Traducido para Rebelión por Caty R.
El 12 de junio se conmemora el aniversario de la «Revolución Verde», el movimiento de protesta más importante que ha conocido Irán desde los años 80. Tanto dentro como fuera del país se multiplican las movilizaciones para conmemorar ese acontecimiento. Mir-Hosein Musaví y Mehdi Karubi, los dos candidatos opositores, han exigido que se autorice una manifestación con esta ocasión. Es poco probable que se satisfaga su petición. En el extranjero, un poco por todas partes en las grandes ciudades europeas y americanas, diferentes comités de composición heterogénea se preparan para celebrar este aniversario.
Sin embargo el movimiento se ha debilitado, en primer lugar debido a la represión sin precedentes que azota el país. Después de años de apaciguamiento, Teherán ha vuelto a ser escenario de ejecuciones políticas reconocidas oficialmente. Arash Rahmanipur y Mohammad-Reza Ali Zamani, acusados de haber participado en las manifestaciones y de pertenecer al Consejo para la Monarquía (grupo terrorista según el Gobierno iraní), fueron ejecutados el 29 de enero de 2010. Más recientemente Farzad Kamangar, un joven profesor, periodista y militante por los derechos humanos, ha sido ejecutado con cinco de sus compañeros: Ali Heydaian, Farhad Vakili, Shirine Alamholi y Mehdi Eslamian. Fueron acusados de pertenecer al grupo separatista kurdo Pajak.
Sin embargo, la represión no lo explica todo. Desde sus comienzos el Movimiento Verde padecía de contradicciones internas, en primer lugar de una composición social marcada por la ausencia de los sectores populares.
En efecto, una gran parte del frente unido contra el fraude electoral estaba formado por jóvenes urbanitas pertenecientes a las clases medias y altas, en especial mujeres jóvenes. Lo que les une, sobre todo, es un sentimiento «antitradicionalista». Para algunos ese sentimiento se reduce a reivindicaciones liberales al estilo occidental, para otros radica en una visión patriótica que considera que el dominio de los tradicionalistas ha hecho retroceder al país y lo ha desacreditado ante todo el mundo. Los estudiantes -la parte más politizada de la juventud- no han jugado un papel movilizador a pesar de la reactivación de las ideas de izquierda entre ellos durante los últimos años. El denominador común de la mayoría de los jóvenes es su oposición al autoritarismo dominante, simbolizado por el Presidente Mahmud Ahmadineyad.
Las clases medias urbanas también constituyen otra base del movimiento contestatario: médicos, ejecutivos, catedráticos, profesores, funcionarios, una gran parte de los artistas, actores, realizadores, escritores… Aunque todos esos sectores sociales se oponen a las políticas de Ahmadineyad es difícil prever a largo plazo una convergencia de sus reivindicaciones. En efecto, no todos han sufrido de la misma forma las consecuencias desastrosas de las orientaciones económicas del jefe del Estado. Sin embargo parece que comparten algunas aspiraciones: un Estado de derecho, el fin de los privilegios gubernamentales, la libertad de prensa… y una misma preocupación relativa a la inestabilidad económica y social y en cuanto a los posicionamientos arriesgados en el escenario internacional.
Una parte de la alta burguesía también apoya el movimiento. Los ricos van desde los médicos accionistas de los hospitales de lujo (como el hospital Day que se parece más a un hotel de cinco estrellas y exige miles de euros por cada intervención) a los nuevos ricos que amasaron fortunas inmensas desde la Revolución (tecnócratas próximos al régimen, empresarios, directores de empresas…). Para muchos de ellos se trata más de una feroz oposición a Ahmadineyad que de una simpatía por Musaví y Karubi.
El Movimiento Verde nunca ha podido movilizar a las clases desfavorecidas y ése es, sin duda, su principal hándicap.
La tercera razón del eventual apaciguamiento es una dinámica del miedo, tan difundido entre los dirigentes de la oposición como en la base del movimiento. Los reformistas representados por Musaví y Karubi siguen manteniéndose fieles a una evolución en el marco del régimen islámico. La posible radicalización de las movilizaciones los asusta. Ésa es la contradicción profunda de los reformistas, que sólo se plantean el futuro a través de reformas constitucionales. Al rechazar el cuestionamiento de los fundamentos del régimen, no son capaces de convertirse en los «Gorbachov» o «Yeltsin» de la Revolución iraní.
También existe un miedo, de otra naturaleza, entre la población. Los iraníes, incluso aquéllos que no apoyan al régimen, temen un cambio radical. Aunque Irán se ha alejado del antiamericanismo de los albores de la Revolución, el miedo a una intervención militar, a un caos semejante al que reina en Iraq o Afganistán, también está presente. Los iraníes quieren el cambio, pero se niegan a pagar un alto precio.
Cada vez menos partidarios de Ahmadineyad.
Los líderes del movimiento en el interior, Musaví y Karubi, actúan dentro del marco legal y no pretenden derrocar al régimen. Los duros del poder no han conseguido detenerlos ni impedir sus comunicaciones. Siguen libres. En el exterior del país ninguna personalidad u organización ha podido imponerse a la cabeza del movimiento. Por lo tanto, en Irán, los acontecimientos permanecen bajo la hegemonía de los contestatarios procedentes del régimen.
Pero eso no quiere decir que Ahmadineyad haya conseguido eliminar a sus adversarios y hacer que reine el silencio a su alrededor. Muy al contrario, incluso entre los conservadores, sus partidarios cada vez son menos numerosos. En efecto, el conflicto entre Ahmadineyad y los conservadores que se manifestó desde su llegada al poder en relación con la elección de su adjunto, Rahim Mashai (1), no ha hecho más que agravarse desde entonces. Ahmadineyad ha acusado recientemente al Parlamento de haber votado más de 130 textos contrarios a los principios islámicos y constitucionales.
Más importante todavía: El clan de Ahmadineyad nunca ha conseguido imponer la detención de sus adversarios: finalmente Musaví, Karubi, Ali Akbar Rafsandjani y sus próximos se salvaron. Ya en agosto de 2009 el Guía Supremo Ali Khamenei tomó una posición clara al decir: «No acuso a los dirigentes de las protestas de ser agentes estadounidenses o británicos». En perspectiva, se puede pensar que Irán se orienta lentamente hacia la era post Ahmadineyad.
Hay un acontecimiento reciente bastante significativo. El viernes 4 de junio de 2010, durante la ceremonia del aniversario de la muerte del Ayatolá Jomeini, algunos manifestantes partidarios de Ahmadineyad intentaron impedir que el hijo menor de Jomeini terminase su discurso. Le acusan de ser un reformista. El diputado conservador Ali Motahari declaró en el Parlamento: «Si la justicia iraní hubiera actuado de forma adecuada contra los responsables del complot del año pasado, los sucesos de este viernes no se habrían producido». Según él los responsables del «complot» (las manifestaciones post electorales) no son únicamente Musaví y Karubi, sino también… Ahmadineyad.
Nota:
(1) Ali Khamenei y los conservadores no aprobaron el nombramiento de Rahim Mashai para el puesto de Primer Ministro adjunto al Presidente. Ahmadineyad dudó mucho tiempo antes de revocarle. En la actualidad es el jefe del Gabinete del Presidente.
Sharareh Omidvar es periodista.
Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/carnet/2010-06-10-iran