Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La nueva obra de Michael Scheuer Marching Toward Hell [Marchando hacia el infierno] es muy clara en su propósito general de poner al descubierto dónde los intereses estadounidenses han ido mal en sus interacciones con los diversos pueblos, creencias, y religiones de Oriente Próximo. En su calidad de ex agente de la IA, quien trabajó específicamente en la recolección de información sobre Osama bin Laden y al Queda, Scheuer parece tener sólidos antecedentes de información sobre el mensaje y las intenciones de bin Laden. También posee una sólida perspectiva de colocar a ‘EE.UU. primero’ que contradice las más veces la visión neotradicional del excepcionalismo y el unilateralismo estadounidense.
Hay momentos en los que su obvia retórica pro-estadounidense se hace demasiado histérica, pero considerando la naturaleza de su carrera y su sitio dentro del establishment estadounidense, esos momentos pueden ser vistos como parte natural de su paradigma personal – EE.UU. primero – abandonando la estupidez de una política exterior que sólo lleva a más gente en el mundo a sentir aversión, odiar y atacar a EE.UU. Hay varias ideas principales que recorren su trabajo, y cada una recibe un énfasis ligeramente diferente, a medida que cambian el tiempo y el lugar durante los eventos.
Scheuer comienza muy fuerte, declarando que su objetivo es «reconstruir como EE.UU. se llegó a encontrar con un conjunto insostenible de políticas exteriores y de estrategias de seguridad nacional» sobre el 11-S; y luego, explicar y «evaluar los costes de su acción de retaguardia, obstinada y evidentemente perdida, por mantener esas políticas y estrategias catastróficamente deficientes.» Refuerza consecuentemente y de modo muy simple esta última idea, declarando a través de todo el libro que, sí, EE.UU. ha perdido las guerras en Iraq y Afganistán, refiriéndose siempre a la pérdida en tiempo pasado -como si fuera no una posibilidad, sino que ya ha ocurrido.
En asociación con el mantenimiento de las políticas catastróficas, argumenta efectivamente que «responsables políticos de ambos partidos… deben ser culpados de deliberada ignorancia histórica, escasez de sentido común, y… un grado desastroso de arrogancia intelectual.» Esa declaración no es nada nuevo para muchos que se han opuesto a la guerra desde una perspectiva bien informada, pero para un público estadounidense, al venir de alguien que se siente obviamente orgulloso de su país en muchos otros sentidos, es una declaración rematadamente clara de culpabilidad por los desastres en Oriente Próximo.
Elites ignorantes
Desde ese punto de partida, el concepto de ignorancia va también relacionado con las «elites», no bien definidas, pero con las que obviamente quiere decir los diseñadores de decisiones de política exterior y los que tienen el control del poder en una crítica totalmente bipartidaria. Las elites revelan un «nivel asombroso de ignorancia y deshonestidad,» «ignorancia de la historia,» «desprecio por los que la han hecho,» «una obtusidad permanente de la elite [estadounidense]», y una «ceguera deliberada ante esa realidad.»
La realidad de que la elite es ciega en el campo de la política exterior tiene diversas facetas. Primero reconoce que «los recursos energéticos de los que depende la economía de EE.UU. son controlados por extranjeros, entre los cuales hay dirigentes musulmanes.» En segundo lugar, comprende que «nuestra inmensa y creciente deuda,» que permite la continuación de la guerra, es efectivamente subvencionada por posibles oponentes económicos/estratégicos, y «está cada vez más en poder de «extranjeros que o son rivales económicos o dueños de la energía que «van directamente en contra de los intereses de la seguridad nacional de EE.UU.» Finalmente, y lo repite a intervalos en todo el libro, la elite «ha puesto a EE.UU. en la posición estúpida de respaldar a ambos lados en una despiadada guerra religiosa entre israelíes y árabes, llevándonos a ser parte de una interminable guerra en la que no tenemos nada en juego, salvo las emociones, afiliación religiosa, y conflictos de lealtades de dos pequeños segmentos de nuestra población.»
Los que ponen primero a Israel
Scheuer reconoce el poder de uno de esos «pequeños segmentos.» Lo que critica no es tanto al lobby israelí en sí, sino a los «que ponen primero a Israel,» aquellos miembros de la elite que adoptan incondicionalmente la causa de Israel como causa de EE.UU. Los describe como «hombres peligrosos… que tratan de poner limitaciones de facto a la Primera Enmienda para proteger a la nación por su apego primordial [Israel].» Niega clamorosamente que «creer que esa relación no sea sólo un lastre sino un cáncer para la capacidad de EE.UU. de proteger sus genuinos intereses nacionales… sea equivalente a antisemitismo o a una falta de patriotismo estadounidense.» Concluye que los que ponen primero a Israel en la elite «son los más sospechosos en el campo de la lealtad o simplemente mentirosos acérrimos que defienden la fantasía de intereses nacionales idénticos de EE.UU. e Israel.»
En sus amplias y bien referenciadas notas, una lectura valiosa para más detalles y apoyo, Scheuer dice que «debiera ser motivo de orgullo para los ciudadanos israelíes,» por el éxito de sus servicios de inteligencia, pero también «dice mucho sobre la credulidad o codicia de la elite gobernante de EE.UU.» Esa nota sigue un comentario en el texto sobre «lo que puede sólo ser descrito como una acción política clandestina inmejorablemente efectiva de los servicios de inteligencia de Israel [hay que recordar la experiencia del autor en la CIA para esta perspectiva].» El tema de la política exterior hacia Israel es «absolutamente irrelevante y manifiestamente contraproducente para los intereses de seguridad nacional de EE.UU.,» y además «los estadounidenses y su futuro son puestos crecientemente en peligro,» ya que Israel «no contribuye nada al bienestar económico o a la seguridad estratégica de EE.UU., sino representa un desgaste innecesario de ambos.»
Scheuer también reconoce la contradicción de que Israel exija que «el gobierno justa y democráticamente elegido de Hamas… deba renunciar a una gran parte de la base para su elección.» Por ello parece obvio que el «derecho a existir se basa no en un derecho en absoluto sino en la capacidad de un lado de forzar la ignominiosa rendición del otro.» El propio EE.UU. no exige un derecho a existir, y «no tiene más derecho a existir que Israel, Palestina, Bolivia, Arabia Saudí, Bélgica o Rusia.»
Todo esto en lo que se refiere a Israel es la primera parte de las «cadenas» impuestas a la política exterior estadounidense.
Petróleo, Arabia Saudí y bin Laden
La segunda cadena es el petróleo. ¿Qué sentido común tiene una política exterior que después de la demostración de intenciones saudí con el embargo de petróleo de 1973, siguió basándose en ese mismo país para sus fuentes de energía? En su manera crítica, usualmente atrevida y dura, Scheuer dice «la miopía, la negligencia, y la estupidez son evidentes en las decisiones de Washington de atar la seguridad nacional de EE.UU. a la de otro Estado-nación, y de asentir a ceder a los saudíes anti-estadounidenses el control sobre el acceso de EE.UU. al recurso estratégico del petróleo,» dejando a los gobiernos estadounidenses «virtualmente sin espacio para maniobrar en el mundo musulmán,» lo que lleva directamente a la «trampa bien armada por bin Laden.»
A diferencia de los medios populares que se hacen eco de los atolondrados insultos semi-teológicos de la elite – el uso de palabras como «malo», «perversidad», «salvajes», inmorales» – Scheuer no subestima al oponente. Todo lo contrario, cuando dice de bin Laden que su «enfoque en el impacto de las políticas exteriores de EE.UU. en el mundo musulmán sugieren genialidad o una extraordinaria buena suerte.» Al no tener mucha fe en el significado de suerte, sigue diciendo: «Pienso que es mejor dar al enemigo más peligroso de EE.UU. el beneficio de la duda y juzgar que bin Laden es casi un genio político.»
La posición de Scheuer proviene del examen de las palabras, demandas y acciones del propio bin Laden. Bastante antes del 11-S, la CIA tenía información sobre las tácticas y paraderos de bin Laden, información no utilizada para capturarle o matarle porque, según Scheuer, los dirigentes, la elite, siempre tenían otros «matices en la política internacional» que anulaban todo ataque real contra el propio bin Laden. Tal vez haya que considerar que la elite necesitaba a alguien como bin Laden a fin de promover sus propios fines, por erróneos que sean. Bin Laden, a diferencia de los ayatolás iraníes que han jugado según las reglas estadounidenses de calificar al otro de «malo» y «pecaminoso», ha presentado consecuentemente varias exigencias que constituyen la «trampa» en la que han caído los estadounidenses.
Las exigencias de bin Laden son bien explícitas y claras, y a diferencia de las proyecciones de Bush y su séquito de neoconservadores, no tienen nada que ver con «Nos odian por nuestras libertades.» Scheuer las enumera como «precisas, limitadas, y consecuentes»: La presencia de EE.UU. en Arabia; apoyo incondicional a Israel; apoyo para Estados que oprimen a musulmanes (por ejemplo, Rusia); explotación de recursos petrolíferos; presencia militar en todo el mundo islámico; y apoyo y financiamiento de EE.UU. para Estados policiales árabes. Cada paso que EE.UU. ha emprendido con su política exterior en Oriente Próximo y en otros sitios en Asia y África sólo ha sumado apoyo para las afirmaciones de bin Laden y «ha fortalecido el argumento de bin Laden en las mentes de cientos de millones de musulmanes.»
El enfoque de la política exterior de EE.UU. produce un «cemento de unidad» para la «diversidad de una civilización islámica altamente fragmentada»; «los que argumentan que el odio de los modos de vida y los procesos electorales de EE.UU. motivan a nuestros enemigos islamistas… son o lamentablemente estúpidos o mentirosos deliberados.» Otro factor de miedo global erradicado es el de la yihád global. Ninguno de los enfoques de bin Laden presentados anteriormente tiene nada que ver con la dominación musulmana global, y esto también se ajusta al reconocimiento de sus actividades en una yihád defensiva contra trasgresiones de territorio musulmán, no contra las actividades estadounidenses en otras partes del mundo.
Soluciones explícitas pero indefinidas
Las cadenas del petróleo y de Israel, la ignorancia elitista del gobierno de EE.UU., el antagonismo del mundo musulmán apoyado por las predicciones y acusaciones de bin Laden han creado una posición perdedora para los estadounidenses, no importa lo que intenten hacer. El colmo de la hipocresía y de la ignorancia son las acusaciones de los estadounidenses contra los iraquíes y afganos por no ser capaces de organizar una sociedad democrática decente a la imagen estadounidense. Scheuer trabaja dentro del campo del excepcionalismo estadounidense con una salvedad primordial: «la democracia y el republicanismo estadounidenses son únicos y en gran parte imposibles de exportar.» El tema de «la arrogancia… la ignorancia… y la candidez» de la elite es reiterado respecto a los dirigentes estadounidenses «que tratan de instalar el sistema de EE.UU. en países islámicos devotos.»
Sus respuestas no son tan bien desarrolladas como su testimonio de la causa perdida de la actual política exterior sobre la base de los seis elementos de las demandas básicas de bin Laden mencionadas anteriormente. Sin embargo, es bastante explícito al decir EE.UU. primero (la política interior vence a la política exterior, hagamos algo primero respecto a nuestra propias divisiones clasistas), olvidemos el apoyo a Israel y que seamos arrastrados a cualquier guerra que quiera; aseguremos físicamente a EE.UU. (cercas fronterizas, trincheras, torres de control, campos de minas) – una cierta paradoja en sus argumentos en este caso ya que los medios de separación son muy porosos y caros, y en este caso, a mi juicio, sólo refuerzan la insularidad militante de la elite estadounidense; el control estatal sobre las milicias, el control del Congreso sobre las declaraciones de guerra en lugar de la «tiranía… en la que la decisión de ir a la guerra reposa sobre un individuo;» independencia energética; y finalmente, una política exterior hacia el mundo islámico que sea «no-intervencionista, orientada al comercio, no-ideológica, concentrada en intereses nacionales de vida y muerte.»
Esta última declaración es una debilidad a través de toda la obra, porque en lugar de propugnar que se deje solo al mundo musulmán, Scheuer no define lo que son sus supuestos «intereses de vida y muerte,» ciertamente no la política interior de alguien que pone primero a EE.UU., ojalá. No indica lo que son los intereses de seguridad nacional de EE.UU. Todos los presidentes de EE.UU. desde Eisenhower han indicado que el petróleo es de interés nacional para EE.UU. ¿Cómo se manejará eso, aparte de la vaga referencia a la independencia energética? ¿Cuáles son entonces los intereses nacionales de EE.UU. que llevarían a una intervención estadounidense en el exterior, si hay alguno? ¿Los intereses comerciales del pasado como en el caso de Latinoamérica? ¿Y qué pasa con el propio papel de la CIA en el debilitamiento de varios gobiernos y asociaciones desde los años cincuenta? ¿Se seguirá en lo mismo?
Una nota final sobre la posición de Scheuer en la CIA. Admite que es uno de los que iniciaron el programa de entregas pero dice que la forma en que se pretendía utilizarlo no es como fue implementado en la realidad – una idea válida, buenas intenciones, con diferentes resultados. Como uno de sus temas subyacentes en todo su libro es el de «consecuencias no planeadas pero predecibles» a pesar de la intención, pierde su argumento en este caso, ya que no parece haber sido capaz de predecir o prever que un programa de entregas, a Estados que utilizan la torturan y no tienen las protecciones legales provistas por la ley de EE.UU., tendría numerosas consecuencias negativas, tanto para el individuo como para la realidad y las percepciones de la política exterior de EE.UU.
Hay momentos en el propio centrismo en EE.UU. de Scheuer que no son fáciles de aceptar pero no reducen en ningún grado la validez de sus argumentos (como que Ronald Reagan haya sido el rotundo héroe conquistador de la Unión Soviética). Aparte de eso «Marching Toward Hell» es una lectura fácilmente accesible y Scheuer ha apoyado bien sus ideas sobre bin Laden y por qué EE.UU. ha perdido las guerras en Oriente Próximo. No escatima sus palabras, y probablemente hará muchos enemigos dentro del país, pero sus argumentos no serán derrotados sólo mediante retórica y arrogancia, las principales armas que la elite tendría en su contra.
– Marching Toward Hell – America and Islam after Iraq. Michael Scheuer. Free Press (Simon & Schuster), New York, 2008.
Jim Miles es educador canadiense y colaborador/columnista de artículos de opinión y reseñas de libros para The Palestine Chronicle. El trabajo de Miles también es presentado globalmente a través de otros sitios en la Red y publicaciones de noticias alternativos.