Los recientes resultados electorales en India muestran un sentimiento popular contrario a las ‘reformas’ neoliberales, más allá de las fronteras partidarias y estatales
En 1991, India, uno de los bastiones del dirigismo en el tercer mundo desde los días de Jawaharlal Nehru, se lanzó por un camino de política económica neoliberal, un cambio que fue catalogado por un alto economista del Banco Mundial en aquel entonces entre los «tres eventos más importantes del Siglo XX», junto con el colapso de la Unión Soviética y la apertura de China a «reformas del mercado». La provocación inmediata que llevó al cambio en India fue una crisis de la balanza de pagos causada por una combinación de la guerra de Kuwait y la fuga de depósitos de indios no-residentes de los bancos indios. Pero esto fue un problema menor que podría haber sido manejado sin cambios de orientación: la verdadera razón para el cambio fue que las contradicciones de la estrategia dirigista, manifestadas sobre todo en una crisis fiscal del Estado, habían llevado a una calle sin salida, en la que la burguesía, especialmente sus sectores más nuevos, quería adoptar un régimen neoliberal, por el que, de todos modos, el imperialismo había estado presionando. Aunque el gobierno del partido del Congreso inició las reformas neoliberales, éstas fueron implementadas enérgicamente por el gobierno dirigido por el partido de la derecha hindú, el BJP, que llegó al poder en 1998.
Esto podría parecer enigmático a primera vista. El BJP es el brazo político de una organización fascista llamada RSS [Organización Nacional de Autoayuda], que fue formada en los años 20 preconizando un virulento odio comunitario contra la minoría musulmana. No tuvo ningún papel positivo en la lucha por la libertad ya que era fundamentalmente más anti-musulmana que anti-colonial. Participó activamente en los disturbios intestinos que siguieron a la independencia y a la partición del país, y uno de sus partidarios asesinó a Mahatma Gandhi. Aunque no hubo evidencia que vinculara a la organización con este acto, fue prohibida por un tiempo hasta que prometió que renunciaría a la política. Cumplió formalmente con este compromiso al establecer el BJP como organización política de fachada, el que adoptó una infinidad de consignas oportunistas, a pesar de que el objetivo permanente de la RSS había sido el establecimiento de un Estado hindú. Sin embargo, como otros organismos fascistas, la RSS también tenía una Derecha Radical opuesta a la hegemonía de las compañías multinacionales y de las finanzas globales, que abogaba por el ‘swadeshi’ o ‘capitalismo indígena’, lo que hace que su ávida adhesión al neoliberalismo sea más bien curiosa.
Pero la RSS/BJP no es una organización religiosa fundamentalista del tipo que se encuentra en varios países del Medio Oriente. Se ubica más bien en el molde fascista. Mientras apela a los sentimientos religiosos, (su reciente llegada al poder fue impulsada por la destrucción de una mezquita del Siglo XVI en Ayodhya con la justificación de que había que construir un templo en ese lugar preciso porque Lord Rama, la deidad hindú, había nacido allí), está al día en la tecnología y tiene numerosos partidarios entre profesionales adinerados de origen indio en EE.UU. y en otros sitios, que combinan la política conservadora de su país de adopción con un vínculo indirecto, transmitido por la RSS, con sus ‘raíces culturales’. EL BJP, con su antigua afinidad con Israel, y por lo tanto con EE.UU. (especialmente después del 11 de septiembre), se subió rápidamente al carro neoliberal y así logró bastante apoyo entre los nuevos ricos del interior, jóvenes profesionales de movilidad profesional ascendente (los ‘yuppies’) y sectores de la burguesía (además de su base pequeño burguesa tradicional). La Derecha Radical dentro de sus filas, dadas las circunstancias, fue fácilmente silenciada.
Con todo su atractivo étnico y su propaganda, el BJP nunca logró obtener más de un cuarto de los votos totales en el país, algo menos que el [Partido del] Congreso, y eso también como resultado de un grado de desilusión de la gente con los primeros cinco años de reformas neoliberales. Gobernó, sin embargo, con el apoyo de una serie de partidos regionales y más pequeños, algunos motivos por un anti-congresismo local, otros tentados por la oferta de ayuda financiera a los gobiernos estatales dirigidos por ellos en una situación en la que los estados han sido asfixiados económicamente por el Centro, algunos tentados por el poder y otros que simplemente se subieron al carro. El BJP fue, sin embargo, el líder indiscutido del gobierno de coalición (de 22 partidos) llamado Alianza Nacional Democrática desde 1998. Su mandato funcionó y lo hizo con un efecto devastador.
En la política exterior, India se acercó mucho más a EE.UU., y el gobierno incluso jugó con la idea de enviar tropas a Irak a pedido de EE.UU., hasta que la masiva oposición popular lo hizo desistir. Aunque no abandonó formalmente el tradicional apoyo de India a la causa palestina, se acercó a Israel, e incluso se habló ocasionalmente de un eje India-EE.UU.-Israel. En nombre de la lucha contra el terrorismo, promulgó una draconiana ley: la Ley de Prevención del Terrorismo (POTA por sus siglas en inglés) en la que se prevén el arresto sin fianza y el juicio por tribunales especiales. Los cuadros de la RSS se dirigían contra las minorías, los musulmanes por supuesto, pero también contra los cristianos. Misioneros cristianos fueron atacados en muchos sitios y se exigió una ley que prohibiera las conversiones. Se pretendía que instituciones culturales y educacionales dirigidas por el gobierno fueran entregadas a personas con poca experiencia, pero con conocida lealtad a la RSS. Toda una serie de libros de texto, que reinterpretaban la historia india a gusto de la RSS, debía ser introducida en el ámbito escolar. Y querían introducir cursos oscurantistas sobre astrología y prácticas sacerdotales brahmánicas en las universidades. Ya que los ‘comunistas’ eran vilipendiados y toda opinión progresista opuesta a la RSS era calificada de ‘comunista’, todas las actividades académicas eran en efecto tratadas con sospecha. Atacaron al pintor más conocido y al activista teatral más conocido del país, por ser musulmanes. Sobre todo, hubo un masivo pogromo contra los musulmanes en Gujarat a partir de febrero de 2002, organizado con la connivencia del gobierno del estado que era, y sigue siendo, dirigido por un partidario de la RSS de la línea dura. El pogromo, con apoyo del estado, tuvo lugar aparentemente por el asesinato de algunos activistas hindúes, aunque la naturaleza exacta de estos asesinatos sigue envuelta en el misterio. En resumen hubo un verdadero asalto contra la amalgama cultural del país, los fundamentos laicos de su política, y todo el legado de la lucha anti-colonial.
Este legado se vio también socavado en el campo económico mediante el decidido apoyo al neoliberalismo. La década neoliberal de los años noventa vivió una masiva deflación. Ya que descendió la relación impuestos-PIB, como resultado de los recortes de aranceles e ‘incentivos’ para la inversión, ya que aumentaron el interés de la deuda pública, y ya que el aumento del déficit fiscal es tabú (a pesar de la coexistencia durante gran parte del período de reservas alimenticias superfluas, de capacidad industrial no-utilizada y de florecientes reservas de divisas extranjeras), los gobiernos, ambos del Centro, y, por la presión de este último en el ámbito estatal, recortaron drásticamente los gastos, especialmente los gastos en el sector social, en inversiones, en el desarrollo rural y los pagos de transferencia a los no-ricos. Esto ha provocado una crisis de la infraestructura (que no ha podido ser resuelta con la acogida con bombos y platillos a las compañías multinacionales). También llevó a recortes en las instalaciones educacionales y sanitarias (utilizadas sobre todo por los pobres) y a una compresión de la demanda total por la reducción del poder de compra, en especial en India rural.
La tasa de aumento de la producción de granos alimenticios cayó por debajo de la tasa de crecimiento de la población en los años noventa por primera vez desde la independencia. A pesar de ello, la baja del poder de compra ha sido tan drástica, especialmente en India rural que en junio de 2002 había 65 millones de toneladas de reservas a granos alimenticios en poder del gobierno, aunque el consumo per capita del país había caído en esa fecha al nivel de antes de la II Guerra Mundial. Para librarse de las reservas, el gobierno dirigido por el BJP vendió granos alimenticios en el mercado mundial a precios por debajo de lo que pagan los más pobres del país, aunque había una creciente hambruna masiva en el interior (reflejada en la acumulación anormal de reservas).
La reducción de la inversión en la infraestructura, combinada con el recorte de los subsidios al campesinado; el fin virtual del régimen de créditos a bajo costo destinados a la agricultura, y la importación del derrumbe de los precios mundiales para muchos cultivos bajo la nueva administración de la OMC, causaron una masiva crisis agraria por la que miles de campesinos en varios estados, incluso en algunos prósperos, cometieron suicidio. También numerosas industrias en pequeña escala se vieron obligadas a cerrar ante el nuevo contexto de créditos a alto costo y liberalización de las importaciones. Aunque hubo una considerable expansión de los servicios relacionados con la tecnología de la información y el Outsourcing de procesos empresariales a India (que ahora el candidato presidencial Kerry quiere restringir), las oportunidades de empleo se redujeron en las áreas urbanas y en las rurales. Los trabajadores organizados se vieron frente a la reducción de gastos, a la «jubilación voluntaria», y a un poder de negociación infinitamente reducido, con la promulgación por la Corte Suprema de un veredicto contra su derecho de huelga. La necesidad de ‘introducir flexibilidad en el mercado laboral’ (un eufemismo para un ataque generalizado contra los trabajadores) comenzó a ser manifestada abiertamente.
Todo esto también lo han vivido otros países, y no podrá parecer gran cosa a una persona de fuera, pero para India, con su prolongada historia de dirigismo y su fuerte tradición democrática heredada de una larga lucha anti-colonialista, representó un cambio inimaginable, especialmente porque el gobierno dirigido por el BJP comenzó a vender al sector privado empresas del sector público que registraban ganancias a precios de liquidación ( y algunas fueron revendidas en semanas por un múltiple del precio al que fueron compradas). Incluso trataron de privatizar el sector petrolero, cuyo control había sido adquirido después de la descolonización, gracias una prolongada lucha contra las grandes petroleras y las agencias imperialistas que actuaban por su cuenta, y eso sólo gracias a la ayuda de la Unión Soviética. Un puñado inicial de las acciones de la Oil and Natural Gas Commission, una empresa pública altamente rentable, fue comprado por los representantes de Warren Buffet, el financista californiano.
Mientras tanto, a pesar de todo, el mercado de valores vivía un verdadero boom; las reservas de divisas extranjeras se multiplicaban, llegando a asombrosos 110.000 millones de dólares a principios de mayo, mientras que el Banco de la Reserva trataba de mantener bajo control la revalorización de la moneda en una situación en la que India se estaba convirtiendo en un «aparcamiento para dólares»; y las ciudades se repletaban de coches importados, o montados localmente, mientras las capas sociales acaudaladas, que en India ascienden a algunos millones de personas, prosperaban bajo la nueva administración, una prosperidad que ha sido exagerada por los medios, tanto internacional como localmente.
El gobierno dirigido por el BJP, engañado por este despliegue que fue apoyado por varios sondeos de opinión, decidió convocar a elecciones anticipadas, e hizo campaña con la consigna de ‘India brilla’ y aprovechando que sentía un factor de «bienestar». Fue enfrentado por una alianza laica dirigida por el Partido del Congreso en varios estados, y por la izquierda en sus propias plazas fuertes. La alianza entre estas dos fuerzas se limitó a unos pocos estados, aunque era bien sabido de antemano que la izquierda apoyaría a un gobierno laico en el Centro. El resultado de la elección fue una resonante derrota de la alianza dirigida por el BJP, algo que no se había visto en las mismas dimensiones desde 1977, cuando Indira Gandhi sufrió una humillante derrota en la elección que había programado para legitimar su régimen autoritario impuesto durante la ‘Emergencia’. El pueblo indio estuvo una vez más a la altura de las circunstancias. Estos resultados electorales muestran sobre todo las fuertes raíces que la democracia electoral ha echado en India. , Es por cierto algo sobrecogedor que la gente en lo que es virtualmente todo un continente, haya actuado al unísono, sin ningún contacto previo, a pesar de estar aparentemente fragmentada por el lenguaje, la religión, la casta y otras líneas, y rechazando obstinadamente lo que los eruditos le habían estado contando sobre ‘India brilla’.
Su veredicto, sin embargo, no se dirige sólo contra el BJP. Va en contra del curso de la política neoliberal. Vale la pena notar que incluso en estados gobernados por el Congreso, como Karnataka y Punjab, donde rige el mandato del Banco Mundial o del Banco de Desarrollo Asiático (ADB) y los campesinos fueron llevados al suicidio, la gente votó contra el Congreso, como lo habían hecho unos meses antes en Madhya Pradesh, expulsando al gobierno del Congreso. Por cierto, desde el momento mismo de la introducción de ‘reformas’ neoliberales en 1991, la tendencia ha sido que los gobiernos orientados hacia la ‘reforma’ han sido eliminados del poder en elecciones, pero siempre habían logrado camuflar este hecho utilizando ésta o aquella explicación específica de la impopularidad del respectivo gobierno. El reciente resultado electoral, sin embargo, revela clara y precisamente este hecho. No sorprende que el Congreso, al sentir la opinión popular, haya salido con un manifiesto electoral que discrepa de la agenda neoliberal que fue esencialmente introducida a la economía india por ese mismo partido.
Por cierto, las dos características más impresionantes de estas elecciones han sido el giro en la posición oficial del Partido del Congreso, y la fuerte emergencia de la izquierda. El manifiesto del Congreso habla del renacimiento de la inversión pública, de énfasis en el sector agrícola, de fortalecimiento del sistema público de distribución de granos alimenticios y de otros bienes esenciales, de no privatizar empresas públicas que rindan beneficios, y sobre todo de un sistema de garantía de empleo que aseguraría un mínimo de 100 días de empleo por año a por lo menos un miembro de cada hogar. Éstas, entre otras, fueron las exigencias de la izquierda durante el apogeo del neoliberalismo. Que ahora el Congreso las haya adoptado es sintomático del sentimiento popular, igual como el considerable crecimiento de la izquierda, aunque hay que reconocer que esto ocurrió sólo en sus áreas de influencia.
La izquierda, que consiste de una alianza de cuatro partidos, obtuvo 62 escaños en una Cámara de 543, su mejor resultado histórico. Virtualmente barrió en las votaciones en los tres estados en los que es una fuerza importante: Bengala Occidental, Kerala y Tripura. Ya que no se podía formar un gobierno sin su apoyo, existía la opinión de que debía unirse al gobierno para fortalecerlo. Aunque este punto de vista fue rechazado oportunamente por el Comité Central del Partido Comunista de India (Marxista), el mayor de los cuatro partidos, y la izquierda decidió apoyar al gobierno desde fuera, lo que fue significativo fue que numerosísimos artistas, intelectuales y activistas sociales, en representación de todo un espectro de puntos de vista políticos, desde el gandhismo al izquierdismo anárquico, de la social democracia al progresismo al estilo de las ONG, rogaron a la izquierda que participara en el gobierno. Muchos de ellos han sido tradicionalmente hostiles a la izquierda organizada. El que sin embargo hayan querido que la izquierda formara parte del gobierno para defender los intereses de la gente, muestra un importante realineamiento de las fuerzas socio-políticas, la aparición de un nuevo tipo de relación. La activa participación de la izquierda en el Foro Social Mundial en Mumbai en enero de 2004 ya había sido un indicio.
El nuevo gobierno ha sido formado sobre la base de un Programa Común Mínimo (PCM) que, aunque no incluye todo lo que la izquierda hubiera deseado, ha sido ampliamente endosado por la izquierda y ha sido bien recibido en general. El Programa representa un cambio de dirección que se aleja del neoliberalismo, reafirmando la centralidad de la intervención del Estado para mejorar las condiciones de vida de la gente. No importa con qué provisiones específicas comience, si existe una adhesión honesta a esta percepción, inevitablemente establecería una dialéctica alternativa alejada de la trayectoria neoliberal.
No puede sorprender, por lo tanto, que las los medios financieros globales no hayan apreciado el PCM. Por cierto, India representa en ese momento el espectáculo clásico de una lucha entre la voluntad del pueblo que exige un cambio que se aleje del neoliberalismo, y la voluntad del capital financiero internacional y sus aliados locales, que exigen la continuación de las ‘reformas’ neoliberales. La masa de los medios de lengua inglesa, tanto impresos como electrónicos, se suma a ellos. El capital financiero disparó el primer tiro en su lucha contra la voluntad popular durante el propio proceso electoral (que en India dura varios días), con la intención de influenciar el veredicto popular. Cuando los sondeos de boca de urna después del inicio de la votación sugirieron dificultades para la vuelta al poder del gobierno dirigido por el BJP, los mercados de valores se derrumbaron, y el BJP pidió votos en nombre de la estabilidad financiera. Cuando aparecieron los resultados y la izquierda, sin la cual no se podía formar un gobierno, se expresó en contra de la desinversión en el sector básico y en las empresas públicas que obtienen ganancias, hubo de nuevo un crash en el mercado de valores, que los medios exageraron adecuadamente como un presagio de desastre.
Esto era absurdo, ya que los precios de las acciones tienen muy poco impacto en las decisiones de inversión privadas de las corporaciones en India, para no hablar del ritmo general de inversiones; ya que las así llamadas ‘pérdidas’ por la caída del valor de las acciones son sobre todo ‘pérdidas de papel’ sin impacto en la riqueza real del país; y ya que en todo caso sólo cerca de un 0,1 por ciento de la población del país participa en el mercado de valores. Pero la ofensiva de los medios fue implacable: un millón de millones de rupias de riqueza, afirmaron, habían sido «borrados» debido a la ‘intransigencia ideológica’ de la izquierda. Envalentonados por este revuelo, algunos financistas incluso realizaron una manifestación contra la interrupción de las desinversiones en las empresas del sector público que realizan beneficios (¡como si fuera su derecho natural el apoderarse de la propiedad del pueblo!)
Hubo una cierta resurrección del mercado de valores cuando Sonia Gandhi, la líder del Congreso, que estaba en buena sintonía con las masas y que había conducido virtualmente sola al Partido al poder, y que, por su ‘inexperiencia’ era considerada como ‘pro-pobres’, dejó su sitio de primer ministro a Manmohan Singh, el arquitecto original de las ‘reformas’. Pero cuando el PCM fue revelado al público, hubo un nuevo crash. El nuevo ministro de finanzas, Chidambaram, también con antecedentes de ser favorable a las ‘reformas’, ha estado tratando de tranquilizar al capital financiero de diversas maneras, pero con resultados ambiguos hasta ahora. La fuga de capitales no ha sido un problema todavía, pero no pasa un día sin que los medios circulen historias de horror sobre las implicaciones del PCM.
Lo que hay que preguntarse es: ¿cuál será la salida de este enfrentamiento? ¿Dónde va India? La dependencia gubernamental del apoyo de la izquierda asegurará que no podrá haber un cambio radical frente a los compromisos incorporados en el PCM en cuanto a política económica. Aunque la izquierda ha prometido su apoyo al gobierno para todo un período de cinco años, es poco probable que el gobierno aproveche este compromiso para impulsar una agenda neoliberal. Lo menos que puede ocurrir al respecto a breve plazo es por lo tanto una ‘congelación’ de las ‘reformas’ con algunas medidas para aliviar los sufrimientos de la gente, como las que han sido anunciadas por el nuevo gobierno de Andhra Pradesh, donde el previo régimen, tan amado por el imperialismo, fue expulsado en la elección. Y por cierto hay mucho que se puede realizar para eliminar la siniestra influencia del fascismo-étnico en la esfera de la educación, para eliminar la POTA de la legislación, para promulgar leyes estrictas contra el fomento de la violencia étnica, para corregir la parcialidad en la política exterior del gobierno dirigido por el BJP y, en general, para restaurar los fundamentos laicos del sistema de gobierno.
Con una perspectiva a un plazo un poco más largo, sin embargo, se ve claramente que la adopción de la agenda neoliberal fue en parte el resultado de que el antiguo dirigismo había llevado a la burguesía a una calle sin salida; la capacidad de ésta de elaborar un nuevo rumbo alejado del neoliberalismo es limitada. La actual burguesía no es la burguesía del período de la lucha anticolonial, igual como el actual imperialismo se diferencia enormemente del antiguo colonialismo. La actual burguesía no está en condiciones de orientar una trayectoria de desarrollo antiimperialista, aunque podría beneficiarse de una tal trayectoria y sectores de ella podrían incluso unirse al movimiento para adoptarla. La dirección de una trayectoria alternativa semejante tiene que venir de la izquierda. En otras palabras, el actual desarrollo en India marca el comienzo de un proceso, que sin duda será prolongado y tortuoso con varios giros y vueltas, de polarización de la sociedad en dos campos, un campo pro-imperialista apoyado por el Fondo, el Banco, las finanzas globalizadas y las compañías multinacionales, y un campo antiimperialista dirigido por la izquierda pero que incluya a diversos elementos. La inminente derrota del imperialismo en Irak abriría el ámbito para la consolidación de este último campo, pero la medida en la que esta consolidación pueda ser lograda con éxito depende crucialmente de la capacidad de la izquierda de superar el sectarismo y la estrechez de miras y unir a los segmentos más amplios posibles de las fuerzas sociales antiimperialistas. La gente en toda una serie de países del tercer mundo, e India es la más reciente en sumarse, ha rechazado en los últimos meses la agenda neoliberal, impuesta por el imperialismo. Un nuevo sentimiento antiimperialista es visible en el tercer mundo. La izquierda tiene que reaccionar ante su presencia, y sólo si lo hace podrá avanzar hacia su objetivo final.
Traducido para Znet por Germán Leyens
Link original: http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=66&ItemID=6055%20