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Sobre los acontecimientos recientes de Hungría, Polonia y Estonia

Europa del Este: distintas caras, misma política.

Fuentes: Sovietskaya Rossia

Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S. Comín

En Budapest no cesan los mítines que exigen la dimisión del primer ministro Gyurcsany. Recordemos que hace 10 días salió a la luz una grabación con los comentarios de Gyurcsany en una reunión del consejo de ministros a puerta cerrada, en la que declaraba que el gobierno había mentido repetidamente al pueblo, ocultándole la situación real de la economía. Miles de partidarios de la oposición salieron a las calles e irrumpieron en la sede de la televisión.

Sin embargo, en los últimos días, las manifestaciones no han ido acompañadas de ventanas rotas, ni de coches volcados ardiendo, ni de cañones de agua y gas lacrimógeno. La oposición se ha estado concentrando todas las tardes en la plaza frente al parlamento, haciendo ondear sus banderas, profiriendo gritos antigubernamentales y oyendo discursos. Todo esto no supone lógicamente amenaza alguna para Gyurcsany.

El caso es, que se hace difícil explicar el carácter tan continuado y al principio tan impetuoso de los mítines, por la sola confesión del primer ministro.

No ofrece ninguna duda el que las acciones «espontáneas» de protesta, tuviesen un carácter perfectamente dirigido. Lo más probable es que sean dirigidas por dos fuentes: la externa y la interna. El principal «punto de dirección» estaría en el exterior. Pensemos, que los manifestantes se mostraron extremadamente violentos en los primeros días y noches, con un saldo de varios edificios atacados, vehículos incendiados y policías heridos.

Todo esto sucedía coincidiendo con la visita a Rusia de Gyurcsany, para acordar con Putin los detalles del acuerdo para el tránsito del gasoducto ruso a Europa Occidental.

Una vez que dieron a entender al primer ministro húngaro que no debía acercarse tanto a Putin, ni consentir su expansionismo energético, las acciones violentas fueron a menos. Como era previsible, los «titiriteros entre bastidores» no pretendían derrocar a Gyurcsany, tan solo asustarlo un poco. Cuando le quedaron las cosas claras al primer ministro (dando en la embajada de EE.UU. las correspondientes muestras de lealtad), la violencia en las calles de Budapest cesó, como si de una orden se tratara.

Como se pudo ver más tarde, la mayor parte de la juventud amotinada, no estaba formada por activistas ultraderechistas, sino por grupos ultra de equipos de fútbol. Todo indica que estaríamos hablando de una acción realizada por encargo. Estaban comprados. Quién pagaba, es algo que probablemente nunca llegaremos a saber. Pero lo más probable es que fuese el dinero de alguien, profundamente interesado en que la economía europea no reciba los recursos energéticos de Rusia.

El segundo «punto de dirección» habría que buscarlo en la oposición interna. Dentro de unos días, se celebran elecciones municipales en Hungría. La oposición conservadora aspira a presentar batalla al gobernante Partido Socialista y por eso pretende obtener el mayor rédito posible de las declaraciones de Gyurcsany, para desmoralizar a sus partidarios y hacerse con el voto de los indecisos. De ahí, los continuos mítines frente al parlamento. Es evidente que tienen un tinte claramente preelectoral.

Cabe señalar, que no han faltado quienes han pretendido echar sal en las heridas, estableciendo paralelismos entre los sucesos del 2006 y los de 1956. Los medios escritos y televisivos tanto en Hungría, como en Rusia, se las ingenian para presentar semejanzas entre estos acontecimientos. De paso, se ofrece a lectores y televidentes una ingente cantidad de información sobre cómo fue sofocado el levantamiento de 1956, para que recordemos lo cruel y totalitaria que era la Unión Soviética, y ya puestos, por si acaso, cocear a la izquierda húngara.

En realidad el actual «semi-levantamiento» en Budapest, no es sino una tormenta en un vaso de agua. Los partidos social-demócratas de Europa, a los que pertenece Gyurcsany, son los típicos sirvientes de la burguesía. De los trabajadores solo se acuerdan antes de las elecciones, cuando hay que hacer alarde de alguna frase de izquierdas y prometer al pueblo trabajador toda clase de parabienes. Los partidos de la derecha no son nada mejor. Ahora se valen de que la pseudo-izquierda gobernante, debe aplicar las dolorosas reformas que marca la Unión Europea. El pueblo gime y la derecha trata de aprovechar esta ola de indignación para volver al poder montados en ella. Todo, para en caso de victoria, acabar haciendo exactamente lo mismo que hace ahora Gyurcsany.

Después de Hungría le ha llegado el turno a Polonia. La crisis se ha desatado después de que la pasada semana, el primer ministro Yaroslav Kaczinsky exigiese la dimisión de su primer viceministro, y líder del partido «Autodefensa» A. Lepper. Su salida ha sacado a la luz un conflicto que llevaba bullendo en la coalición gobernante unas cuantas semanas. Las diferencias se podrían resumir en dos: Lepper (líder de un movimiento contrario al ingreso en la UE y a las reformas de mercado) exigía incrementar considerablemente el gasto en subsidios agrarios, educación y sanidad, al tiempo que se pronunciaba enérgicamente en contra del aumento en 1000 efectivos del contingente polaco, dentro de las fuerzas de la OTAN en Afganistán.

La dimisión de Lepper ha acarreado la salida del partido «Autodefensa» de la coalición de gobierno, lo que ha supuesto la perdida de la mayoría en el parlamento y que Polonia se encuentre al borde de tener que convocar elecciones anticipadas.

Ahora, el partido gobernante (que posee 154 escaños de los 460 que forman el parlamento) busca desesperadamente un nuevo socio que le permita conservar la mayoría. Pero en cualquier caso a juzgar por la composición de las fuerzas políticas, incluso de tener que convocar nuevas elecciones, al frente del gobierno seguirían estando las fuerzas de «derecha-izquierda», tan amantes de la retórica y tan fieles cumplidoras de las directrices que reciben de Bruselas.

No cabe esperar ninguna variación en la política externa e interna polacas, por mucha variación en la composición de la coalición que se produzca, ni como resultado de nuevas elecciones.

Y tomemos un nuevo y fresco ejemplo de cómo se la dan con queso al elector de la Europa del Este: las presidenciales en Estonia. Según la ley, el presidente debe ser elegido en el parlamento. Después de varios intentos, ningún candidato lo ha conseguido. Nadie alcanzó el número de apoyos requerido. En este caso la constitución estonia prevé la formación de un colegio de electores, en el que además de los diputados del parlamento, entren representantes de organismos locales. Algo así como una «voz del pueblo ampliada».

Recordemos que los principales pretendientes al cargo de jefe del estado son el actual presidente Arnold Ruitel y el ex ministro de exteriores Hendrick Ilves.

Ruitel es el ejemplo típico de trepa oportunista que existe en todo partido. Llegó cerca de la cima en la URSS y en el PCUS, siendo secretario del CC del PC de Estonia, para luego pasar a presidente del Presidium del Soviet supremo de la RSS de Estonia. Pero en 1991 supo hábilmente saltar de una ola a otra, para acabar en el campo de los nacionalistas burgueses.

No se ha complicado mucho la existencia, en parte porque el presidente en Estonia no dispone de demasiadas competencias. Pero incluso su «insulsa» presencia no acaba de convencer a sus amos (Estonia se encuentra plenamente instalada en la esfera de influencia de los EE.UU.).

Su contrincante es el antiguo responsable del ministerio de asuntos exteriores, el social-demócrata (¡de nuevo un social-demócrata!) Ilves. Entre los méritos de este ciudadano, cabe señalar que la gran parte de su vida consciente la ha vivido en los EE.UU., recibiendo la ciudadanía estonia en 1993 (cuando le nombraron embajador de Estonia en… los EE.UU. Aunque no se para que tanto refinamiento. Al fin y al cabo Estonia está hasta las orejas en el bolsillo de los EE.UU.).

¿A quién ha terminado eligiendo la «voz del pueblo»? Por supuesto al antiguo ciudadano de los EE.UU.

De este modo en los países bálticos se ha conformado una enternecedora unidad de criterios. Allí, solo puede ser presidente alguien proveniente de los EE.UU., a poder ser relacionado con la CIA.

Así por ejemplo, encontramos a Adamkus como presidente de Lituania, antiguo oficial de la inteligencia estadounidense, en Letonia a Vika-Freiberg, antigua psiquiatra canadiense, y ahora en Estonia a un antiguo periodista de «Radio Libertad» (conocido órgano de la CIA). Glorioso grupo de jefes de estado el que han logrado reunir en las repúblicas bálticas. Allí es todo mucho más sencillo que en Hungría y Polonia, donde el gobierno (igual de pro-norteamericano), se ve sin embargo obligado a imitar la «fidelidad a los intereses nacionales».

Todo esto es el clásico ejemplo del columpio político burgués. Un candidato a presidente es un «patriota», el otro, «pro-occidental». Sin embargo a los dos les sustenta el mismo: el gran capital.

Algo parecido preparan ahora en Rusia. A la descaradamente derechosa, burocrático-oligárquica «Rusia Unida», pretenden engancharle una «Patria de la Vida de los Pensionistas» (1) de izquierdas. Es decir, al elector ruso le ofrecen cambios, para que le de la sensación de movimiento. Pero el centro (oligárquico) permanece fuertemente inmóvil, y todo el «movimiento» se produce a su alrededor. ¡Columpios y solo columpios!

Notas

Juego de palabras para referirse al nuevo engendro político creado por el kremlin en agosto pasado. Han unido a la «nueva izquierda» representada por el partido «Rodina» (Patria) que tan bien les funcionó contra el PCFR en las legislativas del 2003, pero que ha ido diluyéndose como un azucarillo (a medida que el PCFR recuperaba terreno), junto con el Partido de la Vida (liderado por el presidente de la cámara alta del parlamento) y el Partido de los Pensionistas (en el pasado aliado ocasional de los comunistas).