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Retrato/5

Fujimori

Fuentes: Rebelión

Lejos quedan los días gloriosos en que Fujimori derrochaba agallas y promesas por las empobrecidas calles del ingenuo Perú que le creyera. En la encrucijada de un japonés que se decía peruano y de un peruano que se sabía español, el pueblo de Perú respaldó al chino, desmintiendo el proverbio aquel de que más vale […]

Lejos quedan los días gloriosos en que Fujimori derrochaba agallas y promesas por las empobrecidas calles del ingenuo Perú que le creyera. En la encrucijada de un japonés que se decía peruano y de un peruano que se sabía español, el pueblo de Perú respaldó al chino, desmintiendo el proverbio aquel de que más vale Vargas Llosa conocido que Fujimori por conocer.

 

Después, los que desde fuera aplaudieron al chino y certificaron su derecho, cuando clausuró el Congreso, cuando se sucedió a sí mismo, cuando cerró el sendero luminoso, reprocharon a Perú su costoso error, como si la infamia no hubiera sido la misma de haber sido distinta la elección.

Pero el pueblo peruano fue llamado a elegir entre una desgracia y una desventura y, lamentablemente, no podía equivocarse.

Nadie reparó en ello, mientras el chino recomponía su pose de aguerrido capitán, pistola en mano, y a sangre y fuego asesinaba la ingenuidad muchachona guerrillera en la secuestrada embajada del Japón. Por entre los cadáveres de aquellos casi niños, sorprendidos mientras jugaban fútbol en la confianza de que se cumplieran los acuerdos, paseaba Fujimori, cual justiciero guerrero que proclama su hazaña, rodeado de cómplices.

Desde la Casa Blanca le llovían aplausos al gran capitán que exterminara cualquier subversión que no fuera la propia, cualquier tráfico que no fuera en su provecho, cualquier desfalco que no engrosara sus cuentas.

Primero había falsificado su acta de nacimiento, más tarde falsificó el acta constitucional. Quién estaba dispuesto a falsificar la historia no es verdad que fuera a detenerse ante la tentación de falsificar también el acta electoral, y menos él, que había falsificado el Perú.

Y de nuevo volvía a sucederse y a sentar sus derechos en el solio presidencial.

Antes de despedirse, tan súbitamente como había llegado, para buscar refugio en el Japón, nos dejó en la retina la chusca imagen de matón barato, mientras decía buscar, siempre pistola en mano, su sombra por Perú, esa que con su permiso y a su amparo, corrompió hasta las excepciones. Con Montesinos preso, otro preso de apellido Toledo, en libertad incondicional, tomó las riendas del saqueo.

Fujimori, mientras tanto, sigue en Japón y sueña con reeditar su vuelta. Pena que los pies no le lleguen al suelo y la cabeza no le llegue a los hombros.