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Oriente Medio

Entre dimes y diretes, la verdad

Fuentes: Insurgente

A la altura de diciembre de 2005, habría que ser miope profundo para no apreciar la verdad en el entresijo de «dimes y diretes» tejidos alrededor de la guerra de Iraq. O de la guerra del Oriente Medio, porque, más allá de Iraq y Palestina, toda esa zona arde, bien de municiones artilleras, entre otras, […]

A la altura de diciembre de 2005, habría que ser miope profundo para no apreciar la verdad en el entresijo de «dimes y diretes» tejidos alrededor de la guerra de Iraq. O de la guerra del Oriente Medio, porque, más allá de Iraq y Palestina, toda esa zona arde, bien de municiones artilleras, entre otras, bien del viento calcinado que, como nuncio de la catástrofe, sopla en ciertos puntos (Siria, Irán…), a los que quizás pronto arriben, como muchos vaticinan, el tableteo de ametralladoras, el ulular de aviones y el silbido emitido por los celebérrimos RPG al lanzar sus granadas.

Si una parte de los observadores no se pone de acuerdo con respecto a las causas del conflicto que se ha asentado en las planicies iraquíes, y que pende cual socorrido acero de Damocles sobre otros pagos, tal vez sea porque pecan de absolutizadores, en lugar de acogerse a la sabiduría de la multilateralidad, de la pluralidad dialéctica. Tres variantes se esgrimen con fuerza más o menos similar: USA contra el terrorismo; USA por el petróleo; USA por apoyar, defender, apuntalar al régimen cliente de Israel.

Lo que sí cae sobre sus pies, por endeble, es el aserto de que la cruzada emprendida en esos confines responde al anhelo de acabar con el terrorismo. Los Estados Unidos –vox populi– cargaron sobre Bagdad a sabiendas de que el régimen laico de Saddam era enemigo jurado de Al Qaeda y otros grupos fundamentalistas, y de que no poseía armas de exterminio masivo.

Como si ello fuera poco, hoy día viene al canto otra muestra inequívoca de que el terrorismo resulta un fantasma de esos que los gerifaltes del Pentágono y los palaciegos funcionarios de la Casa Blanca suelen echar a caminar cuando de «legitimar» una embestida se trata. Solo de eso. La negativa de Washington a fijar fechas para la retirada de sus fuerzas de Iraq supone el rechazo a una «tentadora oferta de la resistencia sunnita: eliminar los refugios de Al Qaeda en el país del Golfo». Por la agencia IPS conocimos que el Ejército Islámico, el Bloque de Guerreros Sagrados y la Revolución de las Brigadas de 1920 manifestaron a directivos norteamericanos y árabes su disposición a hallar al resbaladizo, mimético, ubicuo Abu Musab al Zarqawi, jefe de los militantes del coche-bomba y de los suicidas ígneos, y entregarlo a las autoridades iraquíes. (Ofrecimiento formulado en una reunión transcurrida en El Cairo y de la cual dio cuenta el diario Al-Hayat, publicado en Londres.)

Sí, el desplante a que ha sido sometida la proposición de desmantelar los focos islamistas foráneos, cuyo modus operandi coloca en entredicho el actuar de todos los elementos integrantes de la lucha de liberación nacional a los ojos de una opinión pública desavisada, viene a confirmar tajantemente que el terrorismo -lo reiteramos- no constituye causa de la arremetida.

Argumentos y réplicas

En un artículo aparecido en el sitio digital Rebelión, Sthepen J. Sniegoski desecha el argumento de que la guerra fue lanzada primordialmente en procura de petróleo barato y fluyente. Llega, incluso, a rebatir palabras señeras de Noam Chomsky como las que siguen: «Fueron los recursos energéticos de Iraq. No cabe la menor duda. Iraq es uno de los principales productores de petróleo del mundo. Tiene las segundas reservas por su tamaño y está en el corazón mismo de la región productora de petróleo del Golfo, que los servicios de información de EE.UU. predicen va a representar dos tercios de los recursos del mundo en los años por venir».

Creo que la aseveración de Chomsky resulta tan digna de crédito, que huelga comentarla. Sin embargo, nuestro Sniegoski insiste: «Eso contradice lo que considero la razón fundamental para la guerra: que la guerra fue dirigida por los neoconservadores y librada en función de los intereses de Israel, por lo menos como los partidarios del Likud interpretan los intereses de Israel (…) En breve, los neoconservadores ciertamente buscaron aliados para su agenda belicista, y las promesas de riquezas petroleras fueron una forma que utilizaron para obtener un posible apoyo de las compañías petroleas».

Conforme al citado experto, un motivo adicional para la popularidad del argumento de la guerra-por-petróleo es que cualquier referencia a Israel y los neoconservadores penetra en el área tabú del poder judío y provoca la acusación letal del antisemitismo. «Es obviamente más seguro satanizar la industria petrolera que hacer algo que se parezca remotamente a un comentario crítico respecto a judíos individuales o intereses judíos, incluso si no es una crítica a los judíos como grupo.»

De acuerdo con Sniegoski, existe un contrasentido. Firmas norteamericanas interesadas en Iraq, como la Halliburton, están en el negocio del equipamiento para la industria del hidrocarburo, y una parte de la reconstrucción de ese país involucra naturalmente la infraestructura de ésta. Por tanto, Halliburton se privilegiaría desde el punto de vista financiero «si todos los oleoductos y los pozos hubieran volado por los aires, para que pudiera reconstruirlos».

Y esa voladura atentaría contra la estabilidad en el suministro a nivel mundial, algo harto temido por las compañías, las cuales, en opinión de nuestra fuente, han estado muy atentas a que «una guerra en el golfo Pérsico podría producir una conmoción importante en los mercados del petróleo, sea por daños físicos o porque los eventos políticos conducen a los productores a restringir la producción después de la guerra». Algo que, lógicamente, no vendría muy bien que digamos a las transnacionales del renglón.

Al analizar los resultados de la conflagración, el entendido señala como punto a favor de su tesis el que no ha habido gran auge del combustible o una expansión del poder global de los Estados Unidos, cuya Administración implora ahora ayuda internacional para la ocupación militar de Iraq. Por el contrario, acota, ha sido logrado el objetivo neoconservador de los partidarios del Likud de reforzar la seguridad de Israel a su manera.

Bueno, en este duelo de argumentos y contraargumentos, réplicas y contrarréplicas, alguno que otro podría responder a Sniegoski mostrando estadísticas que apoyan la tesis de guerra-por-petróleo y el consiguiente poder mundial. Recordemos que los acuerdos de exploración de crudo negociados por el gobierno cipayo de Iraq podrían representar pérdidas ascendentes a 194 mil millones de dólares para esa nación, y la transferencia de dos tercios de sus reservas a manos de firmas extranjeras.

«En resumen, quienes obtendrán el control del petróleo iraquí serán los Estados Unidos, Gran Bretaña y sus empresas petroleras», han proclamado conocedores tales como Steve Kretzmann, de la organización Oil Change Internacional y coautor del estudio titulado Diseños crudos: la estafa de la riqueza petrolera de Iraq, divulgado a finales de noviembre último.

Según ese informe, las empresas estadounidenses y británicas del ramo han presionado por un tipo de contrato que da ventajas a los ejecutivos de las transnacionales, los cuales se asegurarán márgenes de ganancia de 42 a 162 por ciento, muchísimo más que las metas usuales de la industria, establecidas en torno del 12 por ciento.

Como apreciamos, sobran los argumentos para reforzar una u otra tesis, obviando la lucha contra el terrorismo como motivo de la guerra. Ahora, en nuestro humilde modo de ver, sería una falacia asentarse en solo una u otra óptica de un problema embrollado de por sí, entre otros factores porque la decisión de mando, el poder de gobernar sobre los demás, no resulta tan homogéneo como un bloque de granito parido por natura. Petróleo, sí, y apoyo a Israel también… Ambas causas se entretejerían para configurar una razón indiferenciada, indiscernible. ¿Acaso apuntalando a Israel no se busca la fortaleza de un régimen guardián de los sacrosantos intereses del Tío Sam en el Oriente Medio? ¿Acaso entre esos intereses no descuella el petróleo? Por ello, las amenazas contra Siria e Irán, por supuesto.

Pero terminemos por lo alto. Concluyamos con ciertas palabras-compendio por antonomasia de otro observador capaz, Gary Leupp: «El programa conservador es obviamente crear una serie de Estados clientes en lo que llama el Gran Oriente Medio, un imperio que rebosa petróleo, embellecido por bases militares de EE.UU, con brazos y piernas abiertos para la inversión corporativa de EE.UU, cálidamente receptivo para las insinuaciones israelíes«.

Estimo que, con esto, está dicho todo. Lo demás representa pura discusión bizantina. Sobra, entonces.