Fernando Moscoso es arqueólogo graduado en la Universidad San Carlos de Guatemala con una maestría en la Universidad de Standford, Estados Unidos. Ex director del Museo Nacional de Arqueología y Etnología de Guatemala, fundador y primer presidente de la Asociación Americana de Museos Comunitarios, es un profundo conocedor de todo lo maya clásico anterior a […]
Fernando Moscoso es arqueólogo graduado en la Universidad San Carlos de Guatemala con una maestría en la Universidad de Standford, Estados Unidos. Ex director del Museo Nacional de Arqueología y Etnología de Guatemala, fundador y primer presidente de la Asociación Americana de Museos Comunitarios, es un profundo conocedor de todo lo maya clásico anterior a la conquista española. A través de este conocimiento museológico donde tuvo contacto con la cultura maya enterrada, tomó conciencia que hay otros aspectos enterrados de los mayas: las víctimas de la reciente guerra civil que sufrió el país, ocultos en innumerables fosas clandestinas. Fue a partir de eso que, en 1992 y desde la Fundación de Antropología Forense de Guatemala que ayudó a formar -institución pionera en ese campo en el país, y una de las tres similares en Latinoamérica-, comenzó la exhumación de estos cementerios ilegales, localizados básicamente en territorios mayas. Actualmente dirige el proyecto «Historial para la paz», que se dedica al campo de los museos y la memoria histórica en comunidades mayas, con énfasis en la etapa del genocidio que tuvo lugar durante el reciente conflicto armado interno de 36 años de duración. Obtuvo distintos galardones nacionales e internacionales por su labor de recuperación histórica llevada a cabo en Guatemala. También recibió reconocimientos por parte del Estado guatemalteco por ese trabajo, pero en la forma de amenazas de muerte y persecución.
Argenpress dialogó con él en la ciudad de Guatemala, por medio de su corresponsal para la región de Centroamérica y el Caribe, Marcelo Colussi.
____________
Argenpress: ¿Qué significa mantener viva la memoria histórica? ¿Por qué debemos hacerlo? ¿A qué contribuye?
Fernando Moscoso: La memoria histórica es parte de la historia, aunque no esté escrita. Está en la memoria colectiva. Es un referente del pasado al que obligadamente tenemos que ver para entender nuestro comportamiento contemporáneo. Si no tenemos ese referente, cuando volteamos a ver solo tenemos un vacío que nos impide entender por qué nos estamos comportando como nos comportamos en tanto sociedad. Esta memoria histórica es tan importante como la historia escrita, y en determinadas circunstancias, más aún. Como por ejemplo en el caso del conflicto armado guatemalteco, que si bien ya está siendo historizado y tiene voluminosos informes que lo estudian, como el Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Naciones Unidas, o el desarrollado por la Iglesia Católica, u otros que han emprendido seriamente muchos académicos, aún no es suficiente para develar exactamente la historia. Todos estos esfuerzos emprendidos todavía no cubren la memoria histórica de la población; aún hay mucho por hacer. Toda esa historia aún no forma parte de los programas de estudio de las escuelas primarias ni secundarias, y ni siquiera de la universidad. Faltan aún ediciones populares ampliamente distribuidas de todos estos estudios ya realizados, con un lenguaje accesible. Todo esto aún no ha llegado a los jóvenes, que no tienen esta memoria histórica. Las nuevas generaciones no vivieron ese conflicto armado de las décadas pasadas, y hoy día pueden estar recibiendo información fragmentaria del mismo, a veces distorsionada o parcializada. De hecho no están recibiendo una información completa, global de lo que fue el fenómeno de la violencia en Guatemala. Por tanto, al carecer de ese conocimiento, al ver hacia atrás no tienen un panorama histórico claro y no pueden entender la violencia actual, lo que impide entonces buscarle solución. Al no tener claridad en esas causas históricas, al no tener esa memoria histórica que permite ver con claridad y en términos globales los procesos, es más fácil caer en las explicaciones que, en general, toman los guatemaltecos medios, que no es sino escapar a la violencia, tomando las precauciones del caso para no ser víctimas de la violencia que nos envuelve, de la delincuencia común, de la violencia del narcotráfico, de la violencia policíaca, de la violencia cotidiana en el tráfico, del feminicidio que ahora nos azota, de toda esta ola de violencia que ahora se extiende por el país, pero sin tener posibilidad de buscarle soluciones de fondo al problema. Es decir: si no se tienen claras esas causas, se invisibiliza la dinámica real de los problemas de la sociedad, de la historia en la que nos desenvolvemos, quedándonos solo con explicaciones parciales.
Argenpress: Se puede decir que la historia la escriben los que ganan; hay, por tanto, una historia oficial. Eso en Guatemala como en cualquier parte del mundo. Paralela a ella, entonces, habría otra historia no contada: la memoria histórica es la recuperación de esa historia no contada. ¿Ese es el esfuerzo que debemos hacer entonces: recuperar, contar, sacar del olvido esa historia oculta?
Fernando Moscoso: Sin dudas. La historia oficial es lo que se cuenta desde la institucionalidad y que se refleja, entre otras cosas, en los programas de estudio de las escuelas públicas. Allí, por ejemplo, hablando de Guatemala, no se cuenta lo que pasó en el conflicto armado interno. Incluso no se cuenta como algo de suma importancia la historia de los pueblos mayas, en un país que es fundamentalmente de origen maya. Cuando aquí se firmó la paz entre el movimiento guerrillero y el gobierno en 1996, luego de 36 años de guerra, incluso el gobierno guatemalteco oficialmente no reconoció que aquí hubo un genocidio. Ni tampoco lo reconoció luego de la publicación del Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, que estudió pormenorizadamente lo ocurrido durante ese conflicto. Y hasta el día de hoy el Estado de Guatemala no ha hecho un formal reconocimiento de lo que sucedió en esos largos años de enfrentamiento que dejaron 250.000 víctimas entre muertos y desaparecidos. Hubo solo un reconocimiento muy parcial y puntual en un solo caso estudiado, que es el de Plan de Sánchez, en el departamento de Baja Verapaz, donde fue arrasada una comunidad de origen maya-achí masacrándose casi a la totalidad de la población civil. Allí, luego de un largo proceso de búsqueda de justicia por parte de los sobrevivientes de la masacre, apoyados por otros sectores nacionales, al no tener respuesta en las cortes de justicia del país, trasladaron su caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, con sede en San José de Costa Rica, y luego de mucho esfuerzo lograron ganar el pleito contra el Estado guatemalteco. Fue la primera vez que el Estado reconoció que hubo masacres en contra de la población civil durante la guerra, que hubo genocidio, viéndose así obligado a pagar una compensación de 25.000 dólares a cada familia afectada. Y en el momento del primer pago que se efectuó a los damnificados, el por ese entonces vicepresidente de la nación, Ricardo Stein, reconoció que efectivamente hubo masacre por parte del Estado. Pero más allá de ese reconocimiento puntual del vicepresidente, persona que viene de sectores de izquierda, no ha habido un reconocimiento oficial, y mucho menos un plan orgánico de gobierno para asistir a las víctimas civiles de la guerra en sus múltiples necesidades derivadas del ataque al que se vieron sometidas por parte del Estado. Los Acuerdos de Paz que se firmaron el 29 de diciembre de 1996 entre el gobierno y el movimiento guerrillero se han cumplido en un porcentaje muy reducido. Años atrás se buscó pasar un paquete de leyes para dotar de un apoyo presupuestario a las recomendaciones de los Acuerdos de Paz, por lo que se hizo un referéndum nacional, pero curiosamente ganó el no, y esas leyes nunca pudieron implementarse, por lo que no se pudieron asignar fondos para cumplir las tareas recomendadas para fortalecer la paz. Sin recursos económicos, esos Acuerdos de Paz se fueron debilitando cada vez más, al punto que hoy podríamos decir que padecen de anemia. Las instituciones encargadas de implementar esos Acuerdos, como por ejemplo la Comisión Nacional de Resarcimiento, no han tenido mayor impacto en la sociedad guatemalteca, y ni siquiera ha tenido impacto con el grupo de las víctimas. Queda mucho por hacer en este tema, empezando porque el Estado se convenza que es su responsabilidad atender todo esto; no solo debe hacer reconocimientos de culpa en ciertos casos específicos sino que debe asumir su responsabilidad de reparar estos daños buscando la profundización real del proceso de paz.
Argenpress: Además de la historia no contada de esta guerra, que arranca en la década del 60 del siglo pasado, ¿hay otra historia en Guatemala que el relato oficial no presente? ¿Hay alguna otra historia que el pueblo guatemalteco deba recuperar desde su memoria histórica?
Fernando Moscoso: La memoria histórica tiene ciertos límites. Es muy difícil encontrar en la memoria histórica, o en las tradiciones populares, historias muy viejas. Las historias muy viejas se vuelven mitos, se transforman, se adaptan a diversas circunstancias, cambian de forma, se van volviendo atemporales. La historia de los pueblos centroamericanos obviamente va más allá de la invasión de los españoles a finales del siglo XV y durante el XVI. Los mayas y otros pueblos de la región, todas estas civilizaciones mal llamadas prehispánicas, ya tenían una historia milenaria antes del contacto con los conquistadores europeos. Esta historia milenaria no terminó con la conquista; simplemente cambió de rumbo. Las sociedades sufrieron transformaciones drásticas, en todos los aspectos, siendo condenadas por el nuevo Estado dominante al analfabetismo. Fueron deliberadamente perdidos sus antiguos medios de escritura jeroglífica, se quemaron todos sus escritos. Al no contar con la posibilidad de seguir escribiendo su historia por esta monumental represión que jugaron tanto el nuevo Estado español como la Iglesia católica, ese relato histórico tendió a perderse. Sobrevivió como memoria histórica de los testigos oculares de esa historia, y luego se fue mitificando. Actualmente la memoria histórica de la conquista que siguen transmitiendo los pueblos mayas se expresa, por ejemplo, en algunas manifestaciones artísticas, en ciertas danzas. Por ejemplo: la danza de la conquista, donde se narran los episodios donde algunos reinos mayas caen bajo la conquista española, o igualmente algunos cuentos, tradiciones, fábulas, que no son de amplio conocimiento popular sino que van guardando algunas familias mayas. Los jóvenes mayas se han ido desentendiendo de ese legado histórico, y el proceso de la guerra recién vivida vino a afectar todo esto. La guerra conmocionó todo el esquema comunitario; los ancianos depositarios de todo ese conocimiento a lo interno de la sociedad maya, en las cofradías y en sus distintas organizaciones auténticas, se encontraron con un cisma. Hubo cambio de liderazgos; durante la guerra, y a instancias del ejército, se impusieron nuevos liderazgos en las comunidades mayas a manos de personas jóvenes aliadas al esquema de militarización que se generalizó. De esa manera se fue perdiendo muy buena parte de todo ese conocimiento tradicional. También contribuyó a esa pérdida la llegada de tantas iglesias evangélicas nuevas, los llamados cultos neopentecostales, que han diabolizado cualquier expresión de cultura maya ancestral. Todo esto ha ocasionado que la memoria histórica antigua se haya visto seriamente golpeada. Eso no significa, sin embargo, que los mayas carezcan del ancestro cultural. Eso no se pierde. Sus pautas de comportamiento se derivan de toda esta historia, que es, repetimos, una historia milenaria. Existen estudios serios que ayudan a recuperar la cultura ancestral, porque eso no se ha perdido. Y estudiando esa historia, se pueden entender fenómenos actuales como el caso de los linchamientos. Hay quienes interesadamente han presentado los linchamientos -que se dan en Guatemala con una frecuencia mucho mayor de lo que uno podría imaginarse- como consecuencia de una antigua tradición maya de violencia. Esto lo aseveran a partir de la práctica maya de sacrificios humanos, tanto en el período clásico como en el post clásico: extracciones de corazón, decapitaciones, diversos rituales con derramamiento de sangre no necesariamente mortales. Pero todo esto no tiene que ver con los actuales linchamientos, dado que esas manifestaciones eran estrictamente de carácter religioso, no tenían nada que ver con el ejercicio de la justicia ni con el ámbito del castigo. Se daban, según su cosmovisión, en función de mantener un equilibrio entre el ser humano y las deidades. Los dioses mayas se alimentaban de la sangre humana, por lo que era imprescindible hacerlo: si no se los alimentaba, se corría el riesgo que perecieran. Y si perecían los dioses, el universo entraba en caos, pudiendo desaparecer también los hombres que poblaban la naturaleza. Esos sacrificios tenían el objetivo de sostener el equilibrio cósmico para asegurar, así, la sobrevivencia humana. Los españoles suprimieron de tajo todas esas prácticas; sobrevivieron algunas expresiones que son sus reminiscencias, como los sacrificios de algunas aves que en algunas comunidades muy tradicionalistas aún se conservan. Pero todo ello, en todo caso ligado a los ciclos de la cosecha y la fertilidad, tiene un carácter enteramente religioso, y nada más. No tiene que ver con la aplicación de justicia. Apoyándose en esto, hay quienes han dicho que los mayas están acostumbrados a derramar sangre humana, lo cual no es cierto. Si revisamos la historia de Guatemala desde la época de la colonia española, que es el momento desde el que contamos con documentos escritos -anteriormente había escritura jeroglífica, ya descifrada, que nos cuenta la historia oficial de los mayas, de sus guerras, sus conquistas, sus alianzas, etc.-, si revisamos esa historia vemos que nunca se ha reportado un linchamiento. Nunca hubo linchamientos durante la época colonial, de mayas contra otros mayas, o de mayas contra españoles o mestizos. Tampoco los hubo en el período post independencia de España, a partir del año 1821. En la época republicana tampoco encontramos linchamientos, sino solo un caso aislado, el de Cirilo Flores en el siglo XIX, quien fue vicepresidente de la república, y que fuera linchado en la catedral de la ciudad de Quetzaltenango dentro de un contexto político de golpe de Estado y de guerra civil declarada entre dos facciones. Pero en estos acontecimientos los mayas ni participaron. Los linchamientos los encontramos en los albores del conflicto armado interno, y especialmente, después de la firma de la paz. Es en las comunidades mayas donde más aparecen, en general en casos de aprehensión de un ladrón, a veces ocasionándole la muerte. Se dieron casos por robos de niños, casos de turistas extranjeros. Pero lo cierto es que la historia nos dice que los linchamientos no tienen nada que ver con la cultura maya, con su derecho consuetudinario, con sus formas tradiciones de justicia comunitaria. Tienen que ver, en todo caso, con los crímenes cometidos recientemente en la guerra interna por el Estado a través del ejército y fuerzas paramilitares contra ciertas y determinadas personas, de modo selectivo, crímenes donde se obligaba al resto de la comunidad a participar en la ejecución ya sea en forma activa, a través de la tortura previa y posterior asesinato, o como espectador pasivo de los hechos. El objetivo perseguido con estas acciones militares no era solo asesinar a un opositor, un presunto guerrillero o un colaborador de la guerrilla, sino enviar un mensaje a toda la comunidad, desarticulando las estructuras internas antiguas y tradicionales que los mayas tenían, sus consejos de ancianos, imponiendo nuevos liderazgos, que fueron los patrulleros de autodefensa civil, virtuales fuerzas paramilitares de ocupación. Con esto también se buscaba hacer «cómplices» a las mismas víctimas, transformándolas, contra su pesar, también en victimarios.
Argenpress: ¿Una pedagogía de la violencia?
Fernando Moscoso: Exacto. Una violencia para enseñar lecciones. Por cierto que la gente sí aprendió estas lecciones. En estas situaciones extremas o se aprendía la lección -es decir: se imponía el silencio, se obligaba a denunciar a los guerrilleros- o se era la siguiente víctima. Estas lecciones aprendidas han dejado una huella en la conciencia colectiva. Y los linchamientos, de un modo dramático, lo muestran: si bien los linchamientos no son de origen maya, es en el mundo maya donde más ocurren, pero por una cuestión de enseñanza, de acostumbramiento, de esta impuesta pedagogía del terror de que hablábamos. Sin dudas, por tanto, tendrá que pasar un buen tiempo para que las poblaciones puedan ir desaprendiendo estas lecciones y las comunidades puedan comprender y tomar distancia de esa violencia. Es que la violencia sufrida por los pueblos mayas hace parte de una estrategia muy bien concebida, no fue una violencia gratuita, o simplemente perversa, producto de mentes enfermas. La violencia actual hay que entenderla como parte de un fenómeno histórico global, de una estrategia donde las poblaciones no decidieron nada.
Argenpress: Los linchamientos lo muestran: no son un patrimonio cultural maya, aunque haya quien ahora así lo quiera presentar. Es decir: la historia es según quien la cuenta. La historia de la guerra recién pasada está contada fragmentariamente; en ese sentido, hay quienes dicen, igual que se tergiversa la historia de los linchamientos, que seguir hablando de estos años trágicos no contribuye a la sociedad, no ayuda a afianzar el clima de paz, que eso es solo reabrir innecesariamente viejas heridas. ¿De qué manera recuperar esa historia no contada del conflicto armado interno puede ayudar a construir la paz en Guatemala?
Fernando Moscoso: El entendimiento individual de cada persona respecto a su propia historia, a la historia de su sociedad, abre la posibilidad de entender qué es lo que le pasa. Si estamos enfermos, para curarnos necesitamos un diagnóstico que nos permita saber cuál es la medicina adecuada. La lentitud con que han venido implementándose los Acuerdos de Paz no ha permitido que la sociedad, saliendo de la guerra, desahogue todas las presiones que ha venido acumulando. No se han logrado solucionar aspectos de pobreza extrema, que son una de las causas que dieron lugar al conflicto. Tampoco se ha logrado en estos años de post guerra siquiera recuperar los cuerpos de las víctimas mortales que se encuentran dentro de las mismas comunidades, enterrados clandestinamente aún. No ha habido justicia con ninguno de los personajes militares de alto rango, políticos, civiles, etcétera, involucrados directamente con el genocidio.
Argenpress: ¿Quién meter en ese «etcétera»? El ejército y sus fuerzas paramilitares fueron los brazos ejecutores de políticas bien delineadas, lo cual obliga a indagar en ese «etcétera», ¿verdad?
Fernando Moscoso: Sí, sin dudas. El genocidio no fue una acción aislada, una simple táctica de guerra. Fue algo mucho más integral. El Estado completo estuvo al servicio de estas tácticas genocidas donde el objetivo no era simplemente terminar con un problema militar que se había planteado entre gobierno de turno y la guerrilla. Hay que destacar que la gran mayoría de las víctimas no fueron, precisamente, los guerrilleros sino población civil no combatiente. Población que sufrió muertes espantosas, ejemplificantes dentro de la lógica de esa guerra, ejemplificantes para otras comunidades civiles. Víctimas cuyos cuerpos fueron a parar a fosas clandestinas, o en muchos casos ni siquiera fueron enterrados, para que otra población civil los viera y «aprendiera». Todo aquel que disentía podía correr esa suerte. Todo esto no fue reconocido por el Estado, y hoy no hay programas para atender seriamente esa enorme masa de víctimas. No existen, por ejemplo, programas de salud mental oficiales para atender a los sobrevivientes y devolverles un poco de tranquilidad espiritual luego de todo lo padecido. El actual Programa Nacional de Resarcimiento ha tenido un impacto muy bajo hasta la fecha. El programa de exhumaciones de cementerios clandestinos, que actualmente lleva alrededor de 1.000 casos realizados -hechos todas por organizaciones no gubernamentales- ha cubierto un porcentaje muy pequeño de todo el trabajo que aún quedaría por realizar. Seguramente restan décadas de trabajo para los antropólogos forenses para seguir exhumando cementerios clandestinos. El Estado no apoya todas estas iniciativas, ni económica ni políticamente; pero lo peor es que no ha llevado a tribunales a ningún responsable de estas masacres. Los informes de las exhumaciones son solo medios de prueba para un juicio, y hoy por hoy, de estos 1.000 informes que hay en el Ministerio Público, solo uno ha llegado a las cortes nacionales: el caso de la masacre de Río Negro, donde salieron condenados tres patrulleros de autodefensa civil (paramilitares maya-achís) como responsables de los crímenes. Pero nunca se llevó a juicio a ningún militar involucrado. Es obvio que el Estado no quiere buscar justicia ni esclarecer nada de esto.
Argenpress: Todo esto nos lleva a una pregunta de base: ¿Guatemala está enferma de violencia o de injusticia?
Fernando Moscoso: Van de la mano ambas cosas. La violencia es una expresión de un malestar social que va más allá de la falta de justicia. La violencia tiene infinidad de causas: económicas, sociales, políticas, el narcotráfico, las pandillas juveniles (maras). Es un fenómeno sumamente complejo que está en la médula de la sociedad, de su historia. Para entender la violencia hay que entender la historia. Sin dudas la falta de justicia fomenta la violencia. Pero no estrictamente una se sigue de la otra. En el caso de los linchamientos, la falta de justicia con que se encuentra la población en un sistema judicial ineficiente y corrupto, encontramos una causa, de ahí que busca justicia por mano propia y lincha; pero no es esa la única causa. Es uno de los ingredientes del fenómeno, muy complejo por cierto, pero no el único. De todos modos, la falta de justicia es algo muy importante para el tejido social. Por ejemplo en el caso de las masacres y la falta de justicia que hay al respecto, eso funciona como un factor de mucha inconformidad para la población, y ello es lo que dificulta tanto la reconciliación. Mientras siga habiendo impunidad, se hace dificultosa, problemática, la convivencia entre víctimas y victimarios. Toda la estructura militar y paramilitar de la guerra sigue existiendo, y eso es lo que intimida a la población civil a buscar justicia, porque el temor persiste. Los crímenes de guerra y el genocidio gozan de la más absoluta impunidad, y eso es lo que, de alguna manera, fomenta la criminalidad común actual, tan alta por cierto, que de la misma forma goza de una absoluta impunidad.
Argenpress: Criminalidad desatada, genocidas caminando libremente por la calle, linchamientos, feminicidio…, todo esto cubierto por el manto de la más absoluta impunidad. ¿Cómo construir la paz entonces?
Fernando Moscoso: Cada persona individual, desde su propio ámbito, deberá tratar de poner su granito de arena. Los políticos, por supuesto, tienen una gran responsabilidad en todo esto. Actualmente, por ejemplo, dentro del Congreso hay más representantes mayas que lo que hubo históricamente, y ellos pueden tener una importante cuota de aporte en las soluciones de toda la sociedad; los académicos tenemos la responsabilidad de divulgar la información, de educar a las personas en el entendimiento de las causas históricas de los problemas contemporáneos, lo que podrá ser base para que otros diseñen nuevos programas que puedan paliar estas situaciones, o solucionarlas en forma definitiva. El ciudadano común debe asumir su responsabilidad como tal denunciando la corrupción. Claro que todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. Todos sabemos que se denuncia la corrupción, pero de todos modos nunca les pasa nada a los corruptos. Todos sabemos que quien denuncia al narcotráfico puede ser una nueva víctima fatal el mismo día, o el día siguiente de la denuncia. Todos sabemos que quien no paga el impuesto exigido por las maras, irremediablemente muere acribillado en horas. Obviamente todo esto no es fácil: las soluciones deben ser integrales y a largo plazo. No es el Estado solo, o las iglesias solas, o la ciudadanía sola, quienes vamos a encontrar las soluciones a estos problemas. La cuestión es que no se puede seguir esperando que sean «otros» los que solucionen los problemas: todos, en la medida de sus posibilidades, debemos involucrarnos y no esperar recetas de otros. Está en nuestras propias manos tomar partido, participar, aportar, buscar salidas. El problema de la violencia no se va a resolver en forma inmediata; habrá que trabajar duro por un par de generaciones por lo menos para modificar esta llamada cultura de violencia. Particularmente me resisto a designarla así: la violencia no es parte de nuestra cultura sino que es, en todo caso, una sub-cultura, como lo son la sub-cultura de los paramilitares, o la sub-cultura de las maras. Hay, sí, una cultura de indiferencia, lo que nos lleva a no afrontar con toda la fuerza del caso esta violencia generalizada.
Argenpress: ¿Qué hacer entonces?
Fernando Moscoso: Creo que es importante que las víctimas del pasado conflicto armado interno puedan organizarse a nivel nacional de manera tal que tengan mayor fuerza al solicitar justicia, especialmente en los casos de genocidio. Si se continúa viendo con indiferencia que después de 1.000 investigaciones de crímenes masivos en comunidades mayas no habido casi ningún juicio, si seguimos viendo que después de los informes de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, de Naciones Unidas, y del informe Recuperación de la Memoria Histórica de la Iglesia católica, que investigaron exhaustivamente los crímenes cometidos durante la guerra y presentaron pruebas, todo siguió igual con la misma impunidad de siempre, si no existe una fuerza que presione al Estado para poder llevar justicia a las personas víctimas de la guerra con su correspondiente reparación, entonces cuando más tiempo se demoren las respuestas más difícil va a ser que haya justicia. Y quizá ya no va a suceder. Con el tiempo, los ancianos de los pueblos mayas víctimas de tantas injusticias ya habrán muerto, o estarán muy ancianos, y ya no será oportuna la llegada de justicia, si es que llega. Sin embargo, aunque se quiera ocultar esta historia de violencia, eso ahí está, y siempre influirá en los comportamientos sociales e individuales. La historia no se puede borrar. Por eso hace falta más involucramiento de la sociedad para resolver estos problemas, para recuperar esa historia, conocerla, darle valor, apropiársela. Sin justicia real, no se podrá resolver todo esto. Y sólo conociendo la historia podremos buscar las soluciones para los problemas actuales y mirar hacia el futuro.