Al concluir la tercera y última fase del sexto Foro Social Mundial (FSM), en la meridional ciudad pakistaní de Karachi, los participantes se preguntan qué impacto tendrá la conferencia en la dictadura militar de este país. «Toda la estructura pakistaní está alimentando a los militares. El FSM es sólo una gota en el océano y […]
Al concluir la tercera y última fase del sexto Foro Social Mundial (FSM), en la meridional ciudad pakistaní de Karachi, los participantes se preguntan qué impacto tendrá la conferencia en la dictadura militar de este país.
«Toda la estructura pakistaní está alimentando a los militares. El FSM es sólo una gota en el océano y esto no afectará al régimen de ningún modo», dijo Tarek Fatah, conductor pakistaní de «La crónica musulmana», un programa semanal de la televisión canadiense.
«Pero durante el Foro, en este kilómetro cuadrado, uno notaba que todos los mitos de hostilidad obstinada entre India y Pakistán, entre otras etnias y entre nuestras provincias, eran todas patrañas», concluyó Fatah.
En cambio, otros participantes pensaron que, al ser sede del FSM, el régimen ganó legitimidad.
«Este foro ayudará a consolidar la imagen de Pakistán. El ejército estará feliz por la naturaleza antifundamentalista del FSM. Pero si alguien piensa que afectará al régimen de algún modo, está equivocado», opinó un corresponsal del periódico The News.
El presidente de Pakistán, general Pervez Musharraf, quien asumió el poder en octubre de 1999 tras un golpe militar sin derramamiento de sangre y aplaudido por sectores de elite, prometió celebrar elecciones libres y limpias el año próximo.
El FSM brindó una inusual oportunidad para que activistas y pensadores se reunieran y difundieran puntos de vista sobre temas sensibles, como la democracia, los conflictos internos y la paz regional.
Fatah cree que la paz entre India y Pakistán es necesaria para una desmilitarización, pero agregó que esto conduciría a una situación en la que «el ejército de Pakistán no tendría ningún rol que jugar, ninguna razón de ser».
Pakistán, observó, «no es serio en relación al proceso de paz, y el lado indio tiene la obsesión de controlar Cachemira».
Syed Jafar Ahmed, profesor de la Universidad de Karachi, dijo a IPS, antes del FSM, que el propio hecho de que Pakistán «continúe siendo gobernado por un general uniformado muestra que no tiene un sistema político estable, aunque el régimen de Musharraf, extrañamente, es fuerte y no enfrenta ninguna amenaza seria a su supervivencia».
Musharraf, dijo Ahmed, goza del pleno apoyo de Estados Unidos porque su cooperación es considerada vital para su «guerra contra el terror» y su política para Afganistán. Pero el académico agregó que la cooperación estaba teniendo lugar en el marco de una «difundida política terrorista dentro de Pakistán».
Pero los puntos de vista más osados y que llaman a la reflexión procedieron de Ayesha Siddiqa Agha, del Centro Internacional Woodrow Wilson, en Washington, y autora del aún no publicada investigación «Military Inc., The Politics of Military’s Economy in Pakistan» («Ejército Inc.: La política de la economía militar en Pakistán»), que le insumió seis años de trabajo.
«No es un libro sobre Pakistán; podría haber sido sobre cualquier ejército. Usé a Pakistán como caso de estudio para explicar cierto tipo de capital militar. Es una crítica a cierto comportamiento, no a la institución en sí misma», dijo Agha a IPS.
Es probable que el título del libro y sus contenidos pongan los pelos de punta a los uniformados que gobiernan el país.
La investigación se refiere a la naturaleza depredadora del ejército, la institución más poderosa de Pakistán, que gobernó el país durante la mayor parte de su vida independiente, iniciada en 1947. «Ya contrarié a muchos mientras hacía la investigación», admitió.
«Por supuesto que hay un interés personal por comprender la relación entre el ejército y la sociedad civil, que durante demasiado tiempo fue rehén de la elite. Yo soy pakistaní y no estoy contra el Estado. Simplemente soy como millones que intentan hallar un espacio mejor para sí mismos, tal vez más activamente», explicó Agha.
Las preguntas planteadas por Agha en el FSM fueron explosivas: «¿Por qué nuestra sociedad civil es inherentemente elitista? ¿Por qué hay una desconexión entre las cuatro unidades federativas y por qué tres provincias (la Provincia de la Frontera Noroccidental y las meridionales Sindh y Balochistán) desconfían de una (la oriental Punjab)?».
Punjab domina al país y, lo que es más importante, al poderoso ejército.
Mientras formulaba sus críticas, Agha también sugirió propuestas con la esperanza de que «algún día alguien pueda iniciar un debate sobre cómo fortalecer el espacio político e invertir tiempo en construir la estructura política».
Agha mira de modo circunspecto la hegemonía del ejército de Pakistán, «un importante actor político, en el asiento del conductor, especialmente luego de abril de 2004, cuando el Consejo de Seguridad Nacional se formó y el ejército obtuvo formalmente una carta blanca para tener ingerencia en su elaboración de políticas».
«Estoy intentando mirar y comprender un capital militar específico que se encuentra en todo el mundo, ya sea en Estados Unidos, Gran Bretaña, África o incluso India. Es el adquirido y usado para gratificación personal del cuadro de oficiales», afirmó.
Este modelo, dijo, depende de la fortaleza o debilidad de las instituciones políticas de un Estado. En el caso de Pakistán, la inestabilidad política ayudó a los fuertes (el ejército) a reemplazar a los débiles, y la construcción de instituciones fue descuidada en el proceso, señaló.
«La penetración militar en la economía depende de la influencia política sobre las fuerzas armadas y de la relación entre la política y el activismo civil», dijo Agha.
«En el caso de Turquía, Indonesia y Pakistán, para nombrar unos pocos, el ejército es el actor dominante y el que explota los recursos del Estado», aseguró.
«El ejército se vuelve inherentemente depredador y también alienta a su fraternidad (los uniformados activos y retirados), así como a sus compinches y socios (parte de la elite que ostenta el poder socio-político), a depredar y perpetuar su poder», agregó.
En semejante escenario, Pakistán no puede superar el feudalismo. Dos fuerzas –el feudalismo y el militarismo– se apoyan entre sí en procura de ganancias de corto plazo, por lo que la democracia sigue siendo un sueño, afirmó Agha.
«Desafortunadamente, incluso los políticos se negaron a examinar el asunto. Por lo tanto, no sólo el espacio político se volvió claustrofóbico, sino que no hay riqueza en el pensamiento político», concluyó.
Y es precisamente por eso que celebrar el FSM es valioso para Pakistán, opinó Karamat Ali, miembro del comité organizador del FSM.
«La participación popular en tales acontecimientos democráticos es la necesidad del momento. Esto dará fuerza a nuestra débil sociedad civil», dijo.