Las reformas liberales de los últimos quince años en la India, crearon muchos problemas sociales. La derecha, además, había abandonado una política exterior independiente y no-alineada (que tenía origen en la época de Nehru) por una aproximación subordinada a Estados Unidos. Por fortuna, en mayo de 2004, los resultados electorales hacían posible un cambio de […]
Las reformas liberales de los últimos quince años en la India, crearon muchos problemas sociales. La derecha, además, había abandonado una política exterior independiente y no-alineada (que tenía origen en la época de Nehru) por una aproximación subordinada a Estados Unidos. Por fortuna, en mayo de 2004, los resultados electorales hacían posible un cambio de gobierno que abrió expectativas de cambio en el país. De nuevo el Partido del Congreso, dirigido por Sonia Gandhi, la viuda del asesinado Rajiv, consiguió ser la primera fuerza en el Parlamento, desalojando a la derecha del Bharatiya Janata Party (BJP) tras seis años de gobierno. El BJP, es un partido hinduista, extremadamente conservador y partidario del predominio religioso hindú, con los riesgos de enfrentamientos que ello comporta en un país que cuenta con ciento cincuenta millones de musulmanes. Junto al Partido del Congreso, el Frente de Izquierda, dirigido por los comunistas, consiguió un excelente resultado electoral, el mejor desde las elecciones de 1948, un año después de la independencia: casi el ocho por ciento de los votos y 59 escaños, de los que 53 están ocupados por diputados comunistas. Esos resultados hicieron posible la formación de un gobierno denominado Alianza Progresista Unida (UPA, sigla en inglés).
La elaboración de un programa mínimo común entre el Partido del Congreso y el Frente de Izquierda tenía un componente esencial: el abandono de la política neoliberal impulsada por los gobiernos del BJP, y el impulso de una nueva política exterior, recuperando la tradición del no-alineamiento y de las buenas relaciones con Moscú. El programa insistía en la condición laica del Estado, frente al ascenso del rigorismo religioso; en el desarrollo económico y la creación de empleo, y en la mejora de la vida de obreros y campesinos, además del impulsu a los derechos de las mujeres, y del estímulo para el acceso a la escuela y la no discriminación social de las «castas inferiores» y los llamados tribales, además de comprometerse en la lucha contra la corrupción, un cáncer que no ha parado de crecer. No era poco.
Un año después de las elecciones, el Partido Comunista constata que el ala moderada del Congreso, dirigida por el primer ministro Manmohan Singh, ha llegado a un acuerdo de cooperación militar con Washington y ha tomado distancia de gobiernos con los que había coincidido en el seno del movimiento de países no-alineados, además de impulsar medidas económicas que contradicen el pacto de gobierno. Así, las críticas del Frente de Izquierda no se hicieron esperar, impulsando al mismo tiempo protestas populares. Una muestra fue la convocatoria de una huelga general en septiembre del año pasado, que paralizó la India, en protesta por las privatizaciones impulsadas por el ejecutivo. El gobierno de Singh ha aumentado las inversiones sociales, el gasto educativo (aunque de forma insuficiente), anuló una ley antiterrorista del BJP, y ha tomado algunas medidas para consolidar el laicismo, pero el conjunto de su acción es insatisfactorio para la izquierda. Además, en política exterior, la apertura de negociaciones con Pakistán, la adopción de algunas iniciativas para fortalecer las relaciones con China y Rusia, junto a la cooperación estratégica con Estados Unidos (aceptando el punto de vista norteamericano en la cuestión iraní), y la colaboración con Israel (hecha sin tener en cuenta la dura represión del gobierno de Tel-Aviv hacia el pueblo palestino), conforman una confusa diplomacia. Por otra parte, la decisión del gobierno indio de apoyar el proyecto de gasoducto Turkmenistán-Afganistán-Pakistán, frente al otro plan diseñado que transcurre por Irán-Pakistán-India, ha suscitado también el rechazo de la izquierda, el pasado mes de mayo, y la exigencia de explicaciones al gobierno indio: Washington apoya el primer trazado y se opone resueltamente al que se inicia en Irán. Hay que recordar que las implicaciones estratégicas son muchas: Turkmenistán es, precisamente, la única antigua república soviética de Asia central que no pertenece a la Organización de Cooperación de Shanghai, donde están presentes China y Rusia, y cuyo objetivo central es cerrar el paso a la penetración norteamericana en la zona.
A consecuencia de esa situación, el Partido Comunista amenazó con retirar el apoyo del Frente de Izquierda al gobierno del programa mínimo común, si no se iniciaba una rectificación de la política exterior de subordinación a Estados Unidos y se abordaba con decisión la necesidad de una reforma agraria, el acceso de buena parte de la población a cereales baratos, medidas que no están en las previsiones del gobierno, mientras algunos sectores gubernamentales pretenden privatizar fondos de pensiones y facilitar la penetración de capital extranjero en la banca privada, así como en otros sectores estratégicos, al tiempo que impulsan medidas a favor de los grandes financieros del país. Esa firme política de la izquierda, fortalece sus posiciones: las recientes elecciones en Bengala Occidental (el Estado con capital en Calcuta, uno de los más poblados de la India, con cien millones de habitantes) han dado la victoria al Frente de Izquierda, dirigido por el Partido Comunista, por mayoría absoluta, con doscientos treinta y cinco escaños de un total de doscientos noventa y cuatro del Parlamento. Igual ha ocurrido en Kerala, un Estado del sur con más de treinta millones de habitantes: la coalición dirigida por los comunistas ha conseguido noventa y ocho escaños, sobre un total de ciento cuarenta con que cuenta el parlamento regional. Los dos Estados se han convertido en un punto de referencia para la población india, que constata que es posible realizar una política alternativa al liberalismo, defendiendo los derechos de los trabajadores y campesinos, aunque las dificultades de relación de los gobiernos estatales con el gobierno central limiten su eficacia. En los dos Estados, la derecha del BJP ha quedado desarbolada.
Los problemas continúan siendo enormes, y la India no es China. India es un país de mil millones de habitantes, que ha de hacer frente a duras situaciones de emergencia: baste citar, que, pese al desarrollo económico de los últimos años, buena parte de la población subsiste con salarios miserables; que ochocientos millones viven de la agricultura (muchas veces, de subsistencia); que la mitad de los indios son analfabetos, y que, según organizaciones humanitarias indias, en el país existen sesenta millones de niños que trabajan, de los que doce millones lo hacen como esclavos o padeciendo trabajos forzados. La India está llamada a ser una de las grandes potencias del siglo XXI, pero los problemas son titánicos y el gobierno de Singh está cabalgando un tigre.