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Irán: Política y cuestión nuclear

Fuentes: El País

Una vez más se están mezclando intencionadamente las cosas en Oriente Medio. Por un lado está la cuestión nuclear y, por otro, el aprovechamiento de esa cuestión en términos estrictamente políticos. El presidente Bush habla de Irán como «amenaza global» y de «cambio de régimen», lo que sobrepasa con creces la crisis nuclear, y el […]

Una vez más se están mezclando intencionadamente las cosas en Oriente Medio. Por un lado está la cuestión nuclear y, por otro, el aprovechamiento de esa cuestión en términos estrictamente políticos. El presidente Bush habla de Irán como «amenaza global» y de «cambio de régimen», lo que sobrepasa con creces la crisis nuclear, y el presidente Ahmadinejad cultiva unas estridencias antiisraelíes y antioccidentales que, lejos de hacer comprender lo que son los intereses nacionales y energéticos iraníes, sólo responden a su propia agenda interna y regional. Nadie puede decir que por ahora Irán haya violado el Tratado de No Proliferación, que permite el uso nuclear para fines civiles, y no se puede negar que existe un doble rasero a la hora de valorar el TNP y los desafíos nucleares, facilitando al demagogo Ahmadinejad tocar con éxito la fibra nacionalista ante los iraníes, los chiíes y los árabes. Mientras EE UU ignora el TNP en el caso de la India, lo sacraliza en el caso de Irán. Washington admite el principio de la negociación con Corea del Norte, pero lo rechaza con Irán. En tanto se permite que Israel quede totalmente al margen de cualquier control internacional, teniendo armas nucleares, se amenaza con sanciones a Irán, que aún no las tiene. Y se ha ignorado la resolución 687 del Consejo de Seguridad que en 1991, tras la guerra del Golfo, establecía la imperante necesidad de hacer de «todo» Oriente Medio «una zona libre de armas nucleares y de destrucción masiva».

Es muy preocupante observar cómo hay importantes indicios de que la Administración de Bush mantiene estrategias que han tenido un efecto pernicioso para la estabilidad de Oriente Medio e incluso para lo que deberían ser sus propios intereses en esa región (consolidar su influencia de manera pacífica y no el nacionalismo antiamericano). Primero comenzó a financiar a oposiciones políticas iraníes sin importar su credencial democrática o no. El grupo Muyahidin al-Jalq, en la lista de movimientos terroristas, se dedica desde Irak a hostigar la frontera iraní. Después apareció el lenguaje en torno al «cambio de régimen» que tan malos presagios tiene en la región. Y, según ha desvelado Seymour Hersh en The New Yorker, Washington está llevando a cabo operaciones secretas en territorio iraní con el objetivo de soliviantar a las minorías étnicas contra el régimen de Teherán y desestabilizarlo. Es decir, kurdos (ubicados en el noroeste de Irán), árabes del Jazastán y balochis (al sudeste) y azeríes (en el norte). Convendría señalar que estas minorías han recibido un mejor trato, más autonomía y menos discriminación con el régimen actual iraní que bajo el del sha. Pero lo realmente significativo es que todo parece indicar que EE UU sigue recalcitrante en la manipulación y sublimación de las identidades étnicas, tribales o confesionales de un Oriente Medio en el que lo sustancial es apaciguar esos sentimientos sectarios y no provocarlos. En Afganistán, el apoyo estadounidense a los líderes clánicos y étnicos, conocidos como «señores de la guerra» e integrados en el proceso político-institucional, son hasta hoy día el principal obstáculo para la estabilización del país y su reconstrucción democrática. En Irak, la instrumentalización de kurdos, sunníes y chiíes ha desembocado en un enfrentamiento sectario que ha ampliado los elevados índices de violencia y los riesgos de desmembración de este país. Y ahora parece querer aplicarse la misma contraproducente estrategia en Irán.

¿Qué tiene todo esto que ver con el conflicto sobre la cuestión nuclear? No parece que sea así como se pueda contribuir a sentar las bases necesarias para llevar a Teherán a una negociación en la que acepte los límites del uso nuclear y resolver el contencioso por la vía político-diplomática.

Los europeos han de ser muy conscientes de todos estos factores, marcando una línea de actuación que exija limitarse a la crisis nuclear y lleve a Washington a la negociación con Irán (como ya lo están pidiendo voces realistas de la política estadounidense); no a sancionar (cuyos resultados son siempre irrelevantes para los regímenes, pero catastróficos para las sociedades civiles) ni atacar a Irán (aunque sean ataques preventivos y selectivos) porque políticamente sería explosivo.

Irán, a pesar de ser productor de petróleo y gas, tiene que importar gasolina y productos derivados de los hidrocarburos para su consumo interno. Ante la enorme crisis socioeconómica que padece (en parte derivada de las sanciones estadounidenses), prefiere exportar petróleo que consumirlo porque le es mucho más rentable. Recurrir a la energía nuclear sin duda aligeraría su enorme necesidad de electricidad y ampliaría su capacidad de exportación. Esto es una realidad objetiva que, sin embargo, el comportamiento del presidente iraní no está contribuyendo a que se entienda en el mundo occidental. De hecho, se da un doble discurso entre las autoridades iraníes. No han faltado declaraciones apaciguadoras afirmando «estar muy dispuestos a cooperar en las negociaciones», asegurando que «no se atacará a ningún país miembro de Naciones Unidas» o diciendo «que Irán no usará el arma del petróleo». Paralelamente, el presidente usa una retórica amenazante y un discurso a favor de la destrucción de Israel que va totalmente en contra de los intereses nacionales y de seguridad de Irán. Porque un elemento clave de los intereses nacionales iraníes es salir del aislamiento, de las sanciones que desde hace 26 años impone EE UU, normalizar sus relaciones con la comunidad internacional y atraer inversiones extranjeras; valorizarse como baza estratégica en un Oriente Medio convulsionado, en lugar de erigirse en líder de todas las resistencias antioccidentales para salir definitivamente de la situación de Estado «paria» del que tan denodadamente ha tratado de librarse en los quince últimos años. Esta es la verdadera prioridad para el Irán de hoy, y muchos en el régimen iraní lo saben.

Ahmadinejad está haciendo un uso particular de esta crisis tratando de imponerse, a través del nacionalismo y el populismo, ante sus grandes adversarios dentro del régimen. Pero se debería saber que tiene mucho menos poder del que aparentemente se desprende de su centralidad en la información, y no es el actor determinante para resolver la crisis. Si no se le coloca en el disparadero con operaciones secretas, intentos de desestabilización política o ataques preventivos, el régimen iraní es más racional y pragmático de lo que se le representa en nuestro mundo occidental. Pero el factor sustancial es garantizarle su seguridad regional y la normalización en la comunidad internacional. Esa es la mejor manera de garantizar también un acuerdo sobre la energía nuclear, así como la vía para que esta importante potencia de Oriente Medio utilice sus bazas, que son muchas, a favor de la pacificación de la región y no en «promover la revuelta».