A partir de la constatacion de que la ucrania posterior a la revolucion naranja ha recibido un severo correctivo por parte de rusia tras el desenlace de la guerra del gas, el autor matiza el alcance del triunfo de putin. el intento del inquilino del kremlin de transmitir que ha restaurado la posicion de rusia choca con la realidad del otrora gigante euroasiatico
Afinales del año entrante se conmemorará el XV aniversario de la disolución de la URSS, y parece que el 2006 «promete» en cuanto a la recuperación de Rusia como potencia determinante. La reciente «crisis energética», más política que económica, entre Ucrania y Rusia ha sido el último acto victorioso del equipo gestor del Kremlin. Así es, la cohorte de «segurattchiks» o ex-agentes del KGB y «camaradas» leningradenses que el inquilino del Kremlin, Vladimir Putin ha instalado en puestos institucionales clave de Rusia comienza a converger en su actividad cual rueda dentada y en las últimas semanas es palpable el «éxito» del aparato putiniano en diversos ámbitos, tanto internos como externos. El líder de la «revolución naranja» ucrania, el actual presidente, Viktor Yushenko, ha tenido que digerir de modo inapelable la «propuesta rusa» de quintuplicar el precio del gas (195 euros por 1000 metros cúbicos), desdiciéndose de su «tajante» negativa previa en la que calificaba de «inaceptables» las exigencias rusas. La venganza es un plato que se sirve frío, y Putin ha demostrado en demasiadas ocasiones ser profundamente rencoroso (en el conflicto de Chechenia tenemos las más dramáticas anécdotas, sin olvidar los procesamientos de «camaradas» oligarcas, o destituciones fulminantes de íntimos colaboradores). Ucrania ha pagado su deslealtad, y la UE y media Europa han descubierto sus vergüenzas, a modo de dependencia energética determinante hacia Rusia, quedando en evidencia, tras haber intentado «humillar» a Rusia con la «revolución naranja» de hace un año. Putin está exultante. Así es, Yushenko ha catado la receta que previamente habían degustado otros otrora «reformistas» como Kravchuk y que con el tiempo pasaron a ser «aliados» del Kremlin, o históricos como Kutchma, «gracias» a que «entendieron» que con Rusia se está a buenas o se acaba «el gas». No fue muy diferente. En tiempos del golpista Yeltsin (que se enrocó al poder tras un golpe de estado sangriento en el que bombardeó la Duma en 1993) Gazprom, dirigida entonces por Chernomirdin, también fue el ariete determinante para lograr cerrar los acuerdos ucranio-rusos de Massandra en setiembre de 1993 que ponían fin al triple litigio crimeano (resolución sobre la soberanía crimea, evitando el conflicto armado; reparto de la flota soviética del Mar Negro y Sebastopol; y reducción de arsenales estratégicos). Si el gas fue entonces determinante en las relaciones entre «los más fraternales estados eslavos hermanos exsoviéticos» (y era verano), ni qué decir ahora que Ucrania está gobernada por «los polacos», los «nacionalistas» ucranios prooccidentales, el gas, se convierte en la más efectiva y más rápida división acorazada existente (en pleno invierno). Dependencia estructural ¿RENACE RUSIA? Aun así, tras ese largo impas de una década en la que Rusia deambulaba por la escena internacional sin un papel determinante, Putin quiere transmitir que ha logrado afianzar una sólida posición de autoridad. Espoleado por las casualmente espontáneas «revoluciones democráticas» del entorno exsoviético, pone las barbas a remojar, tratando de imposibilitar de algún modo, obstruyendo o premiando en función del país respectivo, todo intento de que se le vertebre una suerte de «CEI» alternativa dirigida por y para Occidente en su «extranjero cercano»: la fantasmagórica GUUAM (Georgia, Ucrania; Uzbekistán, Azerbaiján y Moldavia) o la más reciente COD, Comunidad por una Opción Democrática, entre otras iniciativas. Recursos geoestrategicos A la presunta «capacidad» exterior de haber sido capaz de hacer frente a la «ofensiva naranja» ha de añadírsele también la estabilidad endógena, por lo menos aparente. Al margen de la ruidosa e incómoda «lacra chechena», lo cierto es que la recuperación de la economía rusa desde 1999, gracias a los réditos del incremento del precio del crudo, se asimila al periodo presidencial del «nuevo Zar». Sin estado social y con abismales diferencias entre los indicadores socioeconómicos, la macroeconómica bonanza financiera del estado ruso, y su capacidad de vertebrar una formación política mediática y personalista con probado éxito electoral, claramente inducido por irregularidades electorales y un descarado control de la información y los medios, ha permitido que en cinco años se asiente una homologable, para Occidente, «transición que toca a su fin», que en la práctica no es más que rancio autoritarismo infiltrado que convive con el paraestado mafioso. Pero lo cierto es que aunque el jaque mate a Ucrania transmite la idea de que el 2006 intenten que sea el «año del resurgimiento» de la Gran Rusia como potencia determinante, ésta, estructuralmente está más cerca de acelerar su proceso de «tercermundización», que de recuperar fuelle como polo determinante, ya que la férrea y opaca «estabilidad» putiniana oculta un gran queso de gruyere. – Gabirel Ezkurdia es politólogo y analista internacional.