«Pero si el sufragio universal no era la varita mágica que habían creído los probos republicanos, tenía el mérito incomparablemente mayor de desencadenar la lucha de clases…» Carlos Marx, La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, 1850. Hoy, en agosto de 2006, México vive una crisis política postelectoral de grandes dimensiones. Porque […]
«Pero si el sufragio universal no era la varita mágica que habían creído los probos republicanos, tenía el mérito incomparablemente mayor de desencadenar la lucha de clases…»
Carlos Marx, La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, 1850.
Hoy, en agosto de 2006, México vive una crisis política postelectoral de grandes dimensiones. Porque como resultado de un escandaloso fraude, tanto manual como cibernético, llevado a cabo por el gobierno de Vicente Fox en general, y en particular por el Instituto Federal Electoral, se intenta ahora imponer, de manera totalmente ilegal e ilegítima, a Felipe Calderón como futuro presidente de México.
Fraude descomunal, en contra de la voluntad ciudadana de la inmensa mayoría de los mexicanos, que reeditando con algunas variantes el fraude sufrido por esas mismas clases populares mexicanas en 1988, ha generado ya un enorme descontento popular, y con ello, un vasto movimiento de protesta y de oposición a esta verdadera «elección de Estado», lo mismo que a este burdo intento de perpetuación del gobierno del PAN en el país.
Y si, por ahora, ese gran descontento y esa enérgica protesta popular se expresan todavía bajo la forma de la consigna de «¡Voto por voto, casilla por casilla!», y como apoyo al movimiento liderado por Andrés Manuel López Obrador, no es imposible que el día de mañana, esa misma oposición e insubordinación populares encuentren otros cauces de expresión, más radicales y más acordes con sus propios intereses y demandas fundamentales, confluyendo entonces hacia el digno movimiento social de La Otra Campaña.
Porque es claro que si el desenlace de este fraude electoral de 2006, no ha tenido hasta ahora el mismo curso que el fraude de 1988, eso se debe principalmente al desarrollo de un proceso importante, que sin duda alguna se hace manifiesto en la existencia y en el crecimiento progresivo de la creativa iniciativa de La Otra Campaña, y que alude claramente al mayor grado de maduración política y de concientización social que, en estos últimos dieciocho años, han ido desarrollando y consolidando los sectores y las clases subalternas y populares de México. Maduración política y concientización social que ha crecido y se ha ido fortaleciendo bajo los impactos múltiples de, primero, esa misma frustración y decepción nacional masiva que fue ese fraude de 1988 y en donde claramente, Cuauhtémoc Cárdenas no estuvo a la altura del movimiento nacional de insurgencia cívica en contra del dominio del PRI. Pero también y en un segundo momento, de todos los logros y avances que se generaron en México a partir del 1 de enero de 1994 y de la digna e importante acción del movimiento social neozapatista, y que abarcan desde el reconocimiento y revaloración de nuestros pueblos indígenas, hasta la caída del Régimen de Partido de Estado priísta que duró más de 70 años, y pasando por el relanzamiento del Movimiento Indígena Nacional, la reactivación de múltiples movimientos sociales locales de todo tipo, junto a las lecciones y experiencias, organizativas, políticas y hasta vitales, que dejaron en tanta gente, los tan relevantes aunque fallidos procesos de la Convención Nacional Democrática, los Diálogos de San Andrés, el Primer Encuentro Intergaláctico, la iniciativa de la Consulta Popular, la Marcha del Color de la Tierra, o el reciente recorrido de La Otra Campaña, entre otros.
Ya que la situación que hoy viven vastos sectores de las clases subalternas de México, puede muy bien ser interpretada como una evidente situación de transición, tanto de su evolución política como de su conciencia social global, tránsito que recorre el periplo entre la sorpresa, el desconcierto y luego la frustración que provocó ese fraude de 1988 y la tibieza de la respuesta de Cuauhtémoc Cárdenas, hasta los planteamientos y propuestas de La Otra Campaña, de organizar un inmenso movimiento social de todos los subalternos de México, que estructuren y luego enarbolen un Programa Nacional de Lucha, para avanzar, primero hacia una Nueva Constitución o nuevo pacto social general de la sociedad mexicana, y luego, hacia el claro y sencillo objetivo de ‘cambiar el mundo’, dentro de una perspectiva anticapitalista y de izquierda.
Situación de tránsito de las clases populares mexicanas, que hoy se expresa como lucha radical en contra del fraude electoral y por el respeto de la voluntad ciudadana, y que mañana podría manifestarse como reclamo de acatamiento e imposición popular, frente a las clases dominantes y frente al futuro Presidente de México, sea quien sea este último, de ese Programa Nacional de Lucha anticapitalista y de izquierda, y de esa transformación radical y estructural de la entera sociedad mexicana.
Porque si bien hasta el día de hoy, López Obrador parece haberle mantenido el paso a esta protesta social popular en contra del fraude electoral, acompañando a ese clamor nacional de respeto a la voluntad ciudadana, nada nos asegura en cambio que en el cercano futuro, podamos presenciar también un claro divorcio entre la mayoría de las clases subalternas de México y quien fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México entre 2000 y 2005. Y ello, tanto a partir de la composición específica actual del equipo inmediato que rodea a Andrés Manuel López Obrador, y de sus convicciones sociales más profundas, plasmadas en su Proyecto Alternativo de Nación, como también y sobre todo de esta importante travesía de creciente politización y concientización que ahora escenifican esos grandes sectores subalternos del pueblo mexicano.
Puesto que a la hora de evaluar esta relación que por el momento parece ser sólida, entre el antiguo líder del PRD, y las muy descontentas clases populares mexicanas, no es irrelevante recordar los orígenes priistas de López Obrador, así como sus concepciones específicas sobre el sentido en el que habría que transformar a México, y que él ha repetido reiteradamente en declaraciones recientes, concepciones que sin poner en cuestión para nada a la estructura capitalista de nuestro país, sólo persiguen hacer de nuestra patria una sociedad menos desigual y menos pobre, donde impere una verdadera democracia y una justicia real, y donde existan una prensa libre e instituciones que funcionen de modo también libre y adecuado. Todo ello, sin entender que la causa de esa pobreza y desigualdad social, lo mismo que de esa deformación de las libertades, de la democracia, de las instituciones o de los medios de comunicación derivan sin duda de dicho carácter capitalista de nuestra sociedad mexicana.
Pues más allá de las circunstancias inmediatas, que hoy nublan la mirada de muchos analistas sociales, y de muchos especialistas de la coyuntura presente, provocando que ellos engrandezcan y magnifiquen a quien hoy representa ese vasto descontento y clamor ciudadano, hace falta volver a revisar con seriedad, tanto el contexto general latinoamericano y mundial en el que se despliega esta específica coyuntura postelectoral mexicana, como también los intereses económicos y sociales reales que representa el proyecto de nación defendido por Andrés Manuel López Obrador, y por ende, los sectores de las clases dominantes que lo apoyan y apuntalan.
Igualmente, y dirigiendo después la mirada hacia «abajo y a la izquierda», será necesario explicar más a fondo ese tránsito que hoy realizan los sectores y las clases subalternas mexicanas, para comprender, primero las razones de este apoyo en curso a la figura de López Obrador, pero también y sobre todo, en segundo término, los posibles escenarios futuros del desenlace de esta misma coyuntura postelectoral por la que hoy atravesamos.
«¿Sabe usted?… los ricos son ricos porque la única cosa que aman en esta vida es el dinero…»
¿Por qué la confrontación actual entre, de un lado el gobierno de Vicente Fox, el desprestigiado Instituto Federal Electoral, el Partido Acción Nacional y Felipe Calderón, y del otro, el vasto movimiento social en contra del fraude electoral, el también muy desacreditado Partido de la Revolución Democrática y Andrés Manuel López Obrador, por qué esta confrontación ha adquirido el encono, la agudeza y la radicalidad que ahora presenciamos? ¿Y por qué se dividen tan profundamente los bandos que apoyan a uno y otro representantes de esta confrontación, alineando de una parte al gobierno de George Bush Jr, al The Wall Street Journal, a los dos grandes consorcios televisivos de México, o a los representantes de la CONCANACO mexicana, entre otros, mientras ubican en la postura diametralmente opuesta, a presidentes como Evo Morales o Hugo Chávez, junto al The New York Times, a grandes sectores de las clases populares de la ciudad de México, o a los voceros de la CONCAMIN y de la Cámara de la Mediana y Pequeña Industria Mexicanas, entre otros?.
La explicación a este radical desgarramiento de la clase política mexicana, hunde sus raíces en un concomitante desgarramiento y polarización de la propia clase dominante mexicana, los que a su vez no hacen más que reproducir el proceso de idéntica fractura y distanciamiento interno de las clases dominantes de todos los países de América Latina, e incluso del mundo entero.
Un proceso de fragmentación y división radical de esas clases dominantes de todo el planeta que, habiendo comenzado a esbozarse inicialmente a partir de la crisis económica mundial de 1972-73, fue avanzando y perfilándose muy lentamente, para estallar y hacerse evidente, en muchas partes del mundo, durante los últimos dos o tres lustros recién transcurridos.
Desgarramiento político y también social de todas las clases dominantes dentro del capitalismo mundial, que tiene su fundamento en la polarización económica que también se ha desplegado en estos últimos treinta años, y que no hace más que expresar, en esta esfera de las relaciones económicas, a la verdadera y profunda crisis terminal del sistema histórico capitalista a la que ahora asistimos. Ya que como lo ha explicado reiteradamente Immanuel Wallerstein, la etapa que vive el capitalismo mundial, desde esa crisis económica de 1972-73 y desde la revolución cultural mundial de 1968 y hasta hoy, no es otra que la fase de su crisis global y estructural definitiva, en la que colapsan y se desestructuran y deshacen todas las relaciones de la civilización y del mundo capitalistas, para ubicarnos a todos los seres humanos frente a una nueva situación de elección histórica general, respecto del nuevo mundo y el nuevo sistema histórico que queremos ahora construir, y con el que habremos de reemplazar a ese hoy agonizante y decadente capitalismo mundial.
Crisis civilizatoria de alcance mundial y de proporciones globales, que en el ámbito económico se expresa como la clara división entre, por un lado, aquellos capitalistas que, en las naciones de la periferia capitalista o de los países capitalistas pobres, solo miran hacia la entrega incondicional, para su depredación indiscriminada, de todos sus recursos naturales y de su riqueza nacional a los capitales extranjeros transnacionales, destruyendo a la industria y al comercio nacionales, y extremando la explotación económica de sus respectivas poblaciones y de sus territorios nacionales específicos. Y del otro lado, otro sector de los capitalistas que, por el contrario, intentan todavía salvaguardar e impulsar los mercados internos nacionales, manteniendo la propiedad estatal de las riquezas y recursos naturales de cada país, y fomentando a la industria y al comercio nacionales, a la vez que procuran estimular el consumo interno y la sobrevivencia de las plantas industriales, la infraestructura comercial, y la propia economía nacional. Es decir, como la evidente polarización económica extrema, entre el grupo de la burguesía puramente intermediaria y aliada del capital trasnacional, y de otra parte el grupo de la burguesía nacional. División clara y nítida entre estos dos sectores de la burguesía, que si en las condiciones de la reproducción normal del capitalismo, antes del quiebre de 1968/72-73, permitía fácilmente una conciliación de sus divergencias y su unificación como clase dominante a partir del reparto de espacios y de nichos económicos diversos, en las condiciones de la crisis terminal del capitalismo se convierte, en cambio, en renovada fuente de esa polarización creciente y de una irreconciliable confrontación permanente.
Lo que naturalmente no se da sólo en México, sino en toda América Latina y en el mundo, siendo el proceso que está en la base de las marcadas diferencias entre, de una parte, los gobiernos del neoliberalismo salvaje y depredador que han sido el de Carlos Menem en Argentina, o el de Fernando Collor de Mello en Brasil, o el de Alberto Fujimori en Perú, o el de Augusto Pinochet en Chile, y que todavía son el de Álvaro Uribe en Colombia o el de Vicente Fox en México, frente a, del otro lado, los gobiernos del neoliberalismo moderado y un poco más social que son ahora los de Néstor Kirchner en Argentina, Luis Inazio Lula Da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia, o Hugo Chávez en Venezuela. Y que son la matriz obvia de lo que podría ser un gobierno neoliberal salvaje de Felipe Calderón, o en el otro polo, un gobierno neoliberal moderado de Andrés Manuel López Obrador.
División que se reproduce también a nivel mundial, contraponiendo a los gobiernos salvajemente neoliberales de George Bush Jr., Silvio Berlusconi, José María Aznar, Georg Haider o Jacques Chirac, al neoliberalismo moderado de William Clinton, Romano Prodi, José Luis Zapatero, o antes François Mitterand, y que explica también por qué The Wall Street Journal apoya por ejemplo a Felipe Calderón, mientras The New York Times se inclina a aceptar como legítimas las demandas de López Obrador, haciendo que Televisa, Televisión Azteca y la CONCANACO respalden al neoliberalismo salvaje que propone el candidato del PAN, mientras que las madres solteras y los miembros de la tercera edad de la ciudad de México, junto a los industriales que viven y prosperan del desarrollo del mercado interno nacional, sostienen al candidato del PRD, con su proyecto neoliberal moderado y complementado de un cierto asistencialismo social.
Y si observamos que la tendencia general en América Latina, en los últimos diez años, ha sido la de ir sustituyendo a los gobiernos neoliberales salvajes, por gobiernos neoliberales moderados, entenderemos entonces uno de los porqués principales del encono y de la radicalidad de la confrontación de López Obrador con el gobierno de Vicente Fox, en el escenario de un fraude descomunal y escandaloso que, en contra de todas las tendencias históricas generales latinoamericanas y hasta mundiales, quiere perpetuar por medios tan ilegales como ilegítimos, a ese mismo neoliberalismo salvaje hoy en crisis en México, en América Latina y en todas partes del mundo. Porque dicha tendencia de recambio latinoamericano no es, dentro de los juegos y oposiciones de las propias clases dominantes latinoamericanas, más que el resultado del hecho de que, una vez más en el mundo entero, ese modelo del neoliberalismo salvaje se ha agotado completamente y ha terminado caducando, imponiendo poco a poco y en todas partes ese obligado giro hacia las figuras de un modelo igualmente neoliberal, pero de formas más moderadas y de aristas menos depredadoras, que además de reactivar los mercados internos nacionales, desarrolla políticas de gasto social y de asistencialismo social, compensatorias de sus más perniciosos y destructivos efectos generales.
«¿Y sabe también qué?… que hoy los políticos son políticos porque están enamorados del poder por el poder, y pagan por obtenerlo el precio que sea…»
A partir de esta división referida, entre las dos versiones del neoliberalismo que hoy se disputan la presidencia de México, se establecen también claras diferencias en cuanto a las políticas sociales, los comportamientos políticos y las estrategias culturales que implementarían cada uno de los dos candidatos hoy confrontados. Pues mientras Felipe Calderón continuaría sin duda con las políticas foxistas de contracción del empleo y de destrucción de la planta productiva del país, junto a las políticas de represión brutal de toda disidencia social como en Atenco, Sicartsa o Oaxaca, y a un conservadurismo cultural retrógrado y militante, Andrés Manuel López Obrador, más bien fomentaría y defendería el mercado y el consumo interno nacionales, implementando ciertas políticas de negociación y diálogo selectivo con algunos grupos, sectores y movimientos sociales, además de una política cultural moderadamente abierta y progresista.
No habría entonces que hacerse ilusiones, respecto de lo que podría ser un gobierno dirigido por López Obrador. Pues el mismo sería solamente un gobierno neoliberal moderado en lo económico, y socialdemócrata en lo social y lo político, además de desplegar una también muy limitada apertura y tolerancia cultural. Y todo ello, complementado con una tibia política exterior, que no revertiría ni siquiera el desastre creado por Vicente Fox en este ámbito particular. Y vale la pena reiterar que todo esto lo ha dicho el mismo López Obrador, repitiéndolo en múltiples foros y ocasiones, además de haberlo plasmado en sus 20 compromisos y en su Proyecto Alternativo de Nación. Y que acaba de reiterar en el reciente discurso en la Plaza Central de la Ciudad de México este 13 de agosto de 2006. Así como tampoco habría que hacerse ninguna ilusión respecto de quienes, eventualmente, implementarían dichas políticas en lo económico, lo social, lo político, lo cultural y lo internacional, pues su equipo de colaboradores inmediatos son personajes tan dudosos y cuestionables como Manuel Camacho, Ricardo Monreal, Socorro Díaz o Jesús Ortega, entre otros.
Entonces, si en la conciencia popular está ya claro que no es lo mismo un posible gobierno de Felipe Calderón que uno de Andrés Manuel López Obrador, quizá no son tan claros todavía, en cambio, los límites reales de esa eventual presidencia del antiguo Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Y ello por varias razones.
En primer lugar, porque los efectos destructivos y corrosivos del neoliberalismo salvaje han sido tan extremos, que cualquier mínimo gesto de políticas de apoyo social a la economía familiar, o de atención a los jóvenes, o de escucha y recuperación de ciertas demandas ciudadanas, tiende a ser visto, en un primer momento, como una real alternativa a ese neoliberalismo salvaje. Y si bien es claro que se trata de una ilusión, pues estas políticas de asistencialismo social no son más que parches efímeros y paliativos temporales para una enfermedad crónica que sigue avanzando inexorablemente, enfermedad que no es otra que la antes referida crisis terminal del capitalismo mundial, sin embargo esa ilusión sólo se disuelve lentamente, para ceder el espacio a una conciencia más crítica y más exacta de esta misma y compleja realidad.
En segundo lugar, porque no es fácil para nadie el pensar fuera de los horizontes capitalistas, es decir, desde una lógica que asuma radicalmente que la causa central de todos los problemas y conflictos sociales principales es el propio sistema capitalista mundial, comenzando a reestructurar y reconstruir nuestras explicaciones, nuestras prácticas y nuestros modos de vida, de organización y de acción desde esa lógica nueva, genuinamente anticapitalista y profundamente de izquierda. Un horizonte anticapitalista que mira «desde abajo y a la izquierda», y al que lenta pero sostenidamente se van aproximando las clases subalternas de México, de América Latina, y de todo el mundo.
En tercer lugar, porque la magnitud del proceso del cambio social radical es de tal envergadura, que se cumple lo que ya hace un buen tiempo fue afirmado por Marx en su obra El 18 Brumario de Luis Napoleón, cuando dice que «Las revoluciones proletarias» [y todos los movimientos genuinamente anticapitalistas que han emprendido y emprenden hoy las clases subalternas, en cualquier parte del mundo, agregaríamos nosotros], esas revoluciones y movimientos anticapitalistas «…se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de sus propias indecisiones, de sus lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos; parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantescamente frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea la situación que no permite volverse atrás, y las circunstancias mismas gritan: ¡Hic Rhodus, Hic Salta!».
Y las clases populares y subalternas mexicanas corean, como fruto de su propia iniciativa, y no de Andrés Manuel López Obrador ni de los miembros del PRD, la consigna retadora: ¡Si no hay solución, habrá revolución!, ¡Si no hay solución, habrá revolución! Grito que parece que va dirigido no solamente en contra del gobierno de Vicente Fox y de los sectores retrógrados de las clases dominantes que lo apoyan, sino también y como una suerte de advertencia, hacia Andrés Manuel López Obrador, y hacia los otros sectores de la clase dominante a los que él representa.
«Y a todo esto, ¿en donde estamos nosotros, el pueblo, los de a pie?… Pues nosotros, el pueblo, estamos, claro, ‘abajo y a la izquierda’, preparando un mundo muy otro…»
Es posible entonces que, en contra de la voluntad ciudadana y de toda lógica y mínima coherencia, sea impuesto Felipe Calderón como Presidente de México. Lo que no haría más que agravar hasta el extremo las contradicciones sociales, y acelerar el inminente e ineludible estallido social que, en México, se perfila en el horizonte en torno del emblemático y simbólico año de 2010, con sus obvias y muy reales reminiscencias y reenvíos, en la conciencia y en la memoria populares, a los grandes y fundamentales procesos de la Revolución de Independencia de 1810, y de la Revolución Mexicana de 1910.
Pero también es posible que logre revertirse el descomunal fraude electoral que ahora padecemos y presenciamos, y que Andrés Manuel López Obrador gobierne a México, desde finales de este año de 2006, o después de un presidente interino, fruto de una también posible anulación general de las elecciones, que podría derivarse de la tensa y explosiva situación postelectoral que ahora vivimos. Y en este caso, su gobierno tendrá que mostrar, tarde o temprano, sus obvios límites capitalistas, neoliberales y socialdemócratas, decepcionando, más rápido o más lentamente, a los vastos sectores populares y subalternos que ahora lo apoyan.
Y en cualquiera de los dos casos, La Otra Campaña estará ahí, convocando a estos sectores y clases subalternos de México y del mundo, para continuar construyendo una alternativa radicalmente anticapitalista y de izquierda, cuyo objetivo final, cada vez más cercano y palpable, no es otro que el noble y audaz objetivo de cambiar el mundo, y de construir, desde abajo y a la izquierda, un otro mundo, todavía posible.