Se veía venir y vino. Las recientes elecciones en los Estados federados de Sajonia y Brandeburgo, en la antigua Alemania del Este, han puesto nuevamente sobre la mesa el preocupante ascenso de la extrema derecha en Europa. A las dos fuerzas políticas de esa orientación que han conseguido representación parlamentaria en los comicios del pasado […]
Se veía venir y vino. Las recientes elecciones en los Estados federados de Sajonia y Brandeburgo, en la antigua Alemania del Este, han puesto nuevamente sobre la mesa el preocupante ascenso de la extrema derecha en Europa. A las dos fuerzas políticas de esa orientación que han conseguido representación parlamentaria en los comicios del pasado 19 de septiembre no les ha podido ofrecer mejores réditos electorales la alianza estratégica sellada entre ambos meses atrás. Según dicho acuerdo, el Partido Na-cional Demócrata (NPD) concurriría en Sa-jonia, en tanto que la Unión Popular (DVU) haría lo propio en Brandeburgo, pero sin hacerse la competencia entre sí. La apuesta ha dado sus frutos: el NPD ha aumentado sus resultados de forma espectacular desde un 1,4% de los sufragios emitidos en 1999 hasta un 9,2%, erigiéndose en la cuarta fuerza política sajona. La DVU, por su parte, consigue representación por segundos comicios consecutivos en el Parlamento de Brandeburgo, y sube de un 5,3 a un 6,1%, asimismo la cuarta fuerza política del land. A pesar de que la sociología electoral en los Estados del Oeste difiere significativamente, la misma tendencia ha despuntado en las elecciones del pasado domingo en Renania-Westfalia: los tres partidos concurrentes de extrema derecha, los dos ya mencionados más Los Republicanos (Die Republikaners), han sumado un 0,9% de los sufragios, prácticamente el doble que en las elecciones anteriores de 1999. El NPD ha sido el que más espectacularmente ha avanzado, al quintuplicar sus votos. Todo ello, por cierto, en unas elecciones con el mayor índice de abstención de la historia alemana contemporánea.
La DVU es un partido de extrema derecha fundado en 1971 por quien todavía hoy es su cabeza visible, el editor y multimillonario Gehard Frey. Se trata de un partido con un discurso extremista de derechas lo suficientemente dulcificado como para no crearle demasiados problemas con las autoridades comisionadas con la defensa del orden constitucional. Su débil estructura partidaria se activa a golpe de talonario generosamente extendido por su mecenas-fundador cada vez que se aproxima una cita electoral. A pesar de sus notables carencias organizativas y de su limitado arraigo social, la DVU ha conseguido en repetidas ocasiones acceder a distintos parlamentos regionales, sobre todo en el norte y este de Alemania.
El caso del NPD hay que considerarlo desde una óptica ligeramente distinta. De todos los movimientos sociopolíticos que explotan la retórica xenófoba con fines movilizadores y electorales en Europa, pocos como él son tan peligrosos para los valores de igualdad y libertad. Surgido en 1964 después de haber limado retóricamente las asperezas nazis que podían lastrar su legalización, el perfil ideológico del NPD no resulta en absoluto tranquilizador: considera al individuo como una pieza al servicio de la ‘comunidad nacional’ más que como un fin en sí mismo; coquetea con las posturas revisionistas de la ignominia nazi y reivindica sin apenas ambages el legado nacionalsocialista; no reconoce las fronteras alemanas establecidas después de la Segunda Guerra Mundial; abomina de extranjeros, judíos, izquierdistas y personas sin techo, entre otros. Resumiendo, repudia los valores consolidados en todo sistema liberal-democrático.
A partir de la elección de su actual secretario general, Udo Voigt, en 1996, el NPD no ha dudado en buscar el apoyo de grupúsculos de neonazis y skinheads, siempre y cuando muestren disposición «a pensar y actuar como soldados políticos» y a luchar por conseguir «zonas nacionales liberadas». Su elevado grado de movilización y su tupida infraestructura mediática y asociativa son algunos de los rasgos que distinguen al NPD de otros partidos de extrema derecha en Alemania, como la DVU. En esta ocasión, sin embargo, ambos han conseguido golpear en las urnas con un éxito no por esperado menos estremecedor.
Desde sus años gloriosos a finales de la década de los sesenta, cuando consiguió entrar holgadamente en varios parlamentos regionales, el NPD no se había sacudido su condición de partido extraparlamentario denostado por una amplia mayoría de la sociedad. Sin embargo, lo exiguo de su prestigio en la opinión pública no es óbice para que durante los últimos años venga gozando de un protagonismo desproporcionado en la vida política. Y ello con unos 6.100 afiliados y 215.232 sufragios (un 0,4 en las últimas elecciones federales de 2002. Se trata, desde un punto de vista meramente cuantitativo, de un partido residual que durante más de tres décadas no ha presentado visos de condicionar la vida política alemana. Hasta estas elecciones en Sajonia.
¿Cómo se explican estos resultados? Dos son las razones que contribuyen a esclarecer esta cuestión. La primera tiene que ver con el desmantelamiento o reforma, según lecturas, del Estado de bienestar alemán promovido por el Gobierno roji-verde y comprendido por la oposición democristiana. Los principales partidos federales, el SPD y la CDU, han sufrido una severa derrota de la que salen beneficiados los partidos que más enérgicamente se han opuesto a los recortes sociales. Por un lado, el Partido del Socialismo Democrático (PDS), segunda fuerza electoral en ambos länder, y, por otro lado, la extrema derecha. En una parte del país, el Este, en la que los niveles de paro alcanzan a casi el 20% de la población activa, los partidos con una retórica de justicia social y de defensa de la protección social institucionalizada en el Estado de bienestar han capitalizado el descontento ante unos recortes que alejan de la convergencia a una población que no acaba de disfrutar del bienestar y de la seguridad de sus compatriotas del Oeste. La distancia entre ambos partidos es tan abismal como la que media entre un planteamiento que cree en la igualdad moral de todos los individuos sin distinción de origen ni condición, y otro que pregona la justicia nacional, es decir, la solidaridad única y exclusiva entre los miembros de una comunidad definida según criterios étnicos.
Para considerar el segundo elemento de juicio y entender la canalización del voto de protesta al NPD hay que retrotraerse al 30 de enero de 2001. Coincidiendo con el aniversario de la toma del poder por Hitler en 1933, el Gobierno de coalición entre socialdemócratas y verdes formalizó ante la Corte Constitucional Federal (CCF) la solicitud de prohibición del NPD. Dicha solicitud se sostenía sobre la premisa de que las actividades e ideario de dicho partido ponían en riesgo el orden constitucional. En una sentencia emitida en marzo de 2003, la CCF decidió desestimar no tanto los argumentos y el fondo de verdad esgrimidos por el Ejecutivo como las pruebas presentadas. No dudaban los jueces entonces del peligro inherente al orden constitucional y sus valores contenido en el programa y la práctica del NPD, pero estimaban asimismo que la base probatoria aportada a partir de testimonios anónimos de agentes dobles (funcionarios del partido en nómina de los servicios secretos) no garantizaba «el máximo de seguridad jurídica, transparencia, previsibilidad y fiabilidad».
Desde los prolegómenos de la presentación de la solicitud de ilegalización hasta su resolución, el NPD no ha dejado de acaparar la atracción mediática y política. El intento fallido de ilegalización ha acarreado consecuencias no deseadas. Se ha traducido en un mayor compromiso y cohesión interna de los militantes, al tiempo que ha despertado la simpatía de numerosos votantes derechistas que están lejos de suscribir la predisposición a la violencia de la ‘oposición extraparlamentaria nacional’, pero a quienes un discurso xenófobo y antisistema les ayuda a comprender sus penurias económicas.
La conjugación de estos dos factores ayuda a explicar el espectacular éxito electoral de una opción que la inmensa mayoría de los alemanes desean ver relegada al baúl de las pesadillas de su historia. Ocasión tendrán en el futuro de empeñarse con ahínco en esta dificultosa tarea.
Jesús Casquete es profesor de sistemática de lso movimientos sociales de la UPV y miembro de Bakeaz