Con esta entrevista comienza la publicación de una serie de textos, en variados géneros periodísticos, sobre el impacto de la violencia sexual, la tortura, el desplazamiento y las minas antipersona en la salud mental. Durante este tiempo escribiré también sobre las fortalezas y debilidades de los elementos actuales con que cuenta el gobierno para atender […]
Con esta entrevista comienza la publicación de una serie de textos, en variados géneros periodísticos, sobre el impacto de la violencia sexual, la tortura, el desplazamiento y las minas antipersona en la salud mental.
Durante este tiempo escribiré también sobre las fortalezas y debilidades de los elementos actuales con que cuenta el gobierno para atender a los sobrevivientes de estos hechos victimizantes en Colombia.
Mi agradecimiento a The Carter Center [1], Centro Carter, de Estados Unidos por la beca, de un año de duración, que hace posible esta investigación periodística y a Radiomacondo por su confianza en mi proyecto.
FSJ: ¿Desde una perspectiva antropológica qué impacto tienen los conceptos, discursos sobre salud mental y las intervenciones psicosociales y terapéuticas en el marco del conflicto armado en Colombia?
CU: Lo que brindan los antropólogos es la sensibilidad y la diversidad, mirar estas cuestiones desde diferentes puntos de vista y ponerlas en un contexto social y cultural, esto es importante.
Sin embargo, me temo que a estas sensibilidades antropológicas con respecto a la diversidad, a cuidarse de lo etnocéntrico, a cuidarse de lo autoritario, de escuchar la voz del otro, se les preste atención porque los protocolos son los mismos y de un cierto tipo de aproximación psicológica.
Entonces esto nos lleva a un tema más complicado. ¿De dónde vienen los protocolos, en qué se inspiran y cómo contrastan con esas sensibilidades antropológicas?
Sobre eso se ha escrito mucho, pero básicamente tiene que ver con la biologización de la enfermedad mental, es decir, el avance de la psiquiatría biomédica, un avance centrado en torno a un elemento simbólico de poder extraordinario: el Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, (en inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM) de los Estados Unidos, que a partir de 1980 dio un giro hacia lo biológico.
Hay un sesgo hacia mirar la enfermedad mental en términos de patología médica, con base en investigación neurobiológica y la universalización de ciertas categorías de enfermedad del DMS, por ejemplo, el Trastorno por es estrés postraumático.
FSJ: ¿Qué es la salud mental?
CU: ¿Qué es la salud? Es suficiente pensarse como se piensa en ciertos sectores médicos como ausencia de enfermedad? ¿O desde una perspectiva sistémica es práctico pensar la salud como el equilibro biopsicosocial? Porque si ese equilibrio no se da, por ejemplo en Dinamarca donde tienen altas tasas de suicidio y depresión, mucho más difícil que se dé acá. ¿O podemos hablar como lo planteó un René Lariche en el siglo XIX: «La salud es la vida en silencio de los órganos».
FSJ: Es poética esa definición…
CU: Es bellísima, es mi preferida. Cuando usted está sana usted no siente su cuerpo.
Pero usted quiere una perspectiva antropológica, entonces añadiría yo, que en un contexto particular, dentro de un tejido de relaciones sociales, y unas definiciones culturales de normalidad y patología.
De hecho esta definición es tomada del filósofo y médico francés George Canguilhem autor del libro: «Lo normal y lo patológico» en el cual Canguilhem demuestra que la enfermedad también es normal desde el punto de vista biológico porque es un proceso biológico, pero no es normativo.
No es tan fácil separar lo normal de lo patológico hasta el punto de que los epidemiólogos prefieren hablar de un rango más que de una taxonomía, hablan de procesos de salud y enfermedad.
FSJ: ¿Qué efectos tiene el conflicto armado en las comunidades afrodescendientes e indígenas, en sus cosmovisiones?
CU: Cosmovisiones, son visiones del mundo, del universo y la cosmogénesis es cómo se origina. Siempre que se habla de cosmovisión y cosmogénesis se habla de que son comunidades no tan sofisticadas, que están en el terreno del mito y no de la ciencia.
La idea de cosmovisión los «exotiza», los pone en el terreno de la creencia y no de la razón, los ponemos en el terreno de la tradición pero estas personas son mucho más sofisticadas.
Por ejemplo para los indígenas de la Sierra Nevada uno de sus problemas filosóficos es explicar por qué sus hermanitos menores se matan y por qué nos llamamos civilizados, por qué vamos a la Sierra a dañar el equilibrio del mundo.
Ahí hay pensamientos vivos aunque la idea de la cosmovisión es que son pensamientos inertes, pero estos hombres son pensadores, están explicando el mundo.
El tema de la violencia afecta a los grupos afrodescendientes del Pacífico y lo están pensando y lo más interesante es que esto que llaman cosmovisiones tienen unas intersecciones de puro lenguaje planificador.
Entonces hablan de actores armados, por ejemplo, de priorizar acciones, todos hablan el lenguaje de las víctimas y como están inscritos en el Registro Único de Víctimas, son reconocidos como tales, saben cómo tienen que hablar para ser víctimas y para acreditar sus búsquedas de ayuda porque de lo que se trata de es de la sobrevivencia.
Son comunidades que han sido erradicadas, pierden la tierra porque en la zonas rurales, zonas de colonización , zonas selváticas, en la altillanura, en las zonas donde avanza la frontera agrícola, el problema es la tierra, estas comunidades son expulsadas de la tierra y desplazadas.
Viniendo a las grande urbes a poblar zonas de periferia pero no cualquiera. La gente del Pacífico y la del Caribe van a ciertas zonas; por ejemplo, la localidad de Suba, Ciudad Bolívar, reorganizando el tejido social porque provienen de veredas próximas y, en algunos casos, se conocen.
FSJ: ¿Prácticas de salud comunitaria y/o psiquiatría clásica, cuál enfoque es mejor para sanar las «heridas mentales» que ha dejado el conflicto?
CU: Yo creo que hay demasiado experto en estos temas. Sí hay muchas estrategias psicoterapéuticas que podrían usarse con estas personas víctimas de la violencia, pero no quiero pontificar sobre ellas, no estoy trabajando en ese campo. Soy muy escéptico de lo que están haciendo, precisamente por ese enfoque cognitivo conductualii que, me parece, se queda muy corto en este tema.
FSJ: ¿Es la salud mental una construcción socio cultural que debe ser tratarse desde un enfoque multidisciplinario?
CU: Hay un debate muy serio sobre si los valores son universales o si hay valores que tengan sentido sólo desde la costumbre, desde el entorno cultural. ¿Qué es lo construido culturalmente en términos de bienestar?
Eventualmente puede resultar no tan bondadoso porque se puede pensar que el machismo -que es muy responsable de la violencia- es normal desde el punto de vista cultural porque se da en ciertas regiones del país, pero eso no es saludable.
Si se asume una posición construccionista-relativista, no se pueden criticar las conductas agresivas de los hombres contra las mujeres porque eso forma parte de tejidos culturizados.
Entonces, hay que apelar a ideas generales, a valores universales que tienen que ver con el respeto por la mujer, valores desde el discurso feminista, pos-feminista para explicar la violencia masculina y todo ese entorno de agresividad, que está muy ligado al trauma de la violencia.
Ese es el peligro del construccionismo, no quiere decir que no haya una resignificación desde el aquí y el ahora, que lo hace más fascinante, pero la discusión no es sólo entre universalismo y construccionismo, es algo más complejo, como tampoco exclusivamente una discusión entre entre biología y cultura.
FSJ: ¿Qué diferencias hay entre los discursos profesionales, del psicólogo, del psiquiatra, el antropólogo, etc., sobre el impacto del conflicto armado en Colombia en la salud mental? ¿Cuál debe usarse?
CU: Si va a hablar desde un punto de vista psiquiátrico, la opinión prevalente en cuanto a lo que genera la enfermedad mental, patogénesis, es endógeno, tiene que ver con el sistema nervioso central y, fundamentalmente, con disfunción neurofisiológica.
No es que ese psiquiatra que está a favor de esto defienda una etno-patología endógena y desconozca la relación del sujeto o de su «paciente mental» con el mundo. Pero para ese especialista, generalmente, lo cultural, lo psicosocial no es patogénico sino patoplástico. Son dos términos técnicos.
El segundo término tiene que ver con que los síntomas están matizados, influenciados por la cultura y los contextos particulares en los que se mueve su paciente.
El antropólogo va a decir ¡No! esto es una construcción cultural, tratará de desvirtuar la neurobiología, en particular la neurofisiología, y va a hablar desde una perspectiva muy influenciada por Michel Focault, en torno al biopoder; entonces va a pensar que el paciente es víctima de ese biopoder y hay que liberarlo de las garras de la psiquiatría.
Que bien puede ocurrir pero el síntoma es psiquiátrico, la enfermedad mental existe; el paciente sufre y termina volviendo donde el psiquiatra para que le dé el tratamiento farmacológico.
¿Ve usted el problema? La alternativa no es liberarlo de las garras de la psiquiatría o dejarlo con tratamiento farmacológico como una especie de camisa de fuerza química.
Hay algunos que se van por la mitad y dicen: realmente la cura por la palabra y no la cura por el fármaco son importantes, la psicoterapia; me inclino mucho a eso, no desdigo del fármaco.
¿Cuál psicoterapia? Cognitivo conductual, sistémica, psicodinámica, inspirada en psicoanálisis, o el psicoanálisis. Eso depende…
FSJ: ¿Y cómo practicarle o plantearle la idea del psicoanálisis a un Wayuú?
CU: Por ejemplo. Pero hay tratamientos etno-psiquiátricos y gente que está trabajando en eso.
FSJ: ¿Cree que en Colombia se le ha dado suficiente importancia a la comunidad como espacio de intervención, diagnóstico y de prevención en salud mental?
CU: La magnitud de nuestro drama es tal que todas las acciones se quedan cortas. Además estos temas entran y salen de los temas prioritarios de la opinión pública.
Cuando estamos hablando de enfermedad mental y violencia, estamos haciendo de lado, esa «enfermedad mental callejera» que nadie parece tener en cuenta seriamente, que entra y sale de los titulares rápidamente.
Por ejemplo, ¿no hay algún tipo de malestar en la cultura en la cual hay linchamientos o cuando unas personas persiguen a otras por transportarse en unos carros que no les gustan a ellas?
Ahí hay algo, y no estamos hablando de enfermedad mental; esa violencia de la vida cotidiana y el consecuente trauma que hace que vivamos a la defensiva y no haya una noción de vida en común: ¿La patologizamos o no la patologizamos?
¿Desde qué punto de vista la podemos considerar?
FSJ: ¿Qué lugar ocupa el sufrimiento psíquico en la sociedad colombiana y cuál debería ocupar?
CU: Cuando hablamos de violencia siempre pensamos que eso está por allá lejos… Montes de María, Caquetá, eso es una medida protectora, asumirlo allá. El tema del sufrimiento psíquico nos lleva al papel del sacrificio que está marcado por una palabreja que usamos mucho en Colombia: ¡Tocó!
¿Usted se ha puesto a pensar en el tocó colombiano? ¡Tocó tener paciencia! ¿Qué hay detrás de esa palabreja? ¿Se da cuenta que ese tocó nuestro no tiene nada que ver con la piel, con los sentidos?
FSJ. Es un tocó de sufrimiento…
CU: Es un tocó de sufrimiento, del destino, es un tocó fatalista, que expresa una actitud de resignación o en los términos que están usando ahora, de pérdida de la agencia.
FSJ: ¿Ese lenguaje fatalista es una señal de malestar emocional?
CU: Yo creo que sí porque se pierde la iniciativa por ejemplo para establecer vínculos, para crear tejido social, una frase muy pomposa que utilizan ahora. Sobre todo ese tocó ¿Sabe qué hace? Pospone el gozo, es sospechoso del gozo, no de la rumba.
El gozo no tiene que ver definitivamente con la rumba porque la rumba nuestra no es tan gozosa, no digo que no haya su momento pero es catártica; y en ese orden de ideas, es explosiva, con peligro porque tiene alcohol. Se podría hacer todo un tratado sobre la rumba y sus relaciones con el gozo y la violencia.
FSJ: ¿Qué importancia tienen los vínculos en el mantenimiento de una higiene mental?
CU: Apoyo, solidaridad, crear un sentido de nosotros, de pertenencia.
FSJ: ¿Qué tipo de cambios paradigmáticos se deben hacer en Colombia para tener una conversación abierta sobre la salud mental?
CU: Lo primero quitar esas terminologías expertas. Necesitamos sentarnos hablar en castellano porque aquí estamos plagados de expertos; esta es la tierra de los expertos…
Hay una falta de confianza en nosotros mismos y una capacidad de imitación de lo de allá. Yo sí creo que podemos pensar solitos y hay que entender a los del Norte y a los del Sur, pero atrevernos a pensar originalmente.
FSJ: ¿Qué aportes puede hacer la antropología para encontrar nuevas maneras de hablar sobre la salud mental en Colombia?
CU: Lo mejor que podemos hacer como antropólogos es darle la palabra a los afectados.
FSJ: ¿En qué forma el conflicto armado en Colombia ha impactado nuestras representaciones de salud y enfermedad?
CU: Hablar del malestar en nuestra cultura no se hace porque nos gusta vivir de nuestros lugares comunes: que somos un pueblo rumbero, feliz, echado pa’lante y ciertamente hay gente muy valiosa, este es un pueblo valioso; imagínense si logramos hacer las paces con nosotros mismos, eso sería fantástico.
FSJ: ¿Qué tipo de representaciones sobre salud mental se deben privilegiar en Colombia?
CU: Una idea de la vida y del ser en la cual se privilegie mucho más el gozo, la biofilia, el placer de vivir en un país con posibilidades, que no se agota en lugares comunes, un país diverso, que es un goce si lo mira uno bien.
Fernanda Sánchez Jaramillo, periodista, maestra en relaciones internacionales y trabajadora comunitaria.
@vozdisidente
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