Conforme se aproxima la celebración del XVII Congreso del PCCh, el presidente chino Hu Jintao multiplica sus gestos. A la presencia personal, incluyendo baños de masas, en algunas de las zonas damnificadas por las lluvias y graves inundaciones de este verano, se suman las invocaciones a la «protección del pueblo» (más de seiscientos muertos y […]
Conforme se aproxima la celebración del XVII Congreso del PCCh, el presidente chino Hu Jintao multiplica sus gestos. A la presencia personal, incluyendo baños de masas, en algunas de las zonas damnificadas por las lluvias y graves inundaciones de este verano, se suman las invocaciones a la «protección del pueblo» (más de seiscientos muertos y siete mil millones de dólares en daños en lo que va de temporada) como primera prioridad de la gestión pública, una de las consignas más sobresalientes del discurso pronunciado en la escuela central del Partido el pasado 25 de Junio.
En paralelo, su aparición, junto a buena parte de la cúpula del PCCh, en la exposición sobre los logros del Ejército Popular de Liberación (EPL), y su participación activa en las conmemoraciones del 80 aniversario del EPL, completa un nuevo guiño de enorme valor a un pilar clave de la estabilidad del país, que debe dar el visto bueno a sus propuestas de cambio, tanto en lo personal como en lo discursivo.
Para satisfacer a los veteranos, civiles y militares, otro referente a tener en cuenta en el peculiar juego político chino, ha convocado un seminario del Buró Político en el que ha recordado la importancia de «continuar con las tradiciones revolucionarias y avanzar de manera valiente por el camino del socialismo con peculiaridades chinas».
Por otra parte, los llamamientos a la austeridad de los funcionarios del PCCh, a su sentido del deber, fueron de nuevo estimulados con las advertencias contra todo tipo de corrupción. La exigencia de una vida ejemplar es más indispensable que nunca para evitar la ira de unos ciudadanos que en su inmensa mayoría deben hacer frente a las muchas dificultades de la vida cotidiana y a quienes ya exasperan las evidencias de tanta desigualdad. Hay toda una cruzada en marcha. En un editorial del 22 de julio, el Diario de la Juventud de Beijing exhortaba a los medios y a la opinión pública a desvelar los secretos personales de los cuadros, prestando incluso especial atención a su vida amorosa, poniendo fin a los intocables. Las amantes de los jefes del partido (a uno de la provincia de Jiangsu le han contabilizado nada menos que 146) son hoy una de las mayores fuentes de corrupción, aseguran. Y, a sensu contrario, también de denuncia, habría que añadir.
El cúmulo de actuaciones de Hu envía una doble señal. En primer lugar, su posición en el liderazgo y la claridad de su discurso no ofrece duda. En segundo lugar, y complementariamente, nadie parece estar en posición de condicionar el sentido de su gestión. La última persona que podría hacerlo, su predecesor en la presidencia china Jiang Zemin, parece en franca decadencia. Hu ha sabido ensalzarlo en la justa medida, al tiempo que les ha cortado el paso a sus más estrechos colaboradores. Un hijo de Jiang está en EEUU y, al parecer, no tiene intención de volver, ante el temor de ser víctima de la intensa campaña anticorrupción de las autoridades centrales. Es probable, por otra parte, que en los estatutos del Partido que apruebe el congreso se ponga fin a todo intento de incluir aportaciones teóricas en el corpus político-ideológico del PCCh, más allá de las consabidas alusiones al «marxismo-leninismo pensamiento Mao Zedong y la política de reforma y apertura», cuya continuidad será de nuevo revalidada. Y punto. Las «tres representaciones» de Jiang se quedarían fuera del texto.
Hu, con su rostro impenetrable, su justa sonrisa, con ese cierto aire un tanto gorbachoviano (contra el que debe luchar), confirma así sus dotes de gran jugador. La partida es suya. Y a Jiang, puesto en su sitio, pronto podrían llegarle mayores disgustos.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (Casa Asia-IGADI)