Heráclito de Éfeso entiende que «El fundamento de todo está en el cambio incesante. El ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa». (http://www.frasesypensamientos.com.ar/autor/heraclito.html). «En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]» Heráclito de Éfeso Interrelacionando en […]
«En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]» Heráclito de Éfeso
Interrelacionando en las redes sociales en medio de un acalorado debate sobre la convulsión social y política en Paraguay, catalizado por el tratamiento en el senado sobre la propuesta del proyecto de ley de desbloqueo de las listas sábana, finalmente aprobada, se concluye que es otra farsa más de las tantas, en ese instante y en ese contexto escribí «Extraño esa palabra que se escribe con amor: Revolución…».
Mi amiga y colega docente Zuny González, me preguntó inmediatamente «¿Por qué?» Respondí: « Porque ya nadie habla de revolución, es como que están descorazonados de un cambio benéfico de la sociedad…revolución significa transformar todo lo podrido de hoy y construir una nueva sociedad basada en la justicia social».
La corrupción es el dato indiciario de los gobiernos, salvo excepciones.
Esa oleada de renovación social que la humanidad conoció, por ejemplo en la década de los años 1960 y 1970, insatisfacción social sobre estructuras mentales e institucionales perimidas y obsoletas que ya no funcionaban, más que para frenar el progreso de nuevas ideas y avanzar hacia nuevas y vigorosas organizaciones socio-económicas, más libres, ello se proclamó con toda dulzura en el «Mayo francés».
La humanidad anhelaba una transformación social que la sacara del conservadurismo y la corrupción política, de la hipocresía, de la desigualdad y del enojoso infortunio perenne.
Aquello no triunfó, vino entonces así, la oleada neoliberal en los años de 1990 y atacó lo cultural desmoronando toda esperanza de cambio social, trastocaron todo lo bueno, lo solidario, lo fraterno, lo cooperativo e impusieron la cultura «del no se puede«. Y la democracia comenzó a mostrar su lado más perverso: los políticos corruptos y vende-patrias.
Así ingresamos al siglo XXI, sin la palabra más real de la vida misma, «revolución» como sinónimo del cambio perenne, de la trasformación social del perfeccionamiento humano.
Se implantó nuevos vocablos, ya era ser antiguo decir «pueblo«, se debe decir «gente», no se debe decir «revolución«, se debe decir «cambio«. Cambiar para que nada cambie, ya lo sabemos.
Pero volvamos un instante a una etapa singular de la historia, cual fue denominada «Revolución industrial», en concreto en Inglaterra, allí en esas tierras se desenvolvieron las manufactorías expoliadoras, y que empujaron a miles y miles de hombres, mujeres y niños al despojo de sus vidas. Allí en esa «revolución capitalista», desde sus entrañas, surgiría la más noble de las organizaciones, las cooperativas, como reacción ante tanta injusticia.
Aquel slogan «Haga el amor, no la guerra» surgido contra la guerra de Viet Nam en la década de los 60, propuso la revolución del amor, que en verdad sedujo a millones de jóvenes que anhelaron otro mundo, un mundo sin odios, ni burócratas estructurados.
Miguel Angel Angueira Miranda, en el año de 1965 sorprendió en Argentina con su libro «Carácter revolucionario del cooperativismo», de allí, extraemos una cita corta pero categórica, a nuestro entender: «La abolición del lucro y del asalariado, la programación progresiva de la libertad, el lento pero seguro desplazamiento de las formas patronales autoritarias o paternalistas del capitalismo benefactor, esto es, la esencia y sustancia de la revolución social misma, están íntegramente contenidos en el andamiaje de la revolución cooperativa.».
Y hasta el Papa Francisco se suma a hablar de revolución, a restaurar esta palabra, cuando dijo, «El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura».
¡En la fraternidad, un abrazo cooperativo!
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