De un campesino coreano, de Lee Kyung Hae. Nació en 1947 en Jangsu, un condado de cerca de 30.000 habitantes en la provincia hoy surcoreana de Jeollabuk-do (Jeolla del norte), zona eminentemente agrícola -arrozales, cultivos de algodón y cebada- y ganadera. Por aquel entonces sólo había una Corea y su familia tenía buenos negocios con […]
De un campesino coreano, de Lee Kyung Hae.
Nació en 1947 en Jangsu, un condado de cerca de 30.000 habitantes en la provincia hoy surcoreana de Jeollabuk-do (Jeolla del norte), zona eminentemente agrícola -arrozales, cultivos de algodón y cebada- y ganadera. Por aquel entonces sólo había una Corea y su familia tenía buenos negocios con el comercio del arroz y no pocas tierras, por lo que el futuro de Lee, como el de sus hermanos, se encaminaba hacia una vida más confortable, si cabe más mercantil, que la de los agricultores y ganaderos.
De hecho Lee fue a la Universidad de Seúl, pero no cursó los estudios de despacho que desearían los suyos, sino que se licenció en agronomía y, como dicen que la tierra tira, en 1974 volvió a Jangsu para hacer carrera de granjero, cosa ya poco entendible en aquellos días.
En unas tierras heredadas, mitad llanuras descuidadas y mitad laderas olvidadas y encrespadas, Lee aplicó bien lo que había aprendido. Con revolucionarios sistemas de producción creó la Granja Seúl, dónde conjugó una modélica explotación ganadera, hortícola y arrocera con la protección del paisaje y los rústicos núcleos habitados. Desarrollo sostenible le llaman. Pero esto no se le subió a la cabeza, ya que abrió las puertas de su ejemplar proyecto al aprendizaje de vecinos y a no pocos estudiantes de diversas instituciones coreanas.
La vida de Lee iba viento en popa. Considerado por todos como el clásico hombre tranquilo, dicen que algo introvertido, se casó con la periodista Kim Baek-i y tuvo tres hijas. Su exitosa experiencia y su altruísmo para con los demás lo convirtió enseguida en todo un líder campesino, en un referente siempre activo en la lucha por los derechos de labradores y pescadores del país durante toda la década de 1980, primero presidiendo la pequeña Asociación de Criadores de Ganado de Jangsu y más tarde otras de mayor entidad. En 1989 Naciones Unidas, por medio de la FAO, reconoció sus aportaciones en el campo de la producción agroganadera nombrándolo «granjero del año» y también accedió a la presidencia de la Federación Coreana de Granjeros Avanzados (FCGA). Incluso creó el primero periódico campesino del país.
A finales de la década de 1980 las cosas ya no iban tan bien para las comunidades campesinas. Los aplicación de los acuerdos de la Ronda de Uruguay del GATT [1] sobre el libre comercio y las agresivas políticas de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial abrieron las puertas de Corea al arroz, al ganado y a muchos productos de otros países sin control alguno. Los precios cayeron al abismo de lo irracional y a pesar de que las reformas agrícolas del gobierno incrementaron la productividad de algunas granjas, las más grandes, los pequeños comenzaron a sufrir y el apoyo financiero gubernativo a desvanecerse al mismo ritmo que productos mucho más baratos procedentes de los países desarrollados -estos sí subsidiados- inundaban Corea.
Lee continuó en la lucha y ganó fama como activista, especialmente dentro de organizaciones altermundistas internacionales como Vía Campesina, con la que viajó por todo el mundo para protestar contra las intrigas antidemocráticas de la OMC. Su decidido enfrentamiento contra las políticas ultraliberales que comenzaban a endeudar de más a los campesinos y a fomentar el abandono del campo hacia las barriadas de las periferias de las ciudades hasta lo llevaron a intentar la vía política e incluso fue escogido por tres veces en la asamblea provincial. No le valió de nada. En una docena de años los 6,6 millones de campesinos coreanos pasaron a ser los 3,5 millones actuales y muchos arrozales fueron asfaltados y urbanizados. El «progreso corporativo» había llegado para quedarse.
Lee también lo perdió todo. La Granja Seúl ya no podía competir y sus créditos blandos e hipotecas pesaban como una losa, le ahogaban la vida. En 1999 los bancos se quedaron con sus tierras, con sus tres cientos de vacas y con sus esperanzas, pero no con su orgullo de campesino. Se mantuvo como activista incansable y varias veces escogió la huelga de hambre como forma de protesta delante de las vallas de hierro y ejércitos policiales que protegen las reuniones de la OMC en su sede de Ginebra.
El 10 de septiembre de 2003 unos 15.000 indígenas, labradores, pescadores, sindicalistas, colectivos de mujeres rurales, zapatistas y gentes sin tierra se manifestaron en Cancún contra la V reunión ministerial de la OMC. Era Chusok, fecha coreana para honrar a sus difuntos, pero Lee Kyung Hae ya había visitado la tumba de su esposa días antes para poder acudir al evento. Llevaba una pequeña pancarta: «La OMC mata a los campesinos». Espoleó a los 200 miembros de la FCGA que tenía detrás ascendiendo a una de las vallas que protegían a los poderosos. Luego bajó, sacó una navaja de esas que se fabrican en el país que es sede de la OMC y se la clavó en el corazón. La ministerial de la OMC fracasó como años antes ocurriera en Seattle.
Vía Campesina conmemora desde entonces el 10 de septiembre como Día de la Lucha contra la OMC y el Neoliberalismo y esta vez llaman a los movimientos sociales a rebelarse contra las reuniones del Banco Mundial y del FMI en Singapur (11 a 20 de septiembre). Estas letras son mi aportación a la causa de Lee Kyung Hae, campesino.
[1] GATT: siglas en inglés del Acuerdo General sobre las Tasas Aduaneras y Comercio, precursor de lo que en 1994 se convertiría en la Organización Mundial del Comercio, OMC.
* Manoel Santos <[email protected]> es biólogo y escritor. Director del portal alternativo en lengua gallega altermundo.org <http://altermundo.org>