Recomiendo:
1

¿Irse o quedarse? No hay buenas opciones para la última oleada de personas refugiadas de Myanmar

Fuentes: New York Times
Traducido para Rebelión por Cristina Alonso

Cientos de miles de personas que huyen de los mortales disturbios en el país se enfrentan a un futuro incierto en el extranjero. Para las personas que deciden quedarse, las condiciones no podrían ser más terribles.

Los disparos estallaron sin previo aviso cuando Biak Tling se estaba preparando para salir. Una vez más, los soldados estaban disparando a la población civil y quemando sus casas.

Presa del pánico, Biak Tling metió algo de ropa en una mochila y huyó. Recorrió en su motocicleta más de 350 kilómetros en dos días. Finalmente, desde su hogar plagado de conflictos en Myanmar, llegó al relativo refugio de la India atravesando un estrecho puente colgante.

Una semana antes, había enviado a su mujer y a sus tres hijos menores en un viaje similar. «Cuidaros», les dijo. «Y esperadme».

Desde el golpe de estado y toma del poder por parte de los militares el 1 de febrero, cientos de miles de personas han huido de sus casas tratando de escapar de la violencia y el derramamiento de sangre que está teniendo lugar en todo Myanmar. Muchas de estas personas viven ahora en tiendas de campaña, en las selvas del país. Algunas de ellas, como Biak Tling, han abandonado por completo su tierra natal para refugiarse en países vecinos.

Para aquellas personas que se quedan, la lucha es por sobrevivir. La junta militar birmana ha creado una crisis humanitaria que, según los grupos de derechos humanos, se agrava día a día. Los soldados bloquean los convoyes de ayuda, impidiendo que el envío de alimentos y suministros vitales alcance a la gente que los necesita, con menores muriendo por falta de una atención sanitaria que nunca llega.

Para las personas que se van, es una vida en el limbo. Muchas de ellas se esfuerzan por adaptarse a lugares que apenas conocen, a un gobierno que realmente no los acoge y, sobre todo, a un futuro incierto. La India no reconoce a las personas refugiadas, por lo que no pueden obtener asistencia, estatus legal o trabajar.

«Escapamos del infierno, pero estamos perdidos», comenta Biak Tling, de 31 años, que antes de la huida trabajaba en una iglesia.

Mientras Myanmar avanza hacia la guerra civil, aumentan las cifras de personas desplazadas. De acuerdo con un grupo de derechos humanos, la junta militar birmana ha asesinado a más de 1.300 personas. Durante el fin de semana se acusó al ejército de masacrar, en el estado Kayah, al menos a 35 personas de una aldea, incluyendo mujeres y menores.

En el noroeste, el Tatmadaw, como se conoce al ejército en Myanmar, ha desplegado miles de soldados en lo que parece ser un movimiento concertado para aplastar a la resistencia.

Testigos cuentan que, a finales de agosto, los soldados entraron en Thantlang, la ciudad natal de Biak Tling, disparando indiscriminadamente artillería y ráfagas de mortero. Thantlang se encuentra en la ruta hacia el campamento Victoria, el cuartel general del brazo armado del Frente Nacional Chin, organización de la minoría étnica Chin que actualmente prepara a personas antigolpistas para la lucha.

Combatientes de esta resistencia armada dieron muerte a un grupo de soldados del Tatmadaw, lo que llevó a sus tropas a tomar represalias. Los soldados dispararon misiles contra aldeas, destruyendo casas, iglesias y una oficina de la organización británica Save the Children.

A finales de septiembre, la población completa de la ciudad, de 10.000 habitantes, había abandonado el lugar.

Como la gran mayoría de personas refugiadas del estado Chin, Biak Tling se dirigió al estado indio de Mizoram, área que comparte una frontera poco guardada con Myanmar. Las poblaciones residentes de Mizoram y del estado Chin comparten antepasados. Muchas personas de la localidad india tienen vínculos familiares con las personas refugiadas birmanas. Durante décadas, la población chin iba y venía para visitar a la familia, hacer negocios o escapar de la persecución religiosa.

Por lo general, regresaban a casa. Hasta ahora.

Población internamente desplazada

La población de la minoría étnica Chin es predominantemente cristiana y vive en el oeste de Myanmar. Como muchas minorías étnicas en el país, el pueblo Chin ha sufrido décadas de represión y discriminación por parte de gobiernos anteriores, dominados por la mayoría budista Bamar.

Prácticas comunes del Tatmadaw en la zona son: secuestrar a los hombres de sus casas, obligarles a cavar trincheras y a transportar suministros para los campamentos construidos en el estado, ocupar iglesias, imponer restricciones de viaje a predicadores e impedir las reuniones religiosas.

Aunque las personas de etnia Chin llevan mucho tiempo buscando seguridad en la India, el éxodo actual ha superado cualquier huida anterior. En solo unos meses, unas 30.000 personas han cruzado la frontera, lo que es un nivel de migración, según Salai Za Uk Ling, director de la Organización Chin para los Derechos Humanos, comparable a un nivel que en el pasado se extendía por dos décadas.

Tras el golpe de estado, la primera oleada migrante se compuso de manifestantes, disidentes y figuras políticas, a la que siguió una segunda oleada de trabajadores gubernamentales en huelga y desertores militares, para continuar con la huida de decenas de miles de civiles. Algunas de las personas que escapan son mayores y otras menores de corta edad, pero eso no les impide viajar durante días por las selvas birmanas.

Daniel Sullivan, asesor principal de derechos humanos para Refugees International, comenta que ve analogías entre la crisis actual y el éxodo masivo de 2019, cuando 700.000 personas musulmanas de etnia Rohingya huyeron a Bangladesh.

«Va a ser un futuro en el limbo», comenta Sullivan. «Creo que el desplazamiento, mayor o menor, va a perdurar por varios años».

En la década anterior al golpe, la vida había transcurrido tranquila para Biak Tling y su familia.

En 2020, se trasladó con cuatro de sus hermanos a una casa de cuatro habitaciones que había construido su padre, Hei Mang. Biak Tling, cuyo nombre en lengua chin significa «culto perfecto», era el cuarto de seis hermanos.

El 25 de agosto, sin embargo, unos 150 soldados entraron en Thantlang disparando contra las Fuerzas de Defensa Chin, un grupo armado de combatientes antigolpistas. Un niño de 10 años murió al caer sobre él un proyectil de mortero disparado por el Tatmadaw. Más de una docena de casas fueron destruidas. Hei Mang cavó un búnker en su jardín para refugiar a su familia y lo llamaron «la fosa».

La junta militar envió más soldados a Thantlang y la ciudad continuó siendo epicentro de combates. Durante un episodio nocturno, la familia permaneció dentro de la fosa hasta las 5 de la mañana del día siguiente.

El 7 de septiembre, Biak Tling se enteró por Facebook que el Gobierno de Unidad Nacional en la clandestinidad, establecido por un grupo depuesto de dirigentes, había declarado una «guerra popular» contra la junta militar.

Temiendo que las cosas empeoraran, Biak Tling notificó a su familia que debían huir. El plan era que su esposa viajase primero con sus hijos pequeños: un niño de 5 años y dos gemelos de 18 meses.

Su padre, Hei Mang, de 70 años, optó por quedarse en Myanmar y regresar a Aibur, la aldea de su nacimiento, para vivir allí con otro de sus hijos. Consideraba que su esposa y él eran demasiado mayores para hacer el viaje. Según estimaciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para las Personas Refugiadas, más de 223.000 personas han sido internamente desplazadas desde el golpe de estado.

En Aibur, Hei Mang vive en una vivienda estatal con su hijo, Bawi Zahu, quien antes trabajaba como funcionario. Después del golpe, Bawi Zahu, de 33 años, dejó su trabajo como empleado del Departamento de Administración General, y se unió a miles de otras personas que abandonaron sus puestos como protesta al golpe militar.

Sin ingresos durante 10 meses, la familia se ha visto obligada a pedir comida a la vecindad.

«Ahora seguimos viviendo, pero no es muy diferente que estar muertos», comenta Hei Mang.

De acuerdo con las organizaciones de derechos humanos, la junta militar está impidiendo que la ayuda humanitaria alcance a cientos de miles de personas desplazadas en Myanmar. Según Human Rights Watch, las tropas bloquean carreteras y convoyes de ayuda y atacan a trabajadores de la sanidad. La población infantil está desnutrida y, en el centro del estado Rakhine, al menos nueve menores han muerto a causa de la diarrea aguda.

En algunos lugares del estado Chin, la población tiene problemas para acceder al agua potable y a los servicios de aseo. En la región de Magway, la población infantil está contrayendo enfermedades cutáneas. En junio y septiembre, cuatro bebés murieron en el estado Kayah porque la junta bloqueó la ayuda sanitaria, según informa Ko Ba Nya, portavoz del Grupo Karenni para los Derechos Humanos.

Naciones Unidas calcula que el número de personas en necesidad de asistencia aumentará, de un millón antes del golpe, hasta 14,4 millones en 2022. Para este próximo año, unos 25 millones de personas, la mitad de la población, podrían estar viviendo en el país por debajo del umbral de la pobreza.

Médicos Sin Fronteras advierte que los retrasos en el acceso a servicios sanitarios pueden poner en peligro la vida de pacientes que requieren atención continuada, como las personas que sufren el VIH, la tuberculosis y la hepatitis C.

Las medicinas para la anemia y la deficiencia vitamínica de Hei Mang se están agotando, al igual que la medicación de su esposa para la hipertensión.

«Todos los autobuses que entran en el estado Chin deben atravesar las puertas custodiadas por el Tatmadaw, que comprueba todo lo que hay en los vehículos», explica Hei Mang. «Se llevan todo lo que quieren, incluidas las medicinas».

Construir una vida

Biak Tling vive ahora en la aldea de Farkawn, en lo alto de una colina, junto con cientos de compatriotas del estado Chin, en una casa que él mismo ha construido, con techo de lona azul y paredes de metal corrugado.

Está haciendo lo mismo para otras personas refugiadas, como Tial Sang, de 20 años. Él y su familia abandonaron la aldea de Chincung tras días de explosiones y disparos, la habitual cacofonía de la pesadilla del conflicto entre combatientes de la resistencia y las fuerzas del Tatmadaw.

«Teníamos demasiado miedo a morir, así que decidimos venir aquí», explica Tial Sang.

El gobierno indio del primer ministro Narendra Modi, temiendo la tensión económica, dio instrucciones a los cuatro estados del noreste, fronterizos con Myanmar, para que no aceptaran personas refugiadas birmanas. Se ordenó a la guardia que sellara la frontera y les impidiera la entrada.

El alto funcionario de Mizoram Pu H. Rammawi, informó en una entrevista que había comunicado al personal del Ministerio del Interior y del Ministerio de Asuntos Exteriores que la población local no aceptaría semejante decisión.

«Son nuestros hermanos y hermanas», comentó el Sr. Rammawi. «No podemos traicionarlos. Si vuelven, los matarán».

Por ahora, la guardia fronteriza está dejando cruzar a las personas refugiadas. El gobierno indio declinó hacer comentarios, remitiéndose a las preguntas planteadas en el Parlamento por funcionarios de Mizoram.

Aunque el gobierno local de Mizoram ha ofrecido escolarización a la población infantil y vacunas Covid-19, la agencia estatal encuentra limitaciones en lo que puede hacer. Mizoram es uno de los estados más pobres del país y, como el gobierno indio no tiene una política oficial para las personas refugiadas, las organizaciones de ayuda internacional no han podido proporcionar refugio y alimentos.

El Sr. Rammawi informa que ha solicitado ayuda humanitaria al gobierno central. Las personas refugiadas, comenta, necesitan alojamientos adecuados, ya que están en una zona propensa a sufrir ciclones.

La mayoría de las veces, las personas quedan abandonadas a su suerte.

Anteriormente, Biak Tling no había nunca construido una casa. Se licenció en Historia en la Universidad de Kalay en Myanmar, y tiene una segunda carrera en Teología por el Instituto Norteño de Nueva Delhi.

Recientemente, ha sido nombrado secretario del comité de personas refugiadas. Recauda dinero entre ellas para donarlo a las familias más necesitadas.

Su mujer, Tial Hoi Chin, de 29 años, estuvo muy triste al principio.

Su hijo de 5 años sigue llorando mucho. Las clases en su nueva escuela son en idioma mizo, una lengua que desconoce. También echa de menos a sus amistades.

Sin dinero, se esfuerzan por encontrar comida y sobreviven a base de arroz, patatas y judías. Los días son fríos, así que se acurrucan alrededor del fuego.

Aun así, en la India no tienen que esconderse del Tatmadaw. Están a salvo y son libres.

Biak Tling y las otras personas refugiadas saben que, tal y como están las cosas en estos momentos, es imposible regresar a Myanmar. Pero no pueden evitar desearlo.

«No sé cómo será nuestro futuro», comenta Biak Tling. «Lo único que quiero es volver a casa. Y vivir en paz con mi familia».

Fuente original en inglés: https://www.nytimes.com/2021/12/29/world/asia/myanmar-coup-refugees.html