De «incontrolada» e «ineficaz» fue calificada la «gigantesca» estructura de Inteligencia montada en Estados Unidos -luego de los atentados del 11 de setiembre de 2001- por un informe especial del diario The Washington Post. En un artículo de opinión publicado en The Nation, Robert Dreyfuss hace hincapié en la desproporción de los servicios de espionaje […]
De «incontrolada» e «ineficaz» fue calificada la «gigantesca» estructura de Inteligencia montada en Estados Unidos -luego de los atentados del 11 de setiembre de 2001- por un informe especial del diario The Washington Post. En un artículo de opinión publicado en The Nation, Robert Dreyfuss hace hincapié en la desproporción de los servicios de espionaje frente a la verdadera peligrosidad de la amenaza terrorista. Una reflexión que, según el autor, el matutino norteamericano no contempló.
No es sorprendente que el responsable de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI por sus siglas en inglés), David Gompert, se haya quejado del exitoso trabajo de investigación titulado «Top Secret America», realizado por el diario The Washington Post, cuya primera serie de artículos apareció el lunes 19 (se pueden leer tal y como fueron escritos en el sitio especial del diario norteamericano, TopSecretAmerica.com).
Así, irrisoriamente, Gompert dice: «El informe periodístico no se corresponde con la Comunidad de Inteligencia que nosotros conocemos (…) En los últimos años, hemos reformado esa comunidad de tal manera que ha mejorado la calidad, cantidad, regularidad y velocidad de nuestro apoyo a los responsables políticos, a los aviones de combate y a los defensores de la patria, y, por supuesto, continuaremos con nuestros esfuerzos para mejorar nuestros servicios. (…) Trabajamos constantemente para reducir las ineficiencias y redundancias -preservando a su vez un grado de superposición intencionada entre los organismos de Inteligencia con el fin de fortalecer el análisis- desafiar el pensamiento convencional y el punto de vista único».
Tal y como el rotativo lo dejó bien en claro, la vida ultrasecreta de Estados Unidos aumentó exponencialmente. Los periodistas que estuvieron al frente de la investigación, Dana Priest y William M. Arkin, informaron que, tras los atentados terroristas del 11 de setiembre de 2001, la estructura de Inteligencia creció enormemente. En la actualidad, esta última incluye por lo menos a 1.271 organizaciones gubernamentales y cerca de dos mil agencias privadas, todas ellas distribuidas en unas diez mil localidades del país. Asimismo, otro dato significativo, es que alrededor de 854 mil personas están autorizadas para manejar información confidencial del mayor nivel.
El presupuesto para las operaciones de Inteligencia en Estados Unidos ascendió de treinta mil millones de dólares en 2001 a 75 mil millones en la actualidad. Y esto sólo raya la superficie de la cuestión. El informe señala, además, que veinticuatro organizaciones fueron creadas a finales de 2001, incluida la Oficina de Seguridad Nacional y la Fuerza de Seguimiento de los Activos Terroristas Extranjeros. En 2002, otras 37 dependencias más fueron creadas para realizar un rastreo de las posibles armas de destrucción masiva, estudiar las amenazas potenciales y coordinar un nuevo enfoque en la lucha contra el terrorismo. Al año siguiente, a esta estructura se le sumaron 36 organizaciones nuevas, y más tarde otras 26 más, y 31 más, y 32 más, y veinte o más en 2007, 2008 y 2009.
Sin embargo, lo que está faltando en esta historia es la evaluación de la amenaza contra la que se posiciona esta gran maquinaria de Inteligencia, la cual, también, está en continuo crecimiento.
El diario señala que veinticinco agencias independientes fueron establecidas para rastrear la financiación del terrorismo, las cuales, de modo magistral, muestran la superposición de tareas y la naturaleza redundante de los organismos destinados a la lucha contra el terrorismo pos 9-11.
Pero el artículo apenas menciona que casi no hay terroristas a quienes realizar tan meticuloso seguimiento.
El diario señala que, frente a las últimas amenazas, como, por ejemplo, los ataques de musulmanes extremistas -recordemos el caso del tirador de la base militar de Fort Hood, el nigeriano que intentó detonar un explosivo escondido en su ropa interior en pleno vuelo hacia Detroit o el incidente en Times Square-, la maquinaria de Inteligencia realmente falló, no pudo detenerlos. Esto es verdad.
Y, sin duda, es el argumento fundamental del cual se apropiaron los críticos para denunciar la presente infraestructura contra el terrorismo, que conlleva un presupuesto inútil y una burocracia improductiva.
PROBLEMA MANEJABLE
Pero, insisto, el problema básico del cual el Post no se ocupa es que Al Qaeda y sus correligionarios, simpatizantes e, incluso, aquellos terroristas que no forman parte de la organización en sí, son un problema manejable. Y que el aparato que se creó es desproporcionado, está diseñado para enfrentarse nada menos que con una amenaza de tintes existenciales.
Incluso, en el apogeo de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética y sus aliados estaban involucrados en una cruda batalla país por país, a través de Asia, África y América Latina, para luchar contra Estados Unidos, la OTAN, y la hegemonía norteamericana, no había nada como lo que tenemos hoy, después del 9-11.
Unos mil analistas brillantes de Inteligencia, otros mil agentes del FBI, junto a policías que mantengan el orden, y unos cientos de militares para Operaciones Especiales son todo lo que se necesita para hacer frente a la amenaza del terrorismo.
Todo lo llevado a cabo hasta ahora es enormemente exagerado. Sin embargo, el artículo del Post, se limita, por el momento, a preconizar acerca de lo difícil que es coordinar todas las agencias que luchan contra el terrorismo, lo complicado de absorber todos los datos, leer todos los informes y «chupar» los 1,7 millones de e-mails y llamadas por teléfono que reclaman ser atendidas, todos los días, por la Agencia Nacional de Seguridad.
Quizá, es otro problema del estilo «el traje nuevo del Rey». Sólo que el Rey, esta vez, no está desnudo. Y nadie, realmente, lo está amenazando.
Robert Dreyfuss es editor y colaborador de la revista The Nation y Revista Debate