena manera de celebrar sería encontrar a alguien quien había sido dañado en la Guerra, y que le pediría perdón. Karen recordó su historia de haber encontrado a un hombre que trabajaba como conductor de «ciclo», llevando a gente en su combinación de taxi con bicicleta, y las palabras que había utilizado. Nosotros, también, dijimos «Sin Loi» (lo siento). Se volvió, su sonrisa era encandilante, y sus ojos se iluminaron. A cada uno de nosotros, nos tomó una mano en las suyas, agitando tan calurosamente las manos y haciendo reverencias. Su cara sigue grabada en nuestros recuerdos.
Ahora, de vuelta en EE.UU., que todavía no se responsabiliza por nada y actúa como si todo lo que hace y todo el daño que causa fuera aprobado por Dios, nos duelen las lecciones que hemos aprendido:
Afirman que los vietnamitas, como los iraquíes y los afganos, y los demás contra los que hacemos la guerra, no valoran la vida como nosotros. Existe el viejo cliché estúpido surgido durante la Guerra y ahora de nuevo sobre iraquíes, afganos, árabes y musulmanes, de que no valoran la vida como nosotros. Al viajar, encontrar a los vietnamitas, y al llegar a comprender el efecto que tuvo la Guerra sobre ellos, quedó muy claro que valoran la vida de maneras que nosotros como estadounidenses apenas podemos comenzar a comprender. Si nos esforzamos, no tardaremos mucho en encontrar que lo mismo vale para iraquíes y afganos.
Otra lección nos ha dado esperanzas mientras nos esforzamos por terminar nuestras guerras actuales, y nos sentimos, como sucede, aislados y desesperanzados. Los estudiantes nos mostraron que cada pequeña manifestación de que sufrimos cuando pensamos que nadie nos ve, que ningún medio informa sobre ella, y que sólo aparecen 50 personas, es importante para la solidaridad. La gente nos ve, y dentro de 30 años, jóvenes iraquíes sabrán de nuestras marchas en sus libros de historia.
El imperialismo puede ser derrotado por naciones determinadas, con pocas armas, pobres, pero determinadas. El imperio no puede mantener las ocupaciones ante una resistencia comprometida, y los imperios siempre caen.
Manteneos fuertes y seguid en la lucha. Tenemos que vencer, si la historia sirve de juez, y un día caminaremos por un Afganistán libre y un Iraq libre y hablaremos con gente amable que nos agradecerá nuestra pequeña contribución al fin de las ocupaciones y de las guerras.
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Larry Hildes es abogado de derechos civiles basado en Bellingham, WA, especializado en los derechos de manifestantes, en particular de manifestantes contra la Guerra en Olympia, WA. Su esposa, Karen Weill es ex periodista y gerente corporativa de relaciones humanas que ahora trabaja con él en su práctica. Juntos viajan a menudo a conferencias en todo el mundo. El artículo procede de una serie de publicaciones que Larry y Karen han hecho en un blog establecido por el Comité Internacional del Gremio Nacional de Abogados, establecido para participantes a fin de que publiquen sus observaciones sobre la conferencia y Vietnam.