La derrota es sangrante. Después de la manifestación más violenta que ha habido en Hong-Kong desde la retrocesión en 1997, la jefa del ejecutivo hongkonés, Carrie Lam, dio un paso atrás y anunció el sábado la suspensión de su proyecto controvertido, encaminado a autorizar las extradiciones a China. Sin embargo, esto no ha bastado para […]
La derrota es sangrante. Después de la manifestación más violenta que ha habido en Hong-Kong desde la retrocesión en 1997, la jefa del ejecutivo hongkonés, Carrie Lam, dio un paso atrás y anunció el sábado la suspensión de su proyecto controvertido, encaminado a autorizar las extradiciones a China. Sin embargo, esto no ha bastado para descebar la crisis, ya que centenares de miles de personas volvieron a salir a la calle el domingo, vestidas de negro, para exigir la retirada definitiva del texto. Y pedir la cabeza de la dirigente.
En medio de la multitud compacta, bloqueada durante horas bajo el sol, las consignas se tornaban cada vez más radicales, la cólera más palpable. «Se burla de nosotros, trata de ganar tiempo. Hizo su numerito el sábado delante de la prensa nada más que para que renunciemos a manifestarnos. Se siente, somos todavía más para que ella entierre definitivamente su texto», dice una abogada con su hijo en brazos.
«Carrie Lam debe excusarse por las violencias policiales», exclamaban como ella numerosos estudiantes, trabajadores, jubilados y otras personas anónimas que acudieron el domingo para proteger su seguridad, que en teoría está garantizada por el principio de un país, dos sistemas, pero amenazada por el proyecto de Carrie Lam. Muchos temen que si se promulga el texto se convertirán en víctimas de una justicia china controlada por el Partido Comunista.
Brutalidad
La antigua colonia británica no se había visto sacudida nunca por manifestaciones tan masivas, salvo quizá la que hubo tras la masacre de Tiananmen en 1989. El 9 de junio, casi uno de cada siete hongkoneses bajó a la calle. Este domingo han sido todavía más numerosos: dos millones según los organizadores (en una población de 7,5 millones de habitantes), 338.000 según la policía.
¿Por qué cedió Lam? La violencia policial fue sin duda la gota que colmó el vaso, el golpe que paró la máquina. Los diputados de la mayoría, favorables a Pekín, parecían dispuestos a ser buenos soldados y apoyar el texto de Lam, introduciendo sin duda algunas enmiendas para hacer ver que querían contentar a los detractores. Sin embargo, el miércoles no pudieron reunirse, ya que el Parlamento estaba rodeado de manifestantes que la policía dispersó finalmente con una brutalidad inaudita. Más de 80 heridos, detenciones y una tensión demasiado fuerte para poder reanudar serenamente los debates.
Carrie Lam vio cómo estaba siendo abandonada por su propio bando, e incluso Pekín se distanció por boca del embajador de China en el Reino Unidos, Liu Xiaoming, quien afirmó en la BBC que el régimen comunista no había dado ninguna instrucción al gobierno de Hong-Kong. Todo ello en un contexto de inquietud en los mercados, de transferencias de fortunas al extranjero y de avalancha de crítica de la comunidad internacional. La decisión del magnate inmobiliario Goldin de renunciar a un macroproyecto en el terreno del antiguo aeropuerto de Kai Tak a causa del texto legal vino a ilustrar todavía más los temores de que dicho texto pudiera acabar con la estabilidad económica de Hong-Kong y su seguridad jurídica. Carrie Lam no tuvo por tanto más remedio que reconocer su fracaso. Para evitar nuevas violencias, el gobierno decidió entonces suspender el trámite legislativo y «retirar la segunda lectura del texto» que «ha polarizado a la sociedad», explicó en conferencia de prensa.
Mensajes
Mientras ella emitía su mensaje de apaciguamiento, los manifestantes, vestidos de blanco y concentrados sobre una pasarela del barrio de Admiralty, escuchaban en un silencio religioso la retransmisión de su discurso. Entre la multitud, un puñado de católicos cantaban aleluyas en dirección a la sede del gobierno bajo la mirada de los policías que les cerraban el paso hacia el Parlamento. Entre la gente, ningún estallido de alegría. «No es una victoria. Seguimos esperando una salida de la crisis, y esto pasará por la retirada de este texto», comentaba lacónicamente un joven que no quiso dar su nombre. «Soy cristiano, hongkonés y artista, y por tanto estoy por triplicado a merced de ese texto», dijo. «Carrie Lam trata apenas de reducir la presión porque hay elecciones legislativas el año que viene», remachaba otra manifestante.
«El proyecto es político. Carrie Lam busca pretextos. Hoy ha dicho de nuevo que el texto está justificado por el asesinato de esta chica en Taiwán [cuyo principal sospechoso se encuentra actualmente en Hong-Kong, justificando el proyecto de ley, ndlr]. ¿Acaso ella no sabe que Taiwán no reclamará al sospechoso?», se desespera Jenny, mientras escribe palabras en una hoja de papel. Vergüenza de gobierno, pone. Enganchará la hoja al lado de cientos de mensajes anónimos ya colgados de la pasarela y que dicen: «Dejad de disparar contra mi hijo», «Hong-Kong no es China».
Este sábado, en la pasarela, y más aún el domingo en la marea de opositores, el camino del perdón parecía imposible. En 2003, la calle venció sobre un proyecto del gobierno: la ley de seguridad nacional fue enterrada y el jefe del ejecutivo de entonces, obligado a dimitir. Por mucho que Carrie Lam haya presentado sus disculpas, sus días en el poder parecen estar contados.
Traducción: viento sur