Dada la increíble profusión de elogios que se le han dedicado -«una de las mentes más brillantes del siglo XX (The New Yorker), «Hay argumentos para considerarlo más importante de los intelectuales vivos» (The New York Times)-, es difícil precisar lo que se espera cuando Noam Chomsky entra a la habitación: tal vez un rayo […]
Dada la increíble profusión de elogios que se le han dedicado -«una de las mentes más brillantes del siglo XX (The New Yorker), «Hay argumentos para considerarlo más importante de los intelectuales vivos» (The New York Times)-, es difícil precisar lo que se espera cuando Noam Chomsky entra a la habitación: tal vez un rayo de inmarcesible luz blanca o, al menos, un aire majestuoso de realeza académica. También se ha dicho que es un hombre «con profundo desprecio por la verdad» (The Anti-Chomsky Reader [1]) y un «defensor del fascismo islámico» (Christopher Hitchens [2]), entre algunas de las críticas más moderadas.
Así que resulta una sorpresa cuando un hombre sonriente, ligeramente encorvado, llega a su privado del Instituto Tecnológico de Massachussets, se sirve un café y se disculpa por haber hecho esperar al reportero. Como se ha mencionado con frecuencia, el profesor Chomsky es una persona modesta, de hablar suave y generosa con su tiempo, que contesta con diligencia los miles de mensajes electrónicos que recibe cada semana, tarea laboriosa que consume siete horas al día, y por lo regular firma simplemente como «Noam». «No reconoce jeraquías», señala Bev Stohl, su asistente desde hace muchos años. «Es lo que quienes lo aman dicen que es, un hombre con gran interés por los demás.»
Entre todo lo que se ha dicho de él, esa ingeniosa definición de «rebelde sin pausa» que le encasquetó Bono le viene a la medida. A los 76 años de edad, pese a su reciente lucha contra el cáncer, Chomsky parece haber incrementado su prodigiosa producción. En todo el mundo hay estantes que crujen bajo el peso de sus escritos políticos, su voz puede escucharse en entrevistas por radio cada semana y, aparte de su correspondencia electrónica y sus extensas comunicaciones por la red, pronuncia cientos de discursos en docenas de ciudades cada año.
«Así ha sido desde el 11/S», comenta. «Ese hecho tuvo un efecto complejo sobre Estados Unidos, el cual no me parece que se haya apreciado en el extranjero. La impresión que se tiene es que convirtió a todos los estadounidenses en maniáticos que ondean banderas, lo cual es una tontería. Abrió la mente de las personas y puso a muchos a pensar: «Tengo que entender cuál es nuestro papel y por qué ocurren estas cosas».
40 años de actividad política
Las opiniones de Chomsky sobre el papel de Estados Unidos en el mundo son bien conocidas, gracias a cuatro décadas de intensa actividad política marcadas por la demolición que con minuciosidad propia de un médico forense ha hecho de la línea oficial de Washington. Desde la guerra de Vietnam, que en su concepto fue librada para detener la expansión del nacionalismo independiente, no del comunismo, hasta los ataques a las Torres Gemelas, que para él se originaron en la «rabia y desesperación» causadas por las políticas estadounidenses, y su famosa afirmación de que todos los presidentes de su país habrían sido colgados si se les hubiera sometido a las leyes de Nüremberg, Chomsky ha sido el ácido en el vientre de la bestia estadounidense, utilizando lo que Arundhati Roy llama su «anárquica desconfianza del poder» para roer su insolente autosuficiencia.
Aun con esos antecedentes, señala, le asombra el resultado que ha tenido la invasión a Irak, la cual «debió haber sido una de las ocupaciones militares más fáciles de la historia. Creí que la guerra acabaría en dos días y de inmediato vendría la ocupación. Se sabía que Irak era el país más débil de la región; de otro modo Estados Unidos jamás lo habría invadido. Las sanciones habían matado a decenas de miles y orillado al pueblo a depender de Saddam Hussein para su supervivencia, pues de no ser así probablemente lo habría derrocado.
«Era obvio que el país se desmoronaría de un empujón. Y que la resistencia no recibiría ningún apoyo significativo del exterior. Pero, de hecho, está resultando mucho más difícil que la ocupación de Europa por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Los nazis no tuvieron mucho problema en Europa; en cambio Estados Unidos se las ha arreglado para convertir la empresa en una catástrofe increíble. Y eso obedece en parte a la forma en que ha tratado a la gente, pues engendra resistencia, odio y miedo.»
El próximo domingo se celebrarán las tan esperadas elecciones iraquíes, pero Chomsky expresa que los discursos sobre un Irak soberano, independiente y democrático son «una mala broma. No veo ninguna posibilidad de que Gran Bretaña y Estados Unidos permitan un Irak soberano e independiente; es casi inconcebible. Tendría mayoría chiíta, y es probable que uno de sus primeros pasos fuera tratar de reconstruir relaciones con Irán. No es que los chiítas iraquíes sean partidarios de Jameini (el líder supremo de Irán); quieren ser independientes, pero es una relación natural e incluso en el régimen de Saddam comenzaban a restablecer vínculos con Irán «.
«Eso podría instigar cierto grado de autonomía en las regiones mayoritariamente chiítas de Saudiarabia, en las cuales, por cierto, es donde hay más petróleo. Se podría proyectar en un futuro no muy lejano una posible región dominada por los chiítas, con inclusión de Irán, Irak y las regiones petroleras de Saudiarabia, que de hecho monopolizaría las principales fuentes de petróleo del mundo. ¿Va Estados Unidos a permitir eso? Por supuesto que no.
«Además, un Irak independiente restauraría su posición como gran potencia, tal vez dominante en el mundo árabe, lo cual significa que trataría de rearmarse y confrontar al enemigo regional, que es Israel. Bien podría desarrollar armas de destrucción masiva para enfrentar las de Israel. Es inconcebible que Washington y Londres lo permitan.»
Chomsky cree que las comparaciones de Irak con Vietnam son desacertadas, sobre todo porque Vietnam no fue al final de cuentas una derrota para los objetivos estratégicos estadounidenses. «Los recursos vietnamitas no tenían tanta significación. Irak es diferente: es el último rincón del mundo en el que quedan enormes yacimientos petroleros, tal vez los mayores del mundo, o casi. Se trata de que los ingresos provenientes de esa riqueza lleguen a los bolsillos debidos, es decir, los de las corporaciones de Estados Unidos, en primer lugar, y después las de Gran Bretaña. Y el control de esos recursos coloca a Washington en posición muy poderosa para ejercer influencia sobre el mundo.»
Se distancian antiguos colegas
Uno de los acontecimientos más sorprendentes posteriores al 11-S ha sido el distanciamiento entre Chomsky y antiguos colegas de izquierda, sobre todo el escritor Christopher Hitchens, quien lo acusa de «fabricar excusas para el fascismo teocrático» y de ejercer «la equivalencia moral» en sus análisis del 11-S y del imperialismo estadounidense. «Es estremecedora la forma en que Chomsky ha transformado su apoyo a los de abajo en respaldo a los perros rabiosos», declaró HItchens.
Al respecto Chomsky comenta: «No me interesan los desplantes y berrinches de las personas. ¿Qué significa eso, equiparar el 11-S a los crímenes estadounidenses? Ni siquiera se puede comparar el 11-S con lo que llaman el otro 11-S al sur de la frontera».
El 11 de septiembre de 1973, en Chile, el presidente fue asesinado, la democracia más antigua de América Latina fue destruida, el número oficial de muertos llegó a 3 mil, y el número real probablemente sea el doble. En proporción a Estados Unidos serían 100 mil. El golpe instauró una dictadura brutal y despiadada, un virus que se propagó a buena parte del resto de América Latina y ayudó a inducir una tremenda ola de terror. ¿Cómo se compara eso con el 11 de septiembre de 2001? Si se cuentan números y consecuencias, es mucho peor. Pero no tiene sentido la comparación. Cada una por sí misma es una atrocidad. Y las atrocidades que nos interesan son las que podemos detener.
«Cuando Gran Bretaña y Estados Unidos invadieron Irak, era razonable prever que incrementarían la amenaza de terror, y así ha ocurrido. Están contribuyendo de nuevo al terror de la variedad del 11-S, que probablemente se dirija contra Estados Unidos, lo cual sería terrible. Tarde o temprano el terrorismo estilo jihad y las armas de destrucción masiva se unirán, y las consecuencias podrían ser horrendas. Así pues, si nos importa el terrorismo estilo jihad, no debemos contribuir a alentarlo.»
Enfrentar el terrorismo, en opinión de Chomsky, requiere de un «programa dual» en la línea del que «Gran Bretaña aplicó en Irlanda del Norte». Explica: «los actos terroristas son crímenes; así pues, se captura a los culpables, se emplea la fuerza si es necesario y se les somete a un juicio justo. Ellos desean apelar a la reserva de comprensión existente hacia sus actividades, incluso por parte de personas que los detestan y les temen. Si pueden movilizar esa reserva, ganan. Podemos ayudarlos a movilizar esa reserva mediante la violencia, o reducirla mediante la atención a demandas legítimas».
Cada vez que se recurre a la violencia se hace un obsequio a los jihadistas. Responder con una violencia que golpea a civiles es un regalo a Osama Bin Laden: se le otorga la propaganda que desea para decir: «Tenemos que defender el Islam contra los infieles de Occidente que intentan destruirlo. La nuestra es una lucha de defensa».
«Si queremos movilizar esa fuerza, ésa es la manera de intervenir. Pero existe otra forma, que es poner atención a los reclamos legítimos. Y eso también es intervención.»
* Jornalist of The Independent