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¿Eternos? No precisamente los imperios

Fuentes: Rebelión

Quizás el hecho mismo de que la existencia humana semeje un pestañazo en el turbión del tiempo contribuya de destacada manera a que pensemos eternas nuestras circunstancias. «Lo mío como imperecedero» devendría la defensa subsconciente ante la dura finitud. ¿Y la memoria histórica? ¿La irrefutable prueba del cambio imparable? Solo quien la persigue incansable en […]

Quizás el hecho mismo de que la existencia humana semeje un pestañazo en el turbión del tiempo contribuya de destacada manera a que pensemos eternas nuestras circunstancias. «Lo mío como imperecedero» devendría la defensa subsconciente ante la dura finitud. ¿Y la memoria histórica? ¿La irrefutable prueba del cambio imparable? Solo quien la persigue incansable en anales y en la lectura del libro de la vida puede hacernos ver cosas como la suerte de ley del nacimiento, el florecer y la caída de todos los imperios que en el mundo han sido.

Uno de estos «gurúes» resulta el connotado profesor noruego Johan Galtung, sociólogo y matemático nominado al Premio Nobel de la Paz de 2017, el que, en entrevista realizada por el académico e investigador británico Nafeez Ahmed y traída a colación por Alfredo Jalife-Rahme, columnista del diario mexicano La Jornada, quiebra los esquematismos de quienes aún confían en las aparentemente saludables arcas del Tío Sam y se dejan llevar por la fanfarronería de Washington sobre sí y sobre otros. Los Estados Unidos van a colapsar en el año 2020 y su «poder declinará aún más con Trump», considera el experto de modo rotundo.

Base de sus asertos, el modelo de Galtung consiste en la llamada teoría de sincrónicas contradicciones mutuamente reforzadas, sustentada en la comparación del auge y el desbarranco de 10 de los aludidos emporios. Y la quintaesencia radica en que, mientras más se ahondan esas discordancias, hay más probabilidades de que deriven en una crisis integral que transforme drásticamente el orden vigente.

Aunque el escandinavo comenzó a escribir al respecto en 1996, fecha en que el Instituto de Análisis del Conflicto y la Resolución, de la Universidad George Mason (EUA), le publicó un reporte científico luego borrado de la red, la construcción intelectiva alcanza su madurez en la obra, de 2009, La Caída del Imperio Estadounidense: ¿Qué Sigue?, donde, precisa Ahmed, «señala unas 15 enormes sincrónicas contradicciones mutuamente reforzadas que afligen a EE.UU., lo cual llevará al fin de su poder global en el 2020», posiblemente no sin antes atravesar una fase de fascismo reaccionario, alimentado por la capacidad de una gigantesca violencia global, la visión del excepcionalismo como el país óptimo, la creencia en la próxima conflagración postrera entre el bien y el mal, el culto al Estado poderoso que encabeza dicha lucha maniquea, y al líder omnipotente. Todo, una reactiva arremetida fruto de la pérdida de ascendencia.

De los susodichos 15 contrasentidos estructurales que signan el anunciado fin, el catedrático del Reino Unido entresaca los que siguen: económicos -sobreproducción en relación con la demanda, desempleo y aumento de costos por el cambio climático-, militares -progresivas tensiones entre EE.UU., la OTAN y sus aliados castrenses, con la creciente insustentabilidad de sus guerras-, políticos -papeles conflictivos de Norteamérica, la ONU y la Unión Europea-, culturales -tensiones religiosas con el islam y otras minorías-, y sociales -cada vez más profunda degradación del sueño estadounidense: el criterio de que cualquiera puede prosperar gracias al trabajo arduo-.

Como señales de que la incapacidad intrínseca para resolver tales entuertos conducirá al desgajamiento del vigor político de USA a escala global, el excandidato a Nobel muestra ciertas paradojas de Donald Trump en la esfera marcial. Con respecto a Irak, mientras por un lado el magnate convertido en mandatario ha criticado la intervención de su país, por otro considera que este debió haberse apropiado del petróleo de la nación mesoriental, lo que dizque no se trataría de un robo, sino del reembolso por la inversión bélica en 1.5 millones de millones de dólares.

Si atisbamos en el plano interno, Trump ha prometido deportar a 11 millones de inmigrantes ilegales, levantar -más bien extender- un muro en la frontera con México, y prohibir la entrada de musulmanes. A más de que, en lugar de ofrecer una oportunidad para eludir conflictos con grandes rivales, tales Rusia y China, el Presidente se obceca, «en forma estúpida», en proclamar más «guerras unilaterales» y empeorar las tensiones con las minorías. Para Johan Galtung, acota la cita que de Ahmed realiza Jalife-Rahme, «las incoherentes propuestas políticas de Trump son evidencia del mayor declive estructural del poder de EE.UU.».

La debacle del Imperio se prefigura en sucesos como el que las élites de la periferia no desean trabarse en más batallas de Norteamérica y ser explotadas por el centro. Y el que se mantiene en vilo la propia permanencia de la OTAN, si no paga sus adeudos a un mandamás que podría optar por tomar las de Villadiego del bloque atlántico, abocado en ese caso a la desaparición, que carcomería a la par el influjo -utilicemos un eufemismo- de los Estados Unidos a nivel planetario, y presumiblemente haría añicos su cohesión interna, con el ascenso de los supremacistas blancos y los soñadores de la Unión transformada en una confederación.

Bien subraya el articulista de La Jornada: aunque Galtung no se declara pesimista y, por el contrario, aduce vislumbrar la inevitabilidad de la bancarrota a guisa de una excelente «oportunidad para la revitalización de la República estadounidense, caracterizada por su dinamismo, su apoyo a los ideales de libertad, su productividad y creatividad, y su cosmopolitismo hacia los otros», el rotativo The Independent se apresura a anteponer al perito europeo la perspectiva diametralmente opuesta de Xenia Wickett, directora del programa EE.UU. y las Américas en el think tank Chatham House. Ella desecha olímpicamente las anteriores aseveraciones, ya que «EE.UU. es un poder global por varias razones. Ostenta la mayor fuerza militar en el mundo, tiene el más robusto poder blando en términos de sus universidades, en términos de sus empresas y en términos del alcance de sus multimedia. Todavía es la mayor economía en el mundo. La idea de que cualquiera de estas cosas cambiará en los próximos años está fuera de la realidad».

¿Objetividad de la intelectual, o simple mirada ideologizada y anhelante de convencer a cualquier precio a las muchedumbres? Coincidamos con Jalife-Rahme en que «es muy discutible la infatuación de Xenia Wickett. Sin contar la resurrección militar de Rusia, en los próximos tres años China desplazará a EE.UU. como la máxima superpotencia geoeconómica. Tres años se encuentran a la vuelta de la esquina y alguien se va a equivocar. Lo sabremos muy pronto…».

Los aliados se «amotinan»

Por intermedio de la agencia noticiosa Reuters, Christopher Aluka Berry nos depara la reseña de un artículo pergeñado para Russia Today (RT) por Sreeram Chaulia, decano de la Escuela Jindal de Asuntos Internacionales, en la ciudad de Sonipat (La India). Con apodíctico tono este escribe que el acuerdo firmado entre Rusia y Turquía acerca de los suministros de sistemas antiaéreos S-400 supone «un revés para el bloque militar estadounidense de la OTAN». Lo cual en buen romance significa que los conjurados ya no lo son tanto, o que están procurando no serlo. Sucede que «Trump ha llevado a la OTAN a un ´punto de crisis´, y ahora hay ´una ola de aliados que optan por la autonomía en vez de por la dependencia asfixiante´».

Conforme al conocedor, a pesar de los desacuerdos y las tiranteces, hasta hoy ningún Estado miembro había roto «la norma no escrita» de evitar la cooperación estratégica de defensa con Rusia. Que el presidente Erdogan «pudiera contemplar una iniciativa tan audaz y socavar la lógica antirrusa inherente a la OTAN» dice mucho sobre «cuán dramáticamente EE.UU. está perdiendo su control sobre sus aliados».

Para el analista, «el capitán a cargo», Donald Trump, representa el máximo culpable de que el bloque se halle en ese punto, pues en breve tiempo en el Despacho Oval ha conseguido «deconstruir una estructura internacional de confianza y fe cuidadosamente construida» desde la Segunda Guerra Mundial. En cuanto a Ankara, la decisión trumpiana de suministrar directamente armas a los kurdos sirios en mayo de 2017, así como la falta de avance en la demanda de extraditar al clérigo Fetulá Gulen, acusado de actividad antigubernamental, «han amortiguado las esperanzas iniciales de que la nueva Administración estadounidense sería afín», afirma Chaulia. Por otra parte, «las investigaciones legales en curso y los cargos contra los guardias de seguridad y los políticos turcos en el sistema de justicia estadounidense han añadido leña al fuego». Y en respuesta a «tales desprecios y amenazas», un estadista «atrincherado y grandilocuente como Erdogan opta por buscar nuevas alineaciones para dar a EE.UU. una enseñanza». La compra de los cohetes «es una réplica en la cara de Trump», que daba por sentada la lealtad de Turquía.

Este último semeja un paquidermo en una cristalería, ya que, indiferente al que Catar alberga la mayor base norteamericana en el Oriente Medio, en su manejo de la confrontación del pequeño país con Arabia Saudita «cayó en la trampa» y «tomó partido descaradamente» a favor de Riad en la lucha con Doha por la preeminencia entre los reinos árabes del Golfo, explica el observador. Así que Catar aprendió lecciones similares a las de Turquía, acercándose más a Irán y a Rusia, y también involucrando a elementos neutrales, como Omán y Kuwait. El que Doha no cediera a las demandas de sus rivales y se mantuviera firme a pesar de las declaraciones de Trump contra ella «muestra cuánta influencia EE.UU. ha perdido en Oriente Medio», apunta el autor del artículo citado por Reuters.

Pero el texto no concluye ahí. En Asia, donde la seguridad se está deteriorando rauda, el jerarca «tampoco ha ayudado», al decantarse por insultar y rechazar a sus socios. Corea del Sur ha sufrido «un prematuro revés de confianza» por los agresivos llamamientos del César a desechar el «horrible acuerdo comercial» conocido como KORUS, debido al creciente déficit de USA en ese plano. La insistencia en que Seúl pague mil millones de dólares por el sistema antimisiles THAAD y su anterior sugerencia de que esa capital y Tokio adquieran sus propias armas nucleares «han sembrado grandes dudas» en torno a la enraizada costumbre de que EE.UU. asuma los costos para proteger a sus amigos y así «obtiene su gratitud y aceptación».

Shinzo Abe, el premier nipón, pudiera vanagloriarse de ser el único cofrade importante a quien Trump no ha tratado incorrectamente. Sin embargo, en cuanto a la cuestión que en sí le importa a Japón -si lo ampararán de una China cada vez más fuerte y de Corea del Norte- no tiene garantías estratégicas inequívocas de la Casa Blanca. Para mayor inri de la «nueva Roma», también Australia está «reconsiderando su tradicional dependencia» de los Estados Unidos y da visos de disponerse a aceptar «la supremacía inevitable de China», opina Chaulia, para agregar que «las malhumoradas relaciones» personales de Trump con el primer ministro Malcolm Turnbull denotan «un malestar más profundo».

Ahora, los «desajustes» no quedan en lo expuesto. La última encuesta del Pew Research Center revela cómo el «monarca» de Washington frustró las relaciones con las naciones latinoamericanas, y, en concreto, con México, su «chivo expiatorio favorito» en comercio e inmigración. Solo cinco por ciento de los consultados dicen confiar en Trump, frente al 49 en Obama al final de su mandato. Asimismo, la renegociación del TLCAN forzada por el inefable Donald ha indignado a los vecinos del sur y «mellado sus expectativas» respecto de la voluntad de una actuación justa desde el norte. En ese contexto, al deshacerse de las «políticas liberalizadoras de su predecesor hacia Cuba» e insinuar que «cuenta con una opción militar para enfrentar la crisis política en Venezuela, ha reencarnado el espectro del feo estadounidense y el imperialismo yanqui en América Latina». No obstante el que no se distinga todavía la zona de desmoronamiento total, alerta el entendido, sí llaman la atención acerca de un venidero cisma cosas tales el rechazo de la canciller alemana, Angela Merkel, y del presidente francés, Emmanuel Macron, a las directrices negativas sobre el cambio climático, el proteccionismo comercial y el manejo del terrorismo islamista.

Pagar el pato

En tanto miríadas de mirones en todo el orbe atribuyen a Donald Trump el origen, o el recrudecimiento de la debilidad gringa, por sus incongruentes, nada salomónicas «soluciones» a mil y un asuntos, comentaristas como Vicky Peláez, en SPUTNIK MUNDO, apuntan asimismo al desastroso legado que le dejara el por unos cuantos aplaudido Barack Obama. La presunción del antecesor de «haber salvado la economía global y nacional de la Gran Depresión, lo que ha sido bastante bueno y de lo que me siento orgulloso», no ha impresionado a muchos especialistas. Algunos incluso lo ubican entre los peores presidentes de EUA en relación con el desarrollo. Y afirman que el mediocre crecimiento, que nunca ha excedido 2,5 por ciento, ha derivado de los altos precios del petróleo. En los primeros tres meses de 2016, el PIB registró solo 0,5, y el primero de octubre se «elevaba» a… 1,2 por ciento. Por ello constituyen mera retórica las declaraciones de que «nuestra economía se recuperó de la crisis mucho mejor y con mayor solidez que el resto de las economías en el mundo». Esto es no percibir la situación que está atravesando su país, donde, según el Bureau of Labor Statistics, si el índice de la Participación Laboral en 2008 era del 66 por ciento, en el 2016 bajaba al 62,8. El número de norteamericanos que sobrevivían gracias a los cupones de comida aumentó en los ocho años de la gestión obamiana de 33 millones a 46 millones, un incremento del 39.5 por ciento, de acuerdo con el Buró de las Estadísticas de Análisis Económico, cuyos datos compulsó Peláez, quien repara en que un informe de CNSNEWS «dispara» la cantidad hasta 101 millones de personas.

Al parecer -y claro que muy erróneamente-, a los acaudalados no les preocupan en demasía las anotaciones de diversos estudiosos alrededor de que EE.UU. anda sumergido en un proceso de decadencia y posible desintegración al estilo de la Unión Soviética, puesto que las élites se solazan con que, mientras cerca del 80 por ciento de la compraventa mundial se efectúe en dólares, el 40 por ciento de los pagos internacionales transcurrirá en la misma moneda, y el 65 por ciento, poco más, poco menos, de las reservas de divisas a nivel universal utilizará el llamado billete verde. La hegemonía de Washington seguirá prácticamente intacta, estima Peláez, quien escribió esto antes de una noticia que ha conmocionado a más de uno. Desde el 26 de marzo de 2018, China lanzó la emisión de futuros de crudo en yuanes, lo que ha asestado un hercúleo golpe a EE.UU. La medida ha acarreado un gran impacto en los precios del petróleo, que ya han alcanzado, por este y otros motivos, 70 dólares por barril, y más, así como en las cotizaciones del oro, merced a que el dinero del «dragón» -a diferencia del estadounidense- está ligado a los registros del metal precioso.

A las «selectas» pléyades gringas debería intranquilizarles igualmente el despegue de la deuda nacional, que en los ocho años de presidencia de Obama, asegura la colega, llegó a equivaler el 77.2 por ciento del PIB, y se prevé que en un decenio alcance el 85.8 por ciento. El débito correspondiente «al 2016 -afirmó Peláez en su momento- está superando todo el valor físico combinado de todas las divisas del mundo, que asciende a 5.000.000 de millones de dólares, sumando el valor del oro, que es de 7.700.000 de millones de dólares, y la plata, valorada en 20.000 millones de dólares».

¿Las causas del estropicio?

Raúl Zibechi se pronuncia en SPUTNIK. «Desde la crisis financiera del 2008, la desigualdad y la amenaza del impago de la deuda de los EE.UU. han sido temas recurrentes en los análisis sobre la erosión de la hegemonía global de Washington». El panorama presente es el siguiente: «gobiernan los multimillonarios, sector al que pertenece la mayoría de los miembros del Congreso; la clase media está desapareciendo; los salarios están estancados y la pobreza crece exponencialmente, concentrada en ciertos barrios y regiones. En vez de trabajo estable bien remunerado, los nuevos empleos son precarios y mal pagados, sin la posibilidad de que el trabajador tenga un desempeño profesional ascendente. Si el sistema era estable en la década de los 50 y la sociedad se mostraba optimista y confiada, ¿qué se puede esperar en este período en el que las mayorías sufren serio retroceso? Además, ya no existen espacios comunes compartidos por los diferentes sectores sociales: los más pobres, en particular negros, tienen como referente la cárcel y la exclusión; los más ricos se socializan en espacios exclusivos que los demás ni siquiera sueñan conocer. La clase media no puede referenciarse en ninguno de ellos».

Y es que «EE.UU. ya no cuenta con la posibilidad de negociar algo que funcione como lo hacía el petrodólar, que en el 1971 le permitió al presidente Nixon anunciar la suspensión de la convertibilidad del billete estadounidense en oro. Sin aquel apoyo de la monarquía saudita, que sostuvo la cotización y el comercio del petróleo en dólares, el billete verde no se habría mantenido casi medio siglo como referencia mundial sin competencia alguna»…

Por cierto, al hojear páginas de tal índole, nos viene a las mientes, cual indefectible ritornelo, el pronóstico del colapso de los Estados Unidos en 2020. Y aun si el profesor noruego Johan Galtung pecara de tremendista, ¿acaso la vida no ha resultado una suerte de carrera de relevos en lo tocante a los imperios? Sí, apelemos a la memoria histórica.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.