En las 10 semanas que van de fines de septiembre a comienzos de diciembre, los presidentes de América Latina habrán debido asistir a cinco cumbres: Comunidad Suramericana de Naciones, en Brasilia; Iberoamericana, en Salamanca; De las Américas, en Mar del Plata y Mercosur-Comunidad Andina de Naciones, en Montevideo, precedidas todas por la Asamblea General de […]
En las 10 semanas que van de fines de septiembre a comienzos de diciembre, los presidentes de América Latina habrán debido asistir a cinco cumbres: Comunidad Suramericana de Naciones, en Brasilia; Iberoamericana, en Salamanca; De las Américas, en Mar del Plata y Mercosur-Comunidad Andina de Naciones, en Montevideo, precedidas todas por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York. Tal proliferación expresa la agudización de la competencia económica internacional y expone el verdadero papel de los Estados ante la crisis.
Multiplicadas hasta el absurdo las cumbres bordean el grotesco en documentos donde se reiteran propósitos de redención social mientras la exclusión y la indigencia, con todas las calamidades que conllevan, aumentan sin cesar.
Una cumbre por quincena en el último trimestre de 2005 es mucho más de lo que puede soportar el mejor cuerpo diplomático -y la más elemental lógica- pero todo indica que los propios protagonistas no logran poner freno al fenómeno y, por el contrario, la tendencia a convocar tales instancias se retroalimenta a sí misma: hubo ya una cumbre árabe-suramericana, habrá otra afro-suramericana… y la lista no se agota.
La teoría política no ha tomado cuenta del múltiple significado de esta novedad en la política mundial: la proliferación de cumbres es indicativa de la pugna entre las grandes metrópolis por la conquista y control de los mercados; y a la vez responde por vía de los hechos a las teorías que, aludiendo a la globalización, negaron el papel del Estado en la definición del destino de la economía mundial: en situación de crisis los presidentes ocuparon de hecho el lugar de las empresas y sus ejecutivos en el manejo de la economía; la cual recupera de este modo su condición original de Economía-Política.
Si las transnacionales fueron el vehículo para la aceleración de la globalización, las cumbres son el instrumento para afrontar la crisis global. Hace ya quince años, en sincronía con la agudización de la lucha mundial por los mercados tras el derrumbe de la Unión Soviética y la ruptura de todos los diques que contenían la marea descontrolada de la ley del valor, la Unión Europea (UE) dio un paso audaz apelando a España para afirmar una cabecera de playa en América Latina y el Caribe. Al socaire de su condición de Madre Patria, ahora pujante y democrática, España fue la avanzada exitosa de aquella estrategia. Así nació, en 1990, la Cumbre Iberoamericana. Los índices de la inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe exponen de manera inequívoca el resultado de aquella estrategia europea (ver gráfico): utilizando como locomotora a España, la UE igualó rápidamente y duplicó enseguida el monto de los capitales estadounidenses en la región.
Perdida la iniciativa y la primacía, para Estados Unidos era imperioso un rápido contragolpe. A falta de la bonhomía de un monarca democrático, sin una lengua y una cultura comunes en las cuales apoyarse, Washington apeló al habitualmente redituable pragmatismo wasp y copió la táctica europea. Nació así en 1995 la Cumbre de las Américas: todos los países del hemisferio menos Cuba se reunieron en Miami convocados por el presidente William Clinton y coincidieron en un conjunto de conceptos que sería denominado «consenso de Washington», referencia en realidad a las políticas anticrisis (calificadas como «ajuste estructural») trazadas por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo en la década de 1980 y formalmente asumidas ahora por 34 presidentes. Sin embargo a esta altura ya comenzaban a aparecer los efectos del «consenso de Washington». Washington iba a la zaga de los acontecimientos. Junto con la devastación del aparato productivo de los países subordinados -prototipo de los cuales fue Argentina- apareció una línea de fractura en las clases dominantes latinoamericanas, con un flanco resuelto a poner límites a la exacción de riquezas por parte de los centros de capital internacional.
Mientras tanto la coyuntura en la que dominaba sin disputa el ensueño «neoliberal» comenzaba a hacer agua. Durante el último tramo de 1991 y todo 1992 América Latina recibió 166 mil millones de dólares. Es el dinero que flota en el mundo a la búsqueda desaforada de altas tasas de ganancias y que en ese período se movió de Norte a Sur. Con esos 166 mil millones se contrapesó un déficit global de la cuenta corriente en la región por 98 mil millones de dólares. Los principales receptores de ese flujo de capitales fueron México, 75 mil millones, Argentina, 29.300, Brasil, 19.500 y Chile 7.700. Ya en 1993 hubo una caída abrupta a 70 mil millones en total (México 29.500, Argentina 15.000, con los cuales estos países sostuvieron déficits de cuenta corriente de 23.500 y 7.500 millones respectivamente). En 1994 la tendencia cambió drásticamente: el flujo total se redujo a 47 mil millones de dólares. México recibió 10.500 para un déficit de 36.600 millones y Argentina 10.200 para un déficit de 11.200 (1).
Vendría así el colapso mexicano y la caída vertical de Argentina, mientras se asistiría en el sudeste asiático al fin del espejismo de los supuestos «tigres asiáticos» y como expresión de conjunto, el derrumbe bursátil en Wall Street en 1997.
Fue en el año 2000 que este complejo entramado de fuerzas en colisión dio lugar a la aparición de una cumbre que llegaría para sumarse a las dos instancias ya vigentes en el hemisferio. El mandatario brasileño Fernando Henrique Cardoso convocó a una reunión de presidentes suramericanos en Brasilia, doblemente novedosa puesto que excluía a los centros metropolitanos y a la vez inauguraba una nueva figura geopolítica: Suramérica (2).
Empantanamiento e institucionalización
En este punto, la estrategia de Itamaraty, inmune a los cambios de gobierno, convergía en los hechos con un nuevo factor en el escenario regional: la Revolución Bolivariana en Venezuela. Con una filosofía diferente, el presidente Hugo Chávez enarbolaba también la bandera de la unión suramericana. Poco después, aquella línea de fractura en las clases dominantes latinoamericano-caribeñas produjo un brusco cambio en Argentina y hacia 2002 una fuerza centrípeta operaba de manera decisiva sobre los países de Suramérica.
Última en llegar al recurso de las cumbres, la región autoasumida sería en cambio la primera en concretar el siguiente paso, implícito pero bien disimulado en la noción de cumbres: la institucionalización de esa instancia cimera. En Cusco, el 8 de diciembre de 2004, nacía la Comunidad Suramericana de Naciones (CSN), y pese a las contradicciones insalvables entre varios de sus transitorios componentes, se daba así un paso trascendental, cualitativamente diferenciado tanto de la Cumbre Iberoamericana como de su gemela De las Américas: en lugar de adoptar formas disimuladas de anexión (Área de Libre Comercio de las Américas, Alca) o subordinación extrema (Iberoamérica), desde el istmo a la Patagonia el continente apuntaba a la constitución de una nueva unidad política; de hecho, una nueva nación (3).
Por su lado Estados Unidos había planteado el Alca antes de apelar al recurso de las cumbres. Como es sabido, éste resultó un intento fallido, aunque Washington continúa a la procura de caminos diagonales para lograr una instancia institucional que, en este caso, no es explícitamente política, como la CSN, puesto que aparece desdibujada tras la figura de un acuerdo económico. A la zaga esta vez, pero pugnando en idéntico sentido, la Unión Europea apuntó el mes pasado al mismo objetivo por medio de un recurso intermedio: en la cumbre de Salamanca se creó una «Secretaría de la Comunidad», cuya presidencia recayó en el ex titular del BID, Enrique Iglesias.
De Brasilia a Mar del Plata
El 29 y 30 de septiembre últimos se realizó en Brasilia la primera cumbre ordinaria de la Comunidad Suramericana de Naciones. No está dicha la última palabra, pero el encuentro en sí mismo fue un fracaso sin atenuantes. No asistieron los presidentes de Argentina, Colombia, Uruguay, Surinam y Guyana. Néstor Kirchner estuvo unas pocas horas en Brasilia, para firmar acuerdos económicos con su par venezolano y asistir a una cena protocolar, conducta que acentuó aun más su desdén por el proyecto encabezado por Brasil. El presidente paraguayo se retiró antes de tiempo, luego de proferir una extemporánea y desafiante intervención, cuyo contenido no dejó lugar a dudas: tras haber recibido a Donald Rumsfeld en Asunción y conceder inmunidad a las tropas estadounidenses con las cuales encara maniobras militares bilaterales a 200 kilómetros de la frontera con Bolivia, las exigencias de Duarte transmitieron un mensaje obvio: o se nos da lo que pedimos, o aceptamos la invitación de Washington (4). Pero ése fue sólo un caso extremo; más allá de lo anecdótico, el Palacio de Itamaraty fue escenario del choque entre dos lineamientos estratégicos opuestos por el vértice: la conveniencia de intereses económicos privados y la integración en función de un proyecto de nación unificada. No obstante, esa colisión ocurrió entre economías a su vez arrastradas por la fuerza centrípeta que demanda límites a la voracidad estadounidense.
El hecho es que la CSN encarna esa fuerza pero desde el proyecto estratégico de la burguesía industrial brasileña. Y éste, aunque desde flancos y con fundamentos diferentes, es resistido a la vez por Estados Unidos, por Paraguay y Uruguay -los dos socios menores del Mercosur- y por Argentina, cuyo gobierno parece resuelto a declinar una estrategia suramericana en función de la protección de áreas de la industria privada amenazadas por la competencia salvaje con el vecino gigantesco. En otro plano, y al mismo tiempo que asume con Brasil emprendimientos económicos de enorme impacto, Venezuela colisiona con la estrategia brasileña desde el ángulo inverso: además de poner en discusión un plan de acción consistente en acabar con el analfabetismo, hacer un proyecto común de salud gratuita para los 12 países, crear un Banco del Sur que recepte las reservas de cada nación y actúe como ente para el desarrollo regional -propósitos todos con los que nadie puede disentir públicamente- el presidente venezolano asumió que para cumplir con los objetivos de redención social, igualdad, justicia y unificación social y política, su país avanza hacia el socialismo del siglo XXI. Sobre estas contradicciones operó, además, una mano invisible pero palpable: el gobierno estadounidense operó con vigorosas iniciativas apuntadas a revertir lo andado por la CSN desde la firma de su acta de nacimiento, un año atrás.
El saldo de la cumbre en Brasilia indica hasta qué punto aqullas presiones resultaron exitosas. No cabe una conclusión apresurada, sin embargo: al mismo tiempo y en el mismo lugar que se constataba el empantanamiento de la CSN, por otro carril la dinámica de convergencia se mantuvo constante. El jueves 29, a las 18 hs, los presidentes Lula da Silva y Hugo Chávez firmaron acuerdos por un monto agregado de 4 mil 700 millones de dólares. El componente principal de esos acuerdos es la construcción de una planta con capacidad para refinar 200 mil barriles de petróleo diarios en el Puerto de Seape, Pernambuco, destinada a suplir las necesidades de combustible de todo el Nordeste brasileño. Integrado en partes iguales por Petrobras y Pdvsa el proyecto suma 2500 millones de dólares; a lo largo de cuatro años, dará lugar a la creación de 230 mil puestos de trabajo. Chávez y Lula firmaron además un preacuerdo para un joint venture apuntado a la prospección y extracción de yacimientos gasíferos en Venezuela, al Norte de Paria, donde se estiman reservas por 11 billones de pies cúbicos, que involucran una inversión de 2200 millones de dólares. Pdvsa-Petrobras confirmaron una asociación para cuantificar las reservas de petróleo extrapesado en el Campo de Carabobo, en la faja del Orinoco, con el propósito de explotación conjunta con una participación del 51% para la empresa venezolana y del 49% para la brasileña.
Minutos después de firmados en público los acuerdos económicos con Brasil, Chávez mantuvo otra conferencia de prensa, esta vez con el presidente Kirchner, en la cual se anunciaron acuerdos comerciales bilaterales entre Venezuela y Argentina. Aunque de diferente envergadura, se trata de convenios altamente significativos: el gobierno venezolano compra maquinaria agrícola producida en Argentina, por un monto de 100 millones de dólares; Pdvsa adquiere una pequeña refinería y más de un centenar de estaciones de servicio. Más importante aún, al día siguiente se firmó un acuerdo entre Pdvsa y Repsol, por el cual la empresa española cede a la venezolana hasta el 10% de su producción de crudo en Argentina y a la vez pasa a operar en dos áreas de producción venezolanas (Motatán y el Bloque Junín 7, en la faja del Orinoco).
En ambos casos los acuerdos ultrapasan el hecho comercial: aceleran una relación de Venezuela con Brasil por un lado y Argentina por otro, en una cadena de integración y convergencia suramericana. Así, con Venezuela como nexo, Brasil y Argentina asumen -en diverso grado y calidad pero ambas con signo positivo- el mismo propósito estratégico que aparece trabado bajo la formulación de la CSN.
De todos modos, a la hora de considerar la declaración final preparada por Itamaraty, Chávez se opuso al contenido y la forma. Consternados, el presidente Lula y su canciller Celso Amorim urdieron una respuesta de emergencia, que pospuso la discusión exigida por Chávez a una nueva cumbre, en diciembre próximo, en Montevideo, originalmente concebida como encuentro de presidentes del Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones. A esa instancia serán invitados además los presidentes de Guyana y Surinam. Chávez se avino entonces a dar consenso para la Declaración de Brasilia. Pero antes de ese debate sin duda crucial, habrá ocurrido la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, donde los 12 países de la CSN estarán frente a frente con la voz más descarnada del imperialismo. La polarización habrá llegado a su máxima expresión: George Bush pregonando el Alca y la cruzada contra todo lo que se le oponga; y Hugo Chávez esgrimiendo la nación suramericana y la búsqueda del socialismo del siglo XXI.
Por acción u omisión en esta confrontación trascendental, cada presidente del hemisferio habrá ocupado su lugar antes de arribar a Montevideo, donde al margen del debate se formalizará otro paso en este camino de zigzag de la convergencia suramericana: Venezuela será reconocida como integrante plena del Mercosur. El canciller uruguayo Reinaldo Gargano anunció esta decisión trascendental, confirmando que en el mundo contemporáneo nada es comprensible con el solo recurso de la lógica aristotélica.
Notas
1 «Nueva fase en la crisis capitalista continental»; Ponencia al V° Encuentro del Foro de Sao Paulo. Crítica de Nuestro Tiempo N° 11, Buenos Aires, julio-septiembre de 1995.
2 Militarización de la política, El «Plan Colombia» de Estados Unidos. Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, Septiembre 2000
3 Luces y sombras ante la Comunidad Suramericana de Naciones: Desafío para Kirchner, Lula y Chávez. Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur ; enero de 2005.
4 Apenas días después, en Buenos Aires, la táctica coactiva se mostró exitosa, aunque no en la cuestión económica explícitamente señalada por el mandatario paraguayo: los legisladores del Mercosur acordaron a regañadientes la paridad de miembros, para la conformación de un Palamento común, no obstante la diferencia en número de habitantes de los cuatro países componentes.