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Conferencia de Atilio Boron

Es preciso reconstruir el pensamiento crítico en América Latina

Fuentes: Agencia Carta Maior

Traducción: S. Seguí

Conferencia dictada en el XXV Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) por el sociólogo argentino Atilio Borón, en la que analiza las causas de la decadencia del pensamiento crítico en América Latina.

Porto Alegre.- El sociólogo argentino Atilio Borón, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), dictó una conferencia sobre la situación de las ciencias sociales en América Latina en el salón de actos de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), el 24 de agosto de 2005, un tema presente en otras actividades del XXV Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) en la capital argentina. No obstante, la intervención de Borón terminó esbozando un panorama general de la situación del pensamiento crítico en América Latina. En el ámbito académico, algunas personas ven con recelo la expresión «pensamiento crítico», que asocian a una especie de amalgama ideológica de la izquierda, sin gran utilidad científica. En su intervención, el sociólogo argentino acabó hablando, entre otras cosas, precisamente de la tensión existente en el propio ambiente universitario sobre el papel y la responsabilidad de académicos e intelectuales.

«Estamos ante una situación extremadamente crítica, una situación que nos coloca frente a una serie de desafíos, no solamente en América Latina», diagnosticó Borón. Entre estos desafíos destacó uno en especial: «es preciso volver a pensar las ciencias sociales, partiendo para ello prácticamente de cero». Este diagnóstico está lejos de ser compartido unánimemente por aquéllos que se dedican a esta disciplina. Al finalizar la conferencia de Borón, algunos sociólogos comentaron que hace años que están oyendo estas opiniones, y mostraron una cierta incomodidad con ellas. No obstante, la incomodidad parece formar parte del problema que apunta el sociólogo argentino. La academia, con mucha frecuencia, es refractaria a aceptar críticas de este tipo, que parten de uno de los suyos. Para reflexionar con más profundidad sobre la naturaleza de dicha incomodidad es preciso tener en cuenta las razones apuntadas por Borón para justificar la necesidad de volver a pensar las ciencias sociales a partir de cero.

Neoliberalismo y posmodernismo

Borón identificó dos factores centrales, que serían responsables de la decadencia del pensamiento crítico en América Latina: el neoliberalismo y el posmodernismo. El neoliberalismo, afirmó, es una corriente de pensamiento de carácter filosófico y no solo un programa económico. «Si solo fuera eso sería fácil de derrotar. Del mismo modo que Marx dijo que la economía política clásica era la ciencia de la sociedad, hoy podemos decir que el neoliberalismo es la ciencia que permite entender el actual estadio de acumulación del capitalismo. «Lo cual tiene también influencia en las investigaciones de ciencias sociales», señaló Borón. El segundo factor, el posmodernismo, lo caracterizó como «el pensamiento de la derrota y de la frustración». «Esta corriente de pensamiento refleja el fracaso de los intentos de superación del capitalismo en el periodo de la posguerra (de la II Guerra Mundial), afirmó, e identificó el fracaso de la revuelta popular de mayo de 68 como un ejemplo del mismo.

El impacto del neoliberalismo en el tipo de investigación realizado por las disciplinas de las ciencias sociales, según Borón, se ha manifestado en diferentes aspectos: la barbarie economicista, caracterizada por la exaltación de los factores económicos en el estudio de la sociedad; el individualismo metodológico, con la desaparición de los autores colectivos y de las investigaciones hechas colectivamente; el formalismo y la matematización pseudocientífica, entre otras. «Ya no hay sociedad; ésta ha pasado a ser considerada como una suma de individuos. Este cambio ha tenido importantes repercusiones teóricas y políticas», apuntó. A modo de ejemplo, señaló una famosa frase de la ex primera ministra británica, Margaret Thatcher, cuando, en el decenio de los 80, se le preguntó sobre el impacto de la represión de la huelga de los mineros en la sociedad inglesa. Thatcher respondió que ya no existía algo llamado sociedad, que sólo había John, Peter, o Mary; es decir, que sólo había individuos.»

La cultura de la resignación política

Entre las repercusiones teóricas y políticas provocadas por el predominio de esta corriente de pensamiento, Borón destacó también la indiferencia radical hacia las cuestiones relacionadas con la estructura de la sociedad y sus aspectos históricos. Lo social, en su opinión, ha pasado a ser considerado como una suma de contingencias. Además, la verdad y la falsedad han pasado a ser cuestiones terminológicas sujetas a un intenso proceso de relativización. A partir del influjo de estas dos corrientes de pensamiento (neoliberalismo y posmodernismo), añadió, el primer impacto más evidente ha sido la supresión del pensamiento crítico, que, gradualmente, ha sido sustituido por la cultura de la resignación política. La teoría sobre el triunfo definitivo del capitalismo, explícita en la obra de autores como Francis Fukuyama, ha llegado a contaminar también, de manera implícita, otras formulaciones teóricas. Todo ello en medio de un orden social marcado por una injusticia pocas veces vista.

Borón citó un dato de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) a fin de justificar la afirmación. Según cifras facilitadas por dicha organización, estamos en un orden social que cada 24 horas se cobra el precio de 100.000 vidas. Es decir, señaló, cada año desaparece un país del tamaño de Colombia o Argentina. Peor aún. Dada la hegemonía ideológica del pensamiento neoliberal, no hay lugar para proyectos políticos de emancipación social, considerados hoy como anacrónicos. En este contexto, señaló también, los investigadores del área de las ciencias sociales se han convertido en su gran mayoría en «sociómetras», trabajadores sociales. «Ha habido un abandono del modelo clásico de investigación en el que grupos de investigadores trabajaban juntos, tenían una formación simultánea; un modelo que produjo óptimos resultados en los años 50 y 60. Todo ello basado en una estructura de universidades e instituciones públicas barrida por las políticas del Consenso de Washington.

El pensamiento vía consultoría

La citada estructura fue siendo sustituida por el modelo de las consultorías. «No hay ya espacio para la investigación colectiva a largo plazo. Lo dominante hoy es la investigación breve, el pret-à-porter, realizada sobre la base de diferentes estructuras institucionales, especialmente por medio de consultorías, muchas de las cuales son antiguos centros de investigación de carácter público», señaló también Borón. En su opinión, esta transformación se ha registrado también en el seno de las universidades públicas, que se han visto obligadas a recurrir a fuentes externas de financiación para apoyar el trabajo de investigación. Los organismos y las agencias vinculadas a los gobiernos, que siempre han luchado contra la falta de recursos, también han tenido que ceder ante este escenario, pasando a sobrevivir con presupuestos de organismos internacionales como el Banco Mundial. Todo ello a costa de un precio, obviamente. Estos organismos citados han acabado definiendo una parte importante de la agenda de investigación en América Latina.

Este nuevo modelo de financiación ha dado por resultado, por ejemplo, que determinados temas, como la distribución de la renta y la estructura tributaria en América Latina (de las más desiguales del mundo, dado que el 10% de los más ricos pagan menos impuestos que el 10% de los más pobres), hayan dejado de tener prioridad en la investigación. «Los organismos financiadores han pasado a definir qué, cómo, cuándo y dónde investigar», resumió Borón. En América Latina, añadió, la mayor parte de los estudios sobre la pobreza utiliza modelos teóricos del Banco Mundial, que considera que ésta debe atacarse de un modo focalizado, descartando enfoques universalistas del problema. «El enfoque del Banco Mundial podría ser bueno para atacar el problema de la pobreza en Dinamarca o Suiza, pero no en América Latina, donde la pobreza afecta a más de la mitad de la población. Este enfoque excluye también toda investigación sobre las causas de la pobreza, lo que limita en gran manera el ámbito de la investigación», concluyó.

¿Abomina la academia de su condición intelectual?

¿Es posible que dentro de los límites estrictos de la academia se recupere una línea más agresiva de pensamiento crítico en las ciencias sociales y en las restantes áreas de las ciencias humanas? Ante esta polémica pregunta, Borón ofreció una respuesta negativa. En su opinión, dicha recuperación no puede darse en los límites citados, por la sencilla razón de que el mundo de la academia abomina hoy de la condición del intelectual. Para el sociólogo, las universidades latinoamericanas no precisan de una reforma, como muchos defienden, sino de una revolución.

El déficit crítico apuntado por Borón habría sido resultado de la citada influencia perniciosa de una mezcla de neoliberalismo y posmodernismo, y una de las expresiones de dicha influencia, en su opinión, es el proceso de contrarreforma universitaria en curso en varios países del continente. Una de las características principales de este proceso, afirmó, es la creciente discrepancia entre la tendencia a la masificación de la enseñanza y el volumen de recursos destinados a la educación. Otra sería la adopción de modelos de evaluación del cuerpo docente, como forma de establecer criterios de remuneración. Siguiendo la lógica de este modelo, se ha reducido la remuneración básica de los profesores, agregándose al salario un plus según el resultado de una supuesta «evaluación objetiva de su funcionamiento». La lógica que rige la publicación de artículos en revistas especializadas fue apuntada por Borón como un ejemplo de las distorsiones de dicho modelo.

A fin de cuentas, ¿a qué llamamos prioridades… ?

Hoy, afirmó, un artículo publicado en una revista académica norteamericana, por ejemplo, vale para el investigador más que un libro publicado en su propio país, con independencia del contenido del artículo o del libro. El argumento es que en Estados Unidos se hace una ciencia de mayor calidad y que, en América Latina, cualquiera es capaz de publicar un libro, afirmación repetida también en otras áreas. Así, además de la dependencia de los investigadores latinoamericanos en relación con los organismos de financiación, lo que define una agenda de investigación ligada a los intereses estratégicos de estas agencias, los trabajos de los investigadores pasan a estar orientados por la línea editorial de las revistas especializadas norteamericanas y europeas. Y todo esto no ocurre únicamente en el ámbito de la sociología, enfatizó Borón: por ejemplo, artículos sobre la lepra no tienen una aceptación en las revistas de EE UU, con excepción de algunas dedicadas a la medicina social.

Para reforzar este argumento citó un estudio realizado por Russel Jacoby (autor, entre otros, de «El final de la utopía: política y cultura en la era de la apatía») sobre las publicaciones de las dos principales revistas de sociología de EE UU en los años 80. Jacoby ha podido comprobar que casi la mitad de los artículos trataba de temas relacionados con el tema que en esos años sería el principal problema de la sociedad estadounidense: como escogen a su pareja los y las estadounidenses. Eso en una época en que los conflictos raciales explotaban en Los Angeles y que la pobreza de los grandes centros urbanos adquiría una mayor visibilidad. Jacoby también analizó las publicaciones de revistas de ciencia política de la década de 1960, un periodo de lucha por los derechos civiles, contra el racismo, de la guerra de Vietnam y del asesinato de John F. Kennedy. De 924 artículos publicados, sólo uno trataba del tema de la pobreza, tres abordaban el de la crisis urbana y uno hablaba sobre la guerra de Vietnam.

¿Es necesario un pensamiento crítico y radical?

A partir de estos análisis, Jacoby defendió que la academia en EE UU se había convertido en un ghetto, en el que el destino de toda una generación de «jóvenes intelectuales» evidenciaba una inserción en la vida universitaria caracterizada por el enfado y la ruptura con la vida y la cultura públicas. «Y nosotros seguimos ese ejemplo» dijo Borón, a la vez que se preguntaba: «¿cómo es posible que un pensamiento crítico y radical pueda sobrevivir en este contexto?» No es posible, respondió. Pero, a fin de cuentas, ¿a qué viene esta necesidad de un pensamiento crítico y radical? Para el sociólogo argentino, la respuesta es sencilla. América Latina necesita un pensamiento de ese tipo porque la situación social es cada vez más grave, con un crecimiento de la desigualdad social y de la pobreza, diagnóstico lamentablemente confirmado por el último informe de la ONU sobre la situación social del mundo y los Objetivos del Milenio.

Un pensamiento crítico, añadió, que tenga como punto de partida un principio hipocrático: luchar por la salud y el bienestar del pueblo y de la sociedad, que están ambos enfermos. Y que sea un pensamiento que procure siempre decir la verdad y denunciar la mentira. Ésta es una tarea urgente, teniendo en cuenta el proceso de falseamiento del lenguaje operado en los últimos años. Borón dio algunos ejemplos de este falseamiento: todo el mundo habla de la redemocratización en América Latina, de que hoy tenemos gobiernos democráticos, sin que para nada se cuestione esta afirmación. ¿Tenemos democracias, de hecho, en América Latina? Para el sociólogo, si Aristóteles viviese y conociese los gobiernos del continente los definiría como oligarquías basadas en el sufragio universal y no como democracias. En efecto, se preguntó: ¿quién se benefició del proceso de redemocratización de América Latina? Respuesta: el 10% más rico de la sociedad.

La metamorfosis de las palabras

Borón citó el caso de lo que sucedió en su país, Argentina. A comienzos del periodo posterior a la dictadura, la relación entre los más ricos y los más pobres era de 14 a 1. Después de veinte años de consolidación democrática, esa diferencia es hoy de 35 a 1. «Y sin embargo, se sigue hablando de gobiernos democráticos. ¿Qué democracia es esa que sólo acentúa la desigualdad social? Todo ello revela la gravedad de la crisis teórica que vivimos, en la que conceptos fundamentales ya no se discuten.»

Otro ejemplo de desplazamiento semántico. Desde hace algunos años el Banco Mundial defiende que la educación y la salud no deben considerarse como derechos fundamentales de la población, sino como bienes y servicios. Paralelamente a esta posición, se desarrolla una política de privatización de derechos básicos, en la que la palabra «ciudadano» va siendo progresivamente sustituida por la palabra «consumidor». Pero la metamorfosis del lenguaje no se detiene ahí.

La expresión «transformación del Estado» fue sustituida por «reforma del Estado». La palabra «clase» desapareció; «nación» es ahora «mercado»; «ideología» se convirtió en «opinión pública»; e imperialismo en «economía global». ¿Qué hacer ante una situación así? Borón recordó que América Latina ha hecho grandes contribuciones al pensamiento universal, y que Perry Anderson definió a América Latina como la región de mayor creatividad e inventiva intelectual y cultural del mundo. «En el ámbito de las ciencias sociales, esa producción ha sido ejemplar, como fue el caso de la Cepal (Comisión Económica para América y el Caribe, de las Naciones Unidas). Hubo también la teología de la liberación y, en el ámbito de la educación, la pedagogía del oprimido de Paulo Freire. Ante la crisis actual tenemos el compromiso de recuperar esta tradición, no de un modo automático y mecánico, sino procurando construir nuevos modelos teóricos.»

Una ventaja que debe aprovecharse

Para Borón, tenemos una ventaja única a la hora de llevar a cabo esta tarea. «Por ser parte del patio trasero de los Estados Unidos, tenemos un horizonte de visibilidad mucho mayor para pensar en nuestros problemas del que existe en Asia, África y Europa. Sufrimos una influencia mucho más directa y cotidiana del imperialismo. Es en América Latina donde las contradicciones del sistema imperialista son observables con mayor nitidez», defendió. Una cuestión que exige respuesta a la hora de enfrentar esta tarea es si podemos realizar este trabajo de reconstrucción del pensamiento crítico en los límites de la academia, preguntó el sociólogo. La respuesta surgió rápidamente: «no podemos, porque hoy el mundo académico abomina de la condición del intelectual. El mundo de la academia, hoy, es un mundo de carreras, proyectos particulares, evaluaciones inter pares; un mundo separado del resto de la vida social, y que no acepta el estilo de pensamiento propio del intelectual».

Este pensamiento, prosiguió, tiene una pretensión de universalidad que no acepta un encajonamiento en disciplinas aisladas. «Los intelectuales tienen su público en la sociedad, y no solo entre sus iguales. Su misión más importante es ser la conciencia crítica de su tiempo. Hoy, la ambición de la mayoría de los académicos es preparar su clase, publicar su artículo, ganar recursos para su proyecto», criticó Borón. Se trata de una evaluación que sin duda desagrada a muchos profesores universitarios que rechazan este encajonamiento. Sin embargo, para el sociólogo argentino, éste es el escenario dominante hoy en la academia. Y por esta razón Borón defiende, citando también la posición defendida por Boaventura de Sousa Santos, la necesidad de revolucionar la academia. «Las universidades no necesitan una reforma, sino que necesitan una revolución, toda vez que presentan hoy un carácter profundamente conservador, más conservador que la iglesia católica o las fuerzas armadas, como afirma Boaventura.»

El círculo más ardiente de los infiernos

«Y si fue posible que surgiera algo como la Teología de la Liberación en el ambiente conservador de la iglesia católica», añadió, «tal vez pueda surgir algo nuevo también en la universidad.» Entretanto, defendió también la necesidad de vincular la agenda teórica de las ciencias sociales y de otras áreas de las ciencias humanas con la de los sectores sociales que luchan por una transformación de la sociedad, una democratización del Estado y sobre todo por el conocimiento. Quien conozca la universidad hoy, para bien o para mal, sabe de las resistencias que esta propuesta enfrenta. No obstante, Borón la defendió con ardor, algo en lo que insiste desde hace tiempo, para irritación de muchos de sus colegas. Tal vez pensando en éstos cerró su intervención con una cita libre de La Divina Comedia, de Dante Alighieri: «El círculo más ardiente de los infiernos, lo reservó Dios a aquellos que, en una época de mayor crisis moral, optan por la neutralidad».

31.08.2005