Enunciadas así las cosas, no queda duda de que estamos ante un tema polémico, en lo concreto, en el campo de las ciencias sociales. Pero queda también en evidencia que estamos ante una cuestión mayor si intentamos colocar el tema del mal llamado «trabajo infantil» como una expresión más de los encuentros y desencuentros de […]
Enunciadas así las cosas, no queda duda de que estamos ante un tema polémico, en lo concreto, en el campo de las ciencias sociales. Pero queda también en evidencia que estamos ante una cuestión mayor si intentamos colocar el tema del mal llamado «trabajo infantil» como una expresión más de los encuentros y desencuentros de matrices culturales. Mientras el del Norte sienta sus reales en la ya tradicional tendencia a la colonialidad del poder y del pensamiento que históricamente le ha permitido ubicarse en la superioridad, en la posición dominante y en el derecho a señalar lo que es normal y lo que no lo es, lo que es civilizado y lo que sigue en la barbarie; las culturas del Sur se esfuerzan por hacerse reconocer no sólo en el campo de la infancia trabajadora, sino en otros campos vitales, para una radical revisión de la actual división internacional del poder y del saber.
Por un lado desde contextos de países industrializados se tiende a visualizar a la sociedad y al mundo ideal como sociedades sin niños trabajadores. Esto se expresó, entre nosotros, en eslóganes y títulos de campañas como: «Por un siglo XXI sin trabajo infantil», «Más escuelas, menos trabajo infantil», «El lugar natural del niño es la escuela» o los afiches recientemente aparecidos en el barrio más residencial de Lima: «Sociedad con valores, sociedad sin niños, niñas y adolescentes trabajadores. Paremos juntos el trabajo infantil». Por otro lado, en la subregión Andina, uno de los argumentos es descalificar el apelar a las culturas originarias como razón válida para no aceptar un discurso único frente a menores de edad en el trabajo.
Nuestros ejemplos muestran que estamos ante sectores herodianos de nuestras sociedades y Estados latinoamericanos que han asumido las orientaciones y enfoques acuñados en contextos culturales que difieren radicalmente de culturas nativas como la andina, la amazónica, por señalar apenas algunas de las que existen y son plenamente vigentes en nuestros países. Por ello, consideramos que ni el relativismo cultural ni el determinismo darwiniano que hoy se intenta imponer en la ya larga como agresiva campaña internacional contra niños trabajadores, son enfoques que permitan entender la complejidad de la realidad y sus eventuales respuestas.
Infancia y trabajo: los desencuentros de matrices culturales divergentes
Es quizá, en materia de lo que hoy se llama trabajo infantil con el nuevo contenido ideológico (no sólo semántico) del que se ha revestido recientemente en los discursos oficiales, donde se hace evidente la necesidad de dejar de pensar la relación infancia trabajo tal como el pensamiento social la ha plasmado en la modernidad, tanto más urgente cuanto que hoy los discursos formales del oficialismo se revisten de la autoridad que le otorga, ante los gobiernos, una institución de Naciones Unidas como la OIT, heredera de axiomas de los que no logra desentramparse. Cabe entonces preguntarnos si no estamos asistiendo en el marco de la globalización neoliberal a la recolonización del pensamiento por paradigmas y agendas fijadas en función de los intereses del mercado que controlan los poderosos de nuestros pueblos.
Por ello, no cabe atribuir a quienes se inscriben hoy en una corriente de opinión sobre infancia y trabajo que valoriza a los niños trabajadores, como la reedición de aquellas clases que se oponían en los siglos XVIII, XIX e inicios del XX al abolicionismo. Además, desde hace tres décadas son las propias organizaciones de niños trabajadores los que van elevando su voz en defensa de sus derechos, incluyendo el derecho a trabajar, como está consignado en el artículo 22 del Código de los Niños y Adolescentes del Perú2.
La herencia abolicionista en el discurso jurídico y normativo
La OIT, y con ella un sinnúmero de organizaciones internacionales y nacionales de todo tipo, es la heredera más calificada de lo que en la historia de la infancia trabajadora se ha concretado en el llamado abolicionismo, a imagen y semejanza de la abolición de la esclavitud. Y es que el sentido común, expresión del imaginario social y de la sensibilidad socialmente extensa, expresa esta dimensión del sentimiento de infancia ideal. Si bien ello no significa que se haya tenido éxito en la abolición, sí hay que reconocer que a nivel de discurso jurídico y normativo, se camina hacia una universalización discursiva, aunque en abierta disonancia con lo que en la vida real de los países se constata a diario, incluyendo a los llamados países desarrollados servatis servandis. La firma y ratificación del Convenio 138 de 1973 y que hasta hace menos de diez años no contaba sino con una ínfima minoría de adherentes, hoy está prácticamente asumida por la mayoría de gobiernos; ni qué decir del convenio estrella, el C.182.
Hasta aquí, hay que reconocer un éxito de los lobbies, de las presiones, de los ofrecimientos, de la distribución de los recursos económicos y de la orquestación de masivos medios de comunicación con figuras reconocidas del mundo político, artístico, etc. La cuestión no está, hoy como ayer, en el plano jurídico en primer lugar, sino en los presupuestos del diagnóstico, del análisis, de los paradigmas que subyacen en la comprensión del fenómeno social de niños en el amplio y difuso mundo de lo que llamamos hoy trabajo.
Uno de los riesgos del pensamiento determinista en la posición abolicionista es la homogeneización, es decir, una universalización que no da cuenta de las culturas particulares. La clandestinización es otro efecto comprobado en ciudades como Bogotá, Buenos Aires, Lima, etc. y es que, ante ciertas prohibiciones, las horas de trabajo se han desplazado a horarios en los que no hay ni control policial, ni inspección de trabajo, configurándose cuadros de real ocultamiento, lo que hace más vulnerables a las niñas y niños. Otro efecto lo tenemos en formas, aún light en el caso peruano, de limpieza social, como los casos de internación de menores de edad trabajando en calles y plazas. Todo ello fomenta la mano dura contra quienes trabajan, siendo menores de edad, en calles o mercadillos, y mano dura es represión, es penalización de la pobreza, es endurecimiento de las normas y ordenanzas municipales.
Los efectos perversos no son señalados como una descalificación de políticas que sí deben asegurar la protección y el cumplimiento de los derechos que asisten a la infancia toda y a la infancia trabajadora en particular. Es para justamente abrir una reflexión más profunda sobre la complejidad del fenómeno y para evitar que el remedio sea peor que la enfermedad, como reza el dicho popular. En síntesis, de nuestros códigos desapareció formalmente la doctrina de la situación irregular, pero ésta se instaló con doblegada persistencia en el imaginario social y en el comportamiento diario de la sociedad y de las autoridades. Esta es la paradoja de la ceguera que acarrea el empecinamiento neocolonizador de quines imponen a sangre y fuego planes abolicionistas en nuestras culturas. Trabajar después del Convenio 138 y 182, es estar, en nuestro caso, en la ilegalidad, ser infractores de las normas para un alto porcentaje. De allí a la reducción de la edad penal no hay sino un paso y resistirse a ser una población mendicante de políticas sociales asistencialistas y a devenir en dependientes colocará a más de un millón de los menores que hoy trabajan, en conflicto con la ley y pasibles de consecuencias insospechadas, también para la gobernabilidad del país.
El pensamiento confuso del abolicionismo y su éxito formal
– Tener prácticamente todo para lograr el objetivo de la abolición del «trabajo infantil» y reconocer que el fenómeno sigue creciendo en el mundo, al punto que las estadísticas se vuelven no fiables permanentemente.
– Concentrarse en las llamadas «peores formas» y terminar provocando el ocultamiento del fenómeno, haciendo aún más difícil su conocimiento y las formas de combatirlo. Y es que las «peores formas» revelan el apuro por meter cuanto atropello hay contra la infancia y cuanto crimen se comete frente a niños y niñas -como la prostitución, el tráfico de niños, niños soldados, etc- bajo el rótulo de peores formas de «trabajo».
– Contar con una legislación internacional forzada y formalmente incluida en legislaciones nacionales sobre trabajo infantil y carecer de políticas públicas debidamente financiadas para poner en práctica los preceptos jurídicos. Y es que dicha legislación internacional ha devenido en una especie de llave maestra para la solución del problema del trabajo infantil en el imaginario social difuso. Se reproduce el enfoque que en Europa fue predominante en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, vale decir, atribuirle a legislaciones severas por la abolición del trabajo de menores de edad, la sustantiva desaparición del trabajo infantil en países hoy llamados desarrollados. Se tiende a olvidar que el derecho es una construcción social, necesaria, pero insuficiente como instrumento. Luego de la Convención en 1989 y ante el empuje de movimientos sociales de y en favor de la infancia, muchos de ellos con más de una década previa de existencia como los movimientos de NATs, hicieron una hermenéutica no abolicionista del artículo 32 de dicha Convención, que removió a organismos internacionales como OIT, UNICEF y con ellos a Agencias internacionales, que emprendieron en 1995 una iniciativa conducente a un nuevo Convenio sobre trabajo infantil que rompiera con la ambigüedad atribuida al artículo 32. Posiblemente hubo otras motivaciones, pero lo señalado no estuvo ausente.
– Se obtienen imágenes de la «realidad» del trabajo de niños, y éstas mismas pervierten dicha realidad al simplificar su complejidad. Esto es paradójico, pues cuando gracias a los medios informáticos, hoy podemos suprimir distancias y duración del tiempo y entrar en relación virtualmente directa y fresca con los acontecimientos, la selección misma de imágenes y la palabra que las acompaña, falsean una realidad no reducible globalmente a ciertos hechos por más extensos que pudieran ser. Se da entonces una falsa representación. Esto es parte de una estrategia mediática a favor de las tesis de la abolición y en vistas a crear un sentido común y un sentimiento colectivo anti trabajo de niños.
– Tener que movilizar a NATs contra sus pares NATs para imponer una visión absolutamente cuestionable. Nos referimos a la Marcha Global contra el Trabajo Infantil. Y es que el mundo rural como el indígena nos coloca ante el imperativo de una mayor flexibilidad conceptual y práctica, nos convida a un ejercicio de desabsolutización de nuestra cosmovisión occidental dominante.
– Durante largos años, los abolicionistas locales, reprocharon a los que desde otra perspectiva sostenían la valoración crítica del trabajo, incluso el derecho a trabajar y la exigencia ética, política de normar exigentemente dicho derecho, como una banda de utópicos. Bastaría colocar uno tras otro los diversos nombres que se pretendía dar a lo que hoy es el Convenio 182, para ver quiénes fueron «descendiendo» a una cruda realidad y «refugiándose» hasta las calendas griegas en el abolicionismo transformado en utopía. Hoy hablan de una «erradicación realistamente gradual», diríamos más bien, simbólica.
En síntesis y, quizá, para considerar en nuestras decisiones
– Los análisis sobre la realidad de los niños, niñas y adolescentes trabajadores en el mundo, provocan una masiva perplejidad. Sea aquellos que sólo pintan los horrores de la vida de muchos de estos menores de edad- con frecuencia la crónica policial periodística- sea aquellos que aventuran análisis que señalan crudamente las imbricaciones del fenómeno a las estructuras de dominación, de globalización neoliberal, de la exclusión social y de la pobreza. Pero perplejidad no es parálisis, sino exigencia de seriedad, de permanente revisión y eventual rectificación de los caminos emprendidos-con buena voluntad- pero quizá simplificados por la premura de no quedar atrasados en relación a los estándares internacionales que nos presionan institucionalmente.
– Lo primero tiene que ver con la tendencia observada en Estados y en Gobiernos sometidos a la presión de organismos internacionales y locales, por cumplir con las formalidades. Por un lado, se aquietan las presiones y amaina la tempestad; por otro lado se trasladan éstas a las incoherencias en el cumplimiento de dichas formalidades aprobadas para lo cual siempre hay excusas de todo tipo. En algunos de nuestros países esta premura por la adopción oficial de las medidas internacionales, no ha estado ajena a formas poco ejemplares de lobby sobre funcionarios, parlamentarios y personas influyentes de ONGs.
– Observamos una creciente tendencia a desplazar el tema de los niños, niñas y adolescentes trabajadores a escandalosas formas de representar el trabajo. Al punto que incluso se incluye como trabajo, verdaderos crímenes de lesa humanidad como inducir a la explotación sexual comercial infantil, el tráfico de niños, los niños en conflictos armados como tropa activa y actuante. El Convenio 182 se presenta como la consagración internacional de esta tendencia al shock que contribuye a un nuevo sentimiento de infancia marcado por una sobredosis de compensación social. Las Agencias Internacionales de ayuda a la infancia, no escapan de ser solicitadas para implementar dichos programas, llamados «humanitarios»; y es que escándalo y shock van de la mano con «humanitarismo». Neosalvacionismo en marcha.
Cuando el lenguaje revela nuestras confusiones
El proceso de colonización del pensamiento en torno al «trabajo infantil»- hace parte en el tiempo y en la tendencia de una profunda transformación en el lenguaje- expresa la adopción de paradigmas conceptuales acuñados en la matriz neoliberal capitalista del mercado. Y es que el lenguaje empleado por el abolicionismo devela en sus andares y desandares- como es el caso de los textos que preparaban lo que sería el C.182- el evolucionismo y el dualismo que sirvió para plasmar categorías mentales como la de minoridad, la de inferioridad, la de pertenecer al pasado, la de ser primitivo [1]. Por ello la relación infancia-trabajo se debe entender como parte de la relación adulto-niño y ésta como expresión de la historia del poder, como parte de la historia de las ideas y de la historia social y cultural del poder, como parte de la historia del lenguaje del poder, portador, en este caso, de violencia epistémica.
Ha sido materia de controversia, el empleo en inglés- una de las lenguas oficiales de los documentos de organismos internacionales como la OIT- de child labour y de working children. Indefectiblemente estamos ante algo convencional, que hace necesario remitirnos a lo que los tomistas solían llamar explicatio terminorum para entenderse en los debates. Lo que queremos alertar, es que las traducciones al español, sistemáticamente hacen una arbitraria reducción. Cuando el texto en inglés se refiere a «child labour», en castellano se traduce como «trabajo infantil», entendiendo por éste un trabajo que por ser «infantil» debe ser abolido, erradicado sin más. Y aquí, consideramos, se excede lo que el artículo 32 de la Convención cuidadosamente expresa al señalar que el niño tiene derecho a ser protegido contra la explotación económica, etc., no dice contra «el trabajo infantil».
El coprotagonismo: nuevo eje de relaciones sociales entre infancia y mundo adulto
Desde hace casi una década, y en el contexto de una larga y fecunda reflexión en el movimiento nacional de NATs organizados de Perú en torno a la participación de adultos en la propia organización de niños, niñas y adolescentes, se ha ido acuñando la expresión coprotagonismo para señalar que no sólo los niños son protagonistas, sino que todos los seres humanos están llamados a desarrollar su condición de seres autónomos, miembros y por ende participantes en su entorno social por derecho propio. La expresión entonces, recuerda que por más afirmación que los niños hagan de su condición protagónica, ni ellos ni los adultos solos podemos crecer y desarrollarnos en nuestra condición humana. Pero decir que somos coprotagonistas no desconoce las diferencias existentes entre generaciones ni las asimetrías y desigualdades sociales evidentes. Pero ello exige modales y responsabilidad ética. Baste citar lo que la mismísima OIT-IPEC señalan en ocasión de la evaluación al programa de erradicación del trabajo infantil: «En América Latina se da una situación excepcional que consideramos fundamental entender para comprender la estrategia del Programa. Existe en la región un Movimiento de Organización y Promoción de los Niños y Adolescentes Trabajadores (NATs). Estas organizaciones que se sitúan fundamentalmente en Perú, Bolivia, Ecuador y Paraguay tienen un indudable arraigo y «defienden» el trabajo infantil. Dichas organizaciones han tenido, sin duda, una influencia notable en la redacción de los Códigos de Niños en algunos países (Perú y Paraguay por ejemplo). Uno de los esfuerzos del IPEC ha sido, sin entrar en confrontaciones dialécticas, en indicar a los gobiernos los peligros de este tipo de movimientos y crear alianzas estratégicas con diversas ONGs de los países, como contrapunto a estos llamados movimientos de NATs». Huelga comentario alguno después del 11 de Septiembre .
Para reflexiones abiertas
– Deconstruir el poder discursivo sobre infancia trabajadora acuñado desde el abolicionismo y desde la corriente de pensamiento que se caracteriza por una valoración crítica de los niños, niñas y adolescentes en su condición de trabajadores.
– Estadísticas e imágenes del horror: una forma de crear otro sentimiento de infancia. El paternalismo y la conciencia lastimera suelen estar a flor de piel y suelen finalmente condecirse con cierto autoritarismo y conciencia militarizada que subsiste en muchos de nuestros países de la región. Ambas actitudes y comportamientos suelen quedar pasmados cuando la corrección o el poner orden y brindar seguridad a la ciudadanía, se transforman en violencia no sólo simbólica sino brutalmente física contra niños que trabajan en calles y plazas o viven en la calle.
– El derecho a trabajar en condiciones dignas no obstante los nuevos contextos de flexibilización, deslocalización, desterritorialización e inmaterialización en que se da el fenómeno de lo que venimos llamando trabajo. Habida cuenta de contextos en que más del 70 y 80 por ciento de la población económicamente activa está o semiempleada o autoempleada y, además, en la mal llamada economía informal. Y derecho no significa obligación de trabajar. Como distinguen bien los juristas, una cosa es el goce de un derecho y otra, el ejercicio. Reconocer el derecho a trabajar crea el imperativo ético, político, jurídico, de normar el ejercicio; reconocer un derecho no es una puerta abierta a cualquier forma de ejercerlo. Regular un derecho es constitutivo del derecho reconocido. Pero es precisamente en este sentido que consideramos no aceptable la categoría conceptual que aplica a nuestro enfoque Marten van den Berge quien nos coloca como «regulacionistas» del trabajo infantil. Otros nos llamaron «proteccionistas», y ahora eso de regulacionistas desconoce que primero viene la afirmación del derecho a trabajar y por ser un derecho debe ser normado, regulado. Esa es la diferencia con quienes sostienen hoy que hay que regular ya que por ahora no es posible abolir, hay que erradicar las peores formas mientras se mantiene en el horizonte el proyecto abolicionista. Esa no es la perspectiva de los movimientos de niños trabajadores en Perú.
– Trabajo digno o trabajo ¿decente? Debate que en que la mismísima OIT no termina de tener clara una fundamentación teórica consistente al respecto.
– El abolicionismo como posición débil por dogmática. Toda posición radicalmente cerrada, inflexible y dogmática expresa seguridades formales que encubren inconsistencias graves. Ello puede incluso explicar la agresividad, la violencia del lenguaje, cierta falta de humildad institucional, o por lo menos de funcionarios, y el recurso eventual a alianzas basadas en obediencia a consignas aunque en la práctica se mantengan discursos que configuran una doble moral. Incluso cierto aire de autosuficiencia se puede percibir cuando en la primera evaluación del programa IPEC se les nombraba y reconocía con cierta incidencia en la elaboración de la normativa sobre infancia en algunos países e incluso se les reconocía como un peligro del que ya habían advertido a gobiernos y en base a ello se harían alianzas con ONGs para enfrentarlos. En la última evaluación, no sólo ni se les menciona, sino que se les alude así: «Subsisten algunos grupos que rechazan el enfoque de erradicación del trabajo infantil, entre otras razones por no considerar que el trabajo infantil en general haya de ser erradicado, ni reconocen como trabajo infantil, sino como delito penal, algunas de las peores formas tal como son definidas en el C.182. Con todo, la opinión pública va inclinándose progresivamente por el rechazo al trabajo infantil» [2].
* Alejandro Cussiánovich V es miembro del equipo de IFEJANT, especialista en temas de infancia y adolescencia.
Notas:
[1] Ver Aníbal Quijano, «La colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina», en E.Lander, compilador, La Colonialidad del saber. Eurocentrismo y Ciencias Sociales. Perspectivas latinoamericanas, CLACSO-UNESCO, 2003, p.220-222. El autor señala que para cada ámbito de existencia social se creó una institución en el ámbito del mismo patrón de poder; por ej., en trabajo, producción y recursos: la empresa capitalista; en el control del sexo, la familia burguesa; en el control de la autoridad, el Estado-Nación; en el control de la intersubjetividad, el eurocentrismo, cfr.p. 214. Nos preguntamos si el abolicionismo eurocéntrico no será acaso funcional al sistema mundo, al control de la intersubjetividad como necesaria para la legitimacón de la dominación del mundo adulto y del poder político sobre las nuevas generaciones.
[2] Informe de la Evaluación hasta el 2004 aparecida en el 2006, p.19