No se necesita recurrir a la historia de la Revolución francesa para ver la imprecisión de estos términos, que son relacionales y relativos. En efecto, existe una «izquierda» sólo en relación con una «derecha» y viceversa, y siempre el más izquierdista tiene alguien a su izquierda y lo mismo le pasa al derechista (hasta que, […]
No se necesita recurrir a la historia de la Revolución francesa para ver la imprecisión de estos términos, que son relacionales y relativos. En efecto, existe una «izquierda» sólo en relación con una «derecha» y viceversa, y siempre el más izquierdista tiene alguien a su izquierda y lo mismo le pasa al derechista (hasta que, cerrado el círculo, el ultraderechista extremo se encuentra a la izquierda del ultraizquierdista). Además, todo es relativo: peso 82 kilos y soy flaco comparado con la mayoría de los gringos, pero gordísimo al lado de mi hijo, que parece un poste del alumbrado público.
La conclusión es que estos dos términos sirven de poco, ya que Hitler estaba a la izquierda de Gengis Khan…
Pero dejemos las obviedades y los lugares comunes porque, de todos modos, las palabritas de marras no sólo son aún útiles para una clasificación «gruesa» (del tipo de la que olvidan los infantiles cuando proclaman que todos los políticos «son iguales» y construyen parejas entre el PRD y el PRIAN, entre Lula y quienes pugnan por derribarlo, y entre Kirchner y Menem). También, en nombre de ellas, han corrido y corren ríos de sangre en defensa de una u otra bandera. Busquemos mejor un criterio objetivo para definir la izquierda (y, por tanto, también la derecha, el centro derecha, el centrocentroderecha y así hasta el infinito, porque el término centroizquierda es un oximoron, algo así como decir gordo esquelético).
Para mí es de izquierda quien no considera que el sistema capitalista es el único posible, quien no se adapta a sólo modificarlo internamente; es de izquierda quien no tolera un régimen de explotación, de opresión, de despojos, racismo y creciente desigualdad y, por tanto, quiere liquidarlo; es de izquierda el que tiene siempre presente que todos los imperios y los regímenes que parecían eternos (como el hitlerismo o el stalinismo) se hundieron en el polvo de la historia y, por consiguiente, que el capitalismo, como todo, tiene un origen y tendrá un fin; es de izquierda quien trabaja para crear las condiciones que permitan construir un sistema social futuro -aunque aún no sepa cuál será exactamente ni cuándo verá la luz- en el que imperen la ética, la igualdad, la fraternidad, gracias a que todos serán libres no sólo de las cadenas de la explotación sino también de la losa fétida y pegadiza de la dominación y del poder sobre otros. Los demás, los que tratan de reubicar los muebles dentro de las cuatro y estrechas paredes del capitalismo, son solamente redecoradores al servicio de los patrones de casa.
Primer corolario: no es lógico arrancarse los cabellos porque un gobierno como el de Lula mantiene buena parte de las políticas de Fernando Henrique Cardoso, o porque Kirchner se alía con los más corruptos y antiobreros «charros» sindicales peronistas y ni siquiera le concede la personalidad jurídica a la CTA, que es la única central obrera democrática, o porque Tabaré Vázquez piensa en las inversiones extranjeras y no en los campesinos o el ambiente de Uruguay, o porque López Obrador se apoya en los Ebrard, Camacho y otros similares. Si alguien antes los consideró de izquierda, en vez de gritar desolado: «¡Traición!», debería revisar sus estudios de historia y de sociología y dejar de leer tantos cuentos de hadas para niños.
Segundo corolario: ni la izquierda ni los otros sectores son adoquines sociales sólidos y de una sola pieza. Lenin y Trotsky, en el tercer congreso de la recién nacida Internacional Comunista, se autoproclamaron de «derecha» para diferenciarse de los infantiles que consideraban que las clases medias, la socialdemocracia, los conservadores y todos menos ellos formaban un solo bloque reaccionario. No existe una única izquierda, como tampoco hay una vanguardia consagrada como tal de una vez y para siempre por alguna divinidad. Existen, en cambio, luchas de ideas y acciones contrapuestas que establecen une interacción entre las distintas izquierdas… a condición de que ellas se escuchen, se vean y estudien mutuamente.
Tampoco son menos importantes los matices y las grandes diferencias que existen entre los diversos defensores del capitalismo: si sobre ciertas posiciones es posible hacer acuerdos con los «menos malos» (para las clases subalternas) contra los «peores», es porque la lucha de clases no se libra sólo entre «los de aquí» y «los de allá», sino también entre éstos. Hoy, por ejemplo, es importante distinguir entre quienes aceptan con júbilo el ALCA y la privatización del agua, de la energía eléctrica, de los hidrocarburos, y quienes, en cambio, aunque desde la derecha, se oponen a estos objetivos fundamentales del imperialismo y del capital financiero internacional (al cual, dicho sea de paso, pertenecen muchos millonarios mexicanos).
Las tonterías sobre la «multitud» tienen una pizca de verdad, pero son particularmente dañinas porque ayudan a confundir a la gente y la empujan a no estudiar tanto las diferencias de clase como las limitaciones de la aplicación mecánica de los conceptos clasistas. En parte a eso se debe el hecho de que aún todos los gatos sean pardos en la penumbra teórica, y de que todos los adversarios de la izquierda que quiere ser revolucionaria sean condenados como «fascistas».