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Honradísimos, señores, honradísimos

Estados Unidos y el ciclópeo impulso democrático en el mundo araboislámico

Fuentes: Rebelión

En los años oscuros de la Guerra Civil española, se cuenta -y no sabemos hasta qué punto se trata de una frase apócrifa- que uno de los milicianos que se aprestaban a fusilar al dramaturgo Pedro Muñoz Seca se le acercó, se presentó a sí mismo como hombre de letras -Gálvez decía llamarse- y le […]

En los años oscuros de la Guerra Civil española, se cuenta -y no sabemos hasta qué punto se trata de una frase apócrifa- que uno de los milicianos que se aprestaban a fusilar al dramaturgo Pedro Muñoz Seca se le acercó, se presentó a sí mismo como hombre de letras -Gálvez decía llamarse- y le dijo que él le iba a reservar el gran honor de asesinarlo. Muñoz Seca, a quien también se le atribuye en ese mismo trance fatal una frase no menos socarrona, se limitó a responderle: «Honradísimo, Gálvez, honradísimo». Pues algo parecido deben de pensar muchos árabes y muslmanes del oriente y el occidente ante la amable disposición de Estados Unidos a mejorar su desastrosa realidad en materia de democracia y derechos humanos. Honradísimos deben de sentirse cientos de miles de iraquíes, entre ellos el tercio de la población infantil que malvive en la desnutrición, el 85% de la población que sufre los cortes continuos de agua y electricidad y las decenas de miles de víctimas civiles, ante este nuevo sistema democrático vigente en Bagdad, recluido en la llamada zona verde e inmerso en las disputas intestinas de unos colaboradores «nativos» (según la terminología neocolonialista) que han convertido la corrupción y el oportunismo en su principal emblema.. Honradísimos tienen que estar los afganos, que ahora pueden beber coca-cola a modo pero siguen sujetos a la arbitrariedad de los señores de la guerra, las razzias de las tropas estadounidenses y el trajín de drogas y estupefacientes, los cuales, por cierto, han encontrado en el Iraq libre y reformado de hoy una autopista hacia el mercado internacional; también los libios, que asisten estupefactos a la romería incesante de altos cargos occidentales de Bengazi a Trípoli y de Trípoli a Bengazi, con sus proyectos de desarrollo e inversión petrolífera, sin que nadie hable de la represión, la dictadura y la brutalidad chabacana del reconvertido Gadafi, cuyo concepto de tolerancia y pluralidad quedó diluido en el cromatismo hortera de sus vestidos exóticos. Honradísimos tienen que sentirse los paquistaníes de ver cómo su general Pervez Musharraf, gobernante golpista y absolutista, es recibido con honores en la Casa Blanca mientras lo poco que queda del sistema político democrático pakistaní pugna por no perecer. Y no digamos nada de los uzbecos, sometidos desde hace años a la ferocidad de su líder Islam Karimov, pero protegidos, eso sí, por las bases de EEUU y los mensajes peripatéticos de los responsables norteamericanos que cuando la cosa va de hablar de Uzbekistán y otros estados aliados emiten declaraciones que no son ni frías ni calientes ni tibias.

En fin, honradísimos deben de estar millones de personas en el Golfo Árabe, en el Norte de África, en las repúblicas musulmanas ex soviéticas, al contemplar la fanfarria democratizadora de EEUU, que sólo sirve para que un tropel de ignorantes y cínicos, que aquí en España son legión, entonen el aleluya ante el nuevo mesías de la democracia. Los críticos, los desesperados y los millones de ciudadanos que se sienten estafados y, en el caso de Iraq y Afganistán, estofados, son unos resentidos, incapaces de reconocer la verdad, antiamericanos por definición, conspiracionistas por convicción. Uno de estos grandes conocedores de la democracia programada de la Casa Blanca para el mundo árabe y musulmán, el ignorante, cínico y engolado Fuad Ajami, un árabe «bueno y razonable» que junto con otros similares lleva abogando desde hace tiempo por la intervención filantrópica de EEUU en el mundo oscuro y retrógrado del islam, afirmaba en fechas recientes en el Hoover Institution algo asombroso: el poder conservador actual de George W. Bush ha optado, por fin, por situarse al lado de las «masas árabes que piden libertades»[1]. He aquí cuando menos la interpretación de uno de esos comentaristas españoles ignaros que pontifican sobre la nada y a partir del «Créanme, si no fuera cierto no lo diría» o «Miren ustedes, no hay ninguna duda». Pues bien, mejor haría Bush en darse un baño de multitudes, como el que se dio hace poco en Georgia, por Egipto, Pakistán, Jordania o Marruecos, a ver si recibe los parabienes de los agradecidos ciudadanos. Hasta el momento no nos ha dado la oportunidad de calibrar el estallido de alegría de millones de musulmanes y árabes al paso de su comitiva. Todavía no lo ha intentado, para respiro de los dirigentes árabes y musulmanes adscritos, más preocupados por amordazar las protestas y manifestaciones de su gente y ganarse las chucherías de bonificación de EEUU que de promover la justicia y la igualdad entre los suyos. Y desde luego no lo ha intentado en Iraq, donde los mismos soldados ocupantes mostraban su extrañeza, durante los meses que siguieron a la caída de Bagdad, ante el escaso entusiasmo de los iraquíes, excepción hecha de algunas pocas regiones. Desde luego, los dirigentes de Washington no tienen ningún deseo de darse un paseo triunfal por Basora, Bagdad o Mosul porque ni siquiera salen, en sus visitas, de la fortificada zona verde (recinto de Bagdad donde se encuentran los centros administrativos de la ocupación y el gobierno local). En realidad, tan poco seguros se sienten que ni se molestan en anunciar sus visitas con antelación. Relevante resulta, por ser de los últimos, el caso de Condolezza Rice, que fue allí a remachar los consejos ya apuntados en una visita anterior de Rumsfield, con el fin de atajar la corrupción y la falta de avances democráticos (como si ellos no tuvieran nada que ver en la degradación económica y moral del país, la manipulación política, el caos reinante en las calles, la proliferación de los movimientos islamoides cavernícolas, el destrozo de las infraestructuras…; en fin, como si los cientos de miles de funcionarios civiles y militares de EEUU y países adláteres estuvieran allí para observar el ciclo vital del dátil del Éufrates). Ministros iraquíes hubo que no sabían que venía, lo mismo que todos los iraquíes, que hubieron de enterarse por los medios de comunicación de que la comisionada de las fuerzas de liberación «había estado» allí. Qué imagen tan paradójica: la delegada del imperio filantrópico yendo a las provincias periféricas de incógnito. Como si fuera una intrusa.

Ah, sí, el terrorismo; ah, sí, las conspiraciones; ah, sí, los servicios secretos de los estados torvos; ah, sí, el enconado rechazo a la libertad y la democracia de los sectores oscurantistas y retrógrados. Ah, sí. ¿Puede ser que unos islamoides retrógrados y unos miles de nostálgicos del régimen dictatorial del Baaz pongan en jaque a ciento cincuenta mil soldados y obliguen al mismo presidente de EEUU y sus secretarios de estado a entrar y salir de Bagdad por la puerta de atrás? Es difícil verlo así, como una simple cuestión de terrorismo importada del exterior; lo más lógico y realista es concluir, tras repasar las decenas de encuestas, recabar in situ la opinión de los ciudadanos y analizar con detenimiento el desastre social, económico y político de Iraq, que la población en general considera que su primera desgracia es la ocupación y la acción de EEUU y sus aliados nacionales e internacionales. Razones no les faltan para sentirse engañados por la propaganda bélica. Les habían prometido un eldorado de paz y democracia y hete aquí que su nuevo Iraq era esto. Para este viaje, ciudadanos iraquíes, no necesitábamos las alforjas sangrientas de lustros de embargo ni millones de muertos y heridos a fuerza de bombardeos y penurias. Pero, con todo, no dejen ustedes de sentirse honradísimos.

Dábale arroz a la zorra el abad

La consigna de reforma de EEUU para una porción significativa del mundo araboislámico remite al artificio retórico de la frase anterior: se lea de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, dice lo mismo. Es decir, la cosa va de destrezas lingüísticas y poco más. Luego, hay que contar con la letra pequeña y las cláusulas vinculantes que se adjuntan a las grandes proclamas y que casi nunca se dan a conocer. Por lo tanto si se afirma que EEUU hace todo lo posible para que en este país, Egipto, Palestina, Afganistán, etc, haya elecciones democráticas y un gobierno representativo debe entenderse que las elecciones y los gobiernos son libres y representativos si ganan los que tienen que ganar. Es decir, que primero deben crearse las condiciones objetivas para que se produzca un resultado aceptable. Y si estas condiciones no pueden «ofertarse» más vale seguir con un estado de indefinición y organizando congresos y coloquios sobre la democracia y el islam o la implicación de la mujer en la vida política y bla bla bla. De este modo, la apertura democrática se ha convertido en un cuento occidental de los mil y un días.

En Egipto, los movimientos opositores que se manifiestan de forma pacíficamente persistente en contra de las maniobras del presidente Husni Mubarak para reelegirse o, al menos, garantizar el ascenso de su hijo, reclaman el apoyo de occidente. El problema es que tales opositores son, en buen número, naseristas, izquierdistas e islamistas, es decir, gentes que no inspiran mucha confianza en Washington. Esta aprensión no crean ustedes que se debe a que aquéllos carecen, supuestamente, de credenciales democráticas sino a que su discurso alude a EEUU como ingrediente sustancial de la crisis de la libertad en el mundo araboislámico. Es más, los mismos dirigentes de Kefaya, la plataforma que engloba esta corriente opositora, hablan a las claras de un visto bueno tácito de la Casa Blanca a la mano dura ejercida por la policía egipcia. Esto es, que las fuerzas de seguridad reprimen los movimientos de protesta y detiene y humillan a sus representantes mientras que desde la Casa Blanca se habla de concern y disappointment y se presiona al presidente egipcio, jugando a hacer que no se le recibe con todos los honores, para que maquille toda esta astracanada política. Pero cuando ha habido protestas similares en otros sitios, como en Líbano contra la presencia asfixiante de las tropas sirias, no disappontearon tanto y sí se concernieron muchísimo. Por cierto, que el régimen de Damasco ha iniciado una campaña de acoso y derribo contra el reducido grupo de asociaciones y colectivos que abogan por una apertura política. Y lo más curioso: algunos activistas sirios señalan que la rápida salida de las tropas de Damasco responde a un cambalache entre los Asad y los Bush. Los unos desalojan Líbano y los otros no protestan demasiado cuando se detiene a este o aquel opositor sirio. No sabemos en qué se basarán para hacer tal imputación. A lo mejor son unos resentidos. O bien pudiera ser que no tengan ni idea de lo que pasa, como la gente en Túnez, en Jordania, en Bahréin, en Marruecos, en Pakistán, etc.: cada vez que salen a protestar se llevan unos cuantos porrazos. ¿Cuándo aprenderán a enarbolar banderines con barras y estrellas, retratos del mr president de turno y a deletrear a voz en grito la palabra l-i-b-e-r-t-a-d en inglés? Y los palestinos: si quieren contar con elecciones verdaderamente democráticas y alabadas por los regímenes de Washington y Tel Aviv mejor harían en no decir que van a votar a quien no tienen que votar. Una vez más llama la atención el contraste discursivo de los dirigentes estadounidenses: en Iraq se empeñaron en organizar las elecciones según el calendario previsto, a despecho del caos y las bombas, y en Palestina parecen comprender las razones «internas» aducidas por la Autoridad Nacional para, a lo mejor, aplazar las legislativas. ¿No tendrán algo que ver las encuestas y la intención de voto favorable a los islamistas?

Los medios de comunicación y los regímenes europeos y norteamericanos repiten con gran prosopopeya que determinados países amigos sí se están democratizando y liberalizando. Esto demuestra el progreso de las tesis reformistas del Gran Oriente Medio alentado por Washington. Uno intenta, de buena fe, conferir carta de legitimidad y credibilidad a tales interpretaciones pero sólo puede caer en el desánimo. En algunos países merecedores de parabienes, como Túnez, las cosas siguen igual que hace unos años, con huelgas de hambre de opositores, exacciones políticas y referéndumes apañados; en otros, las reformas que empezaron con gran ímpetu se han convertido en rehenes de quienes decían promoverlas. Las experiencias de Marruecos, Jordania o Bahréin suscitaron grandes esperanzas entre sus ciudadanos, pero el tiempo ha demostrado que una cosa es reformar y otra reformar de verdad. Al fin y al cabo, todo sigue empezando y terminando en el rey y su entorno. En otros países resulta más complicado todavía imaginarse qué ha cambiado de verdad y en qué se basa el entusiasmo occidental. Algunos casos son especialmente llamativos, como el de Emiratos Árabes o Qatar, donde no hay ni parlamento elegido por sufragio universal ni elecciones generales libres y transparentes de forma periódica ni una prensa independiente y ajena a las directrices del monarca. Sin embargo, los representantes estadounidenses, especialistas como ya se ha dicho en calibrar la evolución natural del dátil de la ribera del Éufrates y las regiones del Golfo, desembarcan por allí y se deshacen en elogios sobre los «numerosos» avances conseguidos. Sonrientes y ufanos se les puede apreciar entre el emir o rey de turno y su hermano, primo o tío, que es ministro de exteriores o de defensa, o de interior, o de economía, o secretario, gobernador o prefecto de cualquier cosa. Cientos y cientos de primos, hermanos y tíos que integran las filas del único partido lícito en la región del Golfo: la familia real. Incluso, uno tiene que observar estupefacto en las televisiones árabes vía satélite cómo los analistas locales hablan sin empacho alguno de «nuestro sistema democrático». Y los analistas y políticos estadounidenses asienten y, si acaso, hacen una amigable crítica «constructiva». ¿Se creerán que los habitantes de la región son todos un hatajo de gilipollas?

Pues uno tampoco sabe dónde meterse cuando oye a los estrategas del régimen de Washington hablar sobre el gran avance democrático de Kuwait porque, ¡quince años después de la liberación!, las mujeres van a poder votar y postularse como candidatas al parlamento nacional. El régimen de Irán, retrógrado y brutal pero –helas– escasamente prooccidental- reconoce el voto de la mujer desde hace ya muchos años; sin embargo, se le moteja de absolutista, con toda la razón por otra parte, pero sin los matices que sí se introducen cuando se habla, digamos, de Arabia Saudí. Eso precisamente, los matices, es lo que le da un sabor especial a la propaganda estadounidense. De todos modos, las mujeres y los hombres kuwaitíes que puedan votar en las elecciones no tienen por qué hacerse miel sobre hojuelas: el emir ya se encargará, ya lo ha hecho alguna vez, de disolver el parlamento si los diputados traspasan ciertas líneas rojas. ¿Alguno de ustedes ha visto alguna vez al parlamento kuwaití debatiendo sobre los límites y prerrogativas de la presencia militar de EEUU en el emirato?

Lo peor de todo esto es que ni aun haciendo un gran esfuerzo de imaginación psicotrópica llega uno a comprender qué ha mejorado en lares como Pakistán; o en qué consiste la innovación democrática de Iraq o Afganistán o, incluso, Palestina. Uno de los grandes adelantos parece residir en las elecciones tuteladas por la ocupación militar, experiencia que siempre se había tenido como poco recomendable desde el punto de vista del fomento de la democracia y el pluripartidismo. Pero, para los entusiastas, es una garantía de transparencia, lo mismo que los colegios electorales acordonados, las listas cerradas, los partidos religiosos y étnicos y el desconocimiento absoluto de los programas y propuestas que se presentan. Alguno ha habido por aquí, de esos que afirman que en regiones como País Vasco no se dan las garantías para votar en libertad, que ha dado entender que las elecciones en el Iraq o el Afganistán sí que han sido libres, legítimas y transparentes. Sospechamos que, una vez más, alguien está empeñado en tomarnos por tontos de capirote.

El ciudadano musulmán padece una situación de zozobra e indefinición. Por un lado envidia la «normalidad» de las sociedades occidentales con sus garantías democráticas y sociales y por otro desprecia profundamente la hipocresía de unos gobiernos que apoyan con mayor o menor descaro a dirigentes corruptos y despóticos. Y no se trata de un malentendido o de una incapacidad para comprender la realidad de las cosas. Es justo lo contrario: perspicacia. Ya ni siquiera la propaganda oficial de un lado y otro consigue maquillar las cosas. El afán de cambio es inmenso; sin embargo, son tantos los obstáculos que a muchos ciudadanos sólo les queda un hálito de ironía y un mucho de resignación. Pero no pasa nada: se sienten honradísimos de poder contar con la asistencia democratizadora de EEUU.



[1] Comentario a la conferencia de Fuad Ajami en «Democracia buscada», de Ramón Pérez-Maura, Abc, 18-5-05.