Recomiendo:
1

¿Es posible la solidaridad internacionalista contra la competencia interimperialista?

Fuentes: Truthout

Las noticias diarias están llenas de historias sobre el creciente conflicto global entre los EEUU y China, desde el comercio hasta las disputas geopolíticas y el duelo de ejercicios militares. Todo esto converge sobre Taiwán, una pequeña nación que China reclama como una provincia renegada, respaldada por los EEUU, y sede de las plantas de fabricación de microchips más avanzadas del mundo.

Estas plantas producen chips imprescindibles para todo, desde iPhones hasta el bombardero de combate F-35 de Washington y otras armas de alta tecnología. Ese hecho aumenta lo que está en juego en una competencia ya antigua marcada con «Crisis del Estrecho de Taiwán» periódicas, que la convirten en una volátil confrontación diplomática, económica y militar.

En el Capitolio y en las salas de juntas, como señala Edward Luce, «el viejo consenso de Washington» de integrar a China ha sido reemplazado por uno nuevo de «desintegrar a China». Joe Biden ha continuado con la gran estrategia de Donald Trump de rivalidad de potencia con Beijing.

El presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, y los republicanos se encaminan hacia una nueva Guerra Fría y han creado un Comité Selecto sobre el Partido Comunista Chino, que recientemente sometió al CEO de TikTok, Shou Zi Chew, a un agobiante interrogatorio racista. Y corporaciones como Apple se encuentran en las primeras etapas del traslado de sus cadenas de suministro fuera de China.

Beijing ha lanzado una contraofensiva contra lo que Xi Jinping llama la política de Washington de «contención, cerco y supresión» con el objetivo de restablecer a China como una gran potencia en un mundo multipolar. Como resultado, los dos estados, a pesar de su profunda integración económica, parecen dirigirse a un conflicto geopolítico cada vez mayor e incluso a una guerra.

Su antagonismo es la rivalidad imperial central del siglo XXI, con Estados Unidos tratando de preservar su dominio y China tratando de cuestionarlo.

De la monopolaridad a la multipolaridad

Esta rivalidad era lo último que los Estados Unidos querían. Después del final de la Guerra Fría, Washington deprovecha lo que Charles Krauthammer llamó el «momento unipolar«. El objetivo de los Estados Unidos era consolidar su condición de única superpotencia del mundo y evitar el surgimiento de un nuevo competidor mediante la incorporación de todos los estados del mundo en su orden mundial basado en reglas de globalización del libre comercio.

Como argumenta Gilbert Achcar en su libro recientemente publicado, The New Cold War, Estados Unidos quería en particular evitar cualquier desafío de Rusia y China. Con el fin de contenerlos y otras amenazas potenciales a su dominio, Washington expandió la OTAN, mantuvo su vasta red de bases militares en Asia, llevó a cabo operaciones militares contra los llamados «estados canallas» como Irak e impuso su «estabilidad» a países como Haití, destrozados por sus políticas económicas neoliberales.

Sin embargo, hasta los planes mejor pensados a menudo fallan. Tres acontecimientos marcaron el comienzo del orden mundial multipolar asimétrico de hoy, lo que desencadenó la rivalidad entre Washington y Beijing en su centro.

En primer lugar, China y varias potencias subimperiales aprovecharon el largo auge neoliberal desde la década de 1980 hasta 2008 para convertirse en nuevos centros de acumulación de capital. Por lo tanto, la expansión económica comenzó a cambiar el equilibrio relativo de poder entre los estados en el capitalismo global.

En segundo lugar, el intento de Washington de asegurar su hegemonía a través de sus invasiones de Afganistán e Irak explotó en su cara, empantanandolo en dos décadas de guerras de contrainsurgencia. China y otras potencias regionales aprovecharon la situación para ser más asertivos sobre sus intereses económicos y políticos.

En tercer lugar, la Gran Recesión de 2008 puso fin al auge neoliberal y golpeó a Estados Unidos y sus aliados europeos. La enorme inversión estatal de China sacó con éxito a su economía de la recesión y estimuló un auge de materias primas que alimentó las expansiones de países como Brasil y Australia.

Todo esto condujo al declive relativo del imperialismo estadounidense y al surgimiento del orden mundial multipolar asimétrico actual. Estados Unidos sigue siendo, por supuesto, el estado imperialista más dominante, pero se enfrenta a China como un rival en ascenso, a una Rusia revitalizada como potencia regional de gran tamaño y hay una gran cantidad de estados subimperialistas, desde Arabia Saudí hasta Israel y Brasil, que desafían o cooperan de diversas maneras con los Estados Unidos.

El auge del imperialismo chino

Washington considera a China como su mayor rival. Pekín ha pasado de ser una economía autárquica y subdesarrollada a una superpotencia capitalista. Ahora es la segunda economía más grande del mundo, el fabricante número uno, el mayor exportador, el principal socio comercial de la mayoría de las principales economías del mundo, un exportador líder de capital, el mayor acreedor y el principal receptor de inversión extranjera directa.

Una combinación de competencia económica y crisis ha llevado a China a desafiar al capital estadounidense, japonesa y europea en todo el mundo. Para reforzar la industria de alta tecnología de China, Xi Jinping lanzó una nueva política industrial, Made in China 2025, para financiar a los campeones nacionales que producen semiconductores avanzados, aumentar la cadena de valor y poner fin a la dependencia de los proveedores extranjeros.

Sin embargo, la Gran Recesión y el vasto estímulo estatal de China provocaron problemas sistemáticos en su economía. Como argumenta Ho-fung Hung en su libro, Clash of Empires, se desarrolló una crisis de sobreacumulación, «caracterizada por el aumento del endeudamiento, el exceso de capacidad y la caída de las ganancias de las empresas chinas».

Para superar esto, Xi lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta en 2013. China prometió conceder más de 1 billón de dólares en préstamos de sus bancos estatales para construir infraestructura en el Sur Global, en gran medida para facilitar las exportaciones de materias primas para alimentar su economía de manera imperialista clásica.

China ha transformado este poder económico en fuerza geopolítica. Estableció la Organización de Cooperación de Shanghai, con Rusia y los estados de Asia Central, y también unió a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica en un bloque geopolítico (los BRICS), con su Nuevo Banco de Desarrollo para rivalizar con el G7 dominado por los Estados Unidos. Ha utilizado ambos foros internacionales (entre otros acuerdos políticos y económicos bilaterales y multilaterales) para proyectar sus intereses en Asia y en todo el mundo.

Para respaldar estos esfuerzos, China revolucionó su ejército. Ha aumentado constantemente el gasto militar, entre el 5 y el 7 por ciento anual, en las últimas dos décadas para alcanzar un gasto de casi 300 mil millones de dólares, solo superado por los EEUU.

Se ha concentrado en proyectar este poder en los mares del este y del sur de China. Construyó islas militarizadas para patrullar las rutas marítimas internacionales, reclamó áreas marítimas con reservas de combustibles fósiles submarinos y afirmó su control sobre las pesquerías. Todo esto ha enfrentado a Beijing con otros países con reclamaciones rivales, como Japón, Brunéi, Taiwán, Indonesia, Malasia, Filipinas y Vietnam.

China ha desarrollado una estrategia militar de «negación de acceso a áreas» para proteger sus intereses y disuadir a los Estados Unidos y sus aliados. También ha establecido su primera base militar extranjera en Yibuti, con otra planeada en Guinea Ecuatorial y se espera que establezca más en varios países de Asia-Pacífico, Oriente Medio África que considera estratégicos.

El keynesianismo imperialista de Biden

Por supuesto, Estados Unidos sigue siendo la economía más grande del mundo, controla el dólar como moneda de reserva internacional, cuenta con la mayor red de aliados militares, gasta casi tres veces más que China en defensa y posee más de 750 bases en todo el mundo. Para imponer su supremacía, ha dado un giro cada vez más agresivo para contener a Beijing.

Barack Obama inició esta política con su Pivot to Asia (giro asíatico), y Donald Trump lo intensificó con su declaración de rivalidad de gran potencia con China y Rusia. Pero en todo caso, el errático mal gobierno de Trump exacerbó el declive relativo de Washington.

Para restaurar su hegemonía, la administración Biden adoptó una estrategia de keynesianismo imperialista. Ha comenzado a implementar una política industrial totalmente diseñada para garantizar la supremacía económica y militar de los Estados Unidos.

Biden ha mantenido los aranceles y sanciones que Trump impuso a las exportaciones chinas a los EEUU y se está preparando para añadir otros nuevos. Específicamente, ha utilizado la seguridad nacional como justificación para bloquear la venta de microchips avanzados, que tienen aplicaciones tanto industriales como militares.

Biden también ha alentado a las corporaciones a «relocalizar a países amigos» sus cadenas de suministro, reubicándolas de China a los Estados Unidos y sus aliados. Para endulzar la oferta, firmó un proyecto de ley de infraestructuras de 1 billón de dólares para renovar el deteriorado sistema de transporte de los Estados Unidos, actualizar su Internet lamentablemente atrasado y financiar la construcción de una nueva red de estaciones de carga de vehículos eléctricos, todo ello esencial para el capitalismo del siglo XXI.

Biden ha promulgado la Ley de Chips y Ciencia que invertirá más de 280 mil millones de dólares en empresas y universidades para diseñar y fabricar chips informáticos avanzados en los EEUU para disminuir su dependencia de los proveedores extranjeros. Finalmente, su Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de 385 mil millones de dólares, aunque se presenta como un paquete de medidas para abordar el cambio climático, propone viejas «soluciones» capitalistas cuanto menos dudosas en su eficacia.

Pero, al mismo tiempo, amplía la extracción de combustibles fósiles para la exportación, especialmente a los países europeos para permitirles lograr la independencia energética de Rusia. El IRA también financia la producción nacional de paneles solares, coches eléctricos, baterías y sus componentes para poner fin a la dependencia de los proveedores y competidores extranjeros, sobre todo de China.

«Democracias» frente a «Autocracias»

Para complementar esta política industrial imperialista, Biden ha lanzado una campaña geopolítica para forjar un frente de las «democracias» contra las «autocracias». Es en gran medida una pretensión ideológica, ya que la democracia de EEUU está, cuanto menos, llena de crisis (¿se acuerda del asalto al Congreso?) y los aliados a los que invitó a sus dos «Cumbres Democráticas» incluían estados que Freedom House clasifica como «parcialmente libre», «no libre en absoluto» y «autocracias electorales».

Sin embargo, Biden ha avanzado en la construcción de una alianza compuesta principalmente por sus aliados de la Guerra Fría contra China y Rusia. Utilizó la coartada de la opresión de los uigures de Xinjiang por Beijing para justificar un boicot diplomático de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno de 2022, al que se unieron Gran Bretaña, Canadá, Australia, India y una lista de estados más pequeños. Las pretensiones de Washington de defender los derechos humanos apestan a hipocresía,: impone un Nuevo Jim Crow (racismo) en casa y respalda a estados opresivos en el extranjero como el apartheid de Israel.

En respuesta, China y Rusia anunciaron antes de los Juegos Olímpicos su «amistad sin límites» en una declaración conjunta que pide «un sistema multipolar de relaciones internacionales» y denuncia «que ciertos Estados [los Estados Unidos y sus aliados] intentan imponer sus propios «estándares democráticos» a otros países», una política que consideran «intentos de hegemonía».

Con la intensificación de la rivalidad, Biden ha aumentado los presupuestos militares cada año, dedicando 780 mil millones de dólares en 2022, casi 820 mil millones de dólares para 2023, y ha propuesto 886 mil millones de dólares para 2024. Y ha presionado para que todos los aliados de EEUU, especialmente los de Europa Asia, aumenten su gasto en defensa, alimentando una carrera armamentista internacional.

En Asia, Biden ha puesto especial énfasis en el Diálogo de Seguridad Cuatrilateral, que incluye a Australia, India y Japón, y ha organizado ejercicios militares conjuntos durante años. Orquestó su primera cumbre con los jefes de todos los estados en 2021, en una medida explícitamente diseñada para contrarrestar a China.

También inició el nuevo pacto militar trilateral entre Australia, el Reino Unido y los EEUU (AUKUS) para permitir que Canberra adquiera submarinos de propulsión nuclear para contrarrestar la creciente potencia naval de Beijing. Y ha presionado a Corea del Sur para que olvide sus quejas históricas con el imperialismo japonés y se una a él y a los Estados Unidos en un frente unico contra Corea del Norte y China.

El imperialismo ruso sobrecalienta las rivalidades

La invasión rusa de Ucrania ha llevado esta rivalidad inter-imperialista a un punto álgido. Putin lanzó la guerra para reconstruir el imperio ruso, colonizar Ucrania, aplastar las luchas internas y regionales por la democracia y contrarrestar la expansión de la OTAN en lo que considera su esfera de influencia.

Putin creía que Rusia estaba en una posición ideal para iniciar la guerra después de asegurar una «amistad sin límites» con China y tras la vergonzosa retirada de Biden de Afganistán. Lo que subestimó fue la resistencia ucraniana, que detuvo a Rusia y sorprendió a las potencias de Estados Unidos y la OTAN que esperaban que Kiev cayera.

Washington ha respaldado a Ucrania, como declaró el secretario de Defensa Lloyd Austin, para debilitar a Rusia y agrupar a sus aliados contra Moscú y Beijing. De hecho, la guerra de Putin ha sido un regalo para el imperialismo estadounidense. Washington ha relegitimado y galvanizado la OTAN, que debería haber sido disuelta después de la Guerra Fría. La alianza de seguridad en expansión ha incorporado recientemente a Finlandia y está negociando la incorporación de Suecia. Y Estados Unidos ha presionado con éxito a sus aliados europeos para que aumenten sus presupuestos militares.

Además, Washington ha conseguido que la OTAN identifique a China como uno de sus «desafíos sistémicos«. Francia, los Países Bajos y Alemania ya se han unido a los ejercicios navales de EEUU y Japón en Asia-Pacífico.

Por su parte, Washington ha intensificado sus políticas de confrontación con China desde la guerra de Ucrania. EEUU ha derribado globos espías de China, ha arrestado a agentes de la policía china que actuaban en su territorio y, según documentos recientemente filtrados, aumentó sus operaciones de vigilancia no solo de Rusia y China, sino también de aliados como Corea del Sur, Egipto e incluso el Secretario General de NNUU.

Biden también ha utilizado la escusa de la seguridad nacional para justificar la intensificación de la guerra de los micropresadores de Washington contra China. Los Estados Unidos, junto con Japón y los Países Bajos, han prohibido la exportación a China de semiconductores y máquinas avanzadas alegando que esta alta tecnología tiene aplicaciones tanto civiles como militares.

Morris Chang, el fundador del fabricante de semiconductores de Taiwán, TSMC, que ya había acordado dejar de vender chips avanzados a Huawei, «apoya» la prohibición, cuyo objetivo es obstaculizar el desarrollo de la industria de alta tecnología china. Pero, advierte, implica que «la globalización está muerta» y el «libre comercio» en peligro.

Sin embargo, a pesar de los aranceles, sanciones y prohibiciones, el comercio entre los Estados Unidos y China a alcanzado un récord en 2022 de 690 mil millones de dólares. En este punto, por lo tanto, Washington, como reiteró recientemente la secretaria del Tesoro Janet Yellen, no está persiguiendo el «desacoplamiento», sino la «limitación de riesgos«, relocalizando las industrias y las cadenas de suministro militares estratégicas fuera de China.

La contraofensiva de China

Pekín ha respondido a los ataques de Washington con una contraofensiva. Antes de hacerlo, tenía que superar una desaceleración de la economía, un aumento del desempleo y la resistencia interna, todo causado en parte por su política draconiana de cero COVID.

Por lo tanto, Xi abandonó los confinamientos, reabrió el país al mundo y aumentó el apoyo al capital estatal y privado, lo que ha permitido un crecimiento del 4,5 por ciento en el primer trimestre de 2023. Está guiando este nuevo crecimiento con una nueva política industrial diseñada para crear una economía de doble circulación: un sistema interno cada vez más autosuficiente junto con otro para la exportación al mundo.

China también ha impuesto sanciones a empresas estadounidenses, como Lockheed Martin y Raytheon, y ha abierto una investigación contra el fabricante de chips estadounidense Micron, en represalia contra lo que llama el «bloqueo tecnológico» liderado por Washington. Sin embargo, como admitió un analista de la CIA, China «tiene muchas palancas que puede ejercer para presionar a los aliados y socios de EEUU, cuyas economías dependen del comercio con China».

Para capitalizarlo, Xi lanzó una ofensiva diplomática multifrente contra Washington. Orquestó un acuerdo entre Arabia Saudí e Irán para restaurar las relaciones diplomáticas, sorprendiendo y marginando a los Estados Unidos, al tiempo que demostraba el nuevo estatus de China como potencia mediadora en Oriente Medio.

Poco después, Xi celebró una cumbre con Vladimir Putin en Rusia, reafirmando su «amistad sin límites», con acuerdos comerciales nominados en yuanes chinos y reiterando su compromiso compartido de construir un orden mundial multipolar contra la hegemonía de Washington. Xi también ha pedido un alto el fuego en Ucrania, presentado un marco para las negociaciones de paz y prometió llamar al presidente Volodymyr Zelenskyy.

Tras un retraso, finalmente se puso en contacto con Zelenskyy, pero su conversación no supuso ningún progreso hacia un alto el fuego y el inicio de negociaciones, por no hablar de una paz justa, cuya condición previa es la retirada de las fuerzas de Moscú. Sin embargo, Beijing claramente espera explotar las divisiones sobre la guerra de Rusia y utilizar sus acuerdos económicos para atraer a las potencias subimperialistas, especialmente a los BRICS, así como a otros gobiernos del Sur Global, a su órbita y evitar que Europa la bloquee con los Estados Unidos.

El gobierno chino ha obtenido algunos éxitos en este esfuerzo, dando la bienvenida a varios jefes de estado a China e impulsando en el FMI la preocupación de que la economía mundial esta a punto de fragmentarse «en bloques económicos rivales». El presidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva viajó a Beijing, anunció que «Brasil está de vuelta», criticó la hegemonía del dólar de Washington, pidió un mundo multipolar de divisas, inició la discusión sobre posibles nuevos acuerdos de comercio e inversión, reiteró las justificaciones de Putin para invadir Ucrania y pidió un alto el fuego y negociaciones.

Como parte de su esfuerzo por atraer a los estados europeos, Xi dio la bienvenida al canciller alemán Olaf Scholz a Beijing. Scholz, cuya economía depende en gran medida de las exportaciones, presionó a Xi para que convenza a Rusia para que ponga fin a la guerra, pero se limitó principalmente a firmar nuevos acuerdos comerciales y de inversión lucrativos.

El francés Emmanuel Macron, que se enfrenta a huelgas masivas en casa, se unió a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en una visita conjunta a Beijing. Macron intentó desarrollar una posición geopolítica independiente de los EEUU, afirmando que sobre la cuestión de Taiwán, la UE debe resistirse a convertirse en «compañeros de viaje» o «vasallos» de los EEUU y quedar «atrapada en crisis que no son nuestras».

En señal de división, von der Leyen reprendió a Macron, advirtió a China contra cualquier uso de la fuerza y reiteró el apoyo de la Comisión europea a la política de Washington sobre Taiwán. Otros líderes europeos, como el jefe de política exterior de la UE, Josep Borrell, expresó una posición diferente.

Borrell afirmó que la UE había identificado a Rusia como una amenaza para su seguridad, pero no a China, y que Bruselas necesitaba seguir hablando con China «debido a su enorme influencia en el mundo». Por lo tanto, los líderes europeos siguen divididos sobre China, a pesar de su apariencia de unidad sobre Taiwán y Ucrania en la cumbre del G7.

Para respaldar con fuerza esta ofensiva geopolítica, China ha anunciado un aumento del 7,2 por ciento en el gasto en defensa para este año. La política industrial proteccionista y el militarismo de Beijing contrastan con su repetida defensa del multilateralismo, el libre comercio y la globalización.

Taiwán: Punto de inflamación estratégico de la rivalidad imperial

El conflicto entre EEUU y China está llegando a un punto crítico sobre Taiwán. El general estadounidense Mike Minihan va tan lejos como predecir una guerra en 2025. Beijing reclama la isla como una provincia renegada a la que aspira a reintegrar, mientras que Estados Unidos mantiene una posición de «ambigüedad estratégica», defendiendo una política de «Una China» que solo reconoce oficialmente a Beijing, y mantiene una ambiguedad calculada sobre si defendería militarmente a Taiwán para disuadir a China de invadir la isla y a Taiwán de declarar la independencia.

Lo que está en juego no es solo un conflicto geopolítico, sino también económico. Taiwán es sede de algunas de las industrias de semiconductores más avanzadas del mundo. Corporaciones como TSMC fabrican y exportan el 90 por ciento de los chips de ordenador más avanzados a países como China, que son imprescindibles tanto para iPhones como para drones militares.

China promete impedir cualquier movimiento de Taiwán para declarar su independencia y ha declarado repetidamente su determinación de retomar la isla por la fuerza si es necesario. En respuesta a estas amenazas, Joe Biden ha declarado en varias ocasiones, en aparente violación de la ambigüedad estratégica, que Estados Unidos defendería a Taiwán en caso de un ataque.

La provocativa visita de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán desencadenó una cuarta crisis del Estrecho de Taiwán. Pelosi declaró «el compromiso inquebrantable de Estados Unidos de apoyar la vibrante democracia de Taiwán» ya que «el mundo se enfrenta a una elección entre la autocracia y la democracia». Al mismo tiempo, afirmó apoyar la política de «Una China» y oponerse a cualquier «esfuerzo unilateral para cambiar el statu quo».

China reaccionó a la visita con los ejercicios militares más grandes de la historia cerca de Taiwán, disparando misiles balísticos, desplegando buques de guerra en el Estrecho y enviando aviones de combate sobre la isla. La visita del presidente taiwanés Tsai Ing-Wen a los Estados Unidos precipitó otra ronda de ejercicios militares chinos, esta vez simulando un bloqueo para evitar que los Estados Unidos puedan defender la Isla.

Poco después, Estados Unidos y Filipinas organizaron ejercicios militares que incluyeron un simulacro de ataque a  buque de guerra chino en el Mar del Sur de China, un mensaje obvio y beligerante a Beijing. Estas operaciones se produjeron inmediatamente después del nuevo acuerdo de Washington con Manila para establecer cuatro nuevas bases militares cerca de las aguas disputadas por Beijing, incluida una en Luzón, cerca de Taiwán.

El pueblo taiwanés está atrapado entre China y los Estados Unidos, su derecho a la autodeterminación amenazado por Beijing y cínicamente apoyado por los Estados Unidos por motivos imperiales.

Ni Washington ni Beijing

Sin embargo, es poco probable una guerra entre los Estados Unidos y China en este momento. Sus economías permanecen profundamente integradas, ambas potencias poseen enormes arsenales de armas nucleares, y participan a la par en instituciones geopolíticas y económicas internacionales, factores que mitigan las posibilidades de guerra.

Pero, en medio de las múltiples crisis del capitalismo global, ambas potencias están agitando la hostilidad nacionalista e implementando políticas geopolíticas y económicas cada vez más antagónicas. En condiciones tan volátiles, es esencial que la izquierda internacional se movilice contra la deriva hacia la guerra imperialista.

En los EEUU, la principal prioridad de la izquierda debe ser oponerse al intento de Washington de imponer su hegemonía contra el desafío de China. Washington sigue siendo, como dijo Martin Luther King Jr. hace décadas, «el mayor proveedor de violencia en el mundo hoy en día», un hecho confirmado recientemente por su destrucción de Afganistán e Irak.

Al mismo tiempo, no deberíamos caer en la política de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» y apoyar al principal rival imperial de Washington, China, ni a otros menores como Rusia. No dejan de ser estados imperialistas depredadores y avariciosos, como atestigua el historial de Beijing en Xinjiang y Hong Kong, al igual que el de Moscú, igualmente brutal, en Siria y Ucrania.

Construir solidaridad Internacional desde abajo

Por el contrario, la izquierda debe construir una solidaridad internacional desde abajo entre las naciones oprimidas como Palestina, Ucrania y Taiwán, así como entre los trabajadores explotados en ambos países y en todo el mundo. Este proyecto no es una abstracción, sino una necesidad y una posibilidad.

El capitalismo global ha unido a los trabajadores a través de las fronteras, y sus crisis están produciendo resistencia desde abajo en los EEUU, China y en todo el mundo. De hecho, desde la Gran Recesión, hemos sido testigos de una ola de protestas y revueltas contra las profundas desigualdades en todos y cada uno de los países.

El desafío político para la izquierda es construir solidaridad dentro de ellos y entre ellos. La forma más inmediata de hacerlo es ayudar a la auto-organización en la gran población china y chino-estadounidense, incluidos casi 300.000 estudiantes internacionales chinos, que se encuentran en los EEUU.

Una izquierda arraigada en estas comunidades ha jugado y desempeñará un papel esencial en la lucha contra el racismo antichino que Washington ha alentado. También puede ayudar a organizar la lucha de los trabajadores, especialmente en los campus donde los estudiantes chinos han desempeñado un papel principal, más recientemente en las huelgas universitarias en California. Dicha organización tiene un tremendo potencial para construir solidaridad internacional, ya que muchos estudiantes chinos tienen conexiones con el movimiento obrero en China, así como con el movimiento feminista chino.

También hay una gran diáspora de personas oprimidas por el estado chino, incluidas muchas de Hong Kong, Xinjiang y Taiwán. Es esencial que la izquierda construya solidaridad con estas luchas con el fin de proporcionar una alternativa a la administración de los Estados Unidos, que se posiciona cínicamente como su amigo, mientras utiliza como un arma arrojadiza su opresión como parte de su rivalidad inter-imperialista con China.

Todo este trabajo abrirá vías para construir una lucha común con los trabajadores de China y Asia. Labor Notes (corriente de izquierda sindical en EEUU, NdT) ya sentó un precedente con sus giras de huelguistas chinos. Si bien la represión contra las ONG laborales y los militantes obreros en China los últimos años ha hecho que esto sea mucho más difícil, la izquierda debe estar atenta a todas las posibilidades, por tenues que sean, de construir puentes de solidaridad con sus luchas.

En 2019, por ejemplo, 80 000 trabajadores tecnológicos de los EEUU y de todo el mundo firmaron un llamamiento internacional de solidaridad con la protesta de sus homólogos chinos contra una política que les exigía trabajar de 9 a.m. a 9 p.m. seis días a la semana. Por lo tanto, incluso en la industria de alta tecnología, que es un lugar clave de la rivalidad inter-imperialista, los trabajadores demostraron la posibilidad de una acción conjunta contra sus explotadores.

Finalmente, la izquierda de EEUU debe colaborar con la izquierda china (y la izquierda asiática en general), que, a pesar de la represión y las condiciones difíciles, han desarrollado extensas redes y publicaciones como Lausan de Hong Kong, New Bloom de Taiwán y grupos y publicaciones chinos como GongchaoChuang Made in China Journal. Ahora es el momento de construir un antiimperialismo internacionalista que rechace la falsa opción entre Washington y Beijing y se organiza a través de las fronteras en una lucha por el socialismo internacional que ponga a las personas y al planeta en primer lugar.

Ashley Smith  es una escritora y activista socialista que vive en Burlington, Vermont, EEUU. Ha escrito en numerosas publicaciones, incluyendo Truthout, The International Socialist Review, Socialist Worker, ZNet, Jacobin, New Politics. Actualmente está trabajando en un libro para Haymarket Books titulado Socialism and Anti-Imperialism.

Fuente: https://truthout.org/articles/as-us-china-tensions-mount-we-must-resist-the-push-toward-interimperialist-war/

Traducido para Sin Permiso por Enrique García