La muerte a los 84 del rey Fahd de Arabia Saudita ha provocado una auténtica conmoción en Estados Unidos y Europa, donde jefes de gobierno, monarcas, altos funcionarios y figuras políticas como George Bush, Zapatero, Aznar, Colin Powell, Javier Solana o el propio rey Juan Carlos, entre otros, han lamentado profundamente la partida de un […]
La muerte a los 84 del rey Fahd de Arabia Saudita ha provocado una auténtica conmoción en Estados Unidos y Europa, donde jefes de gobierno, monarcas, altos funcionarios y figuras políticas como George Bush, Zapatero, Aznar, Colin Powell, Javier Solana o el propio rey Juan Carlos, entre otros, han lamentado profundamente la partida de un «líder carismático», de «probado coraje y clara visión política en una época turbulenta y desafiante», «verdadero artífice del progreso saudí», «firme aliado de la causa de la libertad y la democracia».
No han sido los únicos en lamentar el deceso de quien, en los últimos 24 años, había mantenido la paz en su país prohibiendo las elecciones, los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones profesionales y las mujeres.
Al duelo por la muerte del rey Fahd también se han sumado las compañías inglesas que surtían de agraciadas prostitutas al rey Fahd y a su séquito de 3 mil personas cada vez que visitaban la Costa del Sol o los casinos franceses.
Dolor que comparten los 200 choferes desempleados españoles que conducían los 200 Mercedes Benz en que se desplazaban los 400 familiares que acompañaban al rey Fahd en sus viajes por las costas españolas.
Y no son los únicos que hoy lloran al rey Fahd. Las compañías de armas estadounidenes y europeas en las que el monarca saudí invertía los recursos que, por desgracia, nunca le alcanzaron para alfabetizar al 40 por ciento de su pueblo, también hoy lamentan desolados la partida de su estimado cliente.
Los camareros y camareras que sirvieran al monarca y su multitudinario séquito por afamados y playeros hoteles del «mundo libre», consternados se suman al hondo pesar de sus perdidas propinas y hacen causa común con el día de luto oficial declarado por el gobierno español.
Los torturadores que en Arabia Saudí han flagelado, cortado extremedidades y decapitado públicamente a tantos desgraciados árabes, también hoy manifiestan su pesadumbre ante el temor de perder sus bien gratificados empleos, no obstante las garantías que les ha dado el príncipe Abdalá, sucesor del rey Fahd. Las mismas garantías recibidas por las compañías estadounidenses dueñas del petróleo saudí.
Pero nadie, probablemente, ha sentido tanto la muerte del rey Fahd como esos doce millones de mujeres saudíes que, gracias a «la visión de futuro y coraje» del monarca fallecido, como apuntara perspicaz Javier Solana, han podido, con burkas y pañuelos, protegerse la cabeza de los rigores del cerebro; mujeres que tampoco han tenido la necesidad de pasear a solas por las prohibidas calles, manejar un vehículo o ir a la universidad.
Con la muerte del rey Fahd el «mundo libre» ha perdido a uno de sus más grandes representantes.