«Lo perdí todo en el huracán Ike», cuenta Wisline Pierr, una haitiana de 44 años que cría sola a sus cuatro hijos en Gonaives. «Las ONG nos dieron algo de ayuda, pero ni es suficiente ni llega a todos». En Gonaives, la zona más devastada por los huracanes que en 2008 arrasaron la isla y […]
«Lo perdí todo en el huracán Ike», cuenta Wisline Pierr, una haitiana de 44 años que cría sola a sus cuatro hijos en Gonaives. «Las ONG nos dieron algo de ayuda, pero ni es suficiente ni llega a todos». En Gonaives, la zona más devastada por los huracanes que en 2008 arrasaron la isla y causaron 800 muertos y un millón de afectados, la gente no ha conseguido rehacer sus vidas siete meses después. Tampoco ha sido reparada la mayoría de las infraestructuras dañadas, como carreteras, caminos, sistemas de canalización de aguas. Pero el problema más grande, explica Pierr, es la falta de comida: «No podemos comer», afirma.
Según el Fondo Monetario Internacional, los daños causados por los huracanes ascienden a 900 millones de dólares, el 15% del Producto Interior Bruto de Haití. El pasado martes, la Conferencia de Donantes de Haití celebrada en Washington con representantes de 20 países, entre ellos España y EEUU concluyó sólo con la promesa de entregar 324 millones de dólares al país caribeño, una tercera parte de lo que suman las pérdidas.
Con apenas nueve millones de habitantes, Haití, el país más empobrecido de América, escenifica el desastre de un siglo de intervenciones militares, represión y una absoluta falta de planificación y de políticas ambientales. La tala indiscriminada de árboles para la obtención de carbón vegetal y leña ha hecho que la deforestación afecte al 97 % de la superficie del país, según datos de la ONU.
La deforestación conlleva la erosión del suelo y la escasez de agua. La primera hace que no haya árboles y que cada tormenta tropical o huracán cause inundaciones y aludes de lodo. En cuanto a la falta de acceso a agua potable que padece el 63% de la población, según UNICEF, hace propagar las enfermedades infecciosas.
El hambre ha llevado a muchos haitianos a comer galletas de barro. En las inmediaciones de lo que fue la cárcel de Fort Dimanche, donde se encerraba a los presos políticos durante la dictadura de François Duvalier (1964-1971), las mujeres preparan al amanecer una masa con arcilla, aceite y sal. Con esta masa elaboran unas galletas que dejan secar bajo el tórrido sol del Caribe.
Un lote de tres galletas se vende en el mercado de La Saline a cinco gourdas (10 centavos de euro), más barato que la comida. Se comen a cachitos, masticando despacio. Sacian el hambre por poco dinero, pero causan desnutrición grave, dolor intestinal y parásitos.
«Intentamos explicar a nuestros alumnos los peligros de sustituir una comida o varias por las galletas de arcilla», explica el director de la escuela que en la actualidad alberga la antigua cárcel. «Pero nada se puede hacer cuando la gente tiene hambre y nada que llevarse a la boca», dice.