Recomiendo:
0

G8: denuncia teológica

Fuentes: Gara

Con motivo de la cumbre del G8 en Alemania, Félix Placer evidencia la ausencia de denuncia por parte de las jerarquías eclesiásticas de la política neoliberal de los países más poderosos de la tierra, responsable del desequilibro que aboca al hambre y la miseria a millones de personas, y propugna la teología que surge del […]

Con motivo de la cumbre del G8 en Alemania, Félix Placer evidencia la ausencia de denuncia por parte de las jerarquías eclesiásticas de la política neoliberal de los países más poderosos de la tierra, responsable del desequilibro que aboca al hambre y la miseria a millones de personas, y propugna la teología que surge del clamor de los más débiles. Asimismo, observa esa reunión como una provocación a la conciencia, a la fe de los creyentes y a la responsabilidad solidaria de todos.

Habituados a ver la religión aliada con el poder durante siglos de conquistas y dominaciones, no parece muy creíble una posición teológica que se enfrente a quienes hoy dominan el mundo y se reúnen, precisamente estos días en Rostock (Alemania), como grupo de los ocho países más poderosos de la tierra: Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y Rusia.

Ha habido y hay demasiadas alianzas entre iglesias y poder, entre religiones y dominación para aceptar propuestas de carácter religioso. Es más, cuando se ha elaborado una teología de la liberación que va directamente contra los poderes opresores del neoliberalismo capitalista determinados sectores eclesiásticos han censurado sus planteamientos. Y ahora, ante la cumbre del G8, no se oyen precisamente voces de la alta Iglesia que denuncien su política que construye -mejor diría, destruye- un mundo a su medida e intereses, que provoca un injusto desequilibrio -donde el 20% más rico de la población mundial posee el 83% de los recursos- generando terror de hambre y miseria en millones de personas, mientras persiguen con su poderosa mercancía armamentística el llamado terrorismo de los más débiles, como denuncia Noam Chomsky.

En efecto, su «orden mundial» enfrenta a ricos y pobres y beneficia a los primeros a costa de los segundos, cuya tierra está siendo devastada por un proceso geocida donde los países ricos del Norte utilizan el 70 % de la energía, el 75% de los metales, el 85% de la madera y el 60 % de los alimentos, contaminando sin freno, a pesar de los incumplidos Protocolo de Kyoto y Objetivos del Milenio.

Cuanto más poderoso es un país, menos se adapta a procesos solidarios con los pobres y con la tierra. Es más para afianzar su estrategia, se une a los grandes mercaderes del mundo (las multinacionales) y afianza la globalización neoliberal que integra y domina la economía según las reglas del beneficio sin límites. Esta globalización se comporta como una serpiente. Su estrategia es doble. Estrangula con sus poderosos anillos económicos, políticos, militares para exprimir cualquier riqueza en provecho de su insaciable estómago capitalista e inocula el veneno del pensamiento único que paraliza la capacidad crítica y dirige a sus víctimas, bajo apariencias de libertad, hacia las fauces del consumismo y de la ideología neoliberal y hasta busca alianzas religiosas neoconservadoras. Su estrategia serpeante se introduce por todos los resquicios de nuestra existencia y devora los valores humanizadores generando una política sin conciencia, incapaz de consideración del otro como persona o como pueblo. Es radicalmente insolidaria, carece de sentimientos humanos y de principios éticos. Promueve una geopolítica que invade la tierra de poder y se guía por los parámetros de la dominación. Lo que no le sirve se elimina, sean pueblos o culturas. Mientras su poder cuenta con policías para detener a los disidentes antiglobalizadores, con ejércitos aliados para destruir a terroristas insurgentes, con tribunales internacionales para juzgar crímenes contra la humanidad, nadie puede pedirle cuentas de sus herricidios.

Frente a este atentado globalizado contra la humanidad -el mayor de su historia- surge el clamor de los más débiles, como un grito que es teológico porque nace en lo más profundo y radical de la experiencia y del sentimiento del corazón humano, denunciando la amenaza global del capitalismo y de los estados que lo sustentan. Es auténtica palabra de Dios hecha hoy palabra de liberación, que lucha por un cambio de civilización, la civilización de la pobreza, según reclama Jon Sobrino, como núcleo generador de un orden diferente.

En efecto, teólogos y economistas de los pobres saben ver y descubrir en las organizaciones y movimientos populares el germen de una revolución y de la vida de los pueblos contra un orden internacional donde sólo está en orden lo que sigue el dictamen del G-8. Buscan la esperanza desde los pobres y un nuevo orden «desde el reverso de la historia» (G. Gutiérrez), «desde los últimos» (I. Ellacuría, J. Sobrino) y «desde los pueblos oprimidos y excluídos» (J.M. Vigil. P. Richard), «desde el clamor de la tierra» (L. Boff). Frente a los ídolos del poder y del dinero proponen el nuevo mandamiento: sólo adorarás al Dios de los pobres. Pero no de forma resignada, sino «como un potencial y un dinamismo contrarios a los de la globalización, que los convierten en principio de redención y de salvación» (J. Sobrino), cuyo punto de partida y objetivo teologal es la acción transformadora de las injusticias desde y con los pobres. Ahí descubren la presencia liberadora de Dios, que denuncia a los mercaderes del capital que han convertido el templo de la tierra en mercado de ladrones.

Con esta teología no se trata de defender una concepción religiosa, o una determinada iglesia, sino algo mucho más decisivo y teológico: devolver a mujeres y hombres su dignidad arrebatada, reclamar la justicia perdida y hacerla llegar a cada rincón de la tierra, allí donde millones de personas, privadas de voz, claman desde su trágico silencio por otro mundo posible. Esta teología trata de abrir, junto a otras muchas voces, un proceso de esperanza de la que carece el capitalismo globalizado, que sólo sabe poseer y cuyo vocabulario no va más allá de balances, poder monetario, previsiones de ganancias… Su lucha por la justicia se ha hecho lucha por la vida de millones de mujeres y hombres condenados a muerte, por la dignidad de los pueblos excluidos donde están vivos valores revolucionarios que el capitalismo global desconoce y que en las protestas y propuestas de los movimientos antiglobalizadores se han hecho presentes. Valores de humanidad, valores de cultura de las etnias, de la ecología, de la mujer: nueva riqueza espiritual y ética de la vida y de la presencia de Dios en los pobres.

La reunión del G8 estos días en Alemania es una provocación que desafía a nuestro conciencia, a nuestra fe, a nuestra común responsabilidad solidaria. Y, en especial, desde Euskal Herria, donde vivimos con dolor y preocupación apremiantes la búsqueda de justicia y paz, desde el respeto de la libre decisión popular, nos sentimos unidos al clamor de tantos pueblos de la tierra que sienten y experimentan las consecuencias de la globalización y luchan por su liberación.

* Félix Placer Ugarte, profesor en la Facultad de Teología de Gasteiz