«Medieval»; desde el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, en febrero de 1979, este ha sido uno de los adjetivos más utilizados por los grandes medios de comunicación, y por buena parte de la producción académica occidental, para caracterizar al sistema surgido de este proceso revolucionario. En una maraña de generalizaciones cómodas pero no […]
«Medieval»; desde el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, en febrero de 1979, este ha sido uno de los adjetivos más utilizados por los grandes medios de comunicación, y por buena parte de la producción académica occidental, para caracterizar al sistema surgido de este proceso revolucionario. En una maraña de generalizaciones cómodas pero no inocentes se pretendió reducir el dinamismo de una revolución, por momentos inclasificable con las herramientas analíticas de una ciencia política hija de la experiencia europea, a una tosca «teocracia medieval». Ambos conceptos conducen inmediatamente a los receptores del mensaje hacia una atmósfera opresiva e irracional, remitiéndolos a los momentos más obscuros para la libertad de las ideas en Occidente.
Estas adjetivaciones refuerzan, en primera instancia, el lugar reservado a las experiencias políticas, sociales y religiosas surgidas en ese Mundo Islámico siempre caracterizado por una desmesura que no hace más que revelar la irracionalidad que las atraviesa. Y es que, como dice el filósofo italiano Domenico Losurdo, Europa se sigue pensando como la depositaria del discurso de la razón, frente a un Otro oriental extenso, informe y amenazante que se resiste peligrosamente al camino trazado por la experiencia histórica occidental, erigida como la única posible y válida. Es interesante que, para denostar a la Revolución Islámica, se recurre a dos ideas que poseen una fuerte connotación negativa sólo si se piensan desde las coordenadas europeo – norteamericanas, donde lo «teocrático» supone el espacio de la irracionalidad, mientras que lo «medieval» conduce a una etapa de la propia historia de Occidente considerada como arbitraria y violenta. Sin embargo estas adjetivaciones serían portadoras de otras significaciones si se pudiesen abordar desde la historia del Mundo Islámico: la relación del hombre (individual y colectivamente) con Dios orientó las especulaciones filosóficas más ricas del pensamiento de estos pueblos (de las que se nutrió científica y filosóficamente Europa en el Renacimiento); y, durante el medioevo europeo, Al Andalus se constituyó en un verdadero faro intelectual. Queda claro que estas ideas remiten exclusivamente a la experiencia de la Europa cristiana.
Es interesante comprobar que no se utilizan estas caracterizaciones para dar cuenta de fenómenos exclusivamente occidentales en los que habrían de ser empleados con mayor rigurosidad. Podríamos hablar, por ejemplo, de las referencias teocráticas presentes en los discursos de los presidentes y candidatos a la presidencia de los Estados Unidos (como con extraordinaria lucidez señaló Losurdo), o de las legitimidades medievales invocadas por Occidente en las sucesivas acciones bélicas contra los países islámicos.
Pero no son precisiones históricas o analíticas las que se procuran con el empleo de estos conceptos. Fabian Johannes arroja luz sobre la utilización que, desde las Ciencias Sociales occidentales, se hace del Tiempo y su periodización. La Ilustración, según este autor, otorga al Tiempo una especial configuración a partir de su secularización, generalización y universalización que permitió instalar la lógica evolucionista sobre los pueblos estudiados utilizando los criterios de «salvajismo – barbarie – civilización». Aunque Johannes reconoce que el evolucionismo fue paulatinamente desechado como paradigma antropológico insiste en que su concepción temporal no ha sufrido cambios y aun impera en las Ciencias Sociales.
Esta imposición occidental de una temporalidad única supone una distancia entre los distintos pueblos, que Johannes ha definido como «negación de la simultaneidad». Silvana Caula afirma que «… la ‘negación de la simultaneidad’ es un hecho político y no solamente discursivo. La construcción de concepciones dicotómicas del tipo: ‘pasado vs. presente’, ‘primitivo vs. moderno’ , ‘tradición vs. modernidad’ son oposiciones semánticas que pretenden hacer referencia al conflicto entre sociedades en diferentes estados de desarrollo, mientras que, en verdad, lo son en sociedades diferentes opuestas la una a la otra en el mismo Tiempo». Así, cuando se califica de «medieval» a la Revolución Islámica se pretende acentuar una distancia «evolutiva», excluyéndola como opción política y relegándola a una temporalidad otra ya superada. Según esta lógica, Irán viviría un tiempo fuera de nuestro tiempo (siempre atrasado), por lo que su sistema no puede ser, para nosotros, alternativa alguna.
Pero si el arsenal discursivo, mediático y académico, insiste en estas caracterizaciones es precisamente porque la experiencia revolucionaria iraní, y los procesos que ha generado dentro de Mundo Islámico, suponen una amenaza para el poder hegemónico euro-norteamericano no sólo en el ámbito de las ideas. Al mismo tiempo que se tilda de «medieval» al sistema vigente en Irán, Occidente lanza una feroz campaña contra el importante desarrollo tecnológico del que este país viene dando muestras. El asesinato (mediante acciones terroristas) de nueve científicos iraníes, el silencio y los obstáculos sobre los notables progresos de su industria farmacéutica y las amenazas permanentes de ataques sobre sus instalaciones nucleares (de las que no se han podido probar posean fines militares), aunque pretenden minar el desarrollo de Irán, desarticulan el discurso hegemónico al poner de manifiesto la incomodidad de un Occidente que se siente interpelado por la historia de una revolución que cuestiona permanentemente los prejuicios impuestos.
Fuente: Revista El Corán y el Termotanque. www.elcoranyeltermotanque.blogspot.com.ar
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