El periódico Le Monde ha reportado recientemente que el apoyo a Hamid Karzai se ha extinguido en Afganistán, pese a lo exiguo e inestable de ese sostén. La torpe actuación del títere estadounidense ha logrado separarlo de la opinión pública. Karzai fue el resultado de la necesidad de disponer de un fantoche disciplinado y manso al frente de Afganistán tras la guerra de rapacería que llevaron a cabo los norteamericanos.
No podían haberlo escogido mejor. Karzai fue funcionario de la empresa petrolera UNOCAL y, según algunas fuentes, colaboró con la CIA activamente en tiempos de la ocupación soviética de su país. Su familia posee una cadena de restaurantes en Estados Unidos, principalmente en San Francisco, Baltimore y Cambridge. Karzai ha recibido la Medalla de la Libertad de Filadelfia, es Caballero del Imperio Británico, tiene un grado académico honorario de la Universidad de Nebraska, también ha sido proclamado por la casa de modas Gucci como uno de los hombres más elegantes del Oriente Medio. Ha sido un monárquico convencido y su gestión al frente de Afganistán se ha caracterizado por el inmovilismo. No se puede hallar un mejor ejemplar de partícula del sistema para la misión que se le destinó.
A fines de mayo se produjeron una serie de motines en Kabul que demostraron su poco ascendiente sobre su pueblo. La opinión pública se queja de su poca capacidad de decisión. Ha demorado meses en nombrar a cinco nuevos ministros, dejando acéfalos esos departamentos. Recientemente designó a ochenta y cinco nuevos funcionarios policiacos y seleccionó a notorios delincuentes para cubrir los cargos. Los afganos no le perdonan que no haya logrado liberar a los compatriotas que se encuentran bajo torturas en el campo de concentración de Guantánamo. Ni siquiera ha emprendido una gestión eficaz y organizada para lograr su emancipación.
Mientras eso sucede advertimos una de las consecuencias de la «libertad» y la «democracia» que beneficiaron a los afganos. La cosecha de amapolas ha sido espectacular el pasado verano, según informa The New York Times. Las amapolas son la materia prima básica para producir opio y Afganistán elabora dos tercios de la manufactura mundial de opio. Tan abundante ha sido la cosecha de ese año que los precios de la droga descendieron un 65% en el mercado. Según el corresponsal de dicho diario hay zonas en las que nunca se había cultivado la amapola y ahora están invadidas por extensos sembrados. Ello ha sido posible por la corrupción de los funcionarios peleles de la administración y el amparo de los señores de la guerra que se distribuyen el botín ilegal de aquél protectorado norteamericano.
Se considera que 1.7 millones de afganos están dedicados al cultivo de la amapola en 28 de las 31 provincias y sus utilidades de calculan en mil millones de dólares, que es el 25 % de los ingresos nacionales. Según Naciones Unidas el precio tradicional del opio, en territorio afgano, era de treinta dólares el kilo pero tras la prohibición de los talibanes de procrear esa planta los precios subieron a 750 dólares el kilo. El exceso de producción actual ha reducido los precios a cien dólares el kilo. El año pasado se produjeron 3,600 toneladas de opio.
La insurgencia de los talibanes no ha cesado y aunque no es tan intensa como la resistencia patriótica iraquí es suficiente para impedir la plenitud del control de aquél territorio. La zona fronteriza con Pakistán es indomable. Numerosos funcionarios del gobierno títere han perecido en atentados. Hay regiones donde la organización tribal ha impedido la entrada de las fuerzas de ocupación.
Estados Unidos gastó 17 mil millones de dólares en destruir Afganistán. Ese fue el costo de todos los artefactos destructivos, combustible, municiones, envío de portaaviones y bombarderos para la devastación total del infortunado país. Afganistán había sufrido años de ocupación rusa y una aniquiladora guerra anterior, alentada por la CIA, que armó a los mujaidines para que hostigaran al oso soviético.
Sus opositores acusan a Karzai de estar desvinculado de la realidad. Mientras exhibe sus capas elegantes, viaja a Estados Unidos a recibir honores, vigila las ganancias de su cadena de restaurantes y halaga a los caciques yanquis apenas le queda tiempo para saber cuáles son las necesidades verdaderas de su pueblo. Mientras tanto, que florezcan las amapolas.