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Irán: el juego de las naciones

Fuentes: MR Zine

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

Hay una diferencia entre las perspectivas de una generación de jóvenes iraníes laicos que anhelan una vida en la que la religión (en forma de un clero que dirige un Estado teológico) se abstenga de inmiscuirse en sus vidas personales y en sus destinos individuales en tanto que ciudadanos, y las consideraciones en política exterior de la tendencia reformista. Una gran distancia separa las premisas de ambos grupos de los cálculos de los sectores conservadores, cuyos intereses han resultado perjudicados bajo la presidencia de Mahmoud Ahmadineyad, y que ahora llevan la contraria a sus políticas nacionales y exteriores. Siendo sus intereses a nivel nacional tan diferentes, los tres han convergido en contra de Ahmadineyad y a favor de reducir el poder del guía supremo. Al mismo tiempo, sus cálculos convergen en una visión nacional de Irán como un Estado que, en su opinión, debería haber madurado más allá de los principios fundadores de la Revolución islámica. Las causas árabes, en particular, no figuran en sus prioridades, sobre todo si apoyarlas significa entrar en conflicto con el objetivo de poner fin al aislamiento internacional y el bloqueo de Irán. Si no se oponen o no rechazan el apoyo las causas árabes, es porque ven tal apoyo sobre todo de una perspectiva instrumental.

En general, la tendencia a mejorar el concepto y la aplicación de la vida política cívica va de la mano del fortalecimiento del concepto y la identidad del Estado-nación. La promoción de los derechos y deberes de la ciudadanía no es, como algunos podrían pensar, algo que persigan los ricos, aun cuando reconocemos que la base de este movimiento se deriva principalmente de las clases medias. En los antiguos países socialistas, los derechos civiles y los movimientos nacionalistas también significaban una reacción en contra de la función ideológica del Estado que trascendía las fronteras nacionales. Ello ayuda a explicar el retroceso en los países del antiguo campo socialista en contra de las fuerzas de liberación nacional y en favor del sionismo. Sus gobiernos de partido único les han llevado a creer que sus pobres condiciones de vida derivan no del estancamiento del capitalismo de estado, encadenado por su engorrosa burocracia y la falta de dinámica de la oferta y la demanda en los sistemas de producción y distribución de los recursos, sino del apoyo a los pueblos más allá de sus fronteras. Como resultado de ello, en las mentes de la opinión pública soviética, las penurias económicas fueron vistas como un sacrificio obligatorio por el bien de los demás, y esos movimientos de liberación de los demás en el extranjero se asociaron con la nomenclatura oficial y con los regímenes corruptos y antidemocráticos de casa.

Esto es lo que sucederá en Irán. Amplios sectores de la opinión pública se posicionarán en contra de las causas árabes si el gobierno no establece un equilibrio adecuado entre las libertades civiles y el mantenimiento de las funciones internas y externas del Estado. Como he señalado en artículos anteriores, las instituciones de gobierno, las limitaciones en la competencia política y las adhesiones sectarias, plantean formidables obstáculos que se oponen a tal desarrollo en Irán. Mientras tanto, con la institucionalización de la revolución, el principal obstáculo para sus fundamentalistas se encuentra en las aspiraciones del pueblo a los derechos civiles y sus expectativas respecto al Estado y, posteriormente, en la fusión de estas aspiraciones y expectativas en sectores políticos que rivalizan por el poder.

La distancia entre la política exterior de EEUU y de Europa y los objetivos de Irán, por un lado, y la cuestión de la ciudadanía en Irán y en estos países occidentales, por otro, es considerablemente mayor que las deficiencias descritas anteriormente. En la actualidad, el objetivo estadounidense y europeo es detener el programa nuclear iraní y [obtener] la cooperación de Irán en Líbano, Palestina, Iraq y Afganistán. Internamente, Occidente promete levantar las sanciones y el bloqueo como recompensa por los cambios en la política iraní. Cuando lo haga, nos daremos cuenta de que la economía y la sociedad iraní son capaces de integrarse en el mercado mundial probablemente más que sus vecinos. También descubriremos que, en consecuencia, el estilo de vida iraní cambiará, al menos en el sentido que esperan las clases medias, y que Occidente, en ese momento, prestará poca atención a los derechos civiles y políticos iraníes, asuntos que se dejarán en manos de los iraníes.

El deseo declarado de diálogo con Teherán por parte de Occidente para persuadirle de que frene sus ambiciones nucleares, y al mismo tiempo, la conspiración contra Irán, tanto en el interior del país como en el exterior, forma parte integrante del «juego de las naciones». La idea es debilitar a Irán en las negociaciones. Si el régimen iraní se derrumba en el proceso, nadie en Occidente va a derramar una lágrima. Pero los cerebros del stablishment que gobierna saben que Irán va a sobrevivir a la crisis, por lo que han dejado de entrometerse por el momento. No quieren sacar fuera de la mesa de negociaciones a los negociadores iraníes, lo que podría causar más dolores de cabeza para Washington en otros temas complicados en los que Irán ha de jugar un papel. Es importante tener en cuenta que no pocos de los congresistas cuyos corazones se han unido a los jóvenes manifestantes iraníes en los últimos días reclamaban no hace mucho tiempo el envío de bombas y misiles que no habrían distinguido entre los manifestantes y la Basij, o entre reformistas y conservadores.

Algunos de los que están derramando lágrimas por la joven que resultó muerta durante la represión de las manifestaciones en Teherán han apoyado el asesinato de miles de personas en Iraq, Afganistán, Palestina y Líbano. John McCain utilizó, de hecho, como uno de sus lemas de campaña la frase «¡Bom, bom, bom, bombas a Irán!». Durante la campaña para la nominación presidencial, el ex alcalde de Nueva York, Rudi Giuliani esperaba que la acción militar contra Irán pudiera limitarse a las armas convencionales, pero no descartó la idea de una bomba nuclear en caso necesario (CNN, 5 de junio de 2007). ¿Cuántas niñas en vaqueros o con vestidos o con chador -o dispuestas a quitárselo- estaba dispuesto a eliminar?

Pero la noticia más importante en estos momentos es el nombramiento de Dennis Ross como enviado especial a Irán. Durante el período previo a las elecciones presidenciales de EEUU, Ross fue el hombre designado por el lobby israelí para que convenciera a los equipos de campaña de Obama y McCain de que firmasen un compromiso por el que su candidato impediría que Irán alcanzara la capacidad de producir un arma nuclear, si su candidato ganaba las elecciones. Ambos equipos de campaña firmaron el compromiso requerido. Sin embargo, casi un año antes, la Estimación de Inteligencia Nacional elaborada por 16 organismos de inteligencia de EEUU (la publicación que Dick Cheney intentó suprimir) concluyó que no había pruebas de que Irán tuviera planes de producir un arma nuclear.

Ello no impidió que Ross publicase un artículo en el Wall Street Journal titulado «Todo el mundo debe preocuparse por Irán». Este hombre, que solicitó que las sanciones contra Irán fuesen más severas, hasta el punto de promover el cierre de las rutas de navegación para las exportaciones de petróleo iraní; que propugna como siguiente paso atacar Irán con misiles para paralizar su capacidad de producir cualquier tipo de tecnología en las próximas décadas; que lanzó su campaña contra Yasser Arafat antes de que se hubiera secado la tinta de los Acuerdos de Oslo; que obstaculizó la devolución íntegra de las Altos del Golán a Siria durante las negociaciones de Ginebra; que fue nombrado por la Agencia Judía para encabezar el comité de relaciones entre Israel y la Diáspora, es el hombre que informará a Obama sobre los asuntos iraníes. En este momento, esto si que es una noticia!

Mientras la atención de EEUU se fija en las irregularidades de las elecciones en Irán, mi cabeza piensa en un gran e importante país árabe. Este importante aliado de Occidente firmó un acuerdo de paz con Israel y liberalizó su economía consiguiendo un cambio radical en su estilo de vida, un enorme abismo entre ricos y pobres, así como ampliar el margen entre la realidad y las libertades civiles e individuales. En la actualidad, para Occidente, el fraude electoral en dicho país no es más que un entretenimiento. Se observan todo tipo de «irregularidades», desde cifras de votantes artificiales y resultados falsos hasta bandolerismo de pleno derecho en las mesas electorales. Los informes e incluso las fotografías de candidatos y votantes que fueron aporreados antes, durante y entre las sesiones de votación obtuvieron poco más que una leve desaprobación en las capitales occidentales. Recuerdo la escena desafiante de un activista del partido gobernante metiendo cientos de papeletas en la urna totalmente indiferente a los objetivos de las cámaras.

No hay necesidad de comentar la gran admiración de Netanyahu por la valentía de los manifestantes en Irán. Sin embargo, cuando el sosegado y sobrio The Economist, destacado por su imparcial cobertura de la fría lógica del capitalismo de libre mercado y la privatización independientemente de sus víctimas humanas, de pronto, y sin previo aviso se pone a llorar, uno abre inmediatamente los oídos. En su última edición (20 – 26 de junio) lamenta que la posibilidad de que el «recién encontrado espíritu de libertad» en Irán pueda haberse «roto» ya. Y sigue conjeturando que los resultados electorales han debido de amañarse porque se había previsto que Mousavi ganase. Me sorprendió tanto este inusual sentimentalismo de The Economist que volví a la edición que se publicó en vísperas de las elecciones iraníes. Ni una sola pieza de noticias sobre los próximas comicios, y mucho menos una predicción sobre el resultado. ¿Es posible que el olfato periodístico de esta venerable revista haya caído tan bajo? Si había previsto que ganasen los reformistas, tal como alegó después de las elecciones, ¿cómo puede haber pasado por alto tan importante previsión antes de las elecciones, dada la centralidad de Irán y del Golfo para la economía mundial y la seguridad y la política de Occidente? No, The Economist no hubiera dejado pasar algo por el estilo.

La revista Time dedicó varias páginas a hacer un retrato de Mir Hussein- Mousavi que presentaba a los lectores, probablemente por primera vez, lo buen tipo que es y el gran talento que tiene -pintor e ingeniero, con una bonita casa y una familia. Ahmadineyad no tiene familia, ni un buen patio trasero, ni talentos artísticos que conozcamos, por lo que obviamente no es digno de [aparecer en] Time. Y pensar que los estadounidenses habían considerado a Mousavi, ex Ministro de Asuntos Exteriores de Irán, como una de las sombras que habían apoyado el «terrorismo» en su contra en Líbano y otras partes del mundo en la década de 1980.

Tal es la naturaleza de los medios de comunicación occidentales. Dibujaron un halo alrededor de Arafat y le otorgaron un Premio Nobel de la Paz cuando fue necesario. Pero cuando dejó de escuchar las indicaciones, le pintaron cuernos en la cabeza, lo mataron políticamente y allanaron el camino a su muerte física. Uno se imagina que Mousavi habría recibido el mismo tratamiento si hubiera ganado las elecciones y se negase después a llevar su entusiasmo por la apertura a Occidente más allá de cierto punto.

Twitter es un fenómeno por completo. Una máquina mediática que antes de los acontecimientos en Irán tenía un valor de 250 millones de dólares, atrajo entre 20 y 30 millones de dólares de inversiones por año en un momento de recesión económica (y sin haber hecho público ningún plan económico o incluso sin publicidad). Los nombres de su equipo de gestión se solapan con los de los equipos de gestión de Facebook y YouTube, y han ofrecido al Departamento de Estado de EEUU asesoramiento sobre el uso de «medios alternativos» para mejorar la política estadounidense en Oriente Medio (ver The New Yorker, 5 de noviembre de 2007). Por supuesto, las posibilidades que ofrecen los medios alternativos o las redes sociales son realmente sorprendentes y uno puede entender el entusiasmo.

Sin embargo, existe una diferencia entre un intelectual joven o progresista que pone considerable reflexión y esfuerzo en la recopilación y procesamiento de información en un artículo que puede transmitir a los demás saltándose a los medios de comunicación convencionales, por un lado, y una red financiada con los integrantes sin identificar. Los Twitterers sobre Irán hablan y escriben en inglés. Uno no puede siquiera determinar si eran realmente de Irán. Los mensajes son breves -una frase, un lema, un pedacito de información. Tal vez algunos de ellos sean ciertos, pero sin duda hay un montón de chascarrillos, rumores y falsedades mezclados. No había manera de determinar el origen o la veracidad. Había fotos y clips de vídeo, pero ¿cómo se puede saber cuándo y dónde fueron realizados? Los iraníes tomaron parte, sin duda. Pero los israelíes y los estadounidenses lo hicieron también, en mucho mayor número, y algunos decían que eran iraníes. En resumen, se estaba librando un sucedáneo de revolución para el pueblo iraní entre un cappuccino y otro desde las casas de gente de Nebraska y Oklahoma.

Para poner en perspectiva este fenómeno en lo que respecta a los recientes acontecimientos en Irán, sólo una tercera parte de los iraníes tiene acceso a internet. Más aún, si sólo el 78% de los canadienses que tienen acceso a internet nunca había oído hablar de Twitter antes de los acontecimientos en Irán, ¿cuántos iraníes lo conocían? Algunos grupos de jóvenes lograron burlar los medios de comunicación oficiales. Sin embargo, eso no los convierte en una mejor o más fiable fuente de información. Cuando oigan mentiras fabricadas por los israelíes del tipo «se han visto reclutas de Hizballah y Hamas golpeando a los manifestantes en Teherán», que suenan tan familiares como «la Guardia Revolucionaria iraní está combatiendo en Líbano y Gaza», sepan que algo no funciona con estas fuentes alternativas de noticias. Puede que haya menos control sobre el contenido, pero también hay menos responsabilidad profesional y menos detenimiento en su examen. Se puede encontrar un excelente y minuciosamente documentado artículo que nunca vería la luz en los principales medios de comunicación. Sin embargo, uno sospecha que ello supone encontrar una joya en el flujo más general de la ignorancia, la ficción, y la histeria. Algunas webs árabes y occidentales son vertederos de basura.

En cualquier caso, estos no son los modelos de los ciudadanos estadounidenses preocupados. No pretendo desprestigiar a los muchos, excelentes, cuidadosamente pensados artículos sobre los acontecimientos en Irán que critican a Irán, pero que critican más duramente el papel que desempeña su país en ellos.  Sin embargo, la prueba de la conciencia civil de EEUU no se halla en los principales medios de comunicación, en los que el stablishment gobernante ha invertido considerables cantidades de dinero e intereses, y en el que los israelíes han penetrado. Se halla en los millones de estadounidenses y europeos que en su vida cotidiana ejercen derechos que nosotros no tenemos en nuestros países. Es cierto que son presa de la invasión del espectáculo mediático en su forma de ver el mundo, pero algunos luchan para proteger su esfera privada contra este tipo de totalitarismo. Muchos de ellos también contribuyen a la esfera pública, defendiendo los derechos civiles y humanos, luchando para proteger el medio ambiente, en defensa de la justicia social y económica, en contra de las grandes empresas que se rigen sólo por los beneficios. Algunos también hacen campaña en favor de los derechos y libertades de otros pueblos que son víctimas de la política de sus propios países. Ese tipo de vida civil está ahí y muchos la practican.

Si un Estado-nación bien organizado como Irán puede resistir ese asalto masivo escudándose trás su proyecto nacional y sus instituciones, imaginemos cómo afectaría a una región de pre-Estados como el Mundo Árabe. Todo en esta región clama la ausencia de la nación y la ciudadanía en igual medida. Esta ausencia produce no más que diversas configuraciones de gobernantes y súbditos: líderes tribales, sectarios y dinásticos, y sus seguidores. Aquí, todavía uno habla en términos de familia, parientes, origen religioso y regional, y afiliaciones, no en términos de substancia.

En ausencia total o parcial de un programa nacional y de vida cívica, los árabes son más que vulnerables a los vientos de los medios de comunicación: la más mínima brisa mediática los barre y los esparce como hojas. Así que se pueden obtener reacciones que varían entre repetir como loros [lo que dice] The New York Times e incluso Twitter, y traducir al árabe y difundir las más escandalosas mentiras y rumores de Israel, a hacer oídos sordos ante cualquier pieza de información o de opinión, siendo el único denominador común entre todos ellos la falta de control y de pensamiento crítico.

http://mrzine.monthlyreview.org/bishara030709.html

Azmi Bishara es palestino con ciudadanía israelí. Ex miembro del Knesset, fue obligado a salir de Israel debido a la persecución política. Sigue siendo el diregente de Balad. Este artículo que se publicó por primera vez en Al-Ahram Weekly, nº 954 (2-8 julio de 2009), se reproduce aquí con fines educativos. Leer en árabe: إيران وشجون أخرى: الصورة من زاوية المواطنة Véase, también, Azmi Bishara, «Irán: una lectura alternativa»