Traducido por Anahí Seri
Esta semana enterraron al soldado número 64 que ha muerto en Afganistán, el cabo Mike Gilyeat.
Se dijeron todas las cosas correctas sobre este valiente soldado, al igual que, de seguir la tendencia actual, se dirán sobre uno o más de sus compañeros que le seguirán la semana que viene.
La alarmante escalada de la tasa de mortalidad entre los soldados británicos en Afganistán, de hasta un diez por cien, dio lugar, esta semana, a un debate sobre si se podía comparar con las tasas de mortalidad en la Segunda Guerra Mundial.
Pero la pregunta clave es ésta: ¿para qué están muriendo nuestros soldados? Hay respuestas simplistas: llevar la democracia y el desarrollo a Afganistán, apoyar el gobierno del Presidente Hamid Karzai en su intento de establecer el orden en el país, luchar contra los talibanes y evitar que el islamismo radical se siga extendiendo hacia Pakistán.
Pero ¿se sostienen estas respuestas ante un análisis atento?
Se ha aceptado con demasiada facilidad la noción cómoda de que la guerra en Afganistán es la guerra «buena», mientras que la guerra en Irak es la guerra «mala», el error. Los orígenes de este punto de visto no son irracionales; tras el 11 de septiembre, atacar Afganistán tenía su lógica.
De hecho, era en Afganistán donde Osama Bin Laden y su organización tenían el cuartel general, y éstos habían sido instalados y financiados por la CIA para combatir a los soviéticos desde 1979 hasta 1989. En comparación con esto, el ataque a Irak, que era un enemigo de Al Qaeda y no representaba una amenaza para nosotros, era sencillamente irracional en cuanto a su justificación oficial.
Así pues, el ataque sobre Afganistán ha disfrutado de un sentido de legitimidad pública mucho mayor. Pero una cosa era la operación para eliminar a Bin Laden. Otra cosa muy distinta es una ocupación que dura ya seis años.
Pocos parecen inmutarse ante la opinión expresada oficialmente de que nuestra ocupación de Irak puede prolongarse durante décadas .
El líder de Lib Dem, Menzies Campbell ha declarado, neciamente, que la guerra afgana «se puede ganar».
El Imperio Británico, en el momento de su máxima supremacía, no fue capaz de conquistar Afganistán por la vía militar. Tampoco lo consiguieron Darío o Alejandro, el Sha, el Zar o el Gran Mongol. Tampoco consiguieron someterlo 240.000 soldados soviéticos. ¿Pero qué es, exactamente, lo que estamos intentando ganar?
En seis años, la ocupación ha realizado inmensas transformaciones en Afganistán, un desarrollo tan grande que ha aumentado el PIB afgano en un 66 por cien y constituye el 40 por cien de toda su economía. Es un logro asombroso, se mire como se mire. Y sin embargo, no lo estamos pregonando. ¿Por qué no?
Esta es la respuesta. El logro es la mayor cosecha de opio jamás vista en el mundo.
Los talibanes habían reducido la cosecha de opio a cero exactamente. Yo no propugnaría sus métodos, entre los que figura cortarle pedazos, a menudo pedazos vitales, a la gente. Los talibanes fueron un banda de fanáticos religiosos, locos y tremendamente desagradables. Pero una de las cosas que combatían con vehemencia era el opio.
Esto es una verdad incómoda que se ha conseguido mantener oculta manipulando la información. Nadie ha negado la sinceridad del lunático celo religioso de los talibanes, y el que nos vendieran heroína era tan improbable como una botella de Johnnie Walker.
Erradicaron el negocio del opio; a los señores de la guerra de la droga les arrebataron su fortuna y los echaron; sus guerras y su codicia habían arruinado lo que quedaba del país después de la guerra contra los soviéticos.
Eso viene a ser lo único bueno que se puede decir de los talibanes; hay muchas cosas muy malas que decir de ellos. Pero es un hecho innegable que acabaron con el negocio del opio y con los barones de la droga.
Ahora que hemos ocupado el país, eso ha cambiado. De acuerdo con las Naciones Unidas, en 2006 se obtuvo la mayor cosecha de opio de toda la historia, superándose el anterior record en un 60%. Este año se cosechará aún más.
Nuestro logro económico en Afganistán va mucho más allá de la simple producción de opio en bruto. De hecho, Afganistán ya casi no exporta nada de opio en crudo. Ha logrado aquello que nuestra ayuda internacional anima a que hagan todos los países en vías de desarrollo. Afganistán ha entrado en la fabricación y las operaciones «de valor añadido».
Ahora no exporta opio, sino heroína. El opio se convierte en heroína a escala industrial, con en cocinas sino en fábricas. Millones de litros de los productos químicos necesarios para este proceso llegan a Afganistán en buques cisterna. Los buques y los camiones de opio en bruto de camino a las fábricas comparten las carreteras, que han sido mejoradas con ayuda americana, con las tropas de la OTAN.
¿Cómo puede haber ocurrido esto, y a esta escala? La respuesta es simple. Los cuatro protagonistas más importantes del negocio de la heroína ocupan todos ellos puestos de responsabilidad en el gobierno afgano; el gobierno por cuya protección luchan y mueren nuestros soldados.
Cuando nosotros atacamos Afganistán, USA bombardeó desde el aire mientras la CIA pagaba, armaba y equipaba a los alicaídos señores de la guerra y barones del opio, sobre todo los que se agrupaban en la Alianza del Norte, para llevar a cabo la ocupación del terreno. Bombardeamos a los talibanes y sus aliados hasta que se sometieron, mientras los señores de la guerra llegaban para hacerse con los despojos. Luego los convertimos en ministros.
El Presidente Karzai es un hombre bueno. Nunca a matado a ningún adversario, lo cual puede parecer que no es gran cosa, pero es algo extremadamente inhabitual en esta región, y posiblemente se trate de un caso único para un líder afgano. Pero nadie se cree realmente que sea él quien dirige el país. Le pidió a USA que parara la reciente campaña de bombardeos en el sur porque estaba dando lugar a un aumento del apoyo a lo talibanes. USA simplemente lo ignoró. Ante todo, no tiene ningún control sobre los señores de la guerra que hay entre sus ministros y gobernadores, cada uno de los cuales regenta su propio reino, y cuya principal preocupación es enriquecerse mediante la heroína.
Todo esto los sé por el tiempo que pasé, entre 2002 y 2004, como embajador británico en el vecino Uzbekistán. Estando en el Puente de la Amistad en Termez en 2003 vi como los jeeps con ventanas oscurecidas traían la heroína de Afganistán, con destino a Europa.
Vi como arribaban a Afganistán los buques cisterna cargados de productos químicos.
Y sin embargo, no pude convencer a mi país de que hiciera algo al respecto. Alexander Litvinenko, el antiguo agente de la KGB, ahora FSB, que murió en Londres el pasado mes de noviembre tras ser envenenado con polonio 210 había sufrido la misma frustración con el mismo tema.
Hay varias teorías sobre por qué Litvinenko tuvo que salir huyendo de Rusia. De acuerdo con la teoría que cuenta con más apoyos, los agentes del FSB pusieron bombas en edificios de viviendas rusos para alimentar un sentimiento anti-checheno.
Pero la verdad es que fueron sus descubrimientos sobre el negocio de la heroína lo que puso en peligro su vida. Litvinenko trabajó para la KGB en San Petersburgo en 2001 y 2002. Empezó a preocuparse por las enormes cantidades de heroína procedentes de Afganistán, en particular del feudo de quien es ahora el jefe de las fuerzas armadas afganas, el General Abdul Rashid Dostum, en el norte y el este de Afganistán.
Dostum es uzbeco, y la heroína cruza el Puente de la Amistad de Afganistán a Uzbekistán, donde se hace cargo de ella la gente del Presidente Islam Karimov. Luego se transporte por ferrocarril, en balas de algodón, hasta San Petersburgo y Riga.
Los jeeps de heroína van del General Dostum al Presidente Karimov. El Reino Unido, USA y Alemania han invertido grandes sumas para donar equipos de detección y registro sumamente sofisticados a las aduanas uzbecas en Termez, para evitar el paso de heroína.
Pero los convoys de jeeps que circulan entre Dostum y Karimov simplemente rodean las instalaciones.
Litvinenko descubrió la conexión de San Petersburgo y se quedó atónito ante la implicación de las autoridades municipales, la policía local y cargos de alta responsabilidad dentro de los servicios de seguridad. Informó con detalle al Presidente Vladimir Putin. Putin es, por supuesto, de San Petersburgo, y las personas señaladas por Litvinenko se contaban entre los más estrechos aliados políticos de Putin. Esa es la razón por la cual Litvinenko, quien había cometido un grave error de cálculo, tuvo que salir huyendo de Rusia.
Yo no he tenido más suerte que Litvinenko en cuanto a mi intento de que se actuara oficialmente contra el negocio de la heroína. Del lado de San Petersburgo, él se dio cuenta de que los implicados gozaban de máxima protección. En Afganistán, el General Dostum es vital para la coalición de Karzai, y para la pretensión occidental de que allí hay un gobierno democrático y estable.
En todo Afganistán se produce opio, pero especialmente en el norte y el noreste, el territorio de Dostum. Una vez más, los manipuladores de nuestro gobierno han hecho un gran esfuerzo por que no trascienda este hecho, y por dar a entender que la mayor parte de la heroína se produce en las pequeñas zonas del sur, bajo control talibán. Pero estas son mayormente zonas rocosas infértiles. Es físicamente imposible producir aquí el grueso de la cosecha de heroína.
El que el General Dostum sea el jefe de las fuerzas armadas afganas y el Viceministro de Defensa es en sí un símbolo de la quiebra de nuestra política. Dostum es conocido por atar sus adversarios a raíles de tanques y aplastarlos. Amontonó a prisioneros en contenedores metálicos a pleno sol, de forma que decenas murieron de calor y sed.
Desde que hemos llevado la «democracia» a Afganistán, Dostum ordenó que sujetaran a un parlamentario que le molestaba mientras él lo atacaba. Los triste es que Dostum probablemente no sea el peor de los que componente el gobierno de Karzai, ni el principal contrabandista de drogas entre ellos.
Nuestra política en Afganistán sigue siendo víctima de la visión del mundo simplista de Tony Blair y de su manera infantil de clasificar todos los conflictos usando las categorías de «chicos buenos» y «chicos malos». La verdad es que rara vez hay chicos buenos entre los que compiten por el poder en un país como Afganistán. Ponerle al gobierno de Karzai la etiqueta de bueno es un absoluto sinsentido.
Entonces, ¿por qué seguimos enviando nuestros soldados a morir en? Nuestra presencia en Afganistán e Irak es el principal factor que ayuda a reclutar a militantes islamistas. Como señaló antes de su muerte en la Primera Guerra Afgana en 1841 el gran diplomático, soldado y aventurero que fue el Teniente Coronel Sir Alexander Burnes, una campaña militar en Afganistán no tiene ningún sentido, pues cada vez que los golpeas, aumentan sus números. Nuestro único logro de verdad hasta la fecha es el descenso del precio de la heroína en las calles de Londres.
Insto al lector a que recuerde este artículo la próxima vez que oiga a un político haciendo un llamamiento para enviar más tropas a Afganistán. Y cuando se entere de otra vida británica valiente que se ha malgastado aquí, que recuerde que puede añadir a las cifras de víctimas mortales a todas las jóvenes vidas que la heroína arruina, echa a perder o destroza en el Reino Unido.
También ellos son víctimas de nuestra política en Afganistán.
Anahí Seri es miembro de Cubadebate y Rebelión.