«La Utopía sirve para caminar« 1 Progreso sí, progreso no. Pero, ¿qué ha significado para el ser humano la idea de progreso? En las siguientes líneas se tratará de abordar esa incansable proyección hacia el futuro que el ser humano ha puesto como horizonte aunque se sabe inalcanzable, puesto que cada paso que demos, se […]
Progreso sí, progreso no. Pero, ¿qué ha significado para el ser humano la idea de progreso? En las siguientes líneas se tratará de abordar esa incansable proyección hacia el futuro que el ser humano ha puesto como horizonte aunque se sabe inalcanzable, puesto que cada paso que demos, se situará un paso más allá ese horizonte. ¿Por qué? ¿Es algo «connatural» al ser humano? ¿Construimos ese relato como significado a nuestro presente? ¿Lo hacemos para justificar nuestro pasado? ¿O quizás esperamos un futuro redentor?
«Navega el navegante aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían» 2
La idea de progreso, tal y como surgió, nos daba capacidad de actuación, y en cuanto tal, nos convertía en responsables de nuestros propios actos, nos convertía así en sujetos racionales, «iluminados», capaces de romper con la predeterminación religiosa. Pero la edad de las luces, se convierte en la edad de las sombras, en el momento en el que nos sitúa en «tiempos de transición», en el que nos pensamos en base a lo que debemos llegar a ser, al tiempo que nos aleja de la decisión de ese qué queremos ser.
El ciudadano moderno se construye bajo la premisa de conquistar ese futuro, frente a la moral religiosa que durante siglos había alejado del individuo la capacidad de construir incluso su vida. Todo venía dado, todo ocurría por designio divino, y en ese plano, al ser humano solo le restaba ser temeroso de esos designios. En esta época la idea de un mundo mejor se situaba precisamente en el «extramundo». También existía su castigo para aquellos que no hubieran actuado como se les demandaba. El mundo terrenal era un sitio de paso, una especie de teatro en donde el ser humano encaminaba su alma hacia uno u otro mundo. Su responsabilidad era para con Dios y las consecuencias caerían sobre su alma.
Con la Ilustración surge la idea de individuo «empoderado» (en abstracto), que no debe rendir cuentas morales más que con el ejercicio de la razón. Ésta le marcará que debe de progresar, que la sociedad también tiene que hacerlo, que no es para nada un ser acabado sino que es él mismo el que debe de seguir con el proceso de mejoramiento. En estos términos, la idea de progresar se encaminaría a marcar una meta, y como tal aún hoy seguimos haciéndolo.
En el momento en el que se focaliza la importancia del futuro en el mundo terrenal, la idea de progreso pasa a constituir una especie de creencia laica, no sólo se piensa en el futuro del individuo sino en la sociedad futura, la valedora de los esfuerzos de cambio del presente, una especie de responsabilidad social para con el todo que potencia esa visión de individuo. Ese «somos» como el conjunto de los individuos que deben adscribirse a esa misma creencia en el progreso, indispensable para que se cumpla, siendo ahí donde se legitima el discurso que aboga por situar nuestras cualidades más «perfectas» en el futuro.
Abandonar la idea de progreso, en esa vertiente diríamos metafísica de lo que «podríamos llegar a ser» se presenta como complicado ya que el propio hecho de plantearnos el abandonarlo, ya constituiría un ejercicio que trae implícito una finalidad de construcción de otro escenario diferente, focalizado en nuestra capacidad para hacerlo. Quizás más parecido a un cuento de Borges, se podría dar la paradoja de pasarnos el resto de nuestras vidas intentando romper con esta idea, mientras sin darnos cuenta estamos plasmando ese ideal, llevando a la práctica esa teoría que decimos querer destruir.
Definitivamente no, no podemos vivir sin esa idea que se fundamenta como un enjambre perfecto del cual resulta imposible escapar, que nos ha construido desde la infancia, desde todos los ámbitos de socialización. Pero, ¿se podría cambiar sus implicaciones?
Quizás lo único natural al ser humano sea la capacidad de pensar que nada es natural, valga la redundancia, y en este juego de palabras, la idea de progreso mismo se erige como «civilizatoria» en este ámbito, pero una idea de progreso no ya en el plano metafísico sino connotado e imbuido de rasgos concretos, cargados ideológicamente, siendo este el concepto a derribar.
Como las parábolas que otrora dictara la religión, el progreso se dotará de discursos, que se reivindicarán como hegemónicos, mostrándose a sí mismo como neutral. El discurso dominante y el que mayor peso ejerció en la apropiación del término, el liberalismo económico, dirá que el progreso debe ir ligado indudablemente al capitalismo, confundiendo de forma intencionada el discurso con el mecanismo, se hace suyo este término que no tiene porqué aplicarse al sistema liberal, es más, es imposible aplicarlo al mismo, en cuanto a que lucha contra su propia base. No hay nada menos progresivo y de superación misma del ser humano que un sistema que produce alimentos para fabricar combustibles con el que mover vehículos que transportan a gente para que vayan a trabajar, ganar dinero y poder acceder a alimentos ¿no es algo absurdo e irracional?
«Porque las cosas son como son, las cosas no permanecerán como están« 3
La persona como elemento central de la construcción de su propia vida y de la sociedad en la que se enmarca, debe de llevarnos a reflexionar sobre cómo debe de ser ese individuo, ya que nada más lejos de la realidad el pensar que este «antropocentrismo» sea imagen de egoísmo, de individualismo o de desdén hacia el entorno en el que nos ubicamos. Se trataría de todo lo contrario, siendo imprescindible la presencia de un individuo concientizado, con una moral colectiva, aunque no por ello uniforme. Ya no más suma de individuos individualizados, sino personas en relación con otras, haciendo posible que subyazca esa doble lógica de respeto a la pluralidad dentro de un marco de igualdad, «un mundo donde quemas muchos mundos» decía el Subcomandante Marcos, pero no jerarquizados y desiguales como de los que se habla hoy en día.
Un mundo actual que se presenta «compuesto» por otros mundos como una suerte de redefinición constante del «ellos» y el «nosotros». Primer Mundo «Desarrollado», Segundo Mundo «Desaparecido», Tercer Mundo «Desfavorecido» y un Cuarto Mundo «Desamparado» y aun incipiente en su conceptualización, pero del que se habla como englobante de aquellas personas que aún viviendo en el «Primer Mundo» no son absorbidas por el sistema, desprotegidos en buena medida, pero que al mismo tiempo son fruto de esa socialización primermundista.
El trazar esas fronteras no deja de ser una práctica tremendamente moderna de dividir los espacios para tener todo mejor controlado. Práctica en la que el progreso tal y como lo entendemos en la actualidad se ha nutrido al extremo, para obtener materias primas a bajo coste. En los primeros años de este progreso, la manufacturación de los productos de nueva tecnología (entre otros) hace que se redefina la producción interna de esos países dando como resultado la deslocalización de esas industrias masivamente. Se instaura así la producción en ese «Tercer Mundo» en el que lo que se esquilma es ahora la fuerza de trabajo empleada en el sector industrial. Pero ¿si han llegado a ese estadio, porqué no es suficiente para considerarse «desarrollados»? ¿Antes no eran desarrollados los que tenían industrias? Una hipótesis es que se trata de un término que se redefine en base a lo que marque ese alumno «aventajado».
Progresar, entendido en un nuevo marco, ha de mirarse a sí mismo, entender cuáles son las condiciones y qué se quiere alcanzar. No significa esto que se cierre completamente sobre sí mismo ya que las múltiples experiencias pueden apoyarse, aunque no extrapolarse. «Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma», se dice en un poema, y es esta autodeterminación la que debe orientar el nuevo proceso del progresar.
No resulta algo fácil, sin duda, pero es aquí donde contra relevancia ese «Cuarto Mundo», es decir, se toma a todo un estado como emblema de desarrollo, pero resulta que no todos los individuos de ese estado se ven beneficiados por el mismo, ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué viene ocurriendo? ¿No significa acaso la prueba palpable de que el progreso tal y como lo entendemos se trataba del progreso en forma de acumulación de capital en manos privadas? Entonces, un nuevo progreso, esta vez de las personas, ¿No debería de dar el primer paso en contra de ese ostentador del poder económico-político?
La importancia del discurso, y en este sentido su capacidad de definir el marco de acción global le ha cundido a ese Occidente durante muchos años. Este progresar basado en nuestras necesidades como individuos ha de contemplar también un proyecto de sociedad, que aun definiéndola como una meta ha de ponerse en práctica día a día. Hablábamos al principio de ese objetivo que nos lleva a andar, pero también ese propio andar ha de ser contemplado en el proyecto.
¿Vivir si la idea del «progreso»? posible y necesario si entendemos éste como hasta ahora, pero necesario vivir con la idea de progresar como suerte de superación de ese mismo término connotado de ideología liberal. La batalla con armas resulta dura, violenta, sangrienta; la batalla de las ideas no tiene treguas, suspicaz y atenta a cada elemento; pero la batalla de los términos, la perdemos sin saber tan siquiera que la hemos jugado.
«Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador» 4
Notas:
1 Eduardo Galeano.
2 Eduardo Galeano.
3 Bertolt Brecht.
4 Proverbio africano.
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