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Encuentro en Caracas

Fuentes: La Voz de Galicia

Acaba de celebrarse en Caracas, del 1 al 5 de diciembre, un importante Encuentro en Defensa de la Humanidad que ha convocado a intelectuales venidos de los cinco continentes. Ha sido un evento de relevancia mundial porque no es frecuente reunir a tantas personalidades. La idea era expresar una suerte de solidaridad con el proceso […]

Acaba de celebrarse en Caracas, del 1 al 5 de diciembre, un importante Encuentro en Defensa de la Humanidad que ha convocado a intelectuales venidos de los cinco continentes. Ha sido un evento de relevancia mundial porque no es frecuente reunir a tantas personalidades. La idea era expresar una suerte de solidaridad con el proceso de transformación social que en torno al presidente Hugo Chávez está viviendo Venezuela. Otro objetivo era conocer las experiencias que se están llevando a cabo en este país en materia de educación, de salud y en los terrenos económicos. Ha servido de modelo aquel congreso de intelectuales y de artistas que, en 1937, en plena guerra civil española, se organizó en Valencia en solidaridad con la República agredida.

En una de las mesas redondas, yo he intervenido sobre las industrias culturales . Todos recordamos que esa expresión fue propuesta en los años 1930 por los primeros teóricos de la cultura de masas: los autores de la escuela de Fráncfort. Afirmaban que toda obra de arte tiene como característica la unicidad, el hecho de ser única. Sin embargo, una obra pierde esta característica cuando se produce de modo industrial. Ellos fueron los primeros en notar las tendencias que se iban a desarrollar en los años 70, cuando autores como Herbert Schiller o Armand Mattelard denunciaron el dominio norteamericano en la producción de la cultura de masas.

¿Cuáles son las industrias culturales hoy? No cabe duda de que estamos viviendo transformaciones importantes en el ámbito de la comunicación. Y se sabe que la información forma parte de esas industrias. Hoy día, en las sociedades desarrolladas, las máquinas informatizadas (agendas electrónicas, teléfonos celulares, ordenadores bonsai) se han miniaturizado tanto que casi las llevamos injertadas en nuestro cuerpo. Vivimos en un universo en el que la informatización se ha multiplicado y cada uno de nosotros, sin darse cuenta, lleva varias computadoras invisibles consigo. Por ejemplo, un simple billete de metro (o de autobús, o de avión) nos dice a qué hora se tomó el transporte, cuánto tiempo se tardó en recorrer el trayecto, a qué hora se salió de él. Y si ese tiquet se ha tomado por un mes, el último día, sin que nadie intervenga, deja de funcionar porque su duración está programada. Un modesto trozo de cartón es ahora un elemento informatizado.

Otro aspecto es la cerebralización de los aparatos mecánicos que saben hacer un cierto número de cosas. Desde la lavadora hasta los automóviles. Hoy, un automóvil tiene menos que ver con el universo mecánico que con el informático. Hay más informática embarcada en un automóvil corriente que la que había, en 1969, en la nave espacial que condujo a Armstrong a la Luna. Es otro resultado de la revolución digital que permitió a la humanidad descubrir Internet. Y ninguna técnica de comunicación ha conocido una expansión tan fulgurante como Internet.

¿Quién domina Internet? Microsoft, Viacom, IBM, General Electric, Google, Intel, Yahoo, AOL, Vodafone, es decir, empresas que vienen de la galaxia informática, de la galaxia Internet o de las industrias telefónicas. Porque la información y la comunicación son las industrias estratégicas de hoy, como ayer lo fueron el carbón, el acero o el automóvil.

El concepto de industria cultural ha cambiado. En nombre de la rentabilidad y del beneficio a toda costa, el proyecto de reducción de lo que la cultura puede tener de liberador no ha desaparecido, ni disminuido. Al contrario, más que nunca la producción masiva amenaza con asfixiar a la cultura verdadera.